Fuente: https://kaleidoskopiodegabalaui.com/2020/10/04/sujetos-pasivos/
Un punto de inflexión en la imparcialidad en el periodismo español, o en el decoro de tenerla, se produjo en el ámbito deportivo, cuando el fundador y antiguo director de El Larguero, José Ramón de la Morena, propició que sus colaboradores y él mismo revelaran el equipo de fútbol del que eran seguidores. Este simple cambio provocó que las tertulias radiofónicas se convirtieran en debates tabernarios, con gritos, interrupciones y un forofismo sonrojante que erosionaba irremediablemente la credibilidad de quien hablaba. Esta cambio se extendió a su vez a otras áreas como la política o la prensa rosa. Casi treinta años después la adscripción política es evidente en una gran parte de los periodistas que participan en las tertulias y los debates mediáticos, lo cual ha ayudado a polarizar a la población y a empobrecer el discurso político, que se ha transformado en un ataque-contraataque constante. Así la reflexión o el discurso pedagógico queda en un segundo plano frente al ruido y el sectarismo. A los espectadores solo les queda adscribirse al bando que mejor representa sus ideas, al cual defienden ciegamente como fanáticos de un equipo de fútbol.
El espectador es un sujeto pasivo. Es una persona que se encuentra frente a una televisión o un ordenador y se estimula en la batalla dialéctica a favor de quien defiende sus planteamientos y en contra de quien los ataca. Los circuitos reflexivos están cortados porque los debates tienen un componente esencialmente emocional, y vienen a trasladar un mensaje blanconegrista de la realidad. No se profundiza en una idea sino que se exponen con claridad las diferencias, todo lo que les separa, convirtiendo al contrincante en un representante depravado, estúpido o ignorante. El leitmotiv es demostrar que el otro está equivocado. En estas condiciones, en las que no se reconoce al otro como un interlocutor con capacidad racional, es imposible establecer un diálogo y debatir sobre las cuestiones que nos afectan. Los grupos de poder prefieren sujetos pasivos y enfadados que sujetos pensantes, reflexivos y cooperadores. Se sienten cómodos en un escenario en el que las partes se peleen. Por eso, este escenario de empobrecimiento del discurso, polarización de la población y pasividad de los sujetos, una vez revelado, se promociona y mantiene.
Es en este contexto donde se desarrolla una guerra cultural en la que determinadas ideas, que van en contra de derechos fundamentales, se abren paso con asombrosa facilidad. Los sujetos pasivos solo han tenido que elegir el bando sin plantearse siquiera las implicaciones que tienen lo que están apoyando. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lo resumió muy bien cuando afirmó que podría disparar a gente en la quinta avenida y no perdería votos. Lo siniestro de esta afirmación es que es cierta. De hecho Trump no dispara, pero sí lo hacen los policías de Estados Unidos a ciudadanos negros lo cual es justificado por el presidente sin que esto suponga una merma del apoyo de sus votantes. No es una novedad. El asesinato de un negro, los linchamientos o los ahorcamientos siempre se justificaron. Encontrar estos pretextos era y es fundamental para salvaguardar la salud mental o la imagen positiva que se tiene sobre uno mismo. No es igual apoyar a un presidente que permite que su policía asesine impunemente a ciudadanos por el color de su piel, o por su situación socioeconómica, que apoyar a un presidente que apuesta firmemente por la seguridad nacional y que no le tiembla el pulso para hacer lo que haga falta.
Ser un sujeto pasivo nos convierte en contenedores de las ideas de otros. Trump da a sus votantes las justificaciones que necesitan para defenderlo. Los nazis también lo hicieron para que la población entendiera por qué había que segregar a los judíos. O los fascistas españoles que justificaron los asesinatos de miles de personas en las ciudades que iban conquistando. Saben cómo dar contenido pero también cómo avivar el miedo y la rabia. Plantan semillas, en forma de prejuicios, que luego riegan en circunstancias favorables. Este es el contexto en el que grupos extremistas como VOX son capaces de crecer y atraer a millones de votantes. No necesitan que pienses ni que sientas, solo quieren que actúes con las entrañas. De esta forma, en muchos países europeos la sociedad apenas ha levantado la voz, y si lo han hecho se ha apagado rápidamente, cuando se ha segregado o expulsado a la población gitana o cuando se ha hacinado a miles de refugiados en campos de concentración. Eran ilegales, ladrones o terroristas. Siempre encuentran una [sin]razón para justificar sus actos y un grupo de personas dispuesto a creérsela.