El socialismo y la libertad por Manuel Rojas

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EL SOCIALISMO Y LA LIBERTAD por Manuel Rojas

«Babel», Revista de Arte y Crítica.
Noviembre-Diciembre de 1945.

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La experiencia ha demostrado que existen varios tipos de socialistas, casi tantos como constituciones psíquicas hay. No obstante, a primera vista pueden distinguirse cuatro tipos principales y quizá si fundamentales: 1.° el socialista tipo intelectual, que está dispuesto a aceptar, y acepta, todo aquello que se le presenta como socialismo, aunque ello no sea más que una banda de músicos y un tony o un organillero con su mona; 2.° el socialista por afanes o principios materiales, que está convencido de que el socialismo ha sido creado únicamente para mejorar su situación económica; 3.° el socialista por afanes o principios administrativos, que se cree llamado a dirigir, ahora y siempre, a los anteriores; y 4.° el socialista por afanes o principios morales.

Al primero podrá encontrársele en las innumerables sociedades de amigos del socialismo y al segundo y al tercero en los partidos socialistas de todo el mundo. En cuanto al cuarto, rara vez se le hallará acompañado de más de dos o tres personas. No es miembro de ningún partido político y el socialismo de partido, por su parte, le mira siempre con oblicuos ojos, considerándole siempre como un ser demasiado independiente. Su excesiva independencia le hace sospechoso de tibio socialismo y de otras cosas peores.

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Demás está decir que el socialista por afanes o principios morales no es un individuo que anhele el socialismo porque vive mal y quiera vivir mejor o porque considere que la sociedad está mal organizada y peor dirigida y estime que él es el llamado a organizaría y dirigirla mejor, no; este socialista es socialista porque vive más o menos bien en un mundo que vive decididamente mal. Al decir que vive más o menos bien no queremos decir que viva en la opulencia o en la ociosidad; nada de eso: carece de bienes de fortuna y debe ganarse la vida como cualquier hijo de vecino. Vive más o menos bien en el sentido de que su inteligencia y su espíritu tienen satisfacciones –sin índole política o social de ninguna especie– que compensan sus angustias materiales o de otro orden más elevado, procurándole un equilibrio de que carecen no sólo los socialistas del segundo y tercer tipos sino que también la mayor parte de los individuos que componen una sociedad cualquiera, sean esos individuos de la clase que sean.

Esta condición es una condición de que él puede gozar en cualquiera sociedad de tipo democrático y es obvio que no necesita esperar el advenimiento del socialismo para disfrutar de ella, ya que, como se comprende, es una condición natural. Siendo así, su socialismo es puro, es decir, desinteresado: no lo desea para mejorar de situación ni tampoco para reemplazar a los gobernantes o policías de la sociedad actual, transformándose en un gobernante o en un policía socialista. Nada de eso. Desea el socialismo exclusivamente porque su conciencia moral le dice que es necesario que la humanidad, y dentro de ella especialmente lo que se llama pueblo, cambie su actual situación por otra más noble. No ve, por otra parte, en ninguna otra doctrina político-social –las religiosas no le interesan– la grandeza que tiene el socialismo.

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Es innegable que el concepto que este socialista tiene de la libertad en relación con el socialismo, es completamente diverso del que tienen los demás tipos de socialistas: al segundo sólo le interesa vivir bien; al tercero, mandar.

El tema del socialismo y la libertad fue puesto de actualidad cuando el conocido líder de la plutocracia y del imperialismo británico, Mr. Churchill –que años antes había declarado que si fuera italiano sería fascista–, al atacar en mala forma al partido laborista durante la última lucha electoral inglesa declaró que no podía haber socialismo sin una policía que, como la Gestapo o la Gepeú, controlara todas las actividades del individuo, incluso sus opiniones y hasta sus pensamientos. Al leer esas palabras, lo primero que acudía a nuestra mente era el recuerdo de Rusia, único país en que hasta este momento ha ocurrido una experiencia llamada socialista y al cual, indudablemente, se refería Winston Churchill, aunque sin nombrarlo. Ese recuerdo era seguido de un amargo sentimiento: Mr. Churchill, a pesar nuestro y en lo que a Rusia se refería, tenía razón.

