¿Jóvenes aclarand su situación militar o un país en busca de maquinas de guerra?

Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2021/06/18/jovenes-aclarando-su-situacion-militar-o-un-pais-en-busca-de-maquinas-de-guerra-por-jhon-mario-marin-davila-y-paula-andrea-lainez-soto/                                                                                  Jhon Mario Marín Dávila y Paula Andrea Lainez Soto        

¿JÓVENES ACLARANDO SU SITUACIÓN MILITAR O UN PAÍS EN BUSCA DE MÁQUINAS DE GUERRA? por Jhon Mario Marín Dávila y Paula Andrea Lainez Soto

El Colectivo

Cuando los jóvenes colombianos están próximos a graduarse del colegio o cumplen los 18 años, los obligan a “aclarar” su situación militar. Se trata de un trámite que parece normal, pero no es así, pues muchos jóvenes se presentan al lugar de la citación y en el tiempo que duran los trámites se sienten reclutados e inclusos privados de la libertad, y mientras esperan a hacer los exámenes se sienten humillados, llenos de incertidumbre, desesperanza, sienten que no valen nada y que sus cuerpos son ultrajados.

Ni la salud ni la familia importan

Daniel caminaba por la calle tranquilo, pero su corazón se aceleró cuando lo frenó un soldado del Ejército nacional y le pidió su libreta militar. Le dijo que si no la tenía debía aclarar su situación militar. A Daniel se le enfrío todo su cuerpo, mas sacó valentía para mirar fijamente al soldado y le manifestó que él no tenía necesidad de aclarar su situación militar porque estaba dentro de las excepciones de ley y ya se encontraba en el trámite de la papelería para hacer la legalización de la tarjeta. El soldado lo ignoró, como si su voz no valiera, y le entregó la citación.

El ambiente cultural para este tiempo era decembrino, pero para Daniel era simple y llano, no tenía nada que celebrar; por el contrario, tenía que cumplir una cita con el Ejército nacional y él no quería. Llegó el día, ingresó a la Séptima Brigada y, con seguridad se presentó, porque llevaba sus papeles donde constaban que no era apto; además, mostraban que estaba dentro de las excepciones de ley para “prestar” el servicio militar, por problemas de salud y porque en 2 meses nacería su hija.

Lo recibió un mayor sin mucha empatía. Daniel lo saludó y con formalidad le argumentó que no podía prestar el servicio por motivos de una hernia discal y porque sería papá dentro de muy poco. A este mayor no le importó, ni revisó los papeles.

-Usted ya de acá no se puede ir -le dijo-; presente los exámenes, porque usted ya hace parte del Ejército

Por más que Daniel insistió en su situación, nadie le prestó atención y no tuvo más remedio que resignarse, puesto que, si se volaba, le dijeron, lo encarcelarían. Daniel sentía rabia de que lo obligaran a pagar servicio militar, se sentía privado de la libertad, prisionero, amenazado y extorsionado.

Su desesperación e impotencia aumentaban cada segundo, su cabeza no paraba de pensar en que perdería su trabajo y le perjudicarían su hoja de vida, así como a su familia, puesto que su compañera se encontraba sin trabajo y no sabía cómo haría para sobrevivir económicamente. Además, rondaba por su cabeza la idea de recibir en algún instante una llamada donde le dijeran que a su compañera e hija las habrían matado o algo malo les habían hecho, por estar solas y vulnerables, viviendo en un sector sometido al enfrentamiento entre pandillas.

Al fin tuvo la oportunidad de avisarle esta situación a su compañera, que se encontraba afuera. Cuando ella lo vio se llenó de entusiasmo porque volverían a casa, pero quedó estática y perpleja, cuando él le dijo:

–Pasa una tutela al Ejército y al Distrito, porque me están obligando a prestar el servicio–, y dio la vuelta para ingresar de nuevo en la brigada. A ella se le salieron las lágrimas, pero no pudo decir nada más.

Daniel estuvo dos días más en la Séptima Brigada; al tercer día, en la madrugada, se lo llevaron al batallón de Apia, en la cuarta división. En este batallón se dio cuenta que no era el único con esta situación pues conoció muchos casos donde hicieron mal el procedimiento de ingreso al Ejército: hombres que tenían operaciones, problemas de salud como epilepsia, cardíacos, que serían padres, entre otros.

Incertidumbre, humillación y desesperanza

Andrés tenía dieciocho años cuando cursaba once de bachillerato y estaba a poco tiempo de culminar sus estudios. Todo estaba listo para graduarse, cuando un día, uno de los profesores le entregó una citación a él y a todos los jóvenes de último curso de bachillerato. Entregada la cita, Andrés, junto a sus compañeros, debía presentarse a los 15 días para hacerse los exámenes y mirar si eran aptos para pagar el servicio militar.

Llego el día y Andrés se presentó al estadio Atanasio Girardot. No llevó almuerzo pensando que no se demoraría mucho tiempo; su pensamiento empezó a cambiar cuando vio la gran cantidad de jóvenes reclutados. En este espacio ni siquiera podía moverse más allá de las gradas o de las tribunas; ir al baño era muy restringido, no podía comprar comida ni agua, ni lo dejaban salir a hacer una llamada para avisar a los familiares que se demoraría más tiempo. Durante las 23 horas que duró el proceso, el Ejercito lo hizo sentir inferior, basura, bastardo, imbécil, inservible. Le decía eso a él y a todos los que estaban allí, palabras dañinas proferidas principalmente por militares de alto rango.

Su familia, preocupada, lo llamaba contantemente, al punto que lo estresaron y para no desesperarse más apagó su teléfono. En su tristeza y angustia escuchó varias voces de soldados que le decían: –¿por qué es tan marica y niñita que lo tienen que estar llamando cada 5 minutos?-. Otro le gritó en tono burlón: -Cuando llegue al batallón va a perder contacto con sus seres queridos y amistades, entonces deje de ser tan marica y adáptese de una vez-.

Llamaron a Andrés y a otros jóvenes para realizar el examen médico, les pidieron a todos que se desnudaran y formaran filas de 10 personas, para que empezaran a dar vueltas y vueltas; luego, el medico empezó a revisar a uno por uno: les tocaba sus cuerpos, los testículos, la boca con los mismos guantes, sin importar si alguno tenía una enfermedad y contagiaba a los otros. A Andrés este suceso lo llevó a experimentar sensaciones extrañas, raras, incómodas y a sentir que su cuerpo era ultrajado y ya no era de él, sino que era del médico que lo revisaba.

Era tarde de la noche y solo le faltaba el examen psicológico. Muy cansado escuchaba la voz de un psicólogo del Ejército que decía:

-Voy a sacar la última cartilla- y salió la de él.

En el examen le preguntó:

– ¿Qué representa un arma o qué representa el Ejército para usted?

– Para mí representa violencia.

– ¿Por qué va a representar violencia sí el Ejército Nacional está cuidando a los colombianos?

– De alguna u otra manera están matando a gente, están matando a personas y así sea el Ejército Nacional eso no justifica el asesinato de nadie… y no justifica enfrentarme con otros seres humanos, no soy un humano sino un cuerpo, un instrumento o máquina de guerra.

El examen psicológico le salió negativo. Andrés, tranquilo porque no presentaría servicio militar, se dirigió a reportarse en una minuta y para su sorpresa le tocó esperar otras 5 horas por la fila tan grande. Fueron en total 23 horas de espera y encierro, sin desayunar, sin almorzar ni comer.

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