Argentina: 44 años después, un 24 de marzo puertas adentro…

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44 años después, un 24 de marzo puertas adentro y silencio en las calles

Ni los muertos estarán a salvo del enemigo si vence, y el enemigo no ha dejado de vencer.

Walter Benjamin

La ignorancia es la fuerza de la dominación burguesa. La discontinuidad en la transmisión de las memorias de luchas pasadas es una laguna de las que se sirven las fuerzas socialdemócratas para destruir nuestras luchas.

Proletarios internacionalistas en La comuna de París

Que lo recuerden les trabajadores: cuando los patrones los explotan no hacen cuestión de partidos y todos son iguales para hacerles pasar hambre; cuando los carabineros les abren el pecho con el plomo regio no les preguntan a cuál partido pertenecen.

Errico Malatesta en Frente único proletario

Otro 24 de marzo que se fue. Ya han transcurrido 44 años desde aquel maldito día en el que las fuerzas militares dieron lo que se llegaría a conocer como el último y más sangriento golpe de Estado de Argentina.

El “Plan Cóndor” y la contrainsurgencia

En la historia de esta nazión, han sucedido varias tomas del poder político por medio de la violencia militar interrumpiendo y restringiendo la normalidad democrática. Para ser precises, hubieron cinco golpes previos al de 1976. De hecho, si hilamos fino, se intentaron siete golpes de Estado, pero solo cinco fueron exitosos.

Sin embargo, de todos ellos, ninguno llegaría a alcanzar la sangrienta magnitud ni la compleja coordinación represiva que sí tuvo el “Proceso de Reorganización Nacional” (como lo llama el enemigo). Este “proceso” se caracterizó por la puesta en práctica de mecanismos de tortura con enormes niveles de violencia, teorizados, estudiados y sistematizados por distintos mandos de las Fuerzas Armadas desde la década de 1960 en adelante.

La Escuela de las Américas fue la institución militar encargada de capacitar a quienes llevarían adelante el exterminio de trabajadorxs en los distintos territorios (Galtieri estudió allí, por ejemplo). Las tácticas de contrainsurgencia que aprendieron los asesinos del pueblo (y que fueron el fruto de las experiencias de la Segunda Guerra Mundial y de la dominación francesa de Argelia, por ejemplo) incluyeron el secuestro de personas por bandas de civiles y militares, la apropiación de recién nacides, terror psicológico, desaparición forzada de personas, torturas con picanas eléctricas, aislamiento de personas en centros clandestinos de detención, violaciones sexuales, etc. Mucho de ello se puede leer en el informe Nunca más (a pesar de su carácter democrático que promovía la “teoría de los dos demonios”) y en la “Carta Abierta a la Junta”, de Walsh (como insoslayable documento de periodismo comprometido), solo por mencionar dos ejemplos que recorren testimonios de la época.

La otra particular característica del golpe del ‘76 fue que el mismo se enmarcó dentro de lo que se dio a conocer como “Plan Cóndor”, una estructura de coordinación entre la CIA (Agencia Central de Inteligencia estadounidense) y Estados latinoamericanos que organizó y ejecutó delitos de lesa humanidad en forma conjunta. Esta coordinación inter-Estados es una evidencia más del carácter ficticio de las fronteras que las distintas burguesías han ido imponiendo para dividir al proletariado explotado del mundo. El Capital como fuerza dominante globalizada, se ve obligado a capacitar a los distintos Estados en técnicas de contrainsurgencia para evitar el ascenso de las luchas del pueblo que interrumpen la normalidad capitalista. Por ello creemos importante que la organización de les oprimides del mundo supere también las fronteras, como hermanes en lucha, por la vida libre, sin Estado, sea donde sea. Si ellos se organizan para exterminarnos, ¿cómo podremos resistir y luchar por separado?

Ya es consabido el rol preponderante que tuvo el Estado yankee en las políticas internas de los países de América Latina durante el período de entreguerras, sobre todo en la intromisión militar para gestar la ocupación del mando de los gobiernos. Documentos desclasificados, incluso de la misma CIA dan cuenta de la llamada “Doctrina de la Seguridad Nacional” que permite establecer la conexión entre los intereses del país norteamericano y su injerencia en las fuerzas armadas para interrumpir los gobiernos constitucionales de cada país en el marco de la Guerra Fría. Estando, en aquel entonces, el mundo dividido entre el bloque occidental y capitalista, versus el bloque oriental y “comunista” de la URSS, la paranoia existente ante una apremiante amenaza comunista-soviética en el patio trasero de Estados Unidos (léase Latinoamérica) lo empujó a pactar un plan de inteligencia con los Estados de Brasil, Argentina, Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay, para eliminar a los sectores más concientizados de la clase trabajadora organizada.

