Lília Momplé: «En la escuela me prohibieron hablar la lengua de los cuentos de mi abuela

Fuente: https://www.afribuku.com/lilia-momple-literatura-feminismo-mozambique/                                                     Carmelinda Manhiça Fulede                                                             05.05.22

Lília Momplé: «En la escuela me prohibieron hablar la lengua de los cuentos de mi abuela

 

Lília Momplé: "En la escuela me prohibieron hablar la lengua de los cuentos  de mi abuela" : afribuku

A sus 87 años, la escritora Lília Momplé (Isla de Mozambique, 1935)pionera de la narrativa de Mozambique, ya no concede entrevistas. La poca vista que conserva, así como la capacidad de mantenerse lúcida tras haber sufrido dos ictus, las reserva para terminar su última obra, Os Fantoches de Aço (Los fantoches de acero), que según comenta versará sobre el vuelco que dio su país una vez que se disiparon los sueños de la independencia y que permite a los jóvenes poner en perspectiva lo que ocurrió con su país desde la guerra de desestabilización.

Sobre este último episodio, nos habla en su única novela, Neighbours, que acaba de ser publicada al español por la editorial Libros de las Malas Compañías, dentro de la Colección Libros del BaobabUna historia de ficción que nos cuenta la vida en tres apartamentos durante una noche de mayo de 1985, momento álgido de los ataques racistas del régimen sudafricano del apartheid a la población de Mozambique. Los sudafricanos trataban de mantener la segregación racial en su país y emprendieron numerosas acciones fratricidas para evitar que el Congreso Nacional Africano (CNA), liderado por Nelson y Winnie Mandela, pudiera establecer lazos con los frentes revolucionarios que habían logrado la independencia en Mozambique o Angola. Una obra que además deja constancia de la violencia colonial y del machismo postcolonial, en un relato con teñiduras de novela negra que nos permite entender cómo fue la Guerra Fría en África: uno de los capítulos más sangrientos de la historia del continente. En definitiva, la lectura de esta obra es una ocasión única de adentrarse en el pensamiento antirracista y feminista de una de las escritoras reconocidas de las letras africanas del África de expresión portuguesa.

Momplé también es autora de dos libros de cuentos: Ninguém Matou Suhura (1988) y A Cobra dos Olhos Verdes (1997).  La primera obra fue publicada en los primeros años de la fundación de la Associação dos Escritores Moçambicanos (AEMO), creada en los albores de la independencia del país y que ella misma llegó a dirigir. Los relatos de Ninguém Matou Suhura estaban inspirados en historias reales que habían ocurrido durante la colonización portuguesa y que indagaban sobre la segregación racial y el machismo, cuestiones sobre las cuales órbita prácticamente toda su obra. Puesto que, como afirma, «quien no conoce su pasado está condenado a repetirlo». 

Esta entrevista que publicamos fue realizada en 2016 por la periodista mozambiqueña Carmelinda Manhiça Fulede para la televisión STV en el marco del Día de la Mujer. Hemos transcrito y traducido la conversación en casi su total integridad. Este documento es la única entrevista con la autora en castellano que hay disponible. En ella, repasa parte de su vida, comenzando por su infancia, la escuela, la prohibición de hablar su lengua materna, los estudios de secundaria en un instituto con alumnado mayoritario blanco, la universidad en la metrópolis y la literatura.

Carmelinda Manhiça Fulede: Queremos conocer a la niña macúa.

Lília Momplé: Sí, a la niña macúa. Un colega, Emílio, que fue durante muchos años director de una biblioteca, esté donde esté, siempre me dice «¡Oh! ¡Negra macúa!». Toda el mundo se me queda mirando y dicen: «¿Dónde está esa negra macúa?». Y soy yo porque saben que nací allí. Nací hace 82 años [hoy 87 años].

Parece una niña.

(Risas) ¡Estoy en mi segunda infancia! Nací hace 82 años en Isla de Mozambique. Mi madre era costurera, doméstica, y se hizo costurera porque tenía que ayudar a mi padre con los gastos. Y de hecho era muy buena.

Las mujeres siempre han tenido esa preocupación de ayudar con el alquiler de la casa.

Sí, mi madre fue una auténtica luchadora. Fue ella la que hizo que mi hermano sea médico, cirujano, ahora ya no opera,  pero fue un gran cirujano, y yo me saqué la carrera de Asistente Social, y estuve en Portugal estudiando inglés y alemán en la Facultad de Letras. El que no acabara estos últimos estudios es una gran historia… Y mi padre era obrero, trabajaba en la central eléctrica como electricista. Y era un hombre muy inteligente, se le daba muy bien la electricidad. Pero por el hecho de ser mulato, nunca pasó de obrero de segunda.

