Historias de la Argentina postpopulista concreta

Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2020/02/24/historias-de-la-argentina-postpopulista-concreta/             

¡Con unas caras pobre!

Todas las notas son de Agencia Pelota de Trapo

Pagar la deuda: hambre y veneno

Publicado: 12 Febrero 2020

Por Silvana Melo

Ya se han muerto ocho, nueve, diez, quién sabe cuántos. Quién cuenta a los niños que se mueren en la profundidad del chaco salteño. Y se seguirán muriendo sin preguntar dónde fue a parar el presupuesto millonario que los gobiernos provincial y nacional condescendieron para CONIN, la fundación contra la desnutrición que preside el opus dei Abel Albino, luchador contra todo derecho tangible. Se seguirán muriendo mientras se discute cómo se paga una deuda que a ellos siempre les costará la vida. Se seguirán muriendo mientras que de las canillas de un pueblo de Santa Fe sale agua con veneno. Se seguirán muriendo mientras el Ministro de Ambiente se reúne orgullosamente con José Luis Gioja, socio del cianuro para generaciones de niños de Jáchal. Se seguirán muriendo ahí donde el país se cae y nadie ve a los originarios y a los pobres que se quedan desnudos y sin bosque cuando pasa la tala y desmonta 1.200.000 hectáreas en 10 años y asesina a cientos de hambre, de sed, de olvido y de desprecio.

Se seguirán muriendo ahí donde no hay agua y los niños se mueren deshidratados en los veranos feroces y entonces la Ministra de Salud dice no es la primera vez que se mueren los niños en esta época del año y todos le saltan a la yugular, pero no hace más que decir la verdad. Porque no hay agua en las comunidades, la sequía es un infierno, les quitaron el monte, las aguadas, la humedad natural y el ciclo que alimenta los ríos. Y no el que los enfurece de pronto y los inunda después de diez meses de sequía. No hay agua y cuando se la traen es en bidones de glifosato. Lavados, claro. Bidones de glifosato.

La ministra dice la verdad desde el escritorio con dispenser y aire.

Mientras tanto, de una canilla de una casa de familia en María Juana, Santa Fe, científicos de la Universidad del Litoral comprueban que sale atrazina. Un herbicida prohibido en la Unión Europea en 2004, del que se sospecha que puede ser disruptor endocrino y carcinogénico.

Los niños toman agua de la canilla de la agroindustria en Santa Fe.

En 2015 Juan Manuel Urtubey creó el Ministerio de la Primera Infancia. A través de un convenio de presupuesto abultado, colocó en manos de Abel Albino la atención de la salud en los confines. Según medios salteños, para Albino y su cohorte médica el hambre se fundaba en que los originarios tenían relaciones como animales. Sin dudas aplicó toda su ideología pre medieval en las comunidades. Les contaminó los espíritus y el aire. Para colmo, con presupuesto.

Y se siguen muriendo, desesperadamente.

El Ministro de Ambiente se reunía en estos días con José Luis Gioja, presidente de la Comisión de Ambiente del Partido Justicialista (esto existe…). Y decía hacerlo con orgullo. Gioja, abogado espiritual de la Barrick, socio del cianuro de Jáchal, enemigo temible del agua cuyana.

Los niños de San Juan toman agua de la canilla de la megaminería.

Mientras tanto se discute el pago de la deuda. Que tomó la inmoralidad que se pasea hoy como si nada, presidiendo fundaciones de la gavilla internacional. Una deuda que les cuesta la vida y les costará la vida a las niñas y a los niños del norte profundo y olvidado. Donde no hay agua ni posnet para tarjetas alimentarias, donde no llegan los funcionarios ni Marcelo Tinelli ni Narda Lepes ni el Consejo Federal contra el Hambre.

Si llegaran, sería un acting mediático para la foto. Nada más.

Y la deuda se pagará, como siempre. Con sus vidas. Y tantas otras.

Pena de muerte para pibes y pibas

Publicado: 15 Agosto 2017

Por Claudia Rafael

La pena de muerte de hecho es un destino cierto para una enorme franja de la juventud. Hay una sanción punitiva desde el mundo adulto y desde las instituciones.

