Un estado sionista a cualquier precio

Fuente: https://www.sinpermiso.info/textos/un-estado-sionista-a-cualquier-precio                                                                                                Samuel Farber                                                                                                        25/04/2020

Tom Segev, A State at Any Cost: The Life of David Ben-Gurion , traducido del hebreo al inglés por Haim Watzman (Nueva York: Farrar, Straus y Giroux, 2019).

La fundación de Israel está vinculada con David Ben-Gurion, su primer jefe de gobierno. Al examinar su vida, vemos cómo la creación de Israel estuvo condenada desde sus inicios a crear un estado similar al apartheid mantenido por una nación opresora.

David Ben-Gurion (1886–1973) fue una figura clave en la creación y construcción del Estado de Israel, sólo por detrás en importancia al fundador del sionismo moderno, Theodore Herzl, y determinante para el establecimiento del sionismo como la fuerza política e ideológica hegemónica  de los judíos en todo el mundo. Fue primer ministro de Israel desde su fundación en 1948 hasta que se retiró de la vida política en 1963 (con una breve pausa de 1953 a 1955).

El Ben-Gurion que emerge de A State at Any Cost de Tom Segev es una figura obsesiva con el único objetivo de la creación del Estado judío en Palestina. No fue, señala Segev, un hombre de ideas interesado en el desarrollo de la teoría sionista, sino un hombre político y de organización despiadado, dispuesto a arriesgarlo todo para lograr su objetivo de construcción del estado.

Ben-Gurion persiguió ese objetivo incluso si implicaba sacrificar vidas judías, para no hablar de palestinas. Segev lo cita diciéndo a los miembros de su partido MAPAI a finales de los años treinta: “Si supiera que es posible salvar a todos los niños [judíos] en Alemania transportándolos a Inglaterra, pero solo a la mitad transportándolos a Palestina, elegiría lo segundo.»

Esta nueva biografía de David Ben-Gurion, rica en detalles y en su visión global, escrita por Tom Segev, uno de los «nuevos historiadores» que desafían los mitos fundacionales de Israel, presenta la historia del sionismo y la configuración del estado de Israel a través de la vida y la época de su principal fundador y líder político. La biografía crítica de Segev expone muchos de los problemas más fundamentales del sionismo desde sus comienzos. La fundación del estado sionista está ligada a Ben-Gurion; al examinar su vida, vemos con todo detalle cómo la creación de Israel fue incompatible desde sus inicios con la creación de un estado binacional democrático compuesto por judíos y palestinos, y porqué el proyecto de construcción del Estado israelí siempre estuvo condenado a convertir a Israel en una nación opresora.

Política y práctica sionistas de Ben-Gurion

Según Segev, Ben-Gurion (nacido David Yosef Gruen) fue sionista desde la infancia. Nacido en Plonsk, una ciudad polaca de 8.000 personas con una fuerte presencia judía, creció en una familia judía de clase media. Su padre, un asistente legal autónomo, fue uno de los primeros activistas del incipiente movimiento sionista en Polonia.

Ben-Gurion se trasladó a Palestina en 1906 a los veinte años, pero no quiso dedicarse a trabajar la tierra, y se fue. Primero, a estudiar a la Universidad de Estambul, aunque nunca obtuvo un título universitario ni allí ni en ninguna otra universidad, lo que le provocó un profundo sentido de inferioridad personal a lo largo de su vida. Visitó periódicamente Polonia, y terminó al inicio de la Primera Guerra Mundial en los Estados Unidos. Siempre y en todas partes estuvo involucrado en el trabajo de organización política para la creación del Estado judío, y finalmente se estableció en Palestina a principios de la década de 1920, donde emergió como el dirigente más importante del Histadrut, el sindicato sionista que también se convertiría en una gran empresa económica sionista.

En el contexto sionista, escribe Segev, Ben-Gurion se consideraba de alguna manera socialista, en el sentido de buscar construir un estado de bienestar que garantizara un nivel mínimo de vida para los judíos. Como muchos de sus contemporáneos judíos, la Revolución rusa le había dejado una profunda huella. Segev lo describe contando a menudo su asistencia al sexto aniversario de la Revolución Rusa, celebrado en la Plaza Roja de Moscú el 7 de noviembre de 1923, como representante del Histadrut.

Haciéndose eco de los revolucionarios de la Rusia de principios del siglo XX que pensaban que la burguesía rusa no podía liderar la lucha para derrocar al zarismo y establecer una república democrática, el socialismo de Ben-Gurion sostenía, junto con muchos pioneros sionistas, que no se podía confiar en la burguesía judía, debido a sus intereses privados individuales, para construir el fuerte estado judío que perseguía en Palestina. Sin embargo, como Zeev Sternhell argumenta en sus Mitos fundacionales de Israel, Ben-Gurion fue sobre todo un nacionalista para quien el socialismo era una estrategia de movilización y construcción de la nación. Su admiración por Lenin no surgió fundamentalmente de su política revolucionaria, sino de su determinación y voluntad de hierro en la lucha por sus objetivos políticos. (También admiraba a Churchill).

Como convencido «centrista» en el movimiento sionista, Ben-Gurion luchó despiadadamente contra el Bund, el movimiento obrero socialista judío laico, mientras estaba en Polonia, y contra los comunistas y los sionistas de izquierda, así como contra los revisionistas de derecha de Jabotinsky y Begin en Palestina. Y luchó contra ellos, escribe Segev, como el implacable y feroz operador político que era, dispuesto a eliminar a quien considerara políticamente indeseable, lo que lleva a Segev a calificarlo como un «bolchevique sionista no comunista».

