Pequeña burguesia y revolución por Julio Parra

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PEQUEÑA BURGUESÍA Y REVOLUCIÓN por Julio Parra

“Patria decilo vos;
qué es lo quiere el que te nombró?
dijo “la patria” y se disculpó
–tordo que empolle nunca se vio–
menos si ya comió…”

“A vos Patria”. Alfredo Zitarrosa

_

( 1971) [1]

_La pequeña burguesía juega históricamente un doble papel en el proceso revolucionario. De un lado, positivo; del otro negativo. Veamos porqué.

Como lo señaló Lenin los obreros no sobrepasan espontáneamente los límites del reformismo. Esto es así, por cuanto la explotación y opresión a que se ve sometida su clase no se limita únicamente al terreno económico. Abarca íntegramente todos los aspectos de su vida. A la clase obrera le está vedado el acceso a la cultura, la posibilidad de viajar y conocer las experiencias de otros pueblos, el manejo directo de los elementos teóricos del socialismo.

La teoría revolucionaria, en consecuencia, debe ser llevada a los obreros “desde fuera” [es decir según la definición leninista por “revolucionarios profesionales”] de su clase, al menos en la primera etapa de su formación política. Este es el aspecto positivo del rol que juega la pequeña-burguesía en la revolución. Históricamente es la intelectualidad, de origen generalmente pequeño burgués la que lleva la teoría socialista a los obreros. Así sucedió en Rusia con los primeros círculos de propaganda socialdemócrata que posteriormente dieron origen al Partido bolchevique de Lenin. Así sucedió en China, Corea, Vietnam, Cuba. Así sucede en nuestro país.

Pero la vanguardia obrera paga históricamente un duro precio por este aporte de la pequeña-burguesía. Junto con la teoría revolucionaria, los revolucionarios llevan al movimiento obrero sus características de clase: el individualismo, la pedantería, la vacilación ante las grandes decisiones, la visión política mezquina que los arrastra al sectarismo, al esquematismo, la disputa encarnizada por cuestiones secundarias y rencores personales.

Por esta razón la historia de todos los partidos revolucionarios está signada en sus primeros tiempos en las disputas fracciónales, las escisiones continuas y los debates de poca monta recubiertos de grandes frases retóricas. Por esta razón los partidos revolucionarios sólo alcanzan su madurez cuando la vanguardia obrera penetra profundamente en ellos, imprimiéndoles su sello, transformándolos en verdaderos partidos proletarios. Se produce entonces un doble proceso de formación dentro del partido revolucionario: de un lado los obreros de vanguardia se elevan a la comprensión de su ideología de clase, que les lleva la intelectualidad pequeño-burguesa. De otro lado, los elementos obreros del Partido exigen a sus camaradas intelectuales la proletarización de su modo de ser y de vivir, obligándolos a romper con su clase. A trabajar, convivir y luchar con las masas, adoptando sus puntos de vista y sus características de clases.

Pero no todos los intelectuales y demás elementos pequeño-burgueses aceptan este rompimiento con su clase, que para ellos significa un duro desgarramiento personal. Muchos de ellos siguen aferrados a sus modos de vida y de ser y se alejan de la revolución en la misma medida que la vanguardia obrera entra en ella. Pero este alejamiento no es meramente personal. Los pequeños burgueses pretenden seguir siendo ellos “los auténticos revolucionarios” pretenden mantener el liderato teñido de paternalismo de que gozaban en la etapa anterior. Se originan así las distintas tendencias pequeño-burguesas en el seno de la revolución: el sin-partidismo o movimientismo, el reformismo y el sindicalismo; el putschismo o militarismo. Al avanzar el proletariado por la senda de la revolución grandes sectores de la pequeña-burguesía comienzan entonces a cumplir un nefasto rol de clases: frenar y distorsionar el avance de las masas obreras y populares, que amenaza su modo de vida y sus costumbres pequeño-burguesas en el marco de la sociedad capitalista.