En resumidas cuentas, de eso se trató el mencionado “Plan Cóndor”: las distintas burguesías nacionales (que al colaborar entre sí traspasando sus propias fronteras, afirmando su carácter internacional, actúa como clase organizada contra el proletariado revoltoso) junto con las fuerzas armadas de sus Estados, fueron ayudadas y capacitadas por la CIA para exterminar el “virus” y continuar sosteniendo la hegemonía capitalista al sur del continente.

Complicidad política-civil 

También es de público conocimiento (pero no por eso hay que obviarlo, de hecho parte de conservar la memoria radica allí, para repensar nuestro presente, sobre todo en momentos como el actual en que los militares vuelven a estar en las calles), el apoyo de sectores civiles para con ellos, con el fin de hacerse cargo del poder. Los famosos “Medios de comunicación” cumplieron con su trabajo: defender los intereses económicos de los empresarios de diferentes ramas, varios de los cuales llevaron a cabo lockouts patronales durante el gobierno de Isabel Martínez de Perón, colaborando activamente para generar el ambiente propicio al golpe que pretendían y consiguieron.

Para citar un ejemplo, el llamado “Grupo Azcuénaga”, entre cuyos integrantes se encontraban José Alfredo Martínez de Hoz (ministro de economía de la dictadura), Jaime Perriaux (con un historial vinculado al nazismo y a quien se le adjudica la autoría del nombre “Proceso de Reorganización Nacional”), Carlos Blaquier (dueño de la empresa agroindustrial jujeña Ledesma, procesado por la entrega de vehículos a las fuerzas de seguridad durante “La Noche del Apagón”, cuando secuestraron a trabajadorxs del ingenio, referenciades como sindicalistas o de influencia social), y otros apellidos fáciles de reconocer a lo largo de la historia argentina, siempre vinculados al Poder, a negocios turbios, cuando no también a terrorismo para-estatal, como Braun, García Belsunce, Zinn, Madariaga, Zorreguieta, Macri, por citar algunos. Varios de los cuales disfrutan hoy de las riquezas producto de los negociados que llevaron adelante con la dictadura militar. “Los empresarios se lavaron las manos y nos dieron con todo. ¡Cuántas veces me dijeron: `Se quedaron cortos, tendrían que haber matado a mil, a diez mil más!´.

Pero también cabe destacar la participación de políticos integrantes del último gobierno previo al 24 de marzo de 1976 como partícipes para propiciar finalmente el golpe de Estado. Desde congresistas, como el radical Eduardo Angeloz, a quien su amigo J.B. Yoffre citó en su libro Nadie fue, para contar cuando le admitió haber golpeado puertas de algunos hombres del ejército, en clara alusión a la intención de acelerar el golpe además de su vínculo amistoso, de público conocimiento, con Luciano B. Menéndez. Hasta gobernadores, como Victorio Calabró, por la provincia de Bs. As., quien había estrechado lazos con los militares que ponían fecha al fin del gobierno de Isabel. Pasando también por ministros.

A su vez, hubo complicidad de peronistas, como Otto Paladino, un militar por entonces jefe de inteligencia del ejército, puesto a partir de febrero del ’76 a desempeñarse como titular de la SIDE, lo que tienta a sembrar la duda respecto al cómplice silencio de los ministros de la nazión, sumándole que además comandó durante la dictadura, desempeñándose en el mismo cargo que fue puesto bajo el gobierno constitucional, las torturas en la automotora Orletti, centro clandestino que operó la represión en el marco del “Plan Cóndor”. Además, complicidad de radicales: Ricardo Balbín, por ejemplo, tuvo reuniones con militares -Videla incluso mencionó en un juicio en su contra que el entonces principal dirigente de la UCR le había transmitido su preocupación porque la situación del país “desembocara en la anarquía”-.

Asimismo, a través del “decreto de aniquilamiento” 261/75 del 5 de febrero de 1975, la mismísima Isabel Martínez de Perón ordenó a las Fuerzas Armadas aniquilar (sic) al ERP en Tucumán; decreto predecesor del 2772, declarado por Ítalo Luder, durante su reemplazo en la presidencia de Isabel por licencia de enfermedad, que contó también con la firma de Carlos Ruckauf y Antonio Cafiero, y que establecía que la orden para aniquilar a la subversión corría ya para todo el territorio argentino. De hecho, podemos ver con mayor nitidez la complicidad del poder político civil con el gobierno de facto, observando la cantidad de, por ejemplo, intendencias que quedaron en manos de integrantes de diversos partidos durante la dictadura misma, lo cual permite, como mínimo, por no hacer un análisis más exhaustivo, establecer un vínculo entre la partitocracia tradicional con el programa amplio a nivel nacional de los militares.