Ben-Gurion era militantemente intolerante con los desacuerdos de sus propios socios políticos, a veces sin pensarlo y a veces simplemente porque perdía su autocontrol. «Su forma de hablar es simplemente inhumana». Segev cita a Moshe Sharett, un ex primer ministro israelí y miembro destacado del gobierno de Ben-Gurion: «Si estás de acuerdo con él el ochenta por ciento del tiempo y difieres el veinte por ciento, o estás de acuerdo en lo principal y cuestionas algún aspecto menor, o estás de acuerdo en general pero discutes algún detalle específico: inmediatamente enfoca toda su pasión en ese veinte por ciento, en ese punto menor, o en ese detalle, y el altercado es tan fuerte que es como si la disputa fuera sobre el cien por cien de la cuestión». Sharett agregó que “nunca logras pronunciar una oración completa con él. Inmediatamente interrumpe, se aferra a una palabra que no le gusta, confronta y se enfurece”.

Como todos los sionistas, el sionismo de Ben-Gurion se basaba en la creencia de que el antisemitismo era una característica permanente e inevitable de la condición humana, y que la única solución a ese problema era crear un Estado judío en Palestina. Se aferró a esta concepción toda su vida, haciendo solo una excepción: los Estados Unidos. Vale la pena señalar, aunque Segev no explora este tema, que Ben-Gurion mantuvo esta opinión, a pesar del hecho de que, especialmente antes de la Segunda Guerra Mundial, el antisemitismo abundaba en los Estados Unidos.

Y cuando el antisemitismo estadounidense disminuyó sustancialmente al acabar la guerra, Ben-Gurion también parece haber ignorado ese hecho, que le habría obligado a considerar como los cambios de la posguerra en las condiciones socioeconómicas de los judíos estadounidenses afectaron a ese antisemitismo. Su desprecio por estas condiciones históricamente vinculadas fue consistente con su visión sionista del antisemitismo como parte inevitable de la condición humana.

Lo que Segev señala, sin embargo, es que para Ben-Gurion, como para Herzl, el antisemitismo era perversamente un gran aliado del sionismo, y cada manifestación de antisemitismo se convertía en un «impulso» para el sionismo. Esto no significaba que los líderes sionistas alentaran activamente el antisemitismo, pero sí un cierto grado de resignación ante lo inevitable y una disposición reiterada a hacer tratos con los antisemitas, si Ben-Gurion y otros líderes sionistas creían que favorecía el proyecto sionista.

Como firme sionista que era, Ben-Gurion defendió la expansión territorial del estado judío. En el congreso sionista de 1937 en Zurich, declaró que «nuestro derecho a Palestina, todo ella, es irrebatible y eterno» y fue «un entusiasta defensor de un estado judío dentro de los límites históricos de la Tierra de Israel». Por lo tanto, como señala Segev, la propuesta de extender territorialmente Israel más allá de la Línea Verde (que delimitaban las fronteras de Israel antes de la Guerra de 1967) no era monopolio de los revisionistas de derecha, sino que era compartida por la «derecha» y la «izquierda» sionistas, incluido Ben-Gurion. Por lo tanto, la reputación de Ben-Gurion como sionista «progresista» se basa en su mayor pragmatismo que el de la derecha más agresiva dirigida por Jabotinsky y Begin, el estado de bienestar creado bajo su gobierno, y su laicismo, que sin embargo no le impidió hacer grandes concesiones a los judíos religiosos en un momento en que eran mucho más débiles que hoy.

Con respecto a los puntos de vista expansionistas de Ben-Gurion, Segev presenta una narración detallada de cómo en 1954, bajo el gobierno del Mapai de Ben-Gurion (una versión previa del Partido Laborista), el Departamento de Planificación del Estado Mayor de las FDI produjo un estudio titulado “Nevo» sobre la necesidad de expandir las fronteras de la Línea Verde de Israel por varias razones económicas, sociales y demográficas y presentaba varias alternativas para ello. La propuesta más ambiciosa consistía en volver a establecer la frontera con Egipto en el extremo más alejado del desierto del Sinaí, preferiblemente en la orilla del canal de Suez; ocupar partes de Arabia Saudí en el sur y, si era posible, el control israelí de los campos de petróleo árabes; tomar tierras sirias; y establecer la frontera con Jordania al este del río Jordán, una propuesta que, por cierto, habría cubierto un territorio sustancialmente más grande que el controlado actualmente por Israel.

Por lo tanto, «Nevo» demuestra que, si bien los gobiernos israelíes siempre intentaron, con diversos grados de éxito, justificar la expansión territorial en el contexto de graves momentos de crisis, el gobierno israelí había preparado tales planes mucho antes de que estallaran las crisis.

No hay futuro para la coexistencia

Al mismo tiempo, señala Segev, Ben-Gurion era un realista tozudo, muy consciente de que, al igual que los judíos sionistas, los palestinos también querían su estado nación en Palestina, y que no estaban dispuestos a cruzarse de brazos sin más y entregar su tierra a los judíos. Desde el punto de vista de Ben-Gurion, no podía haber futuro para la coexistencia árabe-israelí dentro del mismo territorio. Por tanto, sus planes buscaban expandir el territorio israelí en las áreas menos pobladas por árabes.

Esto explica su oposición inicial a que Israel fuera a la guerra en 1967, porque significaría gobernar sobre tierras completamente pobladas por árabes y la segura hostilidad árabe hacia el proyecto sionista. Pero como indica Segev, Ben-Gurion pronto fue «arrastrado por el éxtasis producido por la victoria y las conquistas» y comenzó a defender un programa claramente expansionista, particularmente cuando abogó por el control israelí de la Franja de Gaza y el desplazamiento de sus habitantes a Cisjordania con asistencia israelí y supuestamente con su consentimiento, y el inicio de negociaciones con los habitantes de Cisjordania para establecer una entidad autónoma vinculada económicamente a Israel, con salida al mar a través de puertos israelíes, aunque con la presencia de tropas israelíes para «garantizar la independencia de Cisjordania de Jordania”.

