Soberanía alimentaria en tiempos de coronavirus en África Occidental

Fuente: Umoya num. 102 1er trimestre 2021                              E.C. Simón

Zonas devastadas por conflictos, enfermedades en los cultivos, invasiones de langostas, acaparamientos de tierras… la lista de obstáculos al desarrollo en África continúa. La epidemia de Covid-19 es solo uno de muchos. Sin embargo, la crisis parece mostrar la capacidad de resiliencia de los pequeños agricultores del continente, en particular los de África occidental, que centrándose en los cultivos tradicionales, tratan de alimentar a sus comunidades en tiempos de pandemia.

Hace tiempo que numerosas organizaciones y expertos comprometidos con la preservación del medio ambiente y la justicia económica vienen denunciando la insostenibilidad de los sistemas de producción de alimentos. La llegada de la pandemia no ha hecho sino sumarse a una serie de fenómenos que ya padecía el continente africano y que le impide un desarrollo integral.


Desde el incremento de los monocultivos (maíz, soja…), a menudo transgénicos, con la consiguiente pérdida de diversidad agrícola, pasando por el aumento en el uso de fertilizantes químicos y plaguicidas, que contaminan agua y suelo, hasta llegar al acaparamiento de tierras para la plantación de agro-combustibles o de cultivos para la exportación, son sólo algunas de las preocupaciones de los agricultores africanos.
A esto hay que añadir que en Burkina Faso, Chad, Costa de Marfil, Mali, Mauritania, Níger, Nigeria y Senegal ha habido graves inundaciones que han destruido cultivos y han provocado la pérdida de muchos animales domésticos.

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Estas lluvias son uno de los fenómenos extremos asociados al cambio climático. Otras preocupaciones son las plagas, como el gusano cogollero, que ataca los cultivos de maíz, o la langosta, que está en aumento en África Oriental. Todo esto mezclado con la continua inseguridad vinculada a determinados grupos terroristas y con la aparición del coronavirus.
La población rural es mayoritariamente joven y, por el momento, la epidemia ha afectado principalmente a las ciudades y a una proporción muy pequeña de la población, por lo que se prevé que tenga un impacto menor en los hogares rurales que la malaria, el dengue o el VIH-SIDA.
La crisis del coronavirus ha amplificado los problemas en las cadenas cortas de suministro, debido a los cierres y las restricciones en los mercados informales y al aire libre, ya que es más complicado cumplir las medidas de higiene y de distanciamiento social. Los cierres de mercados en Burkina Faso, Ghana o Senegal, entre otros, han cortado las rutas de aprovisionamiento para las comunidades y los puntos de venta para los agricultores, agravando situaciones de pobreza. Cuando Ghana decretó el confinamiento, los precios de los alimentos básicos aumentaron en un 20-33%, con importantes repercusiones para quienes poseen pocos recursos. Aunque la pandemia no ha impactado tanto la salud como en otras zonas del mundo, es evidente el impacto del cierre de fronteras y en la subida de precios de algunos alimentos de importación.
Sin embargo, algunos países de la costa de África Occidental (Costa de Marfil, Benín, Togo, etc.), junto con el sur de Malí y Burkina Faso, por mostrar un ejemplo, están demostrando ser relativamente resistentes a los efectos de la epidemia, y la crisis de salud probablemente tendrá un impacto limitado en su producción de alimentos. Las razones hay que buscarlas en diferentes peculiaridades y en afrontar las dificultades como una oportunidad.
En primer lugar, los agricultores de esta zona suelen tener cultivos tradicionales, no intensivos. Estos países tienen un gran potencial para producir cultivos tradicionales como la mandioca, el plátano, el ñame y el sorgo, que generalmente se cultivan de forma no intensiva, con un uso muy limitado de fertilizantes y plaguicidas. Por lo tanto, no se han visto afectados por los problemas de suministro de insumos.
En segundo lugar, los productores han podido contar con la mano de obra agrícola que todavía está disponible en las zonas de producción a pesar de las recientes restricciones de movimiento: toques de queda, bloqueos de ciertas ciudades. En el apogeo de la temporada, los trabajadores agrícolas generalmente permanecen en su región de origen para plantar, mantener y cosechar cultivos. La única excepción es la producción de cacao en Costa de Marfil y Ghana, que utiliza trabajadores de países vecinos.
En tercer lugar, esta crisis ofrece la oportunidad de cambiar patrones de consumo y tipos de cultivos, ya que cada vez más población vive en las ciudades y son los consumidores urbanos los que constituyen una fuerza importante para el cambio. Las clases medias y con menos recursos pueden comprar más productos locales como maíz, sorgo, mandioca, ñame o plátano, en lugar de arroz y trigo importados. Con la caída de los precios de combustible y transporte, las raíces, los tubérculos y el plátano, que son particularmente pesados, son más accesibles.
Dadas las actuales dificultades de suministro, Marruecos, por ejemplo, ha cerrado sus fronteras y ya no puede abastecer a los mercados de África occidental con cebollas y naranjas, esos consumidores también tendrán que comprar más frutas y verduras locales. Siempre que estos productos sean de buena calidad, los consumidores pueden optar por comprar menos alimentos importados de Europa (congelados, enlatados o frescos).
Además, algunos gobiernos han decidido aumentar sus reservas de alimentos de emergencia, principalmente cereales, para hacer frente a posibles contratiempos en el mercado mundial del arroz a corto y medio plazo. Las organizaciones de productores, por ejemplo de Benín, han podido vender recientemente sus existencias de la cosecha 2019/20 a un precio aceptable. Asimismo, los precios de la fibra de algodón en el mercado mundial han caído un 20% desde enero de 2020 y los tipos de los anacardos un 36%, lo que obliga a los agricultores a tener que diversificar sus cultivos. En Malí, la cadena de valor del algodón ha fijado el precio de compra de la semilla de algodón en 200 francos CFA/kg para la temporada 2020/21, en comparación con los 275 francos CFA del año pasado (un 27% mayor). Esto facilita el acceso a las semillas de las economías más pobres.
Por último, los precios de venta de los productos de exportación (anacardos, caucho, algodón, sésamo, etc.) últimamente han caído drásticamente. En respuesta a esta caída en los ingresos, los agricultores tienen la opción de aumentar, en su sistema de rotación de cultivos, la superficie dedicada a cultivos tradicionales para el mercado local.
La capacidad de los agricultores para beneficiarse de estas oportunidades dependerá de la duración de las restricciones al transporte terrestre y aéreo y, sobre todo, de la rapidez con que reaccionen. Las cadenas de valor de los cultivos locales de África occidental pueden volverse más competitivas en relación con los alimentos importados e impulsar la soberanía alimentaria de estos países. En definitiva, se trata de transformar el sistema alimentario para que genere resiliencia a todos los niveles y para ello se precisan políticas públicas adecuadas, fomentar los mercados locales con las debidas medidas de seguridad y permitir el acceso de los agricultores a los recursos que necesitan.
También se hace necesario revisar urgentemente todo lo que obstaculiza su soberanía alimentaria. Los acuerdos de propiedad intelectual que rigen los recursos genéticos agrícolas, como los cultivos y la ganadería, no deben impedir el uso y el intercambio gratuito de variedades y razas agrícolas entre los campesinos y sus comunidades. La conservación y el intercambio de semillas son prácticas vitales para los agricultores del Sur Global. A largo plazo, es preciso una reforma agraria para reducir las grandes desigualdades en el acceso a la tierra, especialmente para los millones de pequeños agricultores que cultivan menos de dos hectáreas en África subsahariana.
La sociedad civil organizada, sobre todo las organizaciones comunitarias, los grupos de agricultores y las cooperativas, han demostrado ser un amortiguador eficaz contra los impactos de la pandemia. La soberanía alimentaria, que enfatiza la toma de decisiones democráticas en el sistema alimentario y el acceso a la tierra y a los recursos, debe ser el objetivo a seguir por las diferentes comunidades, convirtiendo las dificultades actuales en oportunidades de futuro. Esta situación ha demostrado que los gobiernos pueden y deben intervenir para corregir los fallos del mercado y reorientar las actividades económicas para servir al bien común.

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