Muchos comprenden a tiempo su error y retornan al campo proletario. Pero otros no son capaces de hacerlo y continúan cumpliendo su papel negativo. Estos últimos, ante las grandes decisiones, terminan sirviendo abiertamente al enemigo. Así vemos como después de la Revolución Rusa los mencheviques y socialistas revolucionarios de derecha terminaron colaborando con los contrarrevolucionarios blancos y las tropas expedicionarias del imperialismo. Como en China grupos pequeño-burgueses desprendidos del Partido Comunista colaboraron con Chiang Kai-shek o con el gobierno títere japonés. En Cuba, durante el primer proceso a Aníbal Escalante se descubrió que antiguos elementos del Partido Socialista Popular (comunista) habían llegado hasta delatar a la policía de Batista a militantes del 26 de Julio de Fidel Castro.

Veamos cómo ha cumplido y cumple su rol de clase la pequeña-burguesía revolucionaria en nuestro país, tanto en su aspecto positivo como negativo.

EL MARXISMO ANTES DE PERÓN

El marxismo llegó a nuestro país cuando ya los organismos internacionales que los sostenían habían degenerado en Europa.

Los primeros grupos marxistas se nuclearon en el viejo Partido Socialista de Juan B. Justo, en plena decadencia de la II Internacional, cuando ya la burguesía europea se había convertido en capital imperialista. De este modo, “exportaron” las contradicciones a los países explotados, como el nuestro. Los Partidos Socialistas Europeos se dejaron tentar por el parlamentarismo burgués y el auge económico anterior a la primera guerra mundial, traicionando abiertamente a su clase.

Con posterioridad a la Revolución Rusa, se funda la III Internacional, expresión de un nuevo ascenso de la clase obrera europea. La burguesía logra, sin embargo capear el temporal y, tras la muerte de Lenin en 1924, el Partido Comunista Ruso, bajo la dirección de Stalin, sufre una grave degeneración burocrática. La III Internacional seguirá el mismo camino, transformándose en un simple apéndice del Partido Ruso.

En nuestro país, el Partido Comunista, fundado en 1918 sólo alcanza fuerza y prestigio cuando ya la internacional es un dócil instrumento en manos de Stalin.

Así, fundan la C.G.T. y alcanzan la dirección del movimiento obrero a mediados de la década del 30, para perderla en los años siguientes ante el embate de una nueva realidad, que son totalmente incapaces de comprender revolucionariamente.

La clase obrera pierde entonces su alternativa de clase. Ante ella sólo aparecen distintas variantes del reformismo burgués o pequeño-burgués; disfrazados o no con fraseología marxista. La clase obrera opta entonces por la variante que aparece como más atractiva. La que sostiene el hombre que, desde la Secretaria de Trabajo primero y desde la Presidencia de la Nación realiza a decreto limpio muchas conquistas por la que los obreros han luchado durante tantos años.

Durante más de una década, el peronismo sepultará bajo el peso de su fuerza numérica todo intento de construir un partido marxista-leninista independiente.

Dentro del marco que le prestan los distintos acontecimientos internacionales una cuestión aparece clara, como balance de estos primeros 80 años de marxismo en la Argentina: la intelectualidad pequeño-burguesa ha sido incapaz de comprender a la clase obrera concreta con que tenía que moverse. Ha fracasado en su intento de construir un auténtico partido proletario en nuestro país. El enfrentamiento entre una y otra clase en las elecciones de 1946 es la expresión más dramática de este desencuentro.

EL MARXISMO BAJO PERÓN

“Los grupos minúsculos que no pueden ligarse a ningún movimiento de masas no tardan en ser presa de la frustración. No importa cuanta inteligencia y vigor puedan poseer, si no encuentra aplicación práctica para una y otra cosa, están condenados a malgastar su fuerza en disputas escolásticas e intensas animosidades personales que desembocan en interminables escisiones y anatemas mutuos. Una cierta dosis de tales riñas entre sectas, ha caracterizado, por supuesto, el progreso de todo movimiento revolucionario. Pero lo que distingue al movimiento vital de la secta árida es que el primero encuentra a tiempo, y la segunda no, la saludable transición de las disputas y las escisiones a la auténtica acción política de masas”.

