Los niños de papá se entretienen con el cambio climático

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Este fin de semana se celebra en El Cairo la COP 27, la Conferencia de la ONU sobre el cambio climático y el capital financiero internacional ha puesto a sus peones en movimiento porque este tipo de fastos ya no logran atraer la atención del mundo.

A falta de efectivos, los seudoecologistas se dedican a atraer a las cámaras de la televisión con acciones simbólicas, como arrojar tomates a cuadros famosos, como “Los girasoles” de Van Gogh en la National Gallery de Londres. En el Museo del Prado posaron ante los cuadros de Goya y con pintura negra escribieron en la pared “+1,5 grados”.

En La Haya dos seudoecologistas que se pegaron a la ventana que protegía el cuadro “La Niña de la Perla” de Johannes Vermeer fueron condenados por un tribunal a dos meses de prisión.

Las corrientes seudoecologistas creen que el clima se puede regular como el grifo del agua fría y caliente. Lo llaman “protección del clima”. La campaña estuvo organizada por la red A22, formada el pasado mes de abril para que los gobiernos reduzcan “drásticamente” las emisiones de CO2.

La red está financiada por el Fondo de Emergencia Climática, un organismo estadounidense creado en 2019 por tres grandes oligarcas. En primer lugar, Trevor Nelson, empresario y antiguo alumno de la Fundación de Bill Gates, cercano a Howard Warren Buffett, nieto del financiero más famoso de Wall Street. Pero también Rory Kennedy, hija del senador Bob Kennedy, y representante de la familia presidencial estadounidense.

Aileen Getty contribuyó al Fondo con 600.000 dólares. Es la tercera generación del imperio Getty, fundado por su padre John Paul Getty, un magnate de los combustibles fósiles. Propietario de la Getty Oil Company, fue considerado en su día el hombre más rico del planeta.

Un museo privado en las alturas de Los Ángeles exhibe las colecciones de arte moderno, fruto de las inversiones del multimillonario. Sus hijos pasaron la página del petróleo en 1984, ocho años después de su muerte. Les dejó una fortuna de 5.400 millones de dólares. Su hermano Mark fundó la agencia de fotografía Getty, pero Aileen se convirtió en la típica pija que se aburre en las grandes mansiones con piscina.

“Creo que la crisis climática ha avanzado hasta un punto en el que tenemos que tomar medidas contundentes para intentar cambiar el rumbo de un planeta que cada vez es más inhabitable. Mi apoyo al activismo climático es una afirmación del valor de la desobediencia civil como la vía más rápida para el cambio. No queda tiempo para otra cosa que no sea una acción climática rápida y completa”, escribió en un reciente artículo para The Guardian.

Dos bisnietos de los Rockefeller, Rebecca Rockefeller Lambert y Peter Gill Case, crearon la Equation Campaign, un organismo que financia a los seudoecologistas. Entregaron 30 millones de dólares, más donaciones de la propia Fundación Rockefeller, o de Open Society, la fundación de Soros.

Las grandes fortunas también suelen codearse con los famosos en las plataformas de filantropía. El director de “No mires hacia arriba”, Adam McKay, una película de Netflix que tuvo una difusión mundial, forma parte de la junta directiva del Fondo de Emergencia Climática.

Estos grandes fondos reivindican un radicalismo infantil y fueron decisivos para la aparición del grupo Extinción Rebelión a finales de la década pasada. Se creó gracias un cheque del Fondo de Emergencia Climática.

Para hacerse con una parte del botín, los “expertos” en el clima han comenzado a imitar a los niños de papá. Han creado colectivos, como la Rebelión de los Científicos, y la primavera pasada asaltaron la sede del banco JPMorgan, acusándolo de financiar los combustibles fósiles. El físico de la NASA Peter Kalmus fue uno de los detenidos.

El apoyo a los niñatos del cambio climático es rentable para las fundaciones filantrópicas, incluso desde un punto de vista estrictamente financiero. Un estudio publicado en la Stanford Social Innovation Review explicaba en primavera que el impacto de las movilizaciones vinculadas a la desobediencia civil era menos costoso en términos de emisiones de gases de efecto invernadero, y más rentable en términos de impacto político y mediático, que la simple financiación de las ONG tradicionales.

La financiación de la seudoecología sigue aumentando, pero el destino del dinero cada vez está menos claro. ClimateWorks estimó en su último informe que de los 750.000 millones de dólares invertidos por las fundaciones filantrópicas, sólo se gastaron entre 6.000 y 10.000 millones en el clima.

 

 

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