Etiopía, dramáticos cambios

Fuente: Umoya, num 104 3er trimestre 2021                             Juan González Núñez. Comboniano

Etiopía, dramáticos cambios

Tras las elecciones del 21 de junio pasado, para renovar los 547 escaños de la Cámara de Representantes Populares de Etiopía, se esperaban con interés los resultados. Pero, después de dos  semanas de espera, no habían llegado todavía y casi diría que el interés ya había disminuido. No porque no fueran importantes las elecciones, sino porque otros acontecimientos en la nación pasaron a primer plano. Después de todo, los resultados de las elecciones serán una sorpresa y se espera que vuelvan a dar la victoria al actual primer ministro Abiy Ahmed; primero porque no concurrían otros partidos que le pudieran hacer sombra y, segundo, porque la guerra con la región rebelde de Tigray ha hecho que el resto de la nación se apiñe más en torno a Abiy como la única persona que en este momento de crisis puede mantener la unidad de Etiopía.
Los acontecimientos graves a que me refiero son que, tras ocho meses de ocupación de Tigray por parte del ejército federal, llegaba la noticia inesperada de que los rebeldes tigrinos habían ocupado la capital, Mekele, mientras el gobierno de Abiy anunciaba que se retiraban de Tigray y declaraban un alto el fuego unilateral con el fin de que pudiera distribuirse mejor la ayuda humanitaria y para que los campesinos pudieran sembrar sus cosechas.
No era fácil creer que esa fuera la razón principal de la retirada. Para los dirigentes tigrinos, la razón es simplemente que han vencido. Y así se puede pensar, dado el rumbo que últimamente había tomado la contienda. Otra razón para la retirada podría haber sido la fuerte presión internacional; y otra máspensémoslo al menos- el sentido ético de quien fue recientemente premio Nobel de la Paz.

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Pero no es que todos los problemas se vayan a solucionar con la retirada. El alto al fuego humanitario no lo es tanto. El ejército se ha retirado, pero dejando tras sí un Tigray con todas las infraestructuras bloqueadas o destruidas: sin electricidad, sin internet, sin teléfono, sin carburante, sin moneda, sin bancos, sin transportes…
Incluso para las organizaciones humanitarias está resultando muy difícil operar.Sin embargo, estaríamos muy lejos de la verdad si
entendiéramos esta contienda en clave de oprimidos y opresores, de inocentes y culpables. También la otra parte, no tanto el pueblo tigrino cuanto sus actuales dirigentes, deberá cargar con su gran lote de responsabilidad.
Ellos son quienes, desde 1991 hasta 2018, dominaron con mano de hierro la política etíope. Dieron un gran empuje al desarrollo económico, pero conculcando derechos humanos y aprovechando las estructuras de poder para desviar fondos del estado en beneficio de su región y para enriquecerse ellos mismos. Si han podido luchar con tanto éxito contra el ejército federal es en buena  parte gracias a las armas del Estado que acumularon en
su región pensando ya en una posible confrontación. De hecho, ellos mismos acabaron haciéndola inevitable. Se abren ahora muchos interrogantes. ¿Proclamará Tigray la independencia? ¿La reconocería alguien? ¿Podría subsistir bloqueada por sus vecinos Etiopía y Eritrea? ¿Y cómo reaccionaría el resto de Etiopía ante un intento de separación, apiñándose para preservar la unidad o, más bien, desatando las fuerzas disgregadoras que existen en otras zonas como Oromia y acabando por desmembrar la nación? Todas son preguntas sin respuesta cierta.
Lo que es dolorosamente cierto es que, en este momento, ninguna de las partes tiene voluntad sincera de negociar una paz realista y duradera, sino la de vencer al “enemigo”. El resultado es un Tigray donde se han cometido inauditas atrocidades durante estos ocho meses por parte de todos los contendientes, un Tigray con 350.000 personas en peligro de inanición y dos millones
de desplazados sobre una población de seis millones.

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