Su misma noción de minimizar la presencia árabe palestina también explica el papel central que jugó, según Segev, en la expulsión de los árabes palestinos de sus tierras en la guerra de 1948. Fue la obra de Segev y de otros «nuevos historiadores» israelíes lo que hizo explotar por los aires el mito sionista -aunque los palestinos, por supuesto, ya sabían bien en que consistía-, de que en vísperas de la declaración del Estado de Israel, los árabes palestinos habían abandonado sus hogares, pueblos y aldeas voluntariamente atendiendo los llamamientos y exhortaciones de sus líderes.

De hecho, como ha demostrado Segev, la mayoría de los palestinos fueron expulsados a la fuerza por la Haganah (el ejército judío israelí) o huyeron aterrorizados y con miedo por sus vidas debido a las amenazas y acciones de las fuerzas judías. Eso incluyó, en la larga y detallada lista de ejemplos de Segev, los barrios palestinos en la parte baja de la ciudad de Haifa, que la Haganah “bombardeaba desde la ladera superior del monte Carmelo con fuego de mortero». También incluyó la expulsión forzosa de los palestinos por el ejército israelí tras su conquista de la ciudad de Lod, así como la expulsión de los palestinos de la aldea cristiana de Iqrit.

Segev muestra que Ben-Gurion generalmente aprobó estas acciones, y que también insistió, durante una tregua en la guerra de 1948, en reiniciar las hostilidades como una oportunidad para «limpiar» Galilea de los 100.000 palestinos que habían buscado refugio allí.

A pesar de su tendencia a evitar por completo verse involucrado en la existencia de los palestinos en Palestina, el movimiento sionista había discutido en ocasiones la posibilidad de eliminarlos o «transferirlos» más allá de los límites del estado judío. Ya en junio de 1895, Herzl, en línea con su orientación diplomática y de «realpolitik», había apoyado la transferencia, «discreta y circunspecta», de los árabes fuera de Palestina. Dirigentes sionistas como Aharon Zizling abogaron en 1937 por una transferencia basada en un «intercambio real de población» de palestinos por los judíos de Irak y otros países árabes.

Tales propuestas nunca tuvieron en cuenta si los árabes palestinos querrían o necesitarían abandonar sus tierras, ni siquiera voluntariamente. Importantes figuras sionistas como Golda Meir y Berl Katznelson no se opusieron en principio a la noción de transferencia, pero la consideraron inviable.

Considerasen práctico o no los líderes sionistas la transferencia de árabes, el caso es que muy pocos pensaron la posibilidad de que condujese a un sistema de apartheid con características israelíes como el que existe hoy en Israel-Palestina. Una excepción fue el líder sionista Menachem Ussishkin, quien en 1941 argumentó explícitamente que cualquier intento de crear un estado judío antes de que hubiera una mayoría judía en Palestina resultaría en un apartheid sionista.

Citando la situación en Sudáfrica en la que los blancos eran solo el 20 por ciento de la población y el 80 por ciento restante eran negros que no tenían ningún derecho, Ussishkin cuestionó si el movimiento sionista debería defender que el 20 por ciento de la población judía gobernase toda Palestina. Se enfrentó al llamamiento de Ben-Gurion de que la prioridad era la creación de un estado judío, y la concesión de igualdad de derechos a los árabes, transfiriendo a aquellos que voluntariamente lo aceptasen, argumentando que era contradictorio y poco realista. Como lo resumió: «es imposible».

Ussishkin insistió en que los objetivos sionistas en el futuro cercano debían centrarse en la inmigración judía a gran escala a Palestina en lugar de la creación del estado judío (Ussishkin estaba tan obsesionado con evitar la posibilidad de un sistema de apartheid de tipo sudafricano en Palestina que nunca consideró que su propia propuesta podría haber evolucionado hacia un estado sionista opresor parecido al modelo estadounidense de relaciones de poder blancos / negros y particularmente blancos / nativos americanos).

Segev también documenta cómo el sionismo de Ben-Gurion impidió clara e inequívocamente cualquier posibilidad de convertir a Israel en un estado binacional, un estado libre e independiente de Palestina / Israel o de Israel / Palestina, basado en la coexistencia de dos pueblos iguales, con derechos nacionales y culturales y autonomía garantizada para ambos. Como en el caso del estado multinacional de Canadá (que comprende las naciones indígenas, inmigrantes de diversos orígenes nacionales y los canadienses de habla francesa e inglesa mucho más numerosos), dicho estado requeriría un largo proceso de lucha para garantizar que los derechos de los grupos nacionales oprimidos estuviera protegido tanto en los hechos como legalmente en el país.

Ben-Gurion concentró su vitriólica crítica en los judíos alemanes liberales que apoyaban el binacionalismo, como Martin Buber, a quien atacó cuestionando su lealtad al judaísmo y acusándole de tener la psicología de un sirviente. Al calificar de traidor al binacionalismo, Ben-Gurion advirtió a sus defensores que alcanzar «un acuerdo con los árabes, sería lo mismo que situarse del lado de Hitler».

