Juana Manrique de Lara: de la Tacoteca a la Biblioteca

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Siempre he sentido un profundo respeto y admiración por las bibliotecas, el corazón del libre pensamiento, democracia en papel donde habitan las ideas en perenne túnel del tiempo, abrevadero del que siempre se sale en paz. Además, es el único lugar donde el estúpido celular por fin se convierte en pisapapeles.
Juana Manrique de Lara: de la Tacoteca a la Biblioteca

Sin embargo, hoy en día estos mágicos recintos parecen aburridos u obsoletos, sobre todo entre los millenians, translleninas, chiquillenians y los que se acumulen esta semana. Ya se darán cuenta de la tremenda aportación que han dado (¡y siguen dando!) a la cultura universal para conservar, transmitir e impulsar conocimientos es indudable importantísima.

Los antiguos mexicanos ya tenían una larga tradición bibliotecaria, esto en la forma de los famosos amoxcalli (amox, libros-códices), sitios donde se conservaban los códices que eran creados para registrar costumbres, religiones, tradiciones y la organización social. Dos de las más importantes  amoxicallis estaban en Tlaltelolco y Texcoco.

El códice era un papel hecho a base de fibras vegetales (área maya y del centro de México) o bien sobre piel curtida de animales (zona mixteca, Oaxaca). Había otros que fueron pintados sobre lienzos fabricados con algodón y fibra de amate o de maguey, como en el caso de los mexicas. Sobre el origen del papel en Mesoamérica, hallazgos arqueológicos establecen su aparición un milenio antes de Cristo: “Si esto es cierto, Mesoamérica sería el centro de la invención del papel, y no China, como hasta ahora se afirma”, comenta la historiadora Sofía Gómez Sánchez.

Con los españoles ya meciéndose en la hamaca en estas tierras comenzó la rápida proliferación de conventos e instituciones de enseñanza, donde las bibliotecas fueron indispensables. El hecho de que fueramos los primeros en tener imprenta de este lado del charco también ayudó a la producción y distribución de libros. En 1534 se formó la primera biblioteca, esto en la Catedral Metropolitana, y a partir de entonces poco a poco México ostentó las colecciones de libros más grandes y completas del Nuevo Mundo.

Un ejemplo de esto es cuando a mediados del siglo XVII el obispo Juan de Palafox donó su colección particular de más de cinco mil ejemplares para crear en Puebla la hermosísima y afamada Biblioteca Palafoxiana, la cual para finales del XIX llegó a tener más de cuarenta y cinco mil ejemplares. Cabe mencionar que don Melchor Ocampo, personaje clave en aquellos años convulsos de nuestra historia decimonónica, y a su vez un bibliómano entusiasta, sobre todo en temas de ciencia, siendo un jovenzuelo catalogó veinte mil volúmenes de esta biblioteca ¡él solo! Por cierto su nombre completo era José Telésforo Juan Nepomuceno Melchor de la Santísima Trinidad Ocampo Tapia, y ya no le pongo el “pa’servirle” porque no acabamos. Y hablando de notas inútiles y Telésforos, tenemos al 8º papa católico, quien instituyó la famosa Misa de Gallo que se celebra a medianoche en Navidad. La verdad Telésforo es un magnífico nombre para un sabueso grande con mirada de trovador solitario con ínfulas bohemias.

En fin. Otra gran aficionada en coleccionar libros fue Sor Juana Inés de la Cruz, quien llegó a tener en su biblioteca conventual cerca de cuatro mil volúmenes. A esta especial colección ella se refería amorsamente como “Mi Quitapesares”.

Entonces sólo españoles y criollos tenían acceso a estos acervos, hasta que a finales del siglo XVIII aparecieron las primeras dos bibliotecas públicas, una verdadera innovación para la época: la Biblioteca de la Real y Pontificia Universidad de México y la Biblioteca Turriana. La Biblioteca Turriana estaba localizada en un local junto a la Catedral y para mediados del siglo XIX tenía aproximadamente trece mil volúmenes. Estuvo en servicio por más de sesenta años ininterrumpidos, hasta ser expropiada por el gobierno y pasar a formar parte, como muchas otras bibliotecas conventuales, a la gloriosa Biblioteca Nacional, propiamente fundada por don Benito Juárez, en 1867.

Durante el porfiriato tener biblioteca en casa se convirtió en símbolo de estatus, la costosa acumulación de libros en repisas de fina madera que quizás jamás se leyeron, pero apantallaban al invitado y daban al dueño facha de intelectual. Tal vez la tenían nada más para poder decir después de la cena la frase que siempre he querido decir: “Gracias, tomaré el coñac en la biblioteca”.

En los años que siguieron a la Revolución uno de los objetivos principales del gobierno fue que la educación y el libro estuvieran al alcance de todos. No era para menos, el analfabetismo era galopante y alarmante. Para este objetivo, entre otros, se creó la Secretaría de Educación Pública, que de 1921 a 1924 encabezó José Vasconcelos.

Este controvertido visionario consideró a la biblioteca como parte fundamental del proceso educativo, pues eran instituciones culturales vivas y dinámicas que debería estar abiertas para todos. Bajo su iniciativa se abrieron más de dos mil quinientas bibliotecas públicas en el país y se fomentó lo que se llamó Bibliotecas Rurales, camiones-biblioteas que iban puebleando por aquellos caminos.

Y es aquí donde entra nuestra invitada, que para variar y no perder costumbre está más olvidada que un cumpleaños de suegra: Juana Manrique de Lara, de las primeras bibliotecarias mexicanas con educación formal (en la Escuela Nacional de Bibliotecarios y Archiveros,fundada en 1916), y la primera bibliotecaria mexicana en estudiar en el extranjero (en The Library School of the New York Public Library, 1923 y 1924).

