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¿Por qué la derecha continúa simulando que la izquierda gobierna Gran Bretaña?
18/09/2020
Inspirar un miedo infundado ante una posible toma del poder por parte de la izquierda, ayuda a mantener a quienes se han asegurado el control político
La mayor parte de mis estudiantes tendría problemas para identificar a un “marxista cultural». El trabajo de algunos teóricos sociales como Theodor Adorno -que fue el pionero del llamado giro cultural en los estudios marxistas de posguerra-, prácticamente no se enseña en los departamentos de humanidades y ciencias sociales hoy en día, pero sí suena en la derecha política -en la corriente mayoritaria y también en la marginal-, de modo tal que se tiene la impresión de que el «marxismo cultural» es la religión que reina en Occidente. El término -el enemigo ideológico del terrorista de derecha Anders Breivik- se ha convertido en la abreviatura de una supuesta toma de posesión de todo por parte de la izquierda, y es invocado inexorablemente por políticos y comentaristas.
En su último discurso en la Convención nacional republicana, el presidente Trump dijo: «Hay muchos, hay muchos, los vemos todo el tiempo”, advirtiendo sobre los “marxistas de ojos salvajes” a los que Joe Biden no sería capaz de enfrentar, y constituirían “un caballo de Troya para el socialismo» en los Estados Unidos. En el Reino Unido, el fantasma de una toma de poder marxista también se invoca por parte de todo el espectro de la derecha, incluido el fiscal general. A los comentaristas conservadores les agrada decir que en Gran Bretaña la izquierda «controla casi todas las instituciones». ¿Qué está pasando aquí, realmente?
«Control» no puede indicar el concepto liberal clásico de un gobierno representativo: ganar elecciones y formar gobiernos que promuevan principios y políticas de izquierda. No puede tener ese significado, porque la izquierda de Gran Bretania estuvo en la oposicion en la mayor parte de los últimos 100 años. En los pocos momentos en los que la izquierda logró ganar elecciones, lo hizo renunciando a los compromisos tradicionales de la izquierda, presentándose a sí misma como competente y pragmática, ni de derecha ni de izquierda.
El “control” tampoco puede entenderse en un sentido marxista de controlar los medios de producción, o definir los mecanismos de distribución de la propiedad y los ingresos. La mitad de Inglaterra es propiedad de menos del 1% de su población. Millones de niños pasan hambre. Más de un tercio de los trabajadores británicos arriesgan su propia salud en empleos precarios, mal pagados o insatisfactorios. Si así es como se ve la izquierda «en control», ¿cómo es que durante la pandemia los capitalistas se están enriqueciendo mientras que los trabajadores mueren a tasas desproporcionadas?
Entonces, control debe ser otra cosa, y aquí nos puede ayudar otro pensador europeo, el marxista italiano Antonio Gramsci que acuñó el término «hegemonía cultural», con el que se refería a la capacidad de ejercer influencia en la sociedad a través de las instituciones educativas, las artes o los medios de comunicación. Cuando la derecha afirma que «la izquierda tiene el control», está haciendo una jugada gramsciana: ellos saben que la izquierda no tiene poder político o económico, pero afirman, sin embargo, que ese control impregna a la sociedad y la cultura.
Para la derecha, quienes disputan el legado del imperio o intentan descolonizar los programas universitarios, crean una situación en la que «los fundamentos mismos de las democracias liberales occidentales están siendo subvertidos y destruidos». En lugar de indagar, por ejemplo, por qué tantas canciones que cantamos, caminos que recorremos y estatuas que contemplamos muestran vestigios de una injusticia cuyo legado sigue modelando el presente; la derecha urge a los representantes parlamentarios conservadores a ser «la vanguardia» de la oposición a la «cultura de la cancelación sin remordimientos» de la izquierda.
Sería un tremendo logro que una izquierda que no tiene ni una organización política adecuada –recordemos que tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos, los principales partidos progresistas que están en la oposición, son dirigidos por sus facciones de centro o de derecha- ni ningún tipo de control significativo sobre la economía, llegara a ser culturalmente hegemónica. Las ideas y los discursos no flotan en el aire, sino que son el reflejo de esquemas sociales más amplios. Las mismas élites gobernantes que modelan a la política y la economía también dan forma al debate intelectual. Por eso, los cursos de negocios y ciencias son los más solicitados en la universidad (en lugar de cualquier curso de humanidades supuestamente de izquierdas); por eso la economía es objeto de una cobertura irreflexiva en gran parte de la prensa afín a los propietarios de activos, por eso las grandes empresas desempeñan un papel determinante en la producción de la cultura y las artes.
Si los que alimentan el fuego de la guerra cultural se preocuparan realmente por proteger la cultura, no habrían pasado la última década cerrando bibliotecas públicas. Si les importara el conocimiento y la libertad de expresión no habrían participado en campañas para socavar el sistema educativo financiado públicamente, desde las escuelas primarias hasta la universidad. Si les importara la verdad, no gobernarían con la mentira. La fantasía de la hegemonía de la izquierda en los países de la derecha no tiene que ver con principios, sino con tácticas.
En el año 1951 Adorno escribió que «La vida equivocada no puede ser vivida correctamente». Lo que quería decir es que cuando la opresión invade las estructuras sociales, las luchas progresistas aisladas y las políticas fragmentarias a favor de los derechos de los grupos marginados siempre terminan derrotadas; se subordinan a la misma lógica de la obtención de beneficios que produjo su marginación en el pasado. Los marxistas culturales explicaron cómo se desarrollaban las narrativas para asegurar que aquellos que tuvieran razones para protestar contra un sistema fallido terminaron siendo cooptados, y cómo las luchas progresistas perdieron terreno justo cuando parecían haber cobrado impulso. Ellos, los marxistas culturales, insistieron con que no era suficiente centrarse en la opresión material; también había que entender las formas de injusticia asentadas en el discurso, en los símbolos y la cultura, y aprender de los conflictos que provocan.
La guerra cultural contra el «marxismo» hace exactamente lo que los marxistas culturales originales advirtieron que haría. Asegurarse de que luego de haber afianzado el poder político y concentrado los recursos económicos en detrimento de muchos, la derecha puede continuar garantizando que los capitalistas permanezcan sin ser cuestionados. Cuando las instituciones políticas representativas fallan, y cuando el sistema económico se enfrenta a su peor crisis desde la Gran Depresión, la única manera de asegurar su cumplimiento es demonizar las alternativas de la izquierda. Al tratar de darse cuenta de la falsa noción de que los «valores nacionales» corren el riesgo de desaparecer a manos de poderosos izquierdistas, la derecha puede movilizar el apoyo a los que están en el poder, a pesar del lamentable estado de la economía o del desastroso resultado de la política pública.
«La astilla en el ojo es la mejor lupa», fue otro de los famosos aforismos de Adorno. La guerra contra el marxismo cultural existe para asegurar que todos nos volvamos ciegos.
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Traducción:María Julia Bertomeu