Los halcones vuelven a volar para defender los intereses de siempre

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Los halcones vuelven a volar para defender los intereses de siempre

 

Los medios de comunicación europeos están llenos de declaraciones de políticos y economistas alemanes reclamando el  recorte del gasto y de las políticas de financiación que viene llevando a cabo el Banco Central Europeo. El próximo ministro de Finanzas alemán, Christian Lindner, pide acabar con la “orgía de la deuda” y el influyente economista Hans-Werner Sinn exige el “fin del dinero gratis” en un artículo reciente. Aunque el acuerdo de gobierno tripartito recién firmado contempla algunas propuestas genéricas sobre la necesidad de reformar las reglas europeas de estabilidad fiscal, el clima que se está generando en el país que define el rumbo de las políticas europeas va claramente en la dirección que apuntan estos economistas, sobre todo, cuando la subida de precios está empezando a desbocarse en Alemania. Lindner lo va dejando claro en sus sucesivas declaraciones: la hoja de ruta debe ser contención del gasto, bajada de impuestos, reglas fiscales para no desbocar el déficit público, limitar los programas masivos de compra de deuda pública del BCE y subidas de tipos de interés para frenar la inflación.

Aparentemente se trata de medidas sensatas y con objetivos loables pero la experiencia ha demostrado, lamentablemente, que detrás de ellas solo hay prejuicios ideológicos, ventajas asimétricas para Alemania en perjuicio de la mayoría de los demás países europeos, y que, aplicadas mal y en momentos inadecuados, no generan actividad económica ni reducen la deuda en el conjunto de Europa sino justamente todo lo contrario.

Las reglas de estabilidad presupuestaria que defienden los llamados halcones europeos se basan en criterios puramente arbitrarios que no tienen base científica alguna.

El primer gran error de estas reglas es que se mantienen inalterables sea cual sea la fase del ciclo en la que se encuentre la economía. Tienen el mismo efecto que el de un conductor que circula a la misma velocidad y sin mover el volante en cualquier tipo de carretera, subiendo, bajando, con curvas o sin ellas: terminar estrellándose.

Las reglas fiscales deben ser «contracíclicas», es decir, cambiantes según la coyuntura, diseñadas para poder impulsar la economía cuando esta se detiene o frenarla cuando se acelera demasiado. Y tampoco pueden ser iguales, como ocurre en Europa, las reglas de estabilidad que se apliquen a los gastos corrientes, del día a día, y a los de inversión.

El segundo error es haber establecido un límite del 3% del PIB a los déficit públicos que, además de lo anterior, es arbitrario y sin fundamento.

En mi libro Economía para no dejarse engañar por los economistas expongo cómo llegó a establecerse en Europa, según lo reconoció Guy Abeille, uno de los dos funcionarios franceses que inventaron la regla en 1981 (la historia se cuenta aquí)..

El director de Presupuestos les pidió que proporcionaran al presidente Mitterand alguna “regla sencilla que suene a economista y que pueda ser utilizada contra los ministros que desfilan por su despacho para pedirle dinero”. Abeille reconoció que ni él ni su compañero de despacho, Roland de Villepin, tenían la más remota idea de qué tipo de regla se podía utilizar con ese fin, porque no existía, y explicó que, por descarte, llegaron a la conclusión de que lo mejor sería una tasa sobre alguna magnitud y que finalmente decidieron que esta fuese el PIB. ¿Por qué el 3% y no otro porcentaje? También lo contó Abeille: “el 1% era magro y de cualquier manera no sostenible… el 2% sería inaceptablemente restrictiva… y entonces, bueno, creímos que esta cifra, el 2% del PIB, tendría algo de plano, casi como fabricado. Mientras que el tres es una figura sólida que tiene detrás de él precedentes ilustres (…) un amplio eco en la memoria común: las tres Gracias, la Trinidad, los tres días de la resurrección, los tres órdenes de la alquimia, la triada hegeliana, las tres edades de Augusto Compte, los tres colores fundamentales, el acuerdo perfecto… la lista es infinita…».

La propuesta gustó al ministro de Presupuesto, Laurent Fabius, y a Miterrand, este la presentó públicamente, los alemanes la hicieron suya… y terminó establecida como una regla objetiva y sensata en los tratados europeos. Más tarde, hasta el presidente del Instituto Monetario Europeo, Alexandre Lamfalussy, reconoció su naturaleza: «Los gobernadores son gente demasiado honesta y que saben que los criterios son arbitrarios. Yo jamás habría aceptado cifras de este género. Pero estoy contento de que los políticos lo hayan hecho».

Tampoco tiene fundamento científico ni empírico alguno la otra regla fiscal numérica, limitar el crecimiento de la deuda al 60% del PIB. No hay absolutamente ninguna prueba que permita afirmar que ese porcentaje es más conveniente que el 30%, el 100% o cualquier otro. ¿Acaso la economía europea en su conjunto se desempeña mejor y es más competitiva que la de Estados Unidos por tener un porcentaje de deuda pública mucho más bajo (100% del PIB en la Eurozona y 93% en la UE, frente al 134%)? El intento de hacer creer que más deuda pública implica menor crecimiento económico ha sido un fiasco. La ultima vez, se descubrió que los datos que pretendían demostrarlo tenían errores y que se utilizaron los que más convenía para llegar a esa conclusión preestablecida (lo explico aquí).

El cuarto gran error que hay detrás de la exigencia de los halcones es que se centran en la deuda pública y olvidan la privada y la exterior.

El auténtico problema que viene sufriendo Europa es que la unión monetaria está mal diseñada a propósito, con el fin de que Alemania pueda seguir manteniendo superávits comerciales constantemente. La explicación de por qué es así se entiende fácilmente.

Alemania tiene una economía muy potente y de base exportadora que tradicionalmente genera superávits comerciales con el exterior. Si tuviera moneda propia, su excedente comercial provocaría una apreciación de su divisa, pues habría mucha demanda de ella para comprar los productos alemanes. Pero, al apreciarse, sus exportaciones serían menos competitivas y eso reduciría su superávit. No lo podría mantener constantemente sin un altísimo coste interno. Sin embargo, en una unión monetaria como la del euro, la cotización de la moneda no depende, lógicamente, del exclusivo saldo comercial de cada país, sino del registrado conjuntamente por todas las economía que la componen. En consecuencia, la existencia de déficits (y, por tanto, de deuda pública y privada para pagarlos) de los países del sur no es, en realidad, un inconveniente para Alemania, como nos quieren hacer creer. Todo lo contrario, es lo que le permite compensar sus superávits y poder registrarlos constantemente sin tener que «pagar» los efectos de la apreciación de la moneda que se produciría sin moneda única. Y no solo eso. Los déficits del sur también le proporcionan a Alemania la oportunidad de hacer buenos negocios dedicando sus excedentes a financiarlos, como ocurrió hasta que estalló la crisis de 2007-2008.

Lo trágico es que con la excusa de que los países del sur tienen deuda se les han impuesto políticas de desmantelamiento industrial y de recorte de impulsos de gasto que lo que han producido es justamente una caída de actividad y de ingreso y, por tanto, mayor endeudamiento y déficit… tal y como interesa a Alemania que ocurra.

Los ideólogos de la austeridad reclaman el final de los déficits pero lo que se persigue, en realidad, es que unos países los registren para que otros puedan tener superávits constantes que no podrían mantener en condiciones tan favorables con una moneda propia.

Lógicamente, los responsables de todo esto no van a reconocer ni su verdadero interés ni la arbitrariedad en que se basan las reglas que imponen. Para justificarlas difundan la idea de que en los países del sur trabajamos menos, algo manifiestamente falso, o que tiramos el dinero, endeudándonos sin necesidad.

Yo no voy a defender a los gobiernos que han dilapidado recursos programando inversiones que no interesaban más que a sus constructores y a los bancos que las financiaban. He defendido siempre la mayor moderación posible en el uso de los recursos y en el gasto público y privado, la plena transparencia y el control permanente acompañado de sanciones mundo más efectivas y ejemplares contra la corrupción. Pero esto es una cosa y otra no tener presente que el incremento incesante de la deuda en Europa tiene el fin que acabo de mencionar y otras causas a las que no se suele hacer referencia.

En primer lugar, las políticas de desindustrialización y de frenazo a la actividad que se vienen imponiendo con la excusa de combatir la inflación. Cuando se bloquean las fuentes de generación de ingresos de una economía, como ha ocurrido en la Unión Europea, es normal que los hogares, las empresas y las administraciones se endeuden constantemente. Insisto: como interesa a Alemania y a los bancos.

En segundo lugar, el debilitamiento constante de las políticas de ingresos públicos y consentir la existencia de paraísos fiscales para que las grandes fortunas y grandes corporaciones paguen cada vez menos impuestos.

En tercer lugar, la prohibición de que el banco central financie a los gobiernos, dejando a estos en manos de la que proporcionan, con un coste mucho más elevado, los bancos privados. Los datos de Eurostat muestran que, desde 1995, prácticamente la totalidad del incremento de deuda pública registrado en la eurozona (96,6%) se debe al pago de intereses. Este es el auténtico despilfarro de recursos.

Los halcones dicen que quieren acabar con la deuda pero la realidad es que las políticas que defienden  son las que han hecho que se dispare en el conjunto de Europa porque mantenerla como motor de la economía europea es lo que conviene a Alemania y a otras economías excedentarias y a la banca que tiene como negocio su incremento continuo.

Poner fin ahora a los programas de recuperación, dejar de nuevo la financiación de los gobiernos en manos de los fondos especulativos y, sobre todo, subir los tipos de interés cuando los precios están subiendo por bloqueos en la oferta, como defienden los halcones, provocaría una catástrofe económica en Europa. Algo que no es descartable que ocurra porque la ceguera ideológica y la prepotencia hace tiempo que se adueñaron de la derecha que defiende al poder económico y financiero en el viejo continente.

Eso no quiere decir que lo que se esté haciendo sea lo correcto. Se están poniendo en marcha programas de recuperación que vuelven a dar más poder a los oligopolios para reproducir el modelo, generar nuevas burbujas y aumentar la deuda privada. La financiación del Banco Central Europeo es necesaria pero se está haciendo de forma insensata porque está generando un endeudamiento insostenible de los gobiernos. Y no se está haciendo absolutamente nada para evitar que se produzca una espiral inflacionista.

Los halcones europeos levantan de nuevo el vuelo dispuestos a convertir otra vez a Europa en un pato borracho que será arrastrado por la tormenta que se nos viene encima. Pero el resto tampoco está haciendo bien la tarea. Comenzaremos pronto a sufrir las consecuencias.

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