Maniobras orquestales en la oscuridad

Fuente: Portal Libertario OACA                                                     06 Sep 2021 11:22 PM PDT

A falta de verdades polisubjetivas, y a existencia de opresiones y represiones intersubjetivas, puede decirse que toda objetividad no sólo es un objeto utópico, por tanto una ficción inducida, o en otros casos una engañosa aspiración de los Aquiles molestos por el triunfo final de la tortuga: la objetividad es también una creación mitologemática del poder podre y de los podridos poderosos, siendo los «poderosos» nuestros queridos institucionalistas, desde los que «reclutan» a los inmigrantes sin recursos para «integrarlos» (o sea, para malearlos, modelarlos, modularlos y en definitiva modularizarlos) en el férreo sistema claustral productivista, y no en una sociedad aperturista, hasta ejemplos de pseudosolidaridad como los tristemente celebrados «alcohólicos famosos», «proyectos yonqui» o los «teléfonos de la desesperación»: de este modo, la jerarquización vertical da migajas y no trigo, ofreciendo únicamente infames y también infamantes pactos sinalagmáticos (servidumbres «voluntarias»), microfascismos antisustancias o unas metafísicas retorcidas y perversas, que la lectura crítica y activa de ciertos textos permite deconstruir, aunque difícilmente destruir, como sería aconsejable para una sociedad libre de mistificaciones, impiedades y abusos ortonormativos: vendiendo hogueras inquisitoriales a las que llaman calefacción, el capitalismo institucionalista finge en efecto dar y se disfraza de salvapatrias o se traviste de salvaparias, sólo para recibir mucho más de lo que da, y de paso lavar su imagen mediante técnicas de blanqueamiento lamentables, de una espectacularidad grimosa y lastimera.

Así, el suicida potencial es un cliente confesional-informativo de uno de esos «servicios desinteresados», pero una voz de sofistería, malencarada y hostil, hace aparecer la verdadera probóscide de la cornuda serpiente astrosa y cerastosa, por debajo del delicado y propagandístico «jardín de lotos crepusculares» de la paz irenológica de «los queridos hermanos». Esto, que resulta un poco como ir a devolver una pistola para no suicidarse y resultar acribillado a balazos por otro, resume someramente las consecuencias degradantes de la delegación de la voluntad en las manos sucias del corporativismo más pornofílico, en sentido lato, así como los peligros de ir a parar a la más sucia decadencia de la honestidad, en la mengua, irrisionada además, del «fair play psicosocial». Así es como las reminiscencias más ponzoñosas de la reificación mistificante y confiscatoria, y la cosificación con falseada coartada «espiritualista» (¡por favor!) operan como derivada inmodificada del militarismo empresarial bismarckiano o del control total de los aspectos, técnicas y tiempos productivos según patrones tayloristas: el daño que tales estructuras invasoras y reptilianas hacen a la sociedad (recordémoslo, siempre con el falsario «adoctrinamiento desinteresado salvífico» por delante de las gachas descompuestas y del puré de mierda de segundo, ¿qué habrá de postre?) nos coloca directamente en la boca del lobo o en la probóscide de lo más bobo, aunque éste no sea un tiempo para memeces ni tampoco astracanadas: quien capitula antes de tiempo da a los torturadores una excusa para seguir jodiéndole a saco, y reírse de paso a mandíbula batiente en conciliábulos grasientos, pues así se comportan entre bambalinas ciertos chacales «de honestísimas intenciones, y bien reconocidas por los expertos».

«La gloria es una puta mierda», le vino a decir Paul Verlaine a Rubén Darío cuando este último, siempre medio embriagado por no se sabe qué rollos cursis, inquirió al primero acerca de la «recompensa de la poesía», y por otra parte hemos consumido ya la idea central de nuestra misiva. Efectivamente, «la vida es un proceso de demolición, en el cual los tiburones rezan y los delfines son condenados a la muerte por pirólisis, nada de agua aquí», como bien quiso apuntar de entrada otro escritor, blanco anglosajón no sabemos si protestante, por cierto, aunque igual da. En la «sociedad de la información», que no del conocimiento, el conocimiento es obligadamente técnico o por el contrario se reputa como una inoperatividad excrecente y molesta, lo cual quiere decir que la epistemología adopta sesgos perniciosos y que no hay ninguna evidencia de algo así como una «gnoseología humanista», retornándonos idénticamente la misma bazofia «eterna» de siempre. Sin embargo, la episteme o conocimiento general de origen intuitivo nos salvaría a todos un poco, pese a lo cual seguimos (o siguen, mejor dicho) encadenando al diamante de la verdad con el oropel de la «certeza fáctica», y condenando a los más débiles, por medio de esas maniobras orquestales en la oscuridad llamadas «diagnósticos», diagnósticos pactados con multinacionales sádico-vengativas muy posiblemente (un acoso laboral se encubre y se tapa insultando gravemente al acosado, traspasándoles encima las culpas de lo que le pasa, que no son suyas, y eso lo puede ordenar cualquier Rock Pierrot de la vida mortificante por la mera mortificación, y ello por medio de su jerga de duodenos sicofantistas y fantasmas corporativos coprófagos, como de hecho ocurre, no nos engañemos: la victimización se vuelve doble en el debilitado, en el explotado, en el puro de corazón frente a estas bestias de tiro, y total para qué, pues para salvar a una recua cerdosa, para exonerar de culpas a media piara a cambio, total por un papel o por un pedazo de vómito, escrito en una circular abrasada), lo cual explicaría cierta capacidad de cebarse que algunos orcos mitad gilipollas mitad asesinos, mitad imbéciles y mitad psicópatas, esgrimen contra ciertos individuos renuentes a coaligarse con sinvergüenzas: el hecho de negarse a bajar a las regiones telúricas de los más mediocres adocenistas, el hecho de ser engañado familiar e institucionalmente no perjudica más que al engañado, y todo ello con lesiones y secuelas permanentes, irreversibles, incalculables anímicamente. «Me llamasteis loco. Yo os llamo idiotas» -dijo el célebre poeta y artista visionario, también por cierto libertario, William Blake, y al hacerlo estaba enunciando una verdad particular de un modo general, o lo que es lo mismo defendiendo la evidencia autosubjetiva más pura ante la corruptora, interesada, nada interesante y muy cutrísima, antiedificante «objetividad epistemológica». Vaya todo ello pues por la autodignidad de todos y de todas, a ver si aquí el que paga es siempre el mismo, pues la conciencia no les remuerde jamás a estos corazones de melón y apandadores antihumanísticos: el sadismo es la generatriz de sus movimientos más infames, y su verdadero «profeta fundador» es la crueldad mixturada con la estupidez; esto es así y no tiene vuelta de hoja…

Vicarious Shamishen

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