Instituciones forjadas y sostenidas por ese mundo adulto hacia los gérmenes de rebelión. Para los pibes que asoman desde el barro más profundo, desde las prisiones sin techo ni reja palpable, e irrumpen en las calles de los incluidos. Para las pibas devoradas por los escuadrones sociales de la perversidad.

Son Nadia, Luna, Matías, Rodrigo, Anahí, Luciano, Lara, Juana, Rosalía… Hacia ellos hay una cruel prodigalidad de martirios que demasiadas veces termina en la muerte. La desesperación y la desesperanza se hermanan en el cuerpo niño sin horizontes. Y van formateando figuras que saborean desde la infancia más frágil el gusto amargo de la hiel.

Los estados dibujan los cercos. Marcan el límite que no pueden sobrepasar. Y los constriñen a territorios hacinados y precarios. Donde la esquina es la patria y desde allí se envalentonarán para romper los círculos del suplicio. Porque el futuro es una quimera inexistente. Un país a cuyo banquete no fueron invitados. Y ni siquiera pueden preguntarse, como Víctor Hugo en Los cantos del crepúsculo, ¿de qué estará hecho el mañana? porque el mañana no es un tiempo asequible.

Los pibes caen en las garras de los robocops que practican tiro al blanco con sus cuerpos. En una producción en serie de cadáveres. O los visten de soldados parias que sirven al poder de estados paralelos. Dejan olvidada la vida en un zanjón mientras aspiran los polvos con que los riega el capitalismo. O en una balacera en la que pujan contra sus propios pares por un pedazo más de territorio.

Las pibas caen en las garras de los sicarios sociales. Que lanzan, de una en una, una moralización de los cuerpos. Aleccionan sexualidades. Formatean libertades. Hostigan a quien rompe, a su manera, con las pesadas cadenas del conservadorismo patriarcal. Acechan a quien se atreve a gritar, como Prevert, soy como soy, así estoy hecha…

Es Lara, de 15 años, que se disparó con un arma calibre 38 en el salón de clases en La Plata. Y lanzó al mundo su propia muerte como una feroz cachetada que salpicó las conciencias. Es Anahí, de 16, que hace apenas un manojo de tiempo marchaba con la pancarta del puño en alto acusando al mundo en su propia cara de que las balas que vos tiraste van a volver ante la irrupción de policías en su escuela, en Banfield. Y a quien la crueldad de la condición humana transformó en muerte baldía. Y hoy las instituciones del estado se lanzan a la cacería de un responsable sea como sea sin importar cómo ni porqué mientras buscan culpabilizarla por caminar en una calle oscura. Es Rosalía Jara, de 18, de un pueblo donde los olvidos acucian y la pobreza entrampa, en el Santa Fe profundo. Que es la nada misma en los medios periodísticos nacionales como lo fue Juana Gómez, por morocha y por pobre, aborigen chaqueña de apenas 15. Son Matías, de Quilmes, o Rodrigo, de San Martín, asesinados de bala policial a los 14. Es Luna, de 19, que salió a buscar trabajo en Benavídez y no regresó. Todos en una larga hilera que empuja, uno tras otro a los abismos de los acantilados. Es Nadia, con sus 14, desaparecida dos veces. Devorada por los traficantes de vidas. Es Luciano, que hace ocho años y medio se plantó para decir no y lo desaparecieron, torturaron y asesinaron.

Anahí, Lara, Luna, Matías, Rosalía, Rodrigo, Luciano, Nadia, Juana son nombres adolescentes, que se reiteran en las páginas rojas de la crónica periodística. Que provocan espasmos de reacción hasta que asoma algún otro y alguien más es devorado por los cofres de la amnesia colectiva. En una naturalización vil. Que se vale del hábito perverso de transformar las miradas en meros números. Día tras día un nuevo nombre. Y tantas nuevas muertes hasta sin nombre. Una ausencia. Una desaparición que huele a pasado. Que sabe a círculo que se repite una y otra y otra vez más. Cada tiempo va pariendo las esquirlas de su propio espejo. Y la anestesia social gira y gira sin más reacción que la del espanto repetido.

Cuando Agamben habla del estado de excepción, enfoca ese tiempo en que el derecho se suspende para garantizar la existencia misma del pacto social. Y reanuda conceptualmente el pensamiento de Walter Benjamin cuando escribe que “la tradición de los oprimidos nos enseña que el ´estado de excepción´en el cual vivimos es la regla”.

