La mentira del siglo sobre Venezuela

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En los años setenta, la CIA notó en Cuba la ausencia de unas 30.000 personas, y se preguntó dónde podían estar. Concluyeron que estaban en Portugal, donde se vivía el tiempo turbulento de la “revolución de los claveles”. El embajador gringo en Lisboa, Frank Carlucci (asesino de Lumumba) así lo divulgó con sus medios. Hubo quien lo creyera, pero había que ser imbécil para pensar que 30.000 vivaces cubanos podían pasar desapercibidos en un país tan calmo como Portugal.

La mentira del siglo sobre Venezuela

Los 30.000 cubanos estaban, sí, pero en Angola, en la “Operación Carlota” que derrotó militarmente a los surafricanos y acabó para siempre con la supremacía blanca en el continente africano. En ese caso había, en el origen, algo de verdad.

En este nuevo siglo la CIA aparece con otros 30.000: esta vez los 30.000 muertos por Coronavirus en Venezuela que Maduro habría ocultado tan bien que, durante meses, nadie, ni la Organización Mundial de la Salud, ni la Organización Panamericana de la Salud, ni la oposición venezolana, ni las agencias noticiosas, absolutamente nadie se dio cuenta. Un verdadero misterio de la ciencia.

Todos sabemos, por la crónica policial y las novelas de misterio, lo difícil que es esconder un cadáver. Edgar Allan Poe y Agatha Christie nos instruyeron sobre esa dificultad: antes de la revolución bolivariana, en los tiempos de la democracia representativa, un trío de argentinos, dos hombres y una mujer, ofrecieron a la policía secreta venezolana su experiencia en desaparecer personas. Los contrataron, pero al poco tiempo los hombres mataron y descuartizaron a la mujer porque se había enamorado de un venezolano: dispersaron por el monte los pedazos de la víctima que al poco tiempo fueron descubiertos y los asesinos terminaron en la cárcel…

¿Dónde están, entonces, esos 30,000 muertos que la CIA, por intermedio de sus paniaguados de Human Rights Watch, dice que nos oculta Maduro?  Ni las funerarias ni los crematorios reportan actividad inusual, ni han aparecido familiares o amigos (se supone que en esos muertos hay chavistas y opositores), ni hay una sola denuncia de la hiperactiva derecha venezolana. Simplemente se desvanecieron como se desvanecerá esta gran mentira del siglo sobre Venezuela.

El trasfondo de este embuste colosal es la catástrofe sanitaria de Estados Unidos, Brasil, Ecuador y Perú, en contraste con los éxitos de prevención de otros países como Costa Rica, Uruguay y Venezuela: los medios han alabado a los dos primeros, pero el escandaloso silencio sobre Venezuela se estaba volviendo el elefante en la habitación y, tarde o temprano la verdad, como el aceite en el agua, saldría a flote.  Decidieron atacar primero y arrojar dudas sobre la gestión de Maduro y el comportamiento ejemplar del pueblo venezolano en su confinamiento voluntario.

Ciertamente es una antigua y sana práctica poner en duda la exactitud de las cifras oficiales, en cualquier país, sobre cualquier materia. La bajísima cifra de muertes por Covid19 en Venezuela (11 cuando escribo esto) se presta a suspicacia, y a pensar que no se registran como víctimas de la pandemia algunos casos de fallecimiento por causas asociadas al Covid19. Sea. Pero el grotesco embuste de los 30.000 muertos pasará a la historia de la infamia gringa en Latinoamérica, como la base de submarinos soviéticos en la Guatemala de Arbenz (1954); la supuesta apropiación de los menores de edad por la revolución cubana que dio origen a la trágica “Operación Peter Pan” (1960-1962) que arruinó la vida de 14.000 niños; el reconocimiento de Juan Guaidó como “presidente de Venezuela” … y otras patrañas por el estilo.

Se trata del eurocentrismo y del endoracismo que, no creyendo en la cifra de 11 muertos de Maduro, prefiere creer, con variadas intenciones, en los 30.000 muertos de la CIA basándose en las deficiencias reconocidas del sistema hospitalario venezolano, pero olvida la epopeya de los médicos cubanos y venezolanos de Barrio Adentro, desconoce (por el bloqueo comunicacional) la ayuda masiva de China, Rusia, Irán y Cuba en la lucha contra la pandemia y, lo más grave: ignora la tradición histórica de los pueblos que, como Cuba y Venezuela, cuando no tienen lo necesario hacen milagros.

Es que, definitivamente, en el mundo de los ciegos el tuerto es sospechoso.

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