Galileo Galilei por Bertolt Brecht

Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2020/04/19/galileo-galilei-por-bertolt-brecht/                                                      

Apuntes personales de Bertolt Brecht y comentarios sobre su obra de teatro “Vida de Galileo”.

Monje: – ¿Y usted no cree que la verdad, si es tal, se impone también sin nosotros?

Galileo Galilei: – No, no y no. Se impone tanta verdad en la medida en que nosotros la impongamos. La victoria de la razón sólo puede ser la victoria de los que razonan.

*

Introducción

Es sabido qué feliz influjo puede ejercer sobre los hombres la convicción de que se hallan en los umbrales de una nueva época. El mundo circundante se les aparece como todavía incompleto, susceptible de los más felices incrementos, lleno de posibilidades advertidas o no advertidas, casi un dócil material bruto en sus manos. Ellos mismos se sienten como en el alba de una bella jornada, bien descansados, fuertes, llenos de iniciativas. La vieja fe es considerada superstición, lo que todavía ayer aparecía lógico y natural es sometido ahora a nuevo examen. Hasta ahora hemos sido dominados, dicen los hombres, pero de aquí en adelante dominaremos.

Ninguna otra canción entusiasmó tanto a los obreros en los comienzos del siglo como aquella que decía: “con nosotros se mueve una nueva época”. Marchaban con ella los jóvenes y los viejos, los más pobres y los más explotados, y quienes ya habían arrancado algo a la civilización; y todos se sentían jóvenes. También en tiempos del blanqueador se comprobó la inaudita fuerza de atracción de estas palabras: también él prometía una nueva época. Y entonces las palabras revelaron toda su vacuidad e inexactitud: explotadas por los seductores de las masas habían perdido ya desde largo tiempo atrás su fuerza. La nueva época era, y es, algo que todo lo toca, que nada deja sin cambio y que luego desarrolla su nuevo carácter donde toda fantasía encuentra lugar. Todo principio, todo iniciador, se convierten en objeto de amor y la actitud del innovador tiene efectos apasionantes. Se ama el feliz sentimiento de quienes lubrican una nueva máquina para que muestre su fuerza; el de quienes llenan de líneas precisas el espacio blanco en un viejo mapa y el de quienes inician la edificación de una nueva casa, de sus casas.

Este es el sentimiento del hombre de ciencia que hace un descubrimiento capaz de transformarlo todo, y el del orador que prepara un discurso capaz de crear una nueva situación. Terrible es la desilusión de los hombres cuando descubren o creen descubrir que han sido víctimas de una ilusión, porque el viejo orden histórico todavía es más fuerte que el nuevo, y los nuevos “elementos” no hablan en favor de éste, sino en centra, y la nueva época aún no ha llegado. Entonces no sólo se está tan mal como antes, se está mucho peor; han sacrificado todo por sus planes, pero ahora son asaltados por la sorpresa y el viejo orden se venga de ellos. El hombre de ciencia, o el inventor, que antes de divulgar su descubrimiento era un desconocido a quien nadie perseguía, ahora que el descubrimiento está refutado y difamado se convierte en un embustero, un charlatán hasta demasiado conocido; así como el explotado –una vez reprimida su revolución– se convierte en un revolucionario que debe ser expuesto a un castigo especial. A la tensión sigue el agotamiento, a la quizás excesiva esperanza una falta de esperanza igualmente excesiva. Luego, la situación de quienes no vuelven a caer en la apatía y en la indiferencia es aún peor; y quienes no han consumido sus recursos en defensa de sus ideales, los usan ahora contra estos mismos ideales. Ningún reaccionario es más despiadado que el innovador fracasado; el elefante domado es el más cruel enemigo del elefante salvaje.

Cuando en los primeros tiempos de mi exilio en Dinamarca escribí la obra teatral Vida de Galileo me ayudaron en la reconstrucción del mundo tolomeíco algunos asistentes de Niels Bohr que estaban trabajando en torno al problema de la desintegración del átomo. Una de mis intenciones era reproducir desnuda y cruda la imagen de una nueva época; una empresa fatigosa, en cuanto todos a nuestro alrededor estaban convencidos de que a nuestra época todo le faltaba como para poder ser considerada nueva. Y nada había cambiado en este aspecto cuando, algunos años más tarde, decidí emprender con Charles Laughton una versión norteamericana de la obra.

La “era atómica” tuvo después su exordio en Hiroshima, cuando nuestro trabajo promediaba. De un día para otro la biografía del fundador de la nueva física asumía otro significado. El efecto infernal de la gran bomba echaba una nueva y más intensa luz sobre el conflicto de Galileo con las autoridades de su época. A nosotros nos bastaba realizar sólo unos pocos cambios, y ninguno de ellos en la estructura. Ya en la versión original la Iglesia había sido representada como una autoridad temporal cuya ideología podía ser trocada en cualquier otra ideología. Desde el comienzo la gigantesca figura de Galileo había sido utilizada como punto llave para representar a una ciencia ligada al pueblo durante siglos; en toda Europa el pueblo hizo a Galileo –en la leyenda vibre su persona y sobre su historia– el honor de no creer en la abjuración. Y eso aun cuando este pueblo había comenzado desde largo tiempo a ridiculizar a los hombres de ciencia, describiéndolos como lechuzas, eunucos facciosos y abstractos. Ya la palabra “docto” tenía en sí algo de ridículo: se pensaba en “amaestrado”, en algo pasivo. Los bávaros hablaban del “embudo de Nüremberg”, con el que se inyectaba a personas de escaso espíritu cantidades más o menos enormes de saber: una suerte de enema mental.