«En toda la provincia de Nampula, no había ni una sola escuela de secundaria»

 

Estábamos en el inicio de la colonización.

Estábamos realmente en el auge de la colonización. Bueno, ellos [los portugueses] aún no sabían que se acabarían marchado. Pero lo cierto es que el pueblo ya tenía los ojos un poco más abiertos y ya había habido otros casos de independencia en África. De modo que la situación era un tanto híbrida en esos momentos. Mientras tanto, mis padres se casaron. Yo nací, cuando ya llevaban unos años casados. Bueno, no voy a contar todo muy cronológicamente porque no lo consigo. Ahora con esta edad, déjenme hablar abiertamente (risas).

A los cuatro años nació mi hermano, más tarde lo hizo una hermana, Fátima, que murió casi a su nacimiento. Y entonces inicié la educación primaria en Isla de Mozambique. Durante esos 4 años de estudios, tuve una profesora que se llamaba Branca da Piedade Teixeira, que era blanca, pero no colonialista. Había venido con su marido de Portugal pero no tenía ningún tipo de ideas colonizadoras. Me tenía mucho cariño y pensaba que yo era muy inteligente. Fue algo muy positivo para mi vida. Porque un profesor puede ser algo muy importante en la vida de una persona, ya que puede dar o quitar autoestima. Aquella señora solía decir: «Esta niña tiene un gran alma, es muy inteligente». Yo realmente pensaba que algo de verdad habría al ver a mi profesora decir algo así. Y me ayudó mucho. Me crié y me eduqué con muy pocos complejos. Debería de tenerlos, ahora le diré por qué. Pero mi profesora fue una especie de ángel de la guarda.

Cambió el rumbo de su vida de cierta forma.

Eso no puedo afirmarlo, pero sí la base. Esa capacidad de que alguien pueda sentirse capaz de conseguir lo que quiera. Por ejemplo, ser jefe de cocina. Pero capaz. Y esa señora hizo que me sintiese capaz de distinguir si quería hacer esto o lo otro. Encima yo era muy buena alumna de aritmética, y eso me ayudó mucho. De portugués también. En ese momento eran las asignaturas básicas, en las que a los alumnos les gustaba ser buenos.

¿En esos momentos ya sabía por dónde quería ir profesionalmente?

Entonces no lo sabía pero sí poco después. No soy una persona que se pueda quejar como otros, ay, no hice lo que me gustaba porque no lo sabía. Bueno, pues yo sí lo tenía claro. Cuando terminé cuarto, en aquella época, en toda la provincia de Nampula, no había ni una sola escuela de secundaria. ¡Imagínate! Las jóvenes. Ni una sola escuela secundaria. Había una escuela privada muy pija, y yo con el cuarto curso, niña además, lloraba, no quería quedarme allí, quería estudiar. Así que tuve que marcharme a Lourenço Marques, sola, a un colegio que se llamaba Infante Don Henrique, cuya sede aún existe, y a estudiar en el Liceu Salazar, que era el único instituto que existía aquí.

«Mi padre por ser mulato, nunca pasó de obrero de segunda»

¿Cómo fue para sus padres tomar esa decisión?

No sé bien. Mi madre era feminista porque creía en las capacidades de las mujeres y creía en mí como hija. Y mi padre también me dio esa facilidad de no aceptar cosas del estilo de “no, están primero los chavales” y esos discursos. Me vine sola, bueno por casualidad me vine con toda la familia, en barco, uno que se llamaba Niassa o algo así, ya he olvidado el nombre. Estuvimos por ahí fuera, famélicos, hasta Lourenço Marques, me matriculé en el instituto como interna, y así fue como acabé llegando aquí. Y cuento esto muchas veces porque los niños y las niñas piensan que estas cosas han caído del cielo y que ese derecho siempre fue así. ¡Para nada! Fue un derecho que muchos de nosotros tuvimos que ganarnos a pulso. ¿Te das cuenta lo que supone que una niña de diez años tenga que venirse sola a vivir aquí?

¿De qué forma cambió su vida esa experiencia?