Las propuestas de binacionalidad buscaban establecer un puente con los árabes palestinos que se resistían violentamente a la emigración sionista a Palestina, que se  caracterizaba, entre otras cosas, por el mal trato de los colonos judíos a los trabajadores árabes, la compra de tierras que condujese a la expulsión de los arrendatarios árabes de su tierra (que, según Segev, a veces recibieron compensación y otras no), la marginación, si no la exclusión, de la mano de obra árabe del mercado laboral en la agricultura y la industria mediante políticas laborales sionistas que favorecían la contratación exclusiva de mano de obra judía, y la prohibición a los trabajadores árabes de afiliarse al Histadrut, la federación sindical israelí, hasta 1959, y la participación en sus elecciones hasta varios años después.

Para combatir la resistencia árabe palestina, Ben-Gurion había defendido desde la década de 1930 una política de «autodefensa agresiva» que incluía expulsar a los árabes de Palestina. Aunque en algún momento, como ministro de defensa, cargo que ostentó simultáneamente con el de primer ministro, declaró que en la búsqueda del objetivo de la paz, el gobierno israelí tenía que «ganarse los corazones de los árabes». Pero insistió en que «solo hay una forma de enseñarles a respetarnos. Si no bombardeamos El Cairo, pensarán que pueden bombardear Tel Aviv».

El pragmatismo de Ben-Gurion

Sin embargo, cuando se trataba de lidiar con las fuerzas internacionales, el sionismo duro e intransigente de Ben-Gurion se transformaba en una posición totalmente pragmática y acomodaticia cuyo objetivo era negociar y conseguir lo que pudiera de los poderes fácticos. Fue este pragmatismo, escribe Segev, lo que llevó a Ben-Gurion a tener una visión a largo plazo y a aceptar el pedazo de territorio relativamente pequeño que las Naciones Unidas habían asignado a Israel en el Plan de Partición de 1947.

Desde la perspectiva de Ben-Gurion, este era el «medio pan» que podía hacerse crecer y crecer a medida que las circunstancias futuras lo permitieran. Por lo tanto, cuando se redactó la «Declaración de Independencia» de Israel en 1948, insistió y ganó por un solo voto, cinco a cuatro, en el comité que preparó la Declaración que esta omitiese cualquier referencia a las fronteras del país, dejando abierta la posibilidad de una futura expansión sin tener que enfrentarse a las principales potencias extranjeras y la opinión internacional.

Sus tácticas funcionaron: cuando en 1948 Israel conquistó y anexó un territorio mucho más grande de lo que habían otorgado las Naciones Unidas originalmente al nuevo estado judío, las potencias internacionales aceptaron esa expansión como resultado de la guerra, algo que no habrían podido hacer tan fácilmente si Israel hubiese anunciado explícitamente y de antemano sus intenciones expansionistas.

Ben-Gurion, observa Segev, se mantuvo siempre atento y con los pies en el suelo, siguiendo muy de cerca la correlación de fuerzas internacional, especialmente la relacionada con Washington. Terminó pagando un alto precio en las ocasiones en las que ignoró o minimizó por error las presiones provenientes de esas potencias, como en 1956, cuando la administración Eisenhower obligó a Israel y a sus principales socios, Gran Bretaña y Francia, a retirarse de su aventura militar contra Egipto para castigar a Nasser por nacionalizar el Canal de Suez.

Su pragmatismo explica gran parte su disimulo hipócrita cuando se le preguntaba sobre delicados problemas políticos que podrían costar apoyo internacional al sionismo. En una cena con el juez de la Corte Suprema Felix Frankfurter y el diplomático estadounidense William Bullitt, respondió a la propuesta de 1942 del diplomático de expulsar a todos los árabes de Palestina para establecer un estado judío con la excusa piadosa de que no había necesidad de deportar a los árabes, porque Palestina era económicamente capaz de sostener tanto a árabes como a judíos.

Si bien Segev no ofrece más detalles sobre este intercambio de opiniones, Ben-Gurion debía saber que aceptar públicamente un plan para expulsar a los árabes de Palestina en 1942 habría sido un desastre político y de relaciones públicas. Fue precisamente este discurso cauteloso, diplomático e incluso virtuoso el que caracterizó los pronunciamientos del sionismo mayoritario para consumo extranjero, particularmente antes de la fundación de Israel y durante los primeros años de su existencia.

Creo que fue eso también lo que motivó la respuesta de Ben-Gurion, en 1931, al pequeño grupo de conocidos profesionales e intelectuales de Brit Shalom que abogaban por un estado binacional y criticaban las políticas de Ben-Gurion destinadas a crear una mayoría judía, enfatizando su supuesta preocupación por los palestinos: “desde mi perspectiva moral, no tenemos derecho a discriminar ni siquiera a un niño árabe, incluso si esa discriminación nos permitiese conseguir todo lo que queremos».

Horizontes raciales y étnicos del sionismo europeo de Ben-Gurion

Desde un contexto europeo que consideraba a los árabes palestinos como extraños social y culturalmente, el sionismo no solo evitó pensar sobre ellos, sino que incluso tendió a negar su existencia al hablar de Palestina como una “tierra vacía”, de acuerdo con la consigna de 1901 de Israel Zangwill: «Palestina es un país sin pueblo y los judíos son un pueblo sin país», un ejemplo de lo que el psicólogo social Leon Festinger llamó «disonancia cognitiva” (el intento de buscar consistencia interna negando o distorsionando una realidad que puede crear disonancia).

Lejos de tratar de integrarse en el mundo árabe, según Theodor Herzl, el fundador del sionismo, el estado judío sería “un baluarte de Europa contra Asia, un puesto avanzado de civilización frente a la barbarie». Como señala Segev, Ben-Gurion compartió completamente el orientalismo racista de Herzel. La revuelta árabe de 1929 que, según cifras oficiales, resultó en la muerte de 130 judíos y 100 árabes, y en más de 200 árabes y 300 judíos heridos, reforzó sus tendencias orientalistas hasta afirmar que los árabes eran «primitivos» y que los judíos se enfrentaban a «un brote de los peores instintos de las masas salvajes: el extremismo religioso inflamado, la compulsión al robo y el saqueo, y la sed de sangre». Para el árabe «hijo del desierto» que miraba al judío desde su «choza», advirtió Ben-Gurion, «incluso el granero de los judíos les parece una mansión real».