¿Y antes del `76?

La situación social que atravesaba Argentina durante esos años era crítica. El fallido “Pacto social” que Perón intentó llevar a cabo unos años antes resultó en un total fracaso porque la clase trabajadora estaba consciente y organizada. Luego de la muerte de Perón, el contexto devino además en el famoso “rodrigazo”, que consistió en el ajuste más brutal que se hubiese llevado adelante en Argentina hasta ese momento (el mismo sería superado por Martínez de Hoz durante la dictadura, y posteriormente por Domingo Cavallo). Se trató de un aumento de la producción a costa de reducciones masivas de salario, que llevaron al proletariado organizado a superar a la burocracia sindical de la CGT y las 62 organizaciones y declarar la primer huelga general a un gobierno peronista, tensando aún más el contexto social.

El último gobierno de Perón y el de Isabel encarnaron los intereses de la burguesía nacional e internacional que, como ya mencionamos, no se diferencian. La burguesía en su conjunto, cuando ve amenazada su hegemonía en tanto-que forma-de-vivir, no duda en colaborar con “extranjeros”. El fracaso del “Pacto Social” que proponía el peronismo fue lo que alarmó al establishment: si Perón no puede controlar al proletariado revoltoso que durante 18 años había luchado por su regreso contra distintas dictaduras, ¿quién podría?

Cabe también recordar que a partir de 1973, durante la presidencia todavía de Juan Domingo Perón, se inició la persecución y asesinato de decenas de activistas estudiantiles, barriales, sindicales y culturales por parte de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), con lo cual para 1976 había alcanzado ya una trayectoria de tres años masacrando a militantes. Estos hechos, sumados al vertiginoso ritmo con el que se sucedían los enfrentamientos armados entre organizaciones armadas (ERP, Montoneros, y otras más pequeñas como el EGP, el FAL, el GOR, etc.) contra batallones del ejército, contribuyeron a que se suscitara el golpe, con la excusa de “lograr la paz del país”, como expresó Videla en la XI Conferencia de Ejércitos Americanos en octubre del ‘75, aclarando que de ser preciso, “deberán morir todas las personas necesarias” para tal fin.

Imposiciones y colaboraciones

Como ya se mencionó antes, la injerencia de E$tado$ Unido$ tuvo un rol central en la toma del poder ejercida por miembros de las distintas fuerzas militares de los países de América Central y Sur. Su objetivo fue perpetuar el dominio de las ideas y relaciones capitalistas (y a partir de esta época, de carácter neoliberales al estilo de los “Chicago boys”) que se estaban viendo amenazadas por la creciente conflictividad que estaba caracterizando al pueblo en aquel entonces. Como es de esperarse, la burguesía conservadora y liberal se vio muy compelida a colaborar con el Estado yankee. Es por ello que queremos destacar que los tiempos marcados por la represión y el terror no quedan circunscriptos solamente a su cara más visible, la del mando del gobierno en manos de militares, sino que apenas es la punta del iceberg. En tal caso, éstos se ocupan de socavar la insurrección ante una posibilidad de revolución. Para eso allí están, sobre todo en épocas en las que la delimitación territorial entre Estados se encuentra finalizada y el capitalismo se ha globalizado.

Hoy en día, como en aquel entonces, las fuerzas militares son fuerzas de contrainsurgencia al servicio de la burguesía, o en palabras de un compañero: “Los ejércitos están hechos para matar y sojuzgar eficientemente a mucha gente desarmada. El propósito del ejército no es defenderte de otros ejércitos. Hace rato que su principal hipótesis de conflicto es un enemigo interno. Lo que se capacitan para combatir no es una invasión, es una insurrección. No son fuerzas de defensa, son fuerzas de contrainsurgencia. Lo que practican en esos ejercicios conjuntos que hacen no es defender a la población de un enemigo externo sino un escenario donde el enemigo es la población”.

No tenemos ningún ánimo de relativizar la crudeza con la que se vivieron los años que duró la dictadura; ninguna dictadura. Somos totalmente conscientes de que 30 mil desaparecides fueron parte de un plan sistemático, absolutamente macabro y despiadado, que se inició mucho antes del 24 de Marzo e incluyó tareas de inteligencia, entrenamiento militar con las fuerzas armadas estadounidenses y francesas, y que abarcó aprender a torturar con saña, tácticas para secuestrar y exterminar dejando el menor rastro posible. Repudiamos enfáticamente con nuestro mayor odio las atrocidades por las que hicieron pasar a decenas de miles de personas por sus centros clandestinos de detención, la mierda del mundial de fútbol y la declaración de guerra por Malvinas. Nos produce náuseas el ejército, la armada y la marina. Siempre.