Esta cita de Isaac Deutcher “Trotsky, el profeta desterrado”, le calza como un guante a los grupos marxistas de la Argentina peronista y los primeros años postperonistas.

Obligados a nadar contra la corriente, estos grupos se alejan más y más de la clase obrera, son cada vez más incapaces de comprenderla y actuar sobre ella, terminando por naufragar en riñas domésticas.

Sólo un grupo se salva de la inercia total: es el que se nuclea en el Partido Comunista. Pero su fuerza -la escasa fuerza que logran mantener- no es la auténtica fuerza de la clase obrera, sino una fuerza artificial. La fuerza del aparato, impulsado y sostenido desde Moscú, siguiendo paso a paso los vaivenes de la política de Stalin y sus sucesores.

La clase obrera, sin embargo toma poca cuenta de estas luchas subterráneas. La mayoría de los obreros siente al peronismo como “su” gobierno y goza despreocupadamente las conquistas obtenidas en los ministerios peronistas, sin imaginar lo que aguarda al final de este camino: la revancha gorila del 16 de setiembre.

EL MARXISMO DESPUÉS DE PERÓN

El balance de este período es más negativo que el anterior: la intelectualidad pequeño-burguesa se enfrenta abiertamente a la clase obrera peronista, colabora con los partidos burgueses opositores.

Sólo a partir de 1955, por tortuosos y difíciles caminos, comienzan los intelectuales marxistas a entrar en contacto con la vanguardia obrera. Vanguardia obrera que también va surgiendo lentamente, por caminos difíciles y tortuosos, tentando distintas experiencias.

Una de estas experiencias es el “peronismo de izquierda” o “entrismo en el peronismo”. Las numerosas variantes de esta experiencia significan la integración de algunos marxistas intelectuales que “entran” al movimiento peronista para trabajar sobre la clase obrera que permanece en él y algunos obreros que por esta vía se elevan a la comprensión –no del todo cabal– de su ideología de clases.

La limitación de esta política es su carácter oportunista. No da una batalla ideológica contra la influencia burguesa en el movimiento obrero y su tesis de conciliación de clases. Sin embargo hay que anotar en el haber de estas tendencias el haber logrado avances políticos importantes de algunos sectores obreros.

El destino común de estos grupos es que lograron éxito a pesar suyo: cuando sectores obreros bajo su influencia avanzaron ideológicamente se alejaron de ellos buscando nuevos caminos, una salida de clase ideológicamente independiente. Pero repetimos, muchas de las semillas que ellos arrojaron al voleo, cayeron en terreno fértil y dieron sus frutos.

Por otro lado, tenemos la actividad de distintos grupos intelectuales marxistas -muchos desprendidos del Partido Comunista- que intentaron acercarse a la clase obrera proclamando francamente sus ideas socialistas. Su destino fue similar al anterior: ayudaron a avanzar a sectores de la clase obrera, pero fueron rebasados por ese avance y desaparecieron o vegetan en la inercia.

Las mejores experiencias, en ambos casos, fueron realizadas por los grupos que abrazaron francamente el camino de la lucha armada.

Ya a partir de 1955 y mucho más después de la Revolución Cubana en 1959, los mejores hombres entre todos los grupos marxistas o marxistoides comprendieron que la única vía de acceso al poder era el enfrentamiento frontal y directo al régimen, con las armas en la mano.

Como todos los precursores de una nueva forma de combate cometieron muchos errores y sucumbieron ante el enemigo. Pero abrieron el camino al posterior desarrollo de la lucha armada en la Argentina. Pusieron para siempre en el orden del día revolucionario el tema de la violencia revolucionaria, que tanto repugnaba y repugna a los reformistas de todo pelaje.