Ben-Gurion miraba a los judíos orientales a través de la misma lente orientalista y eurocéntrica. Su reacción a los disturbios de 1959 en Israel de los judíos que habían llegado de los países árabes no fue muy diferente de su reacción a la revuelta árabe de 1929. En una carta al presidente de la comisión creada para investigar los hechos, escribió «un matón, ladrón, proxeneta o asesino ashkenazi no sería capaz de ganarse la simpatía de la comunidad ashkenazi (si es que existe tal comunidad), ni se le ocurriría siquiera tal idea. Pero en una comunidad primitiva [como la de los Mizrahi o judíos orientales] puede suceder”. Unos días más tarde, repitió en privado su preocupación por la creciente influencia que los judíos del mundo islámico estaban teniendo en la sociedad israelí.

Al igual que su visión del antisemitismo como parte inherente de la condición humana, el orientalismo de Ben-Gurion le hizo interpretar las características económicas y socioculturales de los grupos étnicos y raciales como resultado de su propia “naturaleza», en lugar de derivarse de condiciones socioeconómicas históricamente causadas. Por eso no solo consideraba extranjeros y extraños a los judíos pobres, sin educación que habían emigrado del mundo árabe, sino también a los indigentes y brutalizados sobrevivientes del Holocausto que llegaban a Israel. Eran judíos, afirmó Ben-Gurion, «solo en el sentido de que no son no judíos».

De hecho, Ben-Gurion tenía un enfoque social darwinista hacia los judíos europeos, de los que solo una minoría eran sionistas antes del Holocausto. Ben-Gurion dejó claro que si se tratara de elegir entre diez mil judíos beneficiosos para Palestina y el «renacimiento» de Israel y un millón de judíos que serían una carga, la prioridad a salvar eran los diez mil útiles. Como señala Segev, Ben-Gurion llevó a cabo los planes de rescate «como un realista de horizontes estrechos y poca fe», y agrega que el dirigente sionista vio la enorme importancia de la matanza nazi no en términos de la gran cantidad de judíos masacrados, sino porque la parte selecta de la nación capaz y preparada para construir el estado había sido exterminada.

De colonos a nación opresora

Al final, Ben-Gurion logró alcanzar su objetivo vital de crear un estado sionista basado tanto en la exclusión como en la expulsión de los árabes palestinos, y en el éxito del movimiento sionista internacional que dirigió.

Es imposible exagerar la hegemonía política que el sionismo logró sobre la judería mundial a raíz del Holocausto. Surgió del espacio político donde había competido con otras ideologías políticas en la Europa judía anterior a la Segunda Guerra Mundial, principalmente el Bundismo y los partidos religiosos, como la «respuesta» política indiscutible al antisemitismo, y alcanzó su apogeo con la guerra de 1967, tras la que se convirtió en la ideología dominante, política y culturalmente, de la judería mundial.

Por supuesto, la gran mayoría de los judíos, especialmente en los Estados Unidos, no consideró seriamente emigrar a Israel. Pero el pesimismo judío crónico de Europa del Este que a menudo se expresaba en un sionismo de «póliza de seguro» (la idea de que «es bueno que exista Israel en caso de que haya problemas y tengamos un lugar a donde ir») tuvo un apoyo sustancial entre los judíos fuera de los Estados Unidos y Canadá. En las décadas de 1940 y 1950, la mayoría de la izquierda internacional también apoyó al sionismo y prestó poca o ninguna atención a la suerte de los árabes palestinos.

El Bundismo y otras perspectivas socialistas, que en ciertos períodos, como finales de la década de 1930, habían sido la tendencia política dominante de la comunidad judía en Polonia, fueron completamente derrotados por el trágico destino de los judíos de Europa del Este, que supuso un duro golpe al Bundismo y, en general, al socialismo no sionista por su posición de quedarse en lugar de emigrar y luchar por sus derechos donde se viviera. La ideología nazi y sus prácticas de exterminio ganaron esa batalla política, favoreciendo al sionismo, que pudo decir a los Bundistas y otros internacionalistas judíos “Ya lo advertí». Las derrotas políticas tienen consecuencias, particularmente las tuvo para el Bund, cuya base social fue eliminada por los nazis, y en menor medida para los partidos políticos religiosos.

Y de hecho, la comunidad judía en Palestina, y más tarde el estado judío establecido por el triunfante movimiento sionista liderado por Ben-Gurion, logró crear una nación, Israel. Fue una nación judía forjada sobre la base de un idioma hebreo modernizado, que unió a judíos provenientes de muchas partes diferentes del mundo, la socialización efectiva y completa de los judíos israelíes en los valores sionistas, la participación casi universal de mujeres y hombres judíos en las IDF (Fuerzas de Defensa de Israel), y una sensación de superioridad nacional resultado de los varios enfrentamientos victoriosos con los enemigos árabes y palestinos. Estas fuerzas demostraron ser mucho más fuertes que las que podrían haber separado a los judíos en razón de sus orígenes, culturas e historia muy distintas, además de sus diferencias de clase y divisiones étnicas y raciales. Una nación judía completamente nueva. Con la excepción de los judíos que hablaban yiddish dentro de la “Zona de asentamiento” (Pale of Settlement) en el Imperio zarista, los judíos nunca antes habían constituido una nación.