Tampoco dejamos de reconocer la importancia histórica y mundial que, una vez vuelta a instaurarse la democracia, tuvo el juicio a las juntas. El valor que representa el peso de los relatos de quienes se animaron a contar el infierno que atravesaron es inmenso. Ni dejaremos de señalar que, siendo que eran más de diez mil delitos de los que había constancia -debido al comprobado ejercicio vertical de las decisiones durante la dictadura-, para juzgar a Jorge Rafael videla, Emilio Massera, Roberto Viola, Armando Lambruschini, Orlando Agosti, Omar Rubens Graffigna, Arturo Lami Dozo, Leopoldo Galtieri y Jorge Anaya, el tribunal decidió que se los juzgara por sólo 280 casos, de los 709 que la fiscalía presentó. Otro motivo para desenmascarar la faceta colaboracionista de la democracia, que dicho sea de paso, sólo condenó con perpetua a Videla y Massera, e incluso Galtieri, Lami Dozo, Graffigna y Anaya fueron absueltos; así como también caben mencionar la ley de Punto Final y la de obediencia debida (de las que se sospecha que su redactor fue Fernando de la Rúa), durante la presidencia de Alfonsín, y los indultos ocurridos durante el menemismo.

Creemos que es importante resaltar la significación que tienen para nosotres la ley de Punto final y la de Obediencia debida. La primera, buscó “cerrar” un capítulo pasado del Estado argentino, estableciendo el fin del juicio a las juntas militares. La misma fue presentada por un diputado radical y promulgada por Alfonsín, “el paladín de la democracia”, a pesar de haber prometido durante su campaña electoral, que no habría impunidad para los represores. La otra ley, la de obediencia debida, intentó limpiar a los rangos inferiores a Coronel que participaron de la dictadura bajo el argumento de que “estaban cumpliendo con su deber”. Vemos aquí cómo el Estado burgués no puede prescindir de un brazo armado compuesto por proletarios que no tomen decisiones por sí mismos, sino que se limiten a obedecer órdenes. De esta forma, se logra desresponsabilizar a los individuos de sus acciones, ya que se los reduce a meros instrumentos de una razón superior. Esto es lo que Hanna Arendt llamó “la banalidad del mal”, y que es el producto de las relaciones sociales jerarquizadas y burocráticas que necesita el Estado.

Además, en todo momento los jueces dejaron en claro que a pesar de los comprobados tormentos, los homicidios agravados por alevosía, las privaciones ilegales de la libertad agravadas por amenazas y violencias, robos, sustracciones de menores, usurpaciones, secuestros extorsivos y reducciones a servidumbre, los terroristas no eran los milicos, sino les subversives contra quienes ellos combatieron. Como siempre. Para la administración del Estado, la burguesía necesita un enemigo interno. Y no puede soltar la mano a las Fuerzas Armadas, sino, ¿cómo imponer su ley? ¿Cómo mantener sus privilegios? ¿Cómo seguir robando y explotando al pueblo si no se tienen las armas necesarias para hacerlo?

La dictadura es del Capital

Como jóvenes post-dictadura, queríamos hacer énfasis en lo que fue el último golpe militar de la Argentina, ejerciendo la memoria para tener presente que el enemigo está dispuesto a todo para mantener sus prebendas. Somos conscientes de que la dictadura es del Capital, y que la misma se viene ejerciendo en nuestro territorio desde el nacimiento mismo del Estado. Igual que ocurre en cada territorio, con cada Estado.

A les habitantes originaries de estas tierras se les aniquiló. Eran “enemigues”, eran “terroristas”, eran “salvajes”. Había y hay que exterminarles para usurpar sus tierras y explotarla, para volverlas productivas. Así lo dicta el Progreso, la Historia. El gaucho era un vago y fue un enemigo a exterminar. Lo mismo que les inmigrantes europexs que habían peleado contra los burgueses de allá y traían ideas de libertad contrarias a los mezquinos intereses de un crecimiento perpetuo basado en su explotación y mano de obra a bajo costo. Por eso, había que tenerles a raya o eliminarles. Eran “enemigues”, eran “terroristas”, eran “indeseades”. Se les echó con la “Ley de residencia” y se les juzgó con la “Ley de defensa social”. Les compañeres asesinades en “la Semana de enero” y en “la Patagonia rebelde”, que juntas suman alrededor de 2.000 asesinatos durante el gobierno democrático y legal de Hipólito Yrigoyen, también lo eran. Podemos sumar el genocidio Selk’nam, de finales de 1800; la masacre contra el pueblo Pilagá, durante el primer gobierno peronista; a les idealistas que luchaban por el socialismo, el comunismo o el anarquismo, que históricamente se les persiguió y asesinó. Siempre considerades “enemigues”, “terroristas”, “anti-patrias”. El Estado es genocida desde su mismo nacimiento, por esencia. Por eso entendemos que no habrá “Nunca más” hasta que no logremos erradicar la lógica capitalista-patriarcal de la faz de la tierra.