Surgió así la experiencia de los Uturuncos y los grupos terroristas del peronismo, la de Ángel Bengochea y la del Ejército Guerrillero del Pueblo dirigido por Jorge Ricardo Massetti, el nombre de todos ellos, sus primeros combatientes armados que cayeron luchando, no se borrará jamás de la memoria del pueblo. Ellos, con aciertos y errores, abrieron el camino de la guerra revolucionaria en nuestro país.

El balance de este período, que para nosotros abarca desde el 16 de setiembre de 1955 hasta el 29 de mayo de 1969, es mucho más positivo que el de los anteriores. La pequeña burguesía revolucionaria comienza a cumplir el aspecto positivo de su papel histórico. Titulándose peronistas o proclamando abiertamente su ideología, grupos marxistas comienzan a acercarse a la clase obrera, llevando a ellas las ideas socialistas. Sectores obreros muy minoritarios pero importantes, comienzan a elevarse a la comprensión de su ideología de clase, ligándose a estos grupos intelectuales y tratando de proletarizarlos. El conjunto de la clase obrera, por otra parte, desarrolla amplias movilizaciones contra el régimen capitalista, utilizando todavía los métodos tradicionales de organización y lucha -sindicatos, fundamentalmente- pero elevando cada día más su comprensión de las nuevas necesidades. Esta lucha tiene su propio ritmo, con avances y retrocesos, pero mirada de conjunto con la visión retrospectiva que ahora nos permite la historia, señala un proceso de avance hacia el gran período de guerra de clases en el que hemos entrado. Los mejores hombres, en fin, de esta vanguardia intelectual y obrera, empuñan las armas y libran las primeras escaramuzas de la guerra revolucionaria contra el enemigo de clase.

DESPUÉS DE MAYO

A partir de mayo de 1969, se abre una etapa nueva en el proceso revolucionario argentino. En rigor de verdad, todos los elementos que caracterizan esta nueva etapa venían dándose desde algún tiempo antes. Pero es muy difícil precisar en el tiempo en que momento caduca un proceso viejo y en qué momento nace uno nuevo, o, como dice Mao Tse-tung, en qué momento nace lo nuevo de lo viejo. Por otra parte esos distintos elementos se desarrollaron en forma desigual, cada uno con su propio ritmo. Por lo tanto, es legítimo tomar la explosión de Mayo como el momento que deslinda claramente una etapa de la otra. La etapa del estancamiento del movimiento obrero de la etapa del alza revolucionaria de las masas. La etapa del reformismo pequeño-burgués de la etapa de la toma de conciencia proletaria de las masas. La etapa del pacifismo de la etapa de la guerra revolucionaria.

Estos son precisamente los elementos característicos de la nueva etapa: amplia y sostenida alza del movimiento de masas, avance ideológico, desarrollo de la violencia revolucionaria y su transformación en lucha armada directa.

¿Qué papel juega en este proceso la pequeña burguesía revolucionaria? En este período de transición que constituye los años inmediatamente anteriores y posteriores a mayo se ve con nítida claridad el doble papel de la burguesía revolucionaria que mencionábamos al principio.

De un lado, elementos pequeño-burgueses radicalizados han jugado un activo y positivo rol en la aparición y desarrollo de este proceso. De otro lado, esos mismos elementos pequeño-burgueses radicalizados originan todo tipo de desviaciones en el camino de las masas, resistiéndose a avanzar con decisión por la senda que ellos mismos han contribuido a abrir.

Veamos ambos aspectos con más detalles. En el plano de la acción de masas, debemos señalar dos aportes de la pequeña-burguesía revolucionaria. El primero es el permanente fermento que han llevado al seno de las masas la intelectualidad revolucionaria y el movimiento estudiantil. El segundo, el papel de verdadero detonante que jugó el movimiento estudiantil en las luchas de mayo.

Sin embargo, las masas obreras y populares tienen su propia dinámica, su propio ritmo, mucho más vivo que el de la intelectualidad y el estudiantado.

En la medida en que la clase obrera va asumiendo el liderazgo de las luchas populares, el papel de los intelectuales y estudiantes en las movilizaciones pasa cada vez más a segundo plano.