El proceso de construcción de una nación opresora

Esta realidad y conciencia de nación se desarrolló en el curso de un proceso histórico que comenzó con las primeras tres (y especialmente la segunda y tercera) oleadas de colonos motivados ideológicamente que, aunque relativamente pequeñas en número, se convirtieron en los líderes intelectuales y políticos del Yishuv (la comunidad judía en Palestina antes de que se creara el estado israelí en 1948), y más tarde del estado de Israel a medida que creció sustancialmente con la llegada de un gran número de inmigrantes y refugiados judíos. Solo una minoría podía considerarse de verdad colonos cuando llegaron a Palestina, ya fuese en términos ideológicos o sociológicos. Pero la gran mayoría de esta masa de inmigrantes y refugiados judíos adoptó tarde o temprano la ideología política de los colonos y aceptó el liderazgo de los colonos fundadores.

Pero es importante reconocer que, en contraste con las primeras tres oleadas migratorias, estos judíos llegaron a Palestina (y luego a Israel) porque no tenían otro lugar adonde ir, no por el impulso ideológico colonial que distinguía la inmigración anterior. Esta nación recién formada, con su opresión sistemática de los árabes palestinos, se convirtió en una nación opresora, muy en la línea seguida por los Estados Unidos de subyugar a la población indígena, afroamericana y, después de 1848, mexicana. La principal diferencia es que los oprimidos palestinos han sido capaces en mayor medida de poner en duda la legitimidad de la dominación sionista que los nativos americanos, los esclavos negros y sus descendientes oprimidos, y los mexicanos conquistados frente a la dominación blanca anglosajona en América del Norte.

Una de las razones más importantes para esta diferencia ha sido la existencia de los palestinos en el gran mundo árabe, que ha sido la fuente de un importante apoyo popular a los palestinos (así como de las traiciones de las clases dominantes y los líderes de gobierno árabes), el éxito limitado pero real de los dirigentes palestinos para utilizar la Guerra Fría y colocar su causa en la agenda mundial y la fundación de Israel con el apoyo de Estados Unidos y de Occidente (y también del apoyo soviético en sus primeros años) en el período de posguerra, cuando la revolución  colonial se extendió contra el dominio occidental, y su simpatía por la causa palestina, que aumentaba rápidamente en Oriente Medio, Asia y África.

Como el mismo Ben-Gurion reconoció, a comienzos del siglo XX, solo una minoría de judíos en Polonia y Europa del Este se consideraba sionistas. Solo una pequeña minoría de judíos de Europa del Este, que entonces constituía la población judía más grande del mundo, había emigrado a Palestina a principios de la década de 1920. Como señala Zachary Lockman en su Camaradas y enemigos: trabajadores árabes y judíos en Palestina 1906-1948, de los aproximadamente 2.4 millones de judíos que dejaron la Rusia zarista y Europa del Este entre 1881 y 1914, el 85 por ciento fue a Estados Unidos, el 12 por ciento a otros países del hemisferio occidental (principalmente Canadá y Argentina), a Europa occidental y a Sudáfrica. Y menos del 3 por ciento fue a Palestina, pero para una alta proporción de estos fue una parada temporal en su camino hacia el oeste.

El movimiento sionista, -que era un movimiento social y político con una izquierda, una derecha y un centro diferenciados-, a pesar de la orientación política de los principales líderes sionistas como Theodore Herzl de involucrar a las potencias imperiales gobernantes en la negociación de acuerdos para lograr sus objetivos nacionalistas, organizó varias oleadas migratorias de judíos a Palestina, llamadas aliyot (el plural de aliyah , «ascender» en hebreo, y también «peregrinación», según la tradición religiosa judía que obligaba a los judíos visitar el Templo en Jerusalén tres veces al año). La primera Aliyah tuvo lugar entre 1881 y 1903, compuesta por unos 25.000 a 35.000 judíos de Europa del Este y Yemen.

Como los eruditos Gershon Shafir, en su libro Land, Labor and the Origin of the Israeli-Palestinian Conflict, 1882–1914 y Yoav Peled y Horit Herman Peled en The Religionization of Israel Society han señalado, el objetivo de esta primera Aliyah era colonizar el territorio con granjas de propiedad privada y autosuficientes que contrataron mano de obra palestina experimentada y barata. Pero este modelo falló porque, en ese momento, el movimiento sionista no tenía los recursos financieros para adquirir tierras para los colonos recién llegados, sobre todo porque el precio de la tierra se disparó debido a la demanda sionista, y porque incluso la tierra que ya era propiedad de los sionistas podía ser legalmente vendida a no judíos.

La Segunda Aliyah tuvo lugar entre 1904 y 1914, con unos 35.000 judíos de Europa del Este, que organizaron colectivos, los kibutz y los moshav, para trabajar la tierra. Muchos de ellos dejaron la tierra; Según Gershon Shafir, solo alrededor de 10.000 inmigrantes de la Segunda Aliyah permanecieron como trabajadores agrícolas. Sin embargo, esta Aliyah dejó un importante legado histórico al proporcionar los elementos de una solución al dilema que enfrentó la Primera Aliyah gracias a la noción de asentamientos cooperativos autónomos, no dependientes de la fuerza de trabajo árabe, en tierras no enajenables y de propiedad nacional financiadas con fondos públicos.

Fue este nuevo enfoque el que también condujo a la «conquista de la tierra» de los palestinos y a su exclusión de las tierras controladas por los judíos. También estableció la base para la «conquista del trabajo judío», que minimizó y degradó la participación de los palestinos en la economía en general cuando no pudo eliminar totalmente, una situación similar al tratamiento de los nativos americanos en los Estados Unidos. Tales «conquistas» fueron el origen de las numerosas fricciones, conflictos y hostilidades que se produjeron con los palestinos, un proceso explicado con gran detalle en el trabajo citado anteriormente de Zachary Lockman.