Quedaba, sin embargo, una pregunta que era como una esperanza: ¿es en realidad Rusia un estado socialista?

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La revolución de Octubre (o Noviembre) fue realizada bajo las consignas dadas por Lenin en sus famosas diez tesis, de las cuales la tercera y la quinta pedían el establecimiento de una república soviética, en tanto que la sexta propugnaba la expropiación de los latifundios, y la séptima y la octava la entrega a los soviets del control de todos los medios de producción y de distribución. Era una revolución para el pueblo y fué hecha por el pueblo; y como no hay en la historia, y tal vez –felizmente– no lo habrá nunca, el caso de un pueblo que haga una revolución para perder su libertad, asombra que veintiocho años después de realizada aquélla alguien pueda decir, sin encontrar a nadie que le diga –con serias razones– que miente, que su fruto ha sido la creación de un estado en que una policía política controla todas las actividades del individuo, incluso sus opiniones y hasta sus pensamientos. ¿Qué causas han hecho posible semejante desviación?

Esta desviación resulta tanto más extraordinaria si se recuerda que en ninguna de las tesis de Lenin, padre de la revolución, así como en ninguno de sus escritos, puede hallarse nada que no sea fruto del más encendido amor a la libertad y al socialismo. Lenin era, sin duda, un hombre violento y fanático, sarcástico e hiriente (¿qué papel habría hecho en una sociedad de amigos del socialismo?), pero a nadie que no sea un estúpido se le ocurrirá acusarlo de falta de amor al socialismo y a la libertad.

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Podríamos dar vuelta un año y otro año buscando aquellas causas, sin que al final lográramos otro resultado que el de asegurar que existieron y aun existen. Pero, examinando los acontecimientos ocurridos en Petersburgo en 1917, podemos llegar a las siguientes conclusiones:

– La insurrección de Febrero fué un movimiento eminentemente popular, y como tal, de tendencia libertaria;

– La de Noviembre, aunque organizada y dirigida por un partido político, el bolchevique, tuvo idéntica tendencia, ya que pedía todo el poder a los soviets y el establecimiento de una república soviética;

– Esa consigna era de carácter socialista, y siéndolo, era también de carácter libertario, ya que nadie puede imaginar que una república dirigida por organismos populares como eran los soviets tuviere como finalidad la de privar de libertad a los individuos que los formaban y elegían;

– De lo que se desprende que existe una vital relación entre la libertad y el socialismo, siendo la primera condición sine qua non del segundo.

Con todo esto, y dando como aceptado tácita y explícitamente que en Rusia no existe la libertad que el socialista del cuarto tipo concibe como tal, llegamos a un final inesperado aunque fatal; el socialismo de la Unión Soviética no es el socialismo de Marx, de Engels ni tampoco el que Lenin diseñó en su famosa obra El Estado y la Revolución. Por lo demás, nadie jamás ha asegurado que exista en Rusia tal socialismo y nadie, si lo asegurara, podría demostrarlo. Cosa extraña, cuando Lenin discutió sus tesis en la asamblea general del partido bolchevique, se pronunció abiertamente contra la instauración del socialismo: «Nuestra tarea –dijo– no debe ser la edificación del socialismo; debemos ocuparnos, únicamente, de que el control de todos los medios de producción y de distribución sean entregados a los soviets.» Era una medida socialista, pero no era el socialismo. El socialismo vendría después.

En 1945, todavía lo estamos esperando.

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Pero, si en Rusia no existe el socialismo, las palabras de Mr. Churchill no tienen significado ya que se refieren a algo que no existe. Decir que no puede existir el socialismo sin una policía que controle todas las actividades del individuo, incluso sus opiniones y hasta sus pensamientos, es como decir que no puede existir la Atlántida sin un gobernador que use calzoncillos de franela. Cuando exista la Atlántida o cuando surja del fondo de los mares, si es que alguna vez llega a surgir, podremos ver si eso es verdad; del mismo modo, cuando exista socialismo, si es que llega a existir –no nos hacemos muchas ilusiones–, veremos si podrá existir o no sin una Gestapo o una Gepeú.

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