También se lo debo a mi profesora, que iba casi día a mi casa para decirles a mis padres que no yo no podía quedarme en Isla de Mozambique y que tenía que sacarme un título. A pesar de las dudas que mis padres tenían en la cabeza, estuvieron de acuerdo. Realmente era una pena que una niña para ella tan inteligente, se quedase en Isla buscando marido. Los amigos de mi padre iban allí, y le decían, “¿Rafael, vas a mandar sola a esa niña a Lourenço Marques? Tiene que salir porque aquí solo se quedaría con el cuarto curso”. Y así fue. Mis padres fueron unos amores. Acabé en Lourenço Marques y, para no demorarme demasiado, me saqué el séptimo curso y recuerdo que la mía fue la mejor nota del instituto. Lo que fue realmente muy meritorio, puesto que fue necesario que sacara muy buenas notas, yo era mulata, era pobre y no conocía a nadie de la alta sociedad de aquí.

 

¿Eso significó mucho tiempo de estudio?

Algo. Yo no era muy dada a estudiar, lo confieso (risas). Creo que tenía la capacidad de extraer lo esencial. Eso me ayudó mucho. Eso es algo que siempre les he dicho a mis alumnos, que he tenido muchos, pues trabajé 25 años en educación. Y les decía, “no estudien cosas que no son importantes. Quédense con lo esencial del contenido”. Sin eso no se puede. Y bueno, me saqué el séptimo curso, el mismo año que Jorge Rebelo. Él, yo y tres o cuatro más éramos los únicos mulatos del instituto. No había un solo negro, que ni pasaban por la puerta del instituto. Por eso me gusta decirle hoy a los jóvenes que en mi tiempo no entraba allí ni un solo alumno negro. El instituto tenía 1.000 alumnos. Allí estuve del primer al séptimo curso y no tuve un solo colega negro. ¿Se da cuenta de lo que era la colonización? Aunque la colonización fue lo que me hizo escribir. Algo tan negativo fue lo que influyó en mi escritura. Porque tenía que librarme de esa carga psicológica que un niño o un joven tiene que vivir en una sociedad hecha al contrario, en que había unas pocas personas de otra raza que mandaban sobre millones de otra raza. No sabía bien lo que era, pero allí había algo que estaba muy equivocado y que me hacía sufrir.

«Mi madre era feminista porque creía en las capacidades de las mujeres»

Más allá de ese sufrimiento que apunta y de las razones que comenta, vivir las transformaciones del cuerpo, la adolescencia, lejos de sus padres, ¿cómo fue?

Diciendo la verdad, no era muy consciente. Como me rodeaban otras chicas de mi edad, siempre había alguien que había vivido una experiencia parecida a la mía. Así que esa época no la viví aislada. Creo que me tiene que haber costado. Me acuerdo de que algo sí. No sabía por ejemplo qué era eso de la menstruación y cuando me apareció pensaba que era una enfermedad y empecé a chillar (risas). Es lo único que recuerdo así como chocante. Enseguida pensé, soy mujer, soy niña, tengo mis características propias de mujer y no supuso nada más, ni siquiera influyó en mi escritura.

Lo que sí fue importante es haber sacado una gran nota, puesto que eso me daba derecho a irme a Portugal con los vuelos  pagados. Recuerdo que en ese momento tenía 16 o 17 años y había chicos de mi edad a mi alrededor, que me decían, “me quiero casar”. ¡Ni hablar, ni te pongas por delante (risas)! Porque yo tenía un objetivo, que era estudiar. Y sabía lo que me gustaba, que en aquel momento era el inglés. Siempre me gustaron mucho las matemáticas, a pesar de que prefiriese el inglés. Las lenguas, el francés, el inglés. Y yo hablaba muy bien macúa.

Y voy a contar una cosa muy divertida. Cuando entré en la escuela primaria, salió una orden que decía que los alumnos no podían hablar en su lengua materna. No podían. Porque era malo para la pronunciación del portugués y que después no lo aprendían bien. Y yo conocía muy bien el macúa por mis abuelos, que fueron personas fundamentales en mi vida. Mi padre dijo que tenía que dejar de hablar macúa y que si me pillaba me iba a dar (risas), porque en la escuela no querían… ¡Aquello fue de una violencia! ¿Sabe lo que es la violencia doméstica? Tiene varias facetas y una de ellas fue prohibirme en la escuela hablar con 7 años la lengua de los cuentos macúas de mi abuela, los preciosos cuentos macúas que me contaba mi abuela materna. Mi cocinero también conocía otros cuentos. Entonces, mi mundo se vino abajo. ¿Así que no volvería a escuchar esas historias porque en la escuela no se podía hablar en macúa? Mi madre me contó que una vez apareció un conocido de la familia, yo estaba haciendo los deberes y me preguntó: “Niña, ¿qué estás haciendo?”, en portugués. Y yo respondí en macúa, “mi madre quiere que estudie”. Él me habló en portugués, yo le respondí en macúa. Fue difícil dejar de hablar, de comunicarme en macúa, porque fue una de las lenguas que bebí de la leche de mi madre. Son tantas historias, algunas realmente extraordinarias que sucedieron y que la gente a veces no se las cree. Pero fue la realidad.