Y esto lo decimos en el 2020, cuando por primera vez, desde hace 44 años, nos hemos visto obligades a ejercer nuestra memoria bajo una “cuarentena domiciliaria obligatoria” decretada por el gobierno peronista, que junto a la mayoría de los demás Estados del mundo (evidenciando una vez más que la miseria capitalista se ha globalizado) aprovechó para sacar a relucir sus fuerzas de seguridad a las calles -ante nuestra excepcional ausencia colectiva- y a las que intentó despegar de aquel pasado invitándonos a “dar vuelta la página”. Pero ocurre que los mecanismos de control y represión no han desaparecido en democracia, sino que al contrario, se han perfeccionado en aras de conservar los privilegios de la casta que se ve beneficiada en este sistema de relaciones económicas y sociales desiguales.

La prohibición vigente de salir a las calles se da en un marco en el que los gobiernos temen verse imposibilitados de controlar los efectos de un virus, como consecuencia de haber destinado sistemáticamente cada año mayor presupuesto en materia de “seguridad” y de “defensa”, que en salud. Sentimos una angustia muy grande al escuchar cacerolazos y aplausos provenientes del pueblo hacia las fuerzas represivas que “nos cuidan”. Ellos están para controlarnos, para vigilarnos en tanto que potenciales sospechoses, en tanto que posible amenaza contra la propiedad privada y su aura sagrada, como podemos evidenciar con el cyberpatrullaje que está llevando adelante el peronismo con la ministra de seguridad Sabrina Frederic. ¿De qué sirven las armas cuando peleás contra un enemigo que no se puede ni ver ni tocar? ¿Qué sentido tiene ir armado si estás “cuidando” a alguien? Este argumento, nos remite al “te pego, pero es por tu bien, es porque te quiero, es por tu seguridad”. El funcionamiento mismo del sistema capitalista conlleva a que se profundicen los casos de violencia y hostilidad policial a raíz de este estado de sitio no declarado. A pesar de que la historia nos demuestra qué le sucede a nuestra clase en épocas de “crisis”, seguimos viendo que nos falta aprender mucho de nuestras derrotas como pueblo. Seguimos confiando en nuestros verdugos de siempre: políticos, empresarios, militares y policías. ¡Incluso les aplaudimos!

Entendemos, no sin temor ni tristeza, que las razones que dieron vida a las distintas dictaduras militares (propiedad privada, explotación, pobreza, violación de la madre Tierra, empresarios millonarios, políticos, sindicalistas burócratas, deudas externas, fuerzas militares, imperialistas, trabajo asalariado, dinero) siguen vigentes y no han sido resueltas, sino más bien profundizadas. El enemigo se ha encargado de mitificar los años de lucha previos a, y durante, la dictadura militar, para falsear la historia contándola a su manera. El peronismo es la principal fuerza política que saca rédito de la derrota de nuestra clase durante la década del ’70, encadenándonos a su aparato burocrático y mafioso del Partido Justicialista (PJ). Hoy en día, uno de los mayores obstáculos para la organización de la clase trabajadora en torno a sí misma y no en torno al Estado, con un proyecto revolucionario de emancipación anticapitalista y antipatriarcal, es el peronismo. La dictadura del Capital sigue estando presente y continúa alimentándose de nuestra sangre, de nuestras vidas.

En virtud de todo eso es que seguimos luchando y ejerciendo la memoria combativa, con la convicción, en base a la huella de nuestra clase, cuyo inicio se remonta hacia los comienzos del movimiento revolucionario mundial, de que las clases dominantes están dispuestas a lo que sea para seguir aferrándose a sus mezquinos privilegios. No podemos bajar la guardia y creer que nunca más serán capaces de apuntar las armas contra el pueblo y destruir una nueva generación de revoltoses. La lucha continúa.

¡30.000 compañeres desaparecides, presentes, ahora y siempre!

¡Por todos los corazones rebeldes del mundo que dieron la vida por la libertad!

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Alex Howie – Fran Fridom


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