Por otra parte, no debemos olvidar que es precisamente en la efervescencia del movimiento estudiantil donde las tendencias pequeño-burguesas de izquierda encuentran su mejor caldo de cultivo.

Tras el espejismo de circunstanciales liderazgos, los dirigentes de la pequeña- burguesía revolucionaria se rodean fácilmente de adeptos en el movimiento estudiantil, pretendiendo luego trasplantar ese liderazgo al seno de la clase obrera. De tal manera las características de clase de la pequeña burguesía renacen constantemente al calor del movimiento estudiantil, adquiriendo nuevos bríos y raíces.

Así sucedía antes de mayo y así continua sucediendo. La diferencia radica en que es cada vez menor la influencia que los grupos pequeño-burgueses “estudiantiles” tienen fuera del ámbito de la universidad.

Lo mismo sucede en el plano ideológico durante su corto liderazgo de las luchas populares, la pequeña burguesía revolucionaria fue el único puente entre la teoría marxista-leninista -relegada por el stalinismo y sus sucesores a las bibliotecas y museos- y las masas proletarias y populares.

Pero en la medida que la clase obrera avanza ideológicamente a grandes pasos, en la medida que los obreros de vanguardia muestran una avidez creciente por la lectura y el estudio serio de la teoría revolucionaria y las grandes experiencias de la revolución mundial; se produce una verdadera resurrección proletaria de los grandes pensadores y dirigentes marxistas.

A esta resurrección le queda corto el marxismo de segunda mano que cultivan con gran deleite intelectual los marxistas pequeño-burgueses. La artesanía intelectual de este pensamiento, originado en Europa y Estados Unidos para deslumbrarnos a los subdesarrollados resulta a todas luces insuficiente para resolver los grandes problemas de la revolución Argentina y Latinoamericana. Resurgen en toda su estatura las obras de Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Mao Tse-tung; los aportes invalorables de la revolución vietnamita, coreana y cubana; la lúcida humanidad del Che.

La clase obrera argentina se reencuentra con el marxismo y nuestros intelectuales retornan confusos a sus bibliotecas tratando angustiosamente de comprender lo que sucede a su alrededor.

[…]

Apoyándose en el marxismo aparentemente, esas organizaciones reivindican el pacifismo burgués, pretenden llevar al pueblo por falsos caminos electorales y combaten abiertamente a los revolucionarios auténticos, tachándolos de “ultraizquierdistas”.

A través de estas desviaciones, la pequeño-burguesía como clase, lleva la lucha de clases al seno del movimiento obrero, a la vanguardia proletaria y a las masas.

En otros términos, la pequeño-burguesía revolucionaria, que se niega a abrazar consecuentemente el camino proletario, capitula a su propia clase y por su intermedio las presiones sociales de la burguesía y demás sectores hostiles se introducen en el movimiento revolucionario trabándolo y obstaculizándolo.

De esta manera, los pequeño-burgueses revolucionarios que se resisten a proletarizarse cumplen un claro rol de clase: el de agentes de las clases enemigas en nuestras filas, transmisores de sus presiones de clase, de sus ideas y de sus características negativas.

Al calor de estas concepciones suelen multiplicarse las siglas políticas que confunden al movimiento de masas. El obrero que busca la salida socialista ya no puede distinguir un volante de otro más que por la firma y no entiende la razón de tantas disputas y escisiones entre sectas áridas. Y el obrero tiene razón. Su clase necesita una alternativa clara frente al enemigo. Un solo, sólido, fuerte y maduro partido proletario que dirija a la clase obrera y las masas populares a la conquista del poder. La multiplicidad de las siglas proporciona a muchos intelectuales el sueño del partido propio, pero no ayuda al obrero a luchar por su clase

NOTAS:

[1] Extracto del artículo publicado en EL COMBATIENTE n° 54 y 55. Aproximadamente enero y febrero de 1971. Reeditado en septiembre de 1974 como folleto.

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