La Tercera Aliyah tuvo lugar entre 1919 y 1923, con unos 40.000 judíos que se asentaron en el territorio siguiendo el enfoque colectivista de la Segunda Aliyah. Tuvo lugar en un momento en que el liderazgo sionista, alentado por la Declaración Balfour del Reino Unido en 1917, estaba mucho más comprometido con la compra de tierras y la actividad de asentamiento en Palestina, lo que hizo posible que la abrumadora mayoría de los participantes de la Tercera Aliyah se quedarán en las colonias agrícolas y en Palestina.

Estas tres primeras Aliyas se ajustan al modelo clásico de colonias de asentamiento, con numerosas dificultades derivadas principalmente del entorno urbano de los inmigrantes y el mayor nivel de vida que habían tenido en los países de origen en comparación con la población palestina local predominante en las áreas rurales. Los principales líderes del Yishuv y más tarde del Estado de Israel vinieron con la segunda y tercera Aliyah, como Ben-Gurion, que vino en la Segunda Aliyah, y Golda Meier, que vino con la Tercera Aliyah. Fueron ellos los que formaron las principales instituciones de la naciente nación.

Estas tres primeras aliyot tuvieron un fuerte componente ideológico: fueron el resultado de una elección consciente de «resolver» el «problema judío» del antisemitismo en Europa emigrando y asentándose en Palestina en un momento en que existían otras alternativas, como emigrar a los Estados Unidos -que fue posible hasta 1921 y 1924, cuando legalmente se restringió drásticamente la inmigración de Europa del Este-, o quedarse y luchar contra el antisemitismo en la propia Europa uniéndose a organizaciones socialistas como el Bund judío. La opción de establecerse en Palestina incluyó a sionistas que se consideraban socialistas pero que, a diferencia del Bund, decidieron no luchar por la sociedad socialista en Europa, que otorgaría a los judíos derechos civiles y políticos plenos y autonomía cultural y política en el contexto de una clase obrera judía y no judía emancipada.

La situación de las llamadas aliyot posteriores fue diferente. Por un lado, la mayoría de esas migraciones no involucraron a una mayoría de colonos motivados ideológicamente. Y cuando tuvieron lugar, el abanico de alternativas de migración había disminuido sustancialmente y finalmente desaparecido, hasta el punto de que un gran número de supervivientes judíos de la Segunda Guerra Mundial en Europa tuvieron que ser reubicados en los campamentos de Personas Desplazadas después de 1945, porque ningún país quería acogerlos.

De 1924 a 1965, la inmigración a los Estados Unidos estuvo regulada por un sistema de cuotas que limitó drásticamente el número de inmigrantes de Europa del Este. Los judíos de Europa del Este emigraron a muchos otros países. No es sorprendente que un número considerable de ellos, casi 50.000, también emigrasen a Palestina entre 1924 y 1925, constituyendo la Cuarta Aliyah, una oleada de inmigrantes en su mayoría no ideologizados en lugar de colonos sionistas. La Quinta Aliyah, entre 1929 y 1939, tuvo aún menos en común con las primeras tres aliyot, ya que tuvo lugar en el contexto de la llegada del nazismo al poder y el continuo cierre de los Estados Unidos a la emigración de los judíos de Europa del Este (o de nadie para el caso).

Fue un acto de desesperación, no una elección ideológica o política, y 35.000 refugiados judíos llegaron a Palestina en 1933 (aproximadamente tres veces más que el año anterior), más de 45.000 en 1934 y más de 65.000 en 1935, según Segev. Esta inmigración a Palestina superó, en solo esos tres años, las cifras de las primeras tres aliyot ideológicas.

Ben-Gurion fue muy pragmático, rayando en el oportunismo, en el caso de los judíos alemanes que querían abandonar la Alemania nazi. El liderazgo de la Yishuv llegó al acuerdo de Haavara con el gobierno nazi en agosto de 1933, permitiendo a los judíos partir hacia Palestina. Este acuerdo benefició materialmente a Alemania, ya que facilitó enormemente la adquisición de propiedades comerciales y residenciales judías, aunque a los emigrantes judíos alemanes se les permitió llevar algunas de sus propiedades con ellos. También se opusieron de forma justificada un gran número de judíos, incluidos los sionistas de derecha liderados por Zeev Jabotinsky, señalando que era una violación del boicot internacional a Alemania. Sin embargo, aproximadamente 60.000 judíos alemanes emigraron a Palestina de 1933 a 1939.

Lo más importante fue la emigración a Palestina de los refugiados judíos que sobrevivieron al genocidio nazi, ya fueran los cientos de miles de judíos polacos supervivientes del Holocausto, principalmente en la URSS y los territorios controlados por los soviéticos, y los que llegaron a los campamentos de personas desplazadas.  Para estos supervivientes, era inconcebible pensar en regresar a Polonia, especialmente debido a la ola de antisemitismo y pogromos que habían tenido lugar allí, durante la guerra como en el caso de Jedbwane en 1941 o después de la guerra, como en los casos de Cracovia, el 11 de agosto de 1945, y de Rzeszow y especialmente de Kielce en 1946. No había otro país que los quisiera, por lo que llegar a Palestina (o a Israel después de 1948) era la única salida a su situación.