Después llegué a Portugal, a Lisboa, que es una ciudad que me encanta, también hoy, y estuve en la Facultad de Letras. Y no se imagina las peripecias que viví allí. Cuando llegué me di cuenta de que aquello era un caos. En el Liceu Salazar los profesores eran presos políticos, deportados políticos de Salazar, personas muy serias, que enseñaban porque querían enseñar de verdad, gente seria. Cuando llegué a la Facultad de Letras, iba bien apertrechada de conocimientos, en la mayor parte de las asignaturas. Y vi que todo aquello era de un desorden, la mayoría de los profesores no aparecía, los alumnos lo mismo (risas) y yo que soy dada a la parodia, me preguntaba qué hacía allí, era una facultad vieja, caía agua del techo, había humedades, y lo dejé.

Hice el examen escrito de inglés, aprobé con una gran nota. Cuando llegué a la prueba oral, había doce alumnos, y cuando fue mi turno, nunca había visto al profesor ni él a mí. Había días en que yo iba y él no iba y viceversa (risas). Y me preguntó: “Where do you come from?”, de dónde eres. Y yo dije: “I come from Mozambique Island”, y él, “Mozambique Island!”. Había sido un aniversario, quinientos años de Camões o algo así, y se hizo todo en Isla de Mozambique, una gran fiesta , y a la gente le encantó, la isla es preciosa. Y oí que le decía a otro profesor que tenía al lado “la tierra de esta alumna es un sueño del que no apetece despertarse”. Y yo pensé, ¡ah, qué bien, tengo que sacar provecho de esto! (risas). Y me pidió “Describa su tierra”. Y empecé a describir Isla de Mozambique, el mar, las casas, la cultura, la cocina… Es una isla riquísima. Los demás me escuchaban encantados, y cuando me di cuenta, ya se había pasado mi turno. No me preguntaron nada más, gracias a Dios (risas). Mantuve la misma nota, cuatro de mis colegas suspendieron. Y cuando salimos, una de ellas dijo: “¡ésta ha aprobado por ser de Isla de Mozambique!”. Y yo le contesté que no, que había aprobado porque sabía inglés. Hubiera podido ser de Isla de Mozambique y no saber explicar nada.

Después de esas peripecias en la Facultad de Letras, me imagino que consiguió sacarse el título.

No. A pesar de haberlo podido hacer, no quise. Porque justo me enteré de la existencia de la carrera de Asistenta Social. Me agradó mucho el plan de estudios y allí acabé, también fui muy buena alumna. Y seguí preocupándome de lo que realmente era importante, no perder el tiempo con cosas secundarias. Me saqué la carrera. Después volví a Mozambique, trabajé en la Junta de los Barrios y de las Casas Populares, donde conocí a mi querido marido. Nuestra historia empezó ahí. Él trabajaba en el Gabinete Técnico y yo en el Gabinete Social. La segunda o la tercera vez que hablé con él vi que era una persona diferente. Era muy auténtico. Me gustó mucho su forma de ser, que me dio cierta confianza. Era muy joven. Hubo una película por ahí, con Omar Sharif, Doctor Zhivago. Solo se hablaba de la película. Entonces un día fui a su despacho. Él se llama Ângelo Cruz y le pregunté: “Doctor Cruz, ¿ya ha ido a ver Doctor Zhivago? Y dijo que sí. Le pregunté si le había gustado y me dijo que no. Le había parecido muy comercial. A todo el mundo le había encantado y va él y dice lo contrario. Así que empecé a ver en él algo diferente. Después, empezó a invitarme a comer, me apuntó al cineclub, hablábamos de libros. Nuestros gustos eran casi idénticos.

«Fue la colonización lo que me hizo escribir»

[…]

Luego nos casamos, nos fuimos a Brasil y después de algún tiempo esperábamos tener hijos. En Brasil había un médico muy famoso, que incluso hacía trasplantes pero no funcionó. Más tarde fuimos a Sudáfrica, cuando ya habíamos vuelto definitivamente a Mozambique, y estuvimos en un ginecólogo de Johannesburgo para saber justamente cómo podríamos tener hijos. Y nos dijo, “mire, yo puedo hacer que su mujer pueda tener hijos pero tiene que tener 11 abortos y al siguiente nacerá un niño saludable. Porque los abortos serán controlados”. Controlados por él. Yo trabajaba en Isla de Mozambique y dijo que podía ir, abortar, él mismo los provocaría. 11. Y mi marido me dijo: “que vaya a provocarle los abortos a su mujer porque a ti no”.  Y eso fue algo que me conmovió mucho porque yo tenía muchas ganas de ser madre. Pero él no tuvo la mínima duda. Prefirió olvidar ese tema a que se experimentara con mi cuerpo. La mayoría de los hombres, sobre todo los africanos, no hubiera hecho lo mismo.

Y las implicaciones a todos los niveles…

Sí, y no he tenido hijos. No lo he echado tanto de menos porque fui profesora y de cierta forma los alumnos sustituyeron a los hijos. No totalmente, claro, pero tuve alumnos muy amigos, que realmente progresaron en la vida por haber sido su profesora. Una vez me lo reconocieron, me hicieron un homenaje aquí, yo ni quería, pero insistieron, me prepararon como una especie de telón donde ponían una cosa que nunca olvidaré, “por haber sido sus alumnos, somos personas de bien, honestas”. Me sentí tan conmovida, porque realmente algo hice para las nuevas generaciones. No tuve hijos, pero no pasé en vano por aquí.

Y hablando del gusanillo de la escritura, ¿qué podemos encontrar reflejado de todo lo que cuenta en sus obras?

Bueno, primero hay que preguntar por qué escribo. Nadie empieza a escribir por casualidad.

Sí, ya citó algunas cosas de las que vivió en otra época.

Sí. Tuve una abuela, mi abuela Maiassa, mi abuela macúa, que tenía la costumbre de contarme historias por la noche, antes de dormir, la historia del rey, la del león, la del leopardo, de la princesa, de los hechiceros, de la cobra. Por eso me enfadé tanto cuando me prohibieron hablar macúa. Cuando las escuchaba, me decía que ojalá pudiera contar las cosas de forma tan hermosa como mi abuela. En aquel momento aún no sabía que me gustaría escribir. Otro de los motivos fue el hecho de haber nacido en Isla de Mozambique y haber vivido allí mi infancia. Es una isla mítica, mágica, la gente que vive allí, de cierta forma es empujada a ser poeta, a ser cantante. Isla es así. También, por el hecho de que mis profesores de portugués hayan elogiado mis redacciones. Pensaba, si mis profesores piensan que mis escritos son tan bellos, tal vez pueda escribir. Y por último, el simple hecho de que lo que más me gusta del mundo es escribir, es como más feliz me siento. Ese es el gusanillo.

Y cree que ya ha cumplido todos sus sueños o aún le quedan algunos por cumplir.

¡Ay mi hija! (risas) ¡Yo ya no puedo tener sueños! No, y tampoco me da mucha pena. Me gustaría acabar mi último libro, que es una obra necesaria, que trata de esta nueva sociedad, que gira y gira desde después de la independencia. Sobre todo desde la guerra de la desestabilización. Intento explicar lo que siento y cuál ha sido la causa de todo esto. Quien no conoce su pasado está condenado a repetirlo. Es algo casi infalible. El libro se llama Os Fantoches de Aço (Los fantoches de acero), son fantoches pero hacen daño como el acero. Esos fantoches con los que nos encontramos continuamente en esta sociedad. Me gustaría acabarlo, ya voy por la página 200, pero aún falta. Y cuando alguien cumple ochenta años ya se queda con el miedo de no terminar sus proyectos, aunque yo sea alguien muy optimista. Creo siempre que las cosas van a acabar bien. Siempre pensé que iba a encontrar un buen marido y lo encontré (risas), y por lo tanto quizá pueda tener la suerte de acabar este libro, que va a ayudar a la juventud, que anda medio zombi. La mayor parte de los jóvenes parecen que han caído aquí en paracaídas y que aún están aterrizando. Y eso es muy negativo.

[…]

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Transcripción y traducción del portugués: Alejandro de los Santos

Entrevista original aquí

 

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