Que es, en definitiva, la deconstrucción del mañana al destruir las semillas, parcelas de vida, que reaseguran que la condición humana siga existiendo.

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Rocío y la fruta envenenada

Publicado: 15 Septiembre 2017

Silvana Melo

 La mandarina impregnada de furadán, que mató a Rocío, en un paraje rural de Mburucuyá, Corrientes, es un arma mortal del sistema.

El furadán, que posiblemente la haya paralizado sin regreso, es el veneno brutal e imprescindible para que el modelo siga en pie. Y su uso indiscriminado es el dibujo más perfecto de la impunidad: el descuido, la indolencia y la facilidad de utilizar un tóxico mortal para fulminar a los pájaros que acechan los cultivos de arándanos. Envasado en un hermoso y tentador cítrico, monstruoso cuando una nena de doce años lo disfruta camino a catecismo.

Esta es la historia que cuenta el abogado Francisco Pisarello, quien se echó al hombro la tragedia de una familia carente de todos los recursos imaginables. Económicos y sociales. Una historia que difiere de lo que han relatado los medios en estos días. Una historia con un veneno que es el mismo que mató 300 perros en un pueblo cercano a La Plata. Y que es uno de los únicos que terminan con los insectos que atacan a la soja.

Rocío iba a tomar la comunión. Por eso iba con su sobrinito Damián camino a la capilla Santa Librada, a unos 1.500 metros de su casa. La catequista solía oler las fumigaciones periódicamente. Rocío tenía doce años y Damián diez. Ella asumía su cuidado. Iban a la misma escuela rural y al mismo año, a pesar de las edades diferentes. Graciela Galeano, la directora, viajaba con ellos todos los días los nueve kilómetros de casa al aula. “Eran ellos dos y otros nueve de la misma familia”, relató a APe. “Todos de la misma casa”.

Pisarello ubicó el portón a unos 90 metros de la vivienda de los chicos. “Es un portón grande que da a un establecimiento citrícola, de producción de mandarinas”. Una de las frutas estaba al lado del portón. “Rocío la levantó, la partió, comió ella la mitad y le convidó a Damián”. El resultado fue fulminante: “se paralizó casi en forma instantánea”. Damián, con una descompostura atroz, volvió a la casa como pudo, usando un palito de bastón, para buscar ayuda. La nena murió en el hospital de Mburucuyá. La causa judicial está caratulada “Muerte por envenenamiento”.

El abogado describió un procedimiento frecuente en la producción de cítricos: “el raleo es quitar algunas frutas de la planta, las que sean de menor calidad, para que la producción en sí sea la mejor. A ésas se las traslada”. La pregunta que Pisarello se hace es de una lógica fatal: “¿qué se hizo con el resto de las frutas cosechadas?”

Aparentemente, se las cargó en canasto de plástico sobre un carro tirado por un tractor. “Por el traqueteo del tractor, la mandarina que comió Rocío se cayó a la salida”. Es decir, que el resto estaba tan envenenado como la fruta que mató a la nena que fruncía el ceño y hablaba en guaraní cuando algo no le gustaba, como recuerda Graciela Galeano.

Según Pisarello, esas frutas, “posiblemente inyectadas de furadán”, son utilizadas para “matar a los pájaros” en el cultivo de arándanos “en otro establecimiento a 1500 metros” de la zona entre Saladas y Mburucuyá.

El mismo insecticida (el principio activo es el carbofurano y el nombre de fantasía es furadán) fue utilizado por más de un productor agropecuario de la zona de La Plata para asesinar a más de 300 perros, en una práctica de enorme peligrosidad para la cercanía de niños que suelen desesperarse por salvar a un animal en una agonía tremenda y ese contacto puede ser letal. Por supuesto que el furadán está prohibido en Estados Unidos y la Unión Europea. Pero el sistema extractivo, que se lleva los espíritus de la tierra, contamina los ríos y arranca a los árboles y a los niños como a la maleza, necesita venenos mortales para subsistir.