Pero como los propios dirigentes sionistas sabían, según los informes que debieron haber recibido de sus agentes que promovían y organizaban la emigración a Israel de refugiados judíos en los campos de personas desplazadas, la gran mayoría de esos refugiados habrían preferido emigrar a un país capitalista desarrollado, especialmente los Estados Unidos, si los gobiernos de EEUU y occidentales les hubieran permitido hacerlo. (Según Segev, desde el verano de 1945 hasta la evacuación británica de Palestina en 1948, más de 70.000 refugiados judíos se dirigieron a Palestina en sesenta y cinco expediciones, aunque se desconoce cuántos de ellos llegaron a Palestina porque la mayoría  fueron interceptados y enviados a Chipre. Sin embargo, en el transcurso de 1948, más de 120.000 inmigrantes judíos llegaron a Palestina.

La visión negativa de Ben-Gurion de estos nuevos inmigrantes y refugiados constituye una enorme paradoja, ya que dependía de esos judíos para el éxito de su empresa nacionalista sionista. Sin ellos, y sin los supervivientes del Holocausto, no habría habido de entrada un Estado de Israel. Sin ellos, la Declaración de Balfour británica de 1917 que prometía el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío, habría seguido siendo un documento inútil de una potencia mundial que ya estaba en declive. Después de todo, Gran Bretaña había sido capaz de dar marcha atrás en sus promesas de la Declaración de Balfour, como pone en evidencia su Libro Blanco de 1939, que restringió drásticamente la inmigración judía a Palestina.

En términos de la emigración masiva de judíos de países árabes como Marruecos y Yemen en la década de 1950, la mayor parte se produjo después del establecimiento y consolidación del Estado de Israel. Esta emigración generalmente tuvo más que ver con las fuerzas de «atracción» organizadas por el estado israelí que con los factores de «empuje» en el mundo árabe, como la hostilidad antijudía que pudo ser alentada por la reacción nacionalista árabe a la Nakba palestina.

Por último, es importante señalar que las características de colonia de asentamiento de la nación israelí se han visto reforzadas por el nuevo tipo de ideología y práctica judía que se desarrolló después de la victoria israelí en la guerra de 1967 y su posterior expansión territorial, particularmente en Cisjordania. Pero antes de eso la nación israelí ya había cristalizado, siguiendo un camino no muy diferente del de Estados Unidos que comenzó con un asentamiento de colonos puritanos y se convirtió en un estado nación con una política racista de expulsión de los nativos americanos.

Sionismo versus democracia

La continua expansión y consolidación del dominio israelí como nación opresora en Cisjordania claramente ha hecho inoperable la «solución de dos estados». El supuesto estado palestino tendría que establecerse en partes pequeñas y discontinuas de Cisjordania, aparte del hecho de que nunca se pretendió que ese «estado» palestino fuese verdaderamente soberano, ya que no tendría fuerzas armadas propias y sería supervisado por Israel. Por último, pero no menos importante en la actualidad, cualquier acuerdo con Israel para establecer un estado palestino no reconocería el derecho de los refugiados palestinos a regresar a lo que ahora es Israel si así lo desean.

El control militar actual de Cisjordania y Gaza ha agudizado la contradicción perenne entre democracia y sionismo, dados los esfuerzos del sionismo para mantener la definición étnica y religiosa de Israel y así limitar el número de árabes, un deseo expresamente manifestado por David Ben-Gurion. A la luz de la desaparición práctica de la solución de dos estados por las acciones de Israel, el estado opresor sionista, por definición, no puede aceptar la única alternativa deseable que queda: un estado binacional completamente democrático y laico que comprenda el Israel de la Línea Verde, Cisjordania y Gaza, con plena igualdad para judíos y árabes palestinos. Tal estado no podría ser por tanto a la vez democrático y judío, particularmente cuando los árabes palestinos ya son o pronto se convertirán en mayoría dentro de ese territorio.

Ese estado binacional reconocería la igualdad de todas las culturas nacionales existentes y, aunque laico, también reconocería la igualdad de todas las religiones. El estado democrático binacional también tendría una política de inmigración no discriminatoria, que habría de esperar diese preferencia a las víctimas de persecución, ya fuesen árabes o judíos.

Si bien un estado democrático binacional y laico constituiría un gran progreso con respecto a la situación actual, estaría plagado de graves problemas, como las grandes diferencias de desarrollo económico y de nivel de vida entre árabes y judíos, que incluso generosos programas de compensación y reparación tendrían dificultad de eliminar al menos a corto plazo. Por supuesto, cualquier desarrollo socialista en esa parte del mundo ayudaría a solucionar considerablemente tales dificultades.

La biografía de David Ben-Gurion de Segev provoca una reflexión final sobre el destino del sionismo. El movimiento que prometió resolver la «cuestión judía» logró crear una Esparta moderna cada vez menos democrático, en estrecha alianza con la potencia imperialista más fuerte. Pero, de hecho, el antisemitismo está creciendo de manera inquietante en Europa y los Estados Unidos, y no hay nada que Israel haya hecho para combatirlo de manera efectiva. Incluso lo ha reforzado, como en el caso de la abierta simpatía del actual gobierno israelí por Viktor Orbán, el antisemita dirigente del gobierno de Hungría. No se puede construir una entidad política ilustrada y democrática para todas las personas bajo el gobierno israelí sobre la base de la opresión de la nación palestina, a la que se hace pagar el precio del Holocausto judío, en el que no tuvo ni responsabilidad ni participación.

nació en Marianao, Cuba. Profesor emérito de Ciencia Política en el Brooklyn College, New York. Entre otros muchos libros, recientemente ha publicado The Politics of Che Guevara (Haymarket Books, 2016) y una nueva edición del fundamental libro Before Stalinism. The Rise and Fall of Soviet Democracy (Verso, 1990, 2018).

Fuente:

https://jacobinmag.com/2020/04/david-ben-gurion-state-at-any-cost-review

Traducción:G. Buster

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