Pero no por esto se volvían más sabios. El “comer la inteligencia con la cuchara” aparecía como proceso innatural. Los “cultos” –y también esta palabra suscitaba la idea de una fatal pasividad– hablaban de una venganza de los “incultos”, de un odio innato contra el espíritu, y al desprecio se mezclaba efectivamente el rencor. En la periferia y en los suburbios el “espíritu” era considerado extraño y casi enemigo. Pero este desprecio se hallaba aun en los mejores sectores”.

El “docto” era una figura impotente, sin sangre, extravagante, “presuntuosa” e inepta para la vida.

Sobre la puesta en escena de la obra en Estados Unidos

Está bien que se sepa que nuestra representación tuvo lugar en la época y en el país que hablan fabricado y valorizado militarmente la bomba atómica, y donde la física atómica estaba circundada por el más denso misterio. Quien se hallaba en los Estados Unidos el día del lanzamiento, difícilmente lo olvidará. La guerra que realmente había costado muchos sacrificios a los Estados Unidos era la guerra con el Japón. Las tropas partían de las costas occidentales, y allí llegaban los heridos y las víctimas de las enfermedades asiáticas. Cuando las primeras noticias proporcionadas por los diarios alcanzaron Los Ángeles, todos sabían que aquello significaba el fin de la temida guerra, el retorno de los hijos y de los hermanos. Y, sin embargo, la ciudad manifestó un dolor sorprendente. El autor oyó a conductores de ómnibus, a vendedores de frutas y de verduras en los mercados expresar sólo estados de ánimo de terror. Era una victoria, pero llevaba la vergüenza de la derrota. Los militares y los políticos pidieron entonces que la gigantesca fuente de energía fuera mantenida secreta; el hecho puso en agitación a los intelectuales. La libertad de investigar, de intercambiar noticias e informaciones, la comunidad internacional de los hombres de ciencia, quedaban paralizadas por las disposiciones de autoridades hacia las cuales la desconfianza era muy grande. Grandes físicos abandonaron como fugitivos el servicio en el gobierno militarista; uno de los más famosos aceptó un puesto de profesor que lo obligaba a perder su tiempo en la exposición de conceptos elementales a sus alumnos, para no tener que trabajar bajo estas autoridades. Descubrir algo era una vergüenza.

¿Cuándo galileo se vuelve nocivo?

En la Vida de Galileo no se trata de enseñar a defender la propia opinión mientras uno cree en ella, cosa que daría derecho al título de carácter fuerte. Copérnico, que ha puesto en movimiento al todo, no defendió su opinión, haciéndola publicar sólo después de su muerte y sin embargo, con justicia, nadie se lo reprocha. Había dejado su verdad a quien quisiera tomarla. La había dejado y se fue sin gloria, pero también sin ser perseguido. Su obra científica, que permitía una definición más fácil, más rápida y elegante de las órbitas celestes, estaba allí, para que la humanidad se sirviera de ella.

La obra de Galileo es fundamentalmente del mismo tipo, y la humanidad la ha aprovechado. Pero la diferencia está en que Copérnico evitó la lucha, Galileo la libró y luego la traicionó. Si Giordano Bruno, el nolano1 que no evitó la lucha, muriendo en la hoguera unos veinte años antes, hubiera abjurado, el daño habría sido menos grande; hasta puede darse que su martirio fuera más un freno que un estímulo para los hombres de ciencia. En los tiempos de Bruno la lucha todavía no era muy viva. Pero el tiempo no te detuvo; una nueva clase, la burguesa, había entrado a la lisa con nuevos medios industriales: ya no se trataba sólo de hacer descubrimientos científicos, sino de luchar por su explotación en gran escala. La actividad de la nueva clase era amplia, porque para realizar sus negocios debía llegar al poder y destruir la ideología que aún se lo impedía. La Iglesia, que defendía los privilegios de los grandes terratenientes y de los príncipes, como privilegios deseados por Dios y, por lo tanto, justos, no reinaba por medio de la astronomía, pero estaba bien presente en la nueva ciencia. De ningún modo y en ningún campo podía ceder su poder, porque la nueva clase estaba en condiciones de explotar en su provecho cualquier victoria, aun en astronomía. Por otro lado, la burguesía, en los campos elegidos y en loa puntos sobre los cuales concentraba la lucha, era muy vulnerable. La oración “La cadena no es más fuerte que su eslabón más débil” vale para las cadenas que atan (como la ideología de la Iglesia) y, al mismo tiempo, para las cadenas de transmisión (las nuevas ideas sobre la propiedad, el derecho, la ciencia, etc.). Galileo se volvió nocivo cuando llevó su ciencia al centro de la lucha, renunciando luego al combate.

NOTA:

1 “El Nolano”, fue el pseudónimo de Giordano Bruno. Nola es una localidad próxima a Nápoles en la actual Italia

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *