La ciencia como cierre categorial de origen burgués. Incapacidad…

Fuente: Portal Libertario OACA                                                    24 Aug 2021 11:43 PM PDT

La ciencia como cierre categorial de origen burgués. Incapacidad artística de la burguesía

¿Qué es «la ciencia», esa deidad moderna y postmoderna también, sino desde una perspectiva humanística una categorización, un cierre del discurso, un rancio positivismo comtiano, heredero traidor y legitimador de cierta filosofía y lógica aplastante que en su caso motivó el «coup d’êtat» a cargo de la burguesía revolucionada contra la nobleza, cuyos «progresos técnicos» no hacen sino marginar y eliminar binariamente, mediante la escala de grises inherente a ella misma, las mejores capacidades cualitativas de escritores no comerciales y no capitalistas venalistas, de gran calidad por lo tanto (si vales, vales; si no, para Humanidades)?

La ciencia es la dictadura del burguesonado, en connivencia con la parte asalariada contratada contra voluntad mediante el «a la fuerza ajorcan»; la ciencia es una exactitud demasiado exclusivista, un pujo de pijismo autolectista, el cracismo de los adaptados antihumanistas, el opio de una clase social elevada a los altares de su «cristianismo ateo» positivo… Los peligros de la ciencia no son, evidentemente, sus mímesis filológicas (tan parecidas al vocabulario de arsenal católico o filologista) en la terminología específica, que aleja a los curiosos con su prestancia milimétrica, obsedente y dirigida. No. Los peligros de la ciencia derivan de que ésta no es en absoluto un paradigma libre como son las artes, bajo cuyo paraguas coexisten sin mayores problemas, por ejemplo en música consumible, Madonna y Mozart, Prince y Béruroir Noir, Amaral y Sonic Youth, por muy distorsionado y para algunos aberrante que esto suene, pues hay un arte seudoespecífico como hay un arte virtuoso, y éste es el paradigma. No, los peligros de la ciencia son que la ciencia es esgrimida como un cierre categorial prometedor de soluciones finales, como una razón racionadora y rocinante de hegemonismos espúreos, como una instrumentalización físico-intelectual que, al negar la religión, se venga de los por otra parte a menudo perversos tiarados, pero que al castigar la metafísica toma vindicación contra entidades como la filosofía especulativa, la imaginación, la psicodelia y la Libertad de pensamiento y de publicación, así como contra la de prensa, lo cual sabemos que no es ninguna mentira, como quieren hacernos creer los peligrosos y radicales chorlitos capitoestatalistas, capitostes de un Estado Economista cuya debilidad no es, paradójicamente o no, tan mala como su fortalecimiento, pues el poder del Estado es potencialmente totalitario, igual que el poder cultual de la celosa ciencia contra lo que llama «pseudociencias»: así, los ortoprotésicos son incultos y escuchan música de radioformulismo vacuo y deslavazado, y en esa urdimbre o mera ignorancia estamos: los productos ultratecnológicos, aparentemente sin fisuras, son otra reelaboración vacía y sin concepto de los viejos mitos de la entelequia humana, del poder, de la vistosidad y demás mitologemas, ficciones camuflagistas y elementos irracionales de la especie. La ciencia está envejeciendo cada vez más y lo único que sabe hacer es recauchutarse los morritos e insultar a grandes pensadores de otra doxa, como Leopoldo María Panero, a quien no sabrían leer ni en 666 vidas. De este modo, la ciencia recupera en todos los sistemas autolegitimados a sí mismos un cierto y probado oscurantismo totalizante y despreciativo, «heredero de aquello que presuntamente vino a combatir». Como la ciencia no es un paradigma y la técnica menos (la técnica siempre acaba viniendo al rescate de la ciencia debilitada, por motivos de apariencia legitimista e hipnótica), lo humanista se considera errátil y poco «vendible». Pero esto habla muy bien de ciertos escritores aún desconocidos o marginalizados, y muy mal de los mercaderes de unos templos sin otro temple que el absolutismo, ya sea éste velado y conciliabulista, o manifiestamente agresivo, chulesco y reaccionario.

Por consiguiente, hemos de hacer notar en este punto cómo cualquier «código deontológico» de lo que tanto presumen los corbatistas, los embatados y demás condottieros (siempre posicionalmente en contra de la esencia metademocrática, del acracismo más humano), es una cifra oscurecida por motivos claramente exclusivistas y de camuflaje de ciertas intenciones (léase aquí el «código» en cuestión y en tela de juicio) y también una desontologización (léase aquí el «deontologismo»), que indica precisamente cómo a juicio de los jerifes del cotarrismo ostracista «deberían ser» en su ridícula pero influyente opinión «la sociedad», las «operaciones procedimentales», los «protocolos» y el encierro de los disidentes políticos y objetores de la gran astracanada en cárceles, «hospitales psiquiátricos» y «centros de rehabilitación psicosocial»: al denegar tanto en el plano simbólico como en el fáctico la capacidad ontológica del Hombre, las verdaderas cualidades del Ser así como sus potencialidades más deseables, se desfomentan sus capacidades para llevar a cabo el desarrollo de su potencial en la praxis. Así pues, la ontología revela cómo es una sociedad y cómo puede ser un individuo en el contexto de lo real y de lo metarreal, tanto en el aspecto formal (y por lo tanto incompleto o parcial) como en sus cualidades fundamentales, esenciales y por lo tanto prefundacionales. Entonces, la democracia representativa es un paso todavía inservible (por meramente formalista e inesencial) para todo aquello que el anarquismo reclama en el lado ontológico: el mantenimiento de un orden de ápices y clases no beneficia más que a los que están en la cúspide poderosa y a sus satélites, y la lucha de clases se extiende a también individuo, dando lugar asimismo a una lucha de tipologías, a una convivencia tensional entre los cesaristas y los resistentes, a un hegelianismo dialéctico irresoluble. Si la democracia es más refractiva que reflexiva y espectacular que especular, esto lo que significa y demuestra es nada menos que la ingeniería social de los mercaderes del reino es un ataque contra la filosofía y las letras, matrices de las cuales provienen disciplinas más «actuales» (si la filosofía libera algún viso de dignidad y decencia humanas, y si las letras son tan sincrónicas como diacronificables), como por ejemplo y entre otros muchos derivados la politología y todas las ciencias superestructurales, mientras que el Pensamiento, señor hidalgo, debe ser una transversalidad horizontal que juzgue por descripción lo de arriba, no una palanca vertical de «prestigio competitivo» de orden entelequista, egótico y superficial, sino una raíz que lo mismo alude a Conan el bárbaro que a la superación de cualquier quiste entomologista del hombre por el hombre. Esclavitudes como la psiquiatría pansignificativa, el derecho positivo antisubjetivo, la religión acosadora (sexualmente predaticia amén de alienante) o el psicologismo etológico-conductista, vendido y adjudicado, y burdo y demás (éstas sí, pseudociencias, afirmamos) no tendrán cabida jamás ni por hecho ni por derecho en la metademocracia ontológica que el mejor anarquismo, ya sea individualista o colectivista o en perpetua fusión, reclama propositivamente y no por medios impositivos. Lo cual no quiere decir que tengamos que cargarnos ciencia y técnica, sino integrarlas en lo humano y no al revés, como se está haciendo en niveles de total y empírea macrosujeción. Lamentablemente, la ciencia y la técnica siguen al detalle su «plan quinquenal» de obsolescencia programada y de arrasamiento de la Naturaleza, y con ella, del Hombre…

Vicarious Shamishen 

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