Reino Unido: de la desaparición de feudos laboristas a búsqueda…

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Reino Unido: de la desaparición de los tradicionales feudos laboristas a la búsqueda de otros nuevos

Un mes después de la vertiginosa derrota del laborismo, no hay mucho acuerdo todavía, nada sorprendentemente, acerca de lo que debería hacer el Partido a continuación. Pero hay una cosa en la que parecen estar de acuerdo los candidatos al liderazgo, muchos activistas del Partido y periodistas y comentaristas políticos de toda laya: el laborismo tiene que volver a conectar con sus feudos.

Como término político, “feudo” [“heartland”] resulta vago pero potente. Los feudos pueden ser electorales, emocionales, históricos, geográficos o una combinación de todo ello. Pero en la actual discusión en torno al laborismo, la palabra está adquiriendo un significado particular. Ese significado está políticamente cargado. Podría llevar asimismo al Partido a un callejón sin salida.

En discursos y artículos de periódicos de estos días, los feudos del laborismo se caracterizan como “tradicionales” o “de clase trabajadora”, “industriales” or “ex-industriales”, “del norte” o “en las Midlands”. Cuando se citan lugares concretos, se trata a menudo de antiguos pueblos mineros o de ciudades relegadas, lugares en los que los votantes laboristas pueden ser socialmente bastante conservadores, cultural y racialmente homogéneos, y suspicaces frente a los damáticos giros en la dirección del Partido. Lo que se implica es que son estos los votantes en torno a los cuales habría de reconstruirse el Partido.

Entre tanto, toda este diálogo rara vez menciona la Gran Bretaña urbana. Hasta en las nefastas elecciones de diciembre el Partido se desempeñó bien en ciudades tan diferentes unas de otras – en el grado de riqueza y pobreza, posición en el país y sentido de su identidad – como Liverpool y Londres, Birmingham y Newcastle, Leicester y Bristol. En los últimos decenios, estas y otras ciudades inglesas se han convertido en bastiones laboristas, a menudo incluso más que los tradicionales “feudos” del Partido. Pero en el debate acerca del futuro del Partido apenas sí han figurado las ciudades.

En un sentido limitado, esta omisión resulta razonable. Puesto que el partido no se encuentra en una crisis evidente en estos lugares, se podría argüir que no necesitan ser centro de ningún programa de renovación. Pero los partidos políticos con éxito observan y sacan lecciones del modo en que está cambiando el mundo y ha sido en las ciudades británicas donde a menudo han surgido primero nuevas fuerzas políticas y sociales. Del multiculturalismo al feminismo y el ambientalismo.

Cuando el laborismo se ve influido por esos movimientos gana nuevas energías. En las ciudades es donde el Partido se ha adaptado mejor a los profundos cambios y trastornos repentinos

Pero hace sólo unas décadas, muchos distritos electorales urbanos parecían un territorio vulnerable para el laborismo. Tenían algunas características sociales y políticas semejantes a las de ciudades hoy relegadas. Hasta Islington [distrito londinense]. Cuando Jeremy Corbyn se convirtió en diputado de su parte norte más desastrada en 1983, sus votantes eran en su mayoría blancos y de clase trabajadora. El laborismo la conservaba desde los años 30, pero a menudo sólo gracias a una modesta mayoría, que había menguado hasta menos de cinco mil votos en 1979. La zona sufría alto desempleo, escasez de vivienda y una sección del Partido Laborista a la que se consideraba autocomplaciente e ineficaz. Muchos de sus miembros y votantes estaban desertando al SDP que acababa de formarse. Parecía posible que los laboristas perdieran totalmente el escaño.

En vez de eso, lo que sucedió fue lo contrario. A medida que se gentrificaba Islington North, iba atrayendo oleadas de forasteros, de banqueros a empresarios y refugiados, pocos de ellos “tradicionales” votantes laboristas, y Corbyn llegó a conocerlos y se vio a menudo influido por ellos. En la aplastante derrota laborista el mes pasado, su mayoría fue de 26.188 votos.