Manrique de Lara nació en 1899 en El Cubo, Guanajuato, aún pintoresco pueblo minero (hoy con menos de 600 habitantes). Como era de esperarse fue su carácter y tenacidad la que sacaron adelante a la joven Juana, hasta forjarse una carrera al formar parte de la primera generación salida de la Escuela Nacional de Bibliotecarios y Archiveros, hacia 1920.

Juana Manrique de Lara (Foto: Educación bibliotecológica en México, por Estela Morales Campos).

Inspirada por la política educacional y bibliotecaria de Vasconcelos, bajo el gobierno carrancista, la “serita” (Srita.) Juana fue de las primeras en proponer la gran necesidad de crear bibliotecas infantiles y juveniles en nuestro país. Después de todo el futuro de la nación debía buscarse, según el ideal cultural e intelectual carrancista, en las entonces recién estrenadas escuelas públicas, donde se democratizaba la educación y en donde la biblioteca infantil y juvenil (como los laboratorios o el gabinete de física) debía tener una atención especial.

Con esto en mente, la maestra Manrique de Lara presentó a Vasconcelos varias proposiciones, como el desarrollo de bibliotecas en las escuelas primarias superiores, para complemento de la enseñanza y el desarrollo de una conducta lectora, el incluir en los programas de Lengua Nacional el tema sobre el manejo de  bibliotecas y uso, selección y prácticas de recolección de libros, no solamente en escuelas primarias, sino también en las normales, secundarias y preparatorias, y la importante implantación de la Biblioteca Circulante en el espacio de la Biblioteca Nacional, una biblioteca infantil móvil al servicio de la nación.

Vasconcelos aplaudió todas sus propuestas y mandó a la joven a estudiar a Nueva York (en ese entonces el centro más importante y novedoso para el desarrollo de bibliotecas), para que a su regreso no sólo llevara acabo sus planes, sino también asentara las bases para la importante preparación de nuevos bibliotecarios mexicanos desde la trinchera magisterial. En este tema Manrique de Lara también puede considerarse la pionera de la educación a distancia para bibliotecarios, pues en revistas de la época se encontraban anuncios del Curso de Biblioteconomía por correspondencia, que la maestra impartió a partir de 1929, dirigido principalmente a maestros rurales. Para 1931 tenía 320 alumnos inscritos.

Nota curiosa: la mayor parte de su estancia en Nueva York, la señorita Juana la vivió con unos amigos muy queridos de sus padres, los Baez, quienes entre la bola de chilpayates tenían una chiquilla muy bonita y talentosa, que más tarde se convirtió en la afamada cantante-trovadora Joan Baez, parteaguas de la música de protesta norteamericana en los movidos años 60 del siglo pasado.

Desde Nueva York Manrique de Lara escribió artículos de alto contenido académico, verdaderas lecciones para que los bibliotecarios comprendieran y contribuyeran a que la biblioteca desempeñara su papel tanto en el desarrollo del gusto lector como en la democratización del libro, la información y el uso de la propia biblioteca. De estos escritos salió el perfil ideal del bibliotecario infantil mexicano:

“[…] debe ser un educador, un maestro y un colaborador efectivo y valioso de los maestros de las escuelas, además, un amigo cariñoso e inteligente de los niños y jóvenes que concurran al establecimiento, a los cuales ayudará con sus consejos y guiará en la formación de sus gustos literarios y en la selección de obras de buenos autores”.

Jaime Torres Bodet, escritor, poeta y entonces importante figura en el mundo editorial (más tarde Secretario de Educación Pública), les dio a los escritos enviados por la maestra Juana tal importancia que los publicó en el órgano oficial del Departamento de Bibliotecas, El Libro y el Pueblo, que al ser distribuida internacionalmente dio la oportunidad de que la producción de la maestra pudiera ser conocida internacionalmente.

Las principales aportaciones de Juana Manrique de Lara fueron:

-Creación y fundación de la biblioteca infantil y juvenil en México.

-Resucitó el papel central la biblioteca y el bibliotecario popular en la educación.

-Hizo que la formación del bibliotecario estuviera dirigida a hacer posible que la biblioteca cumpliera su papel fundamental en “la democratización del libro, la información y el uso de la propia biblioteca”.

-Que la formación del bibliotecario no era nomás catalogar y clasificar, sino que debía acompañarse de conocimientos que le permitieran acceder a una necesaria cultura general, por lo que sugería que esta formación se acompañara de una “elemental información sobre sucesos mundiales y domésticos”.

-Recomendó la formación de un comité de selección dependiente del Departamento de Biblioteca.

-Basada en la mercadotecnia y tipo de publicidad de la época, promovió certeras campañas para difundir las bibliotecas en revistas y libros.

-Se acercó al sector privado para el sostenimiento de bibliotecas.

Haciendo de su profesión un verdadero apostolado, Juana Manrique de Lara pudo apoyar con su dedicación el ideal que compartía con Vasconcelos de fomentar la lectura. Por supuesto debería ser postulada a la canonización, después de todo una persona que hace de la biblioteca un puente maravilloso entre niños y la lectura para su enseñanza y crecimiento merece eso y más. No pude encontrar el dato, pero al parecer la maestra nunca se casó ni tuvo hijos. Sí alguien sabe, échenos la noticia.

Doña Juana murió en la Ciudad de México el 8 de Octubre de 1983.

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