Una generación feliz (II/III)

Fuente: Iniciativa Debate/Jaime Richart                                                            1

Como quien pasa bruscamente de la oscuridad a la luz del sol o de la luminosidad a la oscuridad, ha de ir adaptando la pupila al grado de luz o de penumbra, así pasó mi generación de un régimen a otro; con los ojos entornados, observándolo todo con curiosidad y expec­tación al mismo tiempo, pero también con cierto aturdi­miento y temor a lo que podría seguir. Los militares transmitían con su silencio una atmósfera de tensión que recorría el sistema ner­vioso de todo el país. Se hablaba de estar redactándose una Cons­titución. Pero al final, lo que supimos es que ninguno de sus siete redactores procedía del pueblo llano. Por lo que no podríamos abrigar mucha esperanza de que la concepción general de lo que luego llamaron pomposamente Carta Magna (como si estuviése­mos en los albores de la rendición de la realeza a la aristocracia en 1215 en Inglaterra), incluyese la oferta de una reconciliación simbó­lica que de algún modo reparase el daño de postguerra cau­sado por la dictadura a los perdedores de la guerra. Pero en España, del curso de la historia nunca puede esperarse esa clase de gran­de­zas…

El caso es que los de mi generación, en términos generales, cuando llegó el día cumbre ya estábamos situados en la sociedad. La mayoría, quizá todos, teníamos una vivienda en propiedad, un empleo sólido, pues entonces no había apenas paro, hijos y confort. Lo que hubiese de suceder en el plano político, tan acostumbrados estábamos al absoluto ayuno de política, lo mismo que de sexuali­dad, exclusivamente subrepticia, casi nos resultaba indiferente. Lo único que sabíamos por vía de intuición es que pronto habría tres co­sas importantes: divorcio, libertad sexual y libertad de expresión. Y eso, de momento, nos bastaba. Porque, con la ingenuidad del inex­perto, del que no ha vivido todavía lo suficiente ni ha pasado por semejante trance, de lo que estábamos seguros es que aquella Constitución, monarquía incluida, con el tiempo pasaría a mejor vida. Pues las condiciones en que se manifestó la volonté general enlas urnas eran espantosas. Estaban tan viciadas que no era posi­ble que aquella suerte de pacto social votado casi de modo espasmó­dico, fuese a ser definitivo.. Sobre todo una monarquía res­taurada de repente. Pero aquellos no era el momento de leer el ar­ticulado y menos analizarlo. Lo que importaba era dejar atrás cuanto antes el “Movimiento”. Lo que sí observábamos algunos es que el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial, políticos y jueces, eran hijos bastardos del Régimen que creíamos íbamos ingenua­mente a superar al completo. Desde luego, nadie en sus cabales en 1978 podía imaginar que el texto constitucional de una nación nueva redactado en tan dramáticas circunstancias, fuese a ser para siempre. Y menos aún que cuatro décadas después, ahora, fuese a ser interpretado, en cualquier materia pero sobre todo en la territo­rial, con la convulsa rigidez de los fanáticos capaces de encarcelar casi de por vida a quienes en un conflicto político territorial no hab­ían empleado en absoluto la violencia material.

Se había remodelado un poco la organización político-administra­tiva de las regiones y provincias, pero las delegaciones de gobierno en cada Autonomía no bastaban a los cocineros. Las Diputaciones, fiscalizadoras de cada Autonomía, reforzarían el principio fran­quista de la “una, grande y libre”. Los países de la Europa Vieja y la CEE, que se sepa, ni oficial ni oficiosamente, naturalmente, se in­miscuyeron pero tampoco se pronunciaron acerca de aquella Cons­titución que la mitad de España, probablemente al igual que ellos, consideraba sólo de circunstancias. Se conoce que debieron darse también por satisfechos al haber cesado por vía natural la ver­güenza al sur del continente de un dictador fascista, después de haber librado ellos aproximadamente por las mismas fechas en que éste se apropiaba del poder en España, una pavorosa guerra contra otro militar de su ralea y ganarla. Más adelante, un más que seguro simulacro de golpe de Estado frustrado en España tendría el obje­tivo de robustecer la figura regia, cada día de peor reputación por la escasa dignidad mostrada en su comportamiento como rey, como hombre y como esposo. Su comparecencia en la televisión como “salvador” de una posible nueva dictadura militar, en un montaje en toda regla con la colaboración de los medios de comunicación, consiguió recomponer un poco su figura y con ello se afianzó la mo­narquía. Ahí es nada. En realidad, si yo hubiese sido un pícaro o un fullero como ellos, también hubiera sugerido la artimaña. Por otro lado, de la Unión Europea, en concepto de fondos de cohesión, España empezó a recibir ingentes cantidades de dinero. Con todo ello se consolidaba el flamante Régimen, pero para muchos como una democracia de mala muerte. Desde luego, gran parte de la ciu­dadanía, la habitualmente perdedora, se veía más asistiendo a una farsa que al supremo comienzo del verdadero gobierno del pueblo para el pueblo. Como decía Simón Bolívar: “más que por la fuerza, nos dominan (ahora) por el engaño”. Y así seguimos hasta ayer…

En todo caso, lo que que al menos media España no podía imagi­nar es que pasado un tiempo prudencial, una, dos o tres décadas, da­das las condiciones extraordinarias en que se promulgaba la Cons­titución, enterrada ya aquella turbia Transición, no se tomasen dos decisiones institucionales a cual más deseada: la apertura de un proceso constituyente (o al menos la reforma profunda de la Consti­tución) y el referéndum monarquía/república. Pues bien, han pasado más de cuatro décadas y no sólo no se han oído propuestas y ni siquiera mención a ninguna de las tres, es que asoma todo lo contrario. Pues, de los dominadores políticos que provienen por vía genética de los centros neurálgicos de la dictadura, cada día que pasa con más redobles, se escuchan tambores de guerra que anun­cian el camino a no muy corto plazo de una nueva y grave involu­ción. De momento, sólo se limitan a insultar al Parlamento y a la Justicia europeos a los que pertenecemos. Menos mal que, en princi­pio, parece ésta atemperar a la justicia española, a la que por ahora pone en evidencia su discurrir y proceder respecto a los miem­bros del gobierno catalán disparatadamente condenados…

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