Por la construcción del poder popular por El Colectivo (Colombia)

Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2021/09/08/por-la-construccion-de-poder-popular-por-el-colectivo-colombia/

El Colectivo. Editorial n° 67

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La derecha en Colombia es puerca. Y seguramente es puerca en todo el mundo porque, el proyecto capitalista, al que ella sirve, es profundamente criminal y se sostiene sobre la deshumanización reiterada. La derecha, por demás, en todo el mundo y a lo largo de la historia se ha caracterizado por su autoritarismo, racismos y patriarcalismo y, sobre todo, por la ligereza con que recurre a las armas para imponer sus valores de muerte. Pero nos interesa comprender, sobre todo, la bajeza moral de la derecha en Colombia, porque es aquí donde la sufrimos y aquí donde podemos combatirla. Y en este momento, lo que mejor caracteriza a la derecha colombiana es la corrupción y su comportamiento mafioso.

En este sentido, la derecha colombiana ha construido un aparato institucional cuyo propósito no es garantizar la convivencia pacífica y un orden de justicia para todos, sino la impunidad de los poderosos, cuyo poder y fortuna han sido amasados sobre montones de muertos, y la sistemática imposición de un orden injusto. La institucionalidad en Colombia es una máquina en la que la élite lava sus delitos, en la que, desvergonzadamente, los criminales se protegen unos a otros. Como acaba de ocurrir con la ministra del Mintic, que salió ilesa de su censura en el Congreso no porque hubiera logrado demostrar su inocencia en el robo de los 70 mil millones de pesos a manos de sus amigos en la improvisada Centros Poblados, sino porque un equipo de sinvergüenzas salió a impedir, con espíritu de cuerpo, que el debate progresara.

De esa misma manera logró sostenerse Iván Duque como presidente del país, a pesar de las pruebas que indican que buena parte de los recursos que financiaron su campaña provenían de la mafia; la investigación simplemente fue archivada. De la misma manera se ha mantenido en la impunidad Álvaro Uribe Vélez, a pesar de que nadie medianamente inteligente en Colombia duda de su compromiso en la fundación de grupos paramilitares y en las ejecuciones extrajudiciales con las que pretendió mostrar que estaba ganándole la guerra a la insurgencia. Simplemente tuvo que renunciar al Senado cuando la Corte Suprema de Justicia, que tampoco es una institución pulcra, quiso abrirle juicio; entonces la Fiscalía le nombró un fiscal no para que lo investigara sino para que lo defendiera, en el colmo de la abyección de los funcionarios ante el poder mafiosos de este gamonal. Ahora todos los criminales que han medrado en el Congreso quieren renunciar cuando la Corte les abre investigación, para que la Fiscalía les haga el favor, igual que pasó en tiempos del gobierno Uribe, cuando su bancada en el Congreso resultó comprometida casi toda con los grupos paramilitares.

A eso realmente es a lo que nos enfrentamos en Colombia, más allá incluso del modelo económico de injusticia que se ha posicionado en casi todo el mundo. Y es que si la derecha mafiosa de este país acogió ciegamente el modelo neoliberal no fue tanto porque tuviera un compromiso ideológico con él, sino porque el imperio le garantiza la impunidad en sus negocios criminales. Así se ha impuesto el neoliberalismo en buena parte de nuestra América, como un favor que le hacen al imperio las élites corruptas a cambio de su impunidad. Por eso Uribe Vélez no ha llegado a un juicio internacional, a pesar de lo horrendo de sus crímenes, cuando por razones menos graves y evidentes Estados Unidos, que funge como gendarme del mundo, ha bloqueado a otros presidentes, los ha derrocado, los ha llevado a juicio y hasta los ha hecho prisioneros por años, cuando no los ha asesinado.

La persistencia de esta élite mafiosa en el poder es la que se juega en las próximas elecciones, en la cual han puesto la mayor variedad de caras, aunque con un mismo espíritu. Pero la lucha que se avecina no es solo electoral y eso lo sabemos: esta es una élite asesina y no dudará en recurrir a lo que mejor sabe hacer si siente en peligro sus privilegios, el mayor de los cuales es la impunidad. Ya tuvimos esa experiencia con Jorge Eliécer Gaitán, y previo a las elecciones de 1990 la oligarquía asesinó a cuatro candidatos presidenciales que, desde distintas orillas, cuestionaban sus prácticas mafiosas o insistían en un cambio radical del orden social en el que dicha élite ha medrado por años.

Y aún si un proyecto alternativo lograra ganar las elecciones, sabemos de lo que puede hacer esta élite para recuperar el poder. En ninguna parte la derecha está dispuesta a reconocer así de fácil su derrota política en las urnas, eso es lo que estamos viendo hoy en Perú y se hizo evidente hace dos años en Bolivia. Pero en Colombia esta derecha mafiosa no dudará en recurrir a las armas y aplastar todo lo que obstaculice la recuperación de su poder; así lo anunció la “gente bien” en Cali cuando, el 28 de mayo, al lado de la Policía, salió a dispararle a diestra y siniestra a una multitud que se movilizaba contra las políticas dañinas de este gobierno. Y sobre todo lo anuncia el hecho de que este asunto se mantenga hoy en una total impunidad, con lo cual el gobierno y las demás autoridades están naturalizando esta forma de enfrentar las movilizaciones y, en general, el inconformismo ciudadano.

La tarea que nos aguarda, entonces, no es solo salir a votar para arrebatarle a esta derecha mafiosa el gobierno y el control institucional de nuestro destino. Se trata, sobre todo, de construir un nuevo proyecto moral que nos permita afianzar los valores que sostienen una vida digna: solidaridad, amistad, justicia, equidad, etc. Y eso no lo construye un hombre sino un pueblo, para lo cual debemos ante todo deponer nuestras mezquindades y sectarismos para sumarnos en un proyecto de vida que nos rebasa. Solo a través de la construcción paciente de poder popular, el poder de las organizaciones articuladas en torno a un proyecto de vida común, es posible avanzar en esta dirección, para lo cual es también importante la transformación de las instituciones y las prácticas políticas que hasta ahora han estado en función de la injusticia y la impunidad de la élite corrupta.

Este proyecto no está garantizado con un gobierno alternativo en las próximas elecciones, pues sin este poder popular que lo respalde, dicho gobierno no será más que un tigre de papel y un títere en manos de la derecha. Tampoco le entrega este poder popular un cheque en blanco al próximo gobierno, en caso de que logre elegirlo, sino que se erige como su mayor fuerza y a la vez como su mayor vigilante. Porque aún en el gobernante mejor intencionado pesan sus intereses y ambiciones particulares y, sobre todo, las presiones externas del poder económico que seguirá estando en manos de esta élite mafiosa. El poder popular, entonces, es el medio para la transformación moral, política y económica que nos urge, pero también es un fin en sí mismo, porque recuperar nuestra capacidad de trabajar con otros y ser con otros es parte de ese nuevo proyecto de humanidad.

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