Encuentros en África: Los pigmeos de la R.D.C.

Fuente: Umoya num. 104 3er trimestre 2021                                   Ana María Acedo.

Encuentros en África

Extracto del discurso de aceptación del Premio Sociedad y Valores Humanos 2008, en Pamplona


Hace poco leí en una revista una pequeña entrevista a Juan Caño, un jubilado que ha escrito el libro “Los lunes al golf”. Este señor decía que en la vida hay que hacer un par de locuras. Esta frase me hizo pensar en las que yo he hecho.
A mi edad se puede mirar la vida con cierta ironía como ese señor, creo yo. Para mí, no son locuras, pero así las califican
los demás. Dicen ‘Estás loca’ o ‘Estáis locas….’ Bien, pues a lo
mejor tienen cierta razón, porque escapa al comportamiento
que se considera “normal” en la sociedad. Sin embargo yo digo
que hacen falta locos y locas de esa especie y el Espíritu sigue
actuando y haciendo locos. Yo creo que voy por la tercera locura, y de todas estoy muy contenta, la verdad.
La primera gran locura fue hacerme religiosa misionera, lo que ha conformado mi vida entera hasta hoy; la que ha dado, da sentido y que ha hecho posible todas las demás.
“Puedo decir que lo mejor de mi vida comenzó en África y allí sigue. En 1971 me permitieron incorporarme a una comunidad de la R D Congo, que entonces se llamaba Congo Belga. Y allí, entre viajes a la selva para el cuidado ambulatorio de leprosos y trabajo en un dispensario, conocí a los pigmeos. (…) y aquí se gesta mi
segunda gran locura”.

ENTRE LOS PIGMEOS | Latiendo con el sur

[Los pigmeos] “son verdaderos sabios. Son reyes, son nobles en el más amplio sentido de la palabra. Por encima de sus pobres vestimentas, mostraban los más finos detalles de cualquier protocolo. Recuerdo la primera llegada a un poblado al que nos habían invitado. El abuelo, el jefe, salió a buscarnos al camino donde debíamos dejar el land-rover.
Nos dio la bienvenida, nos condujo al poblado y, al llegar, nos dijo: «ahí está vuestra madre, id a saludarla». Era su mujer.(…) nos saludó sentada, como una reina, pero sin arrogancia (…) me sentí introducida en un palacio”.
“Su lucha por conservar y/o recuperar parte de la tierra que les ha pertenecido, su cuidado de la selva, de la que no cogen más de lo que necesitan, su libertad para vivir frente a los pueblos que les rodean, representa sin duda la síntesis de los anhelos más nobles del hombre. Su búsqueda y sus aspiraciones hacen pensar en la marcha de la humanidad hacia su cenit. Veo a los pigmeos como el presente de un pasado lejano y de un futuro soñado”.
“Su acogida incondicional hacia nosotras fue extendiéndose a las personas que por alguna temporada quisiera compartir nuestra vida. Acogieron con todo cariño a una hermana camerunesa, Marie Claire Silatchon, que estuvo dos años con nosotras. A unas
amigas de España que pasaron dos semanas en un poblado,
al saludarles les dijo el padre que lo mismo que nosotras éramos sus hijas, ellas también lo serían durante el tiempo que estuvieran allí. Y así lo sintieron ellas en todo momento.
(…) Les mostraron lo que tienen, lo que hacen, lo que viven. Cuando al despedirse estas amigas les preguntaron qué querían que contasen en España, les contestaron: “Conrad lo que habéis vivido”. Estas amigas, después de consultarnos, les regalaron un balón. Jugaban entre ellos y con los bantúes. Una tarde, uno de los jóvenes vino con el balón y nos dijo: Vengo a devolvéroslo.
Nunca habíamos tenido tantas riñas como desde que tenemos el balón. Guardároslo”. “Aprendimos lo que supone la lucha por la supervivencia, la capacidad de superar el dolor, y de cultivar la esperanza, la creatividad, la libertad, y una paciencia inagotable, a celebrar la vida en sus menores detalles. (…) La vida con ellos me hizo más humana”.

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