El ordenamiento de la realidad social según la distribución…

Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2020/06/03/el-ordenamiento-de-la-realidad-social-segun-la-distribucion-de-funciones-etnia-casta-y-clase-por-sergio-bagu/                                  Sergio Bagú                                                                                                               

EL ORDENAMIENTO DE LA REALIDAD SOCIAL SEGÚN LA DISTRIBUCIÓN DE FUNCIONES. ETNIA, CASTA Y CLASE por Sergio Bagú

EL ORDENAMIENTO DE LA REALIDAD SOCIAL SEGÚN LA DISTRIBUCIÓN DE FUNCIONES.
Capítulo V,  Tiempo, realidad social y conocimiento por Sergio Bagú

a] LOS SISTEMAS DE DISTRIBUCIÓN DE FUNCIONES: LO NECESARIO Y LO NO NECESARIO

Cierta distribución de funciones es necesaria en las sociedades humanas, desde la más elemental hasta la más compleja. La vida misma en común lleva consigo la exigencia de dedicar parte del tiempo útil del individuo a la comunidad. En el ejercicio de las tareas comunitarias se produce una inevitable especialización: por edad, por sexo, por aptitud. Este es el punto de partida; desde allí, el proceso de la distribución de funciones ha ido presentando los cuadros más complejos, que han servido para clasificar tipos de organización social.

Necesaria es alguna distribución de funciones en la comunidad más elemental y también, en grado muy distinto, en la sociedad industrial tecnológicamente más