Los especialistas explican que luego de usado “queda en la tierra, el pasto y el agua durante tres días, con un efecto residual. El tóxico lo comen los gatos y se mueren; al gato muerto lo picotea la paloma y también se muere y más tarde el gato come a la paloma envenenada, y así. Es todo una cadena”.

Una cadena que envenena la mandarina con furadán para matar pájaros y, como un paso necesario, mata a Rocío y devasta a Damián. Una cadena que, en las tomateras de Lavalle –en la misma Corrientes- hace llover veneno sobre las casas y los patios donde juegan los niños y mata a José Kili Rivero. Que desagota el agua tóxica de los cultivos en un canal donde chapotearon Nicolás Arévalo y Celeste. Y Nicolás murió, con endosulfán en su cuerpo. Los dos tenían cuatro años. Los dos son los niños sacer de Giorgio Agamben. Aquellos niños víctimas de un crimen que no pagará nadie.

Rocío es otro crimen. Porque a los muertos del sistema los aportan los anónimos, los pobres, los dueños de nada.

Graciela viajaba con ellos los nueve kilómetros de la casa en El Pago a la escuela 611 de Costa San Lorenzo. Todos los días. Rocío era callada, pero la cercanía de los viajes y del aula cotidiana permitían que cantaran juntos un chamamé, que ella hablara de su novela preferida: Pasión de gavilanes. Y que todos se entusiasmaran con la reunión diaria a la hora de “El Zorro”.

El carbofurano (fudarán) es uno de los insecticidas más tóxicos para los seres humanos, entre aquellos que se utilizan para la producción de alimentos. Un cuarto de cucharadita (apenas un mililitro) puede ser fatal.

El modelo de agronegocios es agro-tóxico. Envenena la tierra, los almuerzos de los niños y los ríos vitales. Rasura los bosques y pavimenta los campos con monocultivos. Edifica en los humedales e inunda las casas de la gente. Es el sistema el veneno.

El desafío será producir antídotos. En defensa de las Rocíos, los Killys y los Nicolás. Para desenvenenar la vida.

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NARQUERAS

Publicado: 17 Febrero 2020

Por Carlos Del Frade

 Muchos años antes que Rosario fuera noticia a nivel nacional por homicidios vinculados al narcotráfico, una maestra de escuelas primarias de la zona sudoeste advirtió que las chicas ya no querían ser botineras, si no, narqueras. Todavía no era el tiempo de la revolución de las hijas ni la extraordinaria irrupción del feminismo y muchas chicas, entonces, pensaban que no tenía sentido ser novias de futbolistas si no de narcos barriales.

Era una señal que surgía de las entrañas más profundas de la sociedad.

Un anuncio que hacía una maestra sensible y atenta a lo que dicen, hacen, sueñan y dejan de decir y hacer sus chicas y sus chicos.

Ocurrió lo que generalmente sucede. Las autoridades no le prestaron atención.

Era el inicio de un proceso histórico diferente que daba cuenta de esos mundos paralelos que existen en el supuestamente único y normal en el que habitamos.

Los agujeros negros que inventó el desarrollo capitalista en la ciudad, desapareciendo los talleres textiles y metalúrgicos y amaneciendo los espacios adecuados para la democratización de dos arterias fundamentales de su corazón como el contrabando de armas y el narcotráfico, generaron los cambios en el imaginario colectivo de pibas y pibes.

Narqueras, sí; botineras, no.

Ahora, casi quince años después de esa lúcida advertencia de la maestra sensible del sudoeste rosarino, las crónicas policiales de la ex ciudad obrera ubicaron dos femicidios en el norte de la geografía, allí donde antes florecían las grandes empresas textiles, los galpones y hasta pequeñas industrias químicas.

Dos pibas vinculadas a las bandas que se disputan la comercialización de drogas en esa zona de la ciudad, fueron asesinadas con la diferencia de pocas horas.

Dos chicas que necesitaban soñar, desear y vivir, mucho más allá de las imposiciones de las minorías que terminan modificando hasta el paisaje de las grandes ciudades que alguna vez fueron obreras e industriales en la Argentina del siglo veinte.

Daiana Paiva tenía solamente veintiséis años y Agustina Thomson tenía solamente veinte años.
Mucha vida por delante. Mucha alegría por multiplicar.

No las dejaron.

Para el fiscal de Homicidios Dolosos, Adrián Spelta, los dos asesinatos ocurridos en la noche del lunes 10 de febrero de 2020 en la zona norte están vinculados.

Según los medios de comunicación, esos femicidios tienen el contexto de los grupos que pelean en la zona norte por la supremacía en el negocio narco. Por un lado el que históricamente lideró el joven condenado por el atentado contra el entonces gobernador Antonio Bonfatti, Emanuel Sandoval, alias Ema Pimpi, asesinado en 2019; y el de Olga “Tata” Medina, procesada por narcotráfico.

Daiana Paiva, fue atacada por dos personas en moto. Al momento de la agresión estaba acompañada por un joven, quien terminó detenido.

-Es confusa la relación. Sería un amigo, según familiares. Sería una persona que hace mucho tiempo estaba con ella, pero él nos dijo que hace meses vive en Rosario. La investigación está en curso. Hoy puedo decir que estaban juntos cuando aparecen dos personas con armas y empiezan a disparar. Tengo la convicción de que esta persona conocía a los agresores. No habría posibilidad de que no reciba un solo disparo – dijo Spelta.

En el acaso de Agustina hay pocos testigos.

-Estaba en la puerta con el celular. Recibió tres impactos en el pecho – apuntó el funcionario.
Daiana y Agustina, como tantas pibas en la Argentina crepuscular del tercer milenio, necesitan vivir de acuerdo a sus sueños como también requieren de maestras atentas que adviertan los ríos profundos de la historia de un pueblo que son alterados por los negocios mafiosos de unos pocos.

Daiana y Agustina eran mucho más que narqueras, eran chicas que necesitaban ser felices y pelear por hacer realidad sus sueños.

La impunidad de los negocios del capitalismo las convirtió en nombres que rápidamente serán olvidados en las crónicas policiales.

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El olor de la memoria

Publicado: 13 Febrero 2020

Por Claudia Rafael

 Aturden los medios con su cantinela imparable en esa carrera feroz por la multiplicación de videos. En la soledad de la habitación, lejos de la adrenalina de la sangre que vende, ella huele una remera, quizás un pantalón. Probablemente se aferre a esa ropa en un abrazo demasiado flaco, que no tiene devolución. Un abrazo que duele. Pero no como esos abrazos que duelen porque estrujan, porque son de ida y vuelta, porque entrelazan cuerpos cálidos o sudados. Su abrazo duele porque es el abrazo de la soledad. Porque es el abrazo vacío. Graciela Sosa, la mamá de Fernando, contó que esta semana le entregaron la valija de su hijo. “Yo la había cargado con tanto amor, que me devuelvan a mi hijo en un cajón y me traen el bolso. No es fácil sacar cada ropa porque había ropa sin lavarse. Lo olía, la ponía para oler y me tiraba arriba. ¿Por qué le hicieron esto a mi hijo?”.

Quizás nunca lave esas prendas en un intento denodado y vano por retener a su niño. Es el olor de los amores. Ese olor intenso al que uno se aferra para retener, para recordar (que no es una palabra simple. Que implica volver a pasar por el corazón).

Ese olor al que apelan los exiliados, los sobrevivientes, los migrantes. Los que viven a pesar de que los crueles hayan arrebatado la vida. Los que cantan, como resignificó Víctor Heredia acerca de su hermana María Cristina, que “a veces siento risas y un perfume en el aire como de mandarinas”.

No se trata sólo de un aroma el que Fernando dejó en esas ropas. Es su esencia. Es el sudor de su piel. Es la huella de su paso por la vida. Es el olor de ese cuerpo joven, vibrante, amado. Es la prueba concreta, más allá de la infinita colección de anécdotas, instantes, recuerdos, palabras dichas o no dichas, tequieros repetidos hasta el hartazgo, desgarros, mates compartidos, fotografías, rebeldías, besos, risas, llantos acompañados.

El olor llegó encerrado en una valija. Entró nuevamente a la casa su olor. Sólo el olor. Sin él. Guardado en esa misma valija que había partido sin ser más que una simple valija casi un mes atrás. Y ahora, esa simple valija llena de ropa limpia y usada desparramó el olor de su niño por toda la casa. Sin pedir permiso y para quedarse.

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