La cuestión no estriba aquí en salir en defensa del atribulado líder del Partido, sino que un plan para resucitar el laborismo más allá de las ciudades – sin las cuales no volverá a llegar de nuevo al poder– debe ajustarse al mundo tal cual es, más que a como solía ser.

El mes pasado, el Centre for Towns, un centro de estudios co-fundado por Lisa Nandy, una de las candidatas a líder laborista, diputada por Wigan, publicó una investigación reveladora, aunque poco atendida, acerca de una docena de escaños perdidos por los laboristas en favor de los conservadores el mes pasado. Entre 1981 y 2011, todos ellos experimentaron un enorme descenso en la proporción de sus habitantes jóvenes, y un aumento semejante en la proporción de gente jubilada. En la ciudad de Bishop Auckland, en el condado de Durham, la población entre 18 y 24 años descendió en un 25%, y la que rebasa los 65 años subió en casi un 35%. El mes pasado quedó en manos de los “tories” después de más de ochenta años de control laborista.

Dede principios de los años 80, el estrechamiento de las oportunidades económicas en buena parte del norte y su ensanchamiento en el sur ha transformado el electorado de muchos escaños del norte, desplazándolos en efecto a la derecha, dado el intenso sesgo laborista y conservador, respectivamente, de jóvenes y mayores. La pérdida de muchos de estos escaños el mes pasado no debería haber sido una sorpresa tal; llevaba decenios gestándose. Remontándonos a los años 90, el Nuevo Laborismo entendió que se estaban debilitando los viejos feudos del Partido. En 2007, el estratega electoral de Blair, Philip Gould, escribió que el blairismo había echado raíces, y debería seguir “enraizado no en los tradiciones feudos industriales del laborismo, sino en las zonas periféricas en expansión de una emergente clase media”.

Durante algún tiempo, el Nuevo Laborismo contentó hábilmente a ambas partes del país, distribuyendo generosamente puestos en el gabinete y obras públicas a los distritos electorales del norte, mientras ajustaba sus medidas económicas y fiscales políticas a las necesidades de los meridionales, más prósperos. Pero, por debajo, el Nuevo Laborismo operaba con el supuesto de que los votantes “tradicionales” del Partido “no tenían otro lugar adonde ir”, tal como solían formularlo con un cierto desdén. Ese supuesto andaba errado; pero afortunadamente para Blair, en lugar de votar a los “tories”, como hicieron muchos el mes pasado, durante los años de Blair principalmente es que no votaron (entre su primera victoria electoral en 1997 y la última de 2005, el laborismo perdió cuatro millones de votantes).

No será fácil para el laborismo dar con una política que satisfaga lo mismo a los pensionistas con vivienda en propiedad en ciudades y pueblos que se están despoblando que a jóvenes inquilinos de empleo precario que habitan en ciudades superpobladas. En sus activos, en sus actitudes, en sus experiencias económicas, sus vidas son cada vez más diferentes. Mientras tanto, con Boris Johnson, los “tories” parecen más interesados de lo que han estado durante varias décadas en escuchar a la Gran Bretaña que está más allá de sus propios feudos en el sur de Inglaterra.

El laborismo podía esperar a que esa relación se torciera. Pero no hay garantía alguna de que los votantes fueran a volver al laborismo. El partido del Brexit, o algún otro, algún instrumento todavía por formar de nacionalismo, u orgullo regional, o nostalgia, puede atraer más a un electorado que envejece.

El laborismo tendrá que aceptar probablemente que algunos de sus viejos “feudos” han desaparecido para bien. En las ciudades, y en urbes del sur que están creciendo, como Swindon, que ganó el Nuevo Laborismo y que desde entonces se han perdido, el laborismo tendrá que crear feudos nuevos.

articulista del diario The Guardian, estudió Historia Moderna en Oxford y Periodismo en California (Berkeley). Entre sus libros se cuentan “Pinochet in Piccadilly: Britain and Chile´s Hidden History” (2002) y “When the Lights Went Out: Britain in the Seventies” (2009) y, el ultimo publicado, “Promised You a Miracle”

Fuente:

The Guardian, 11 de enero de 2020

Traducción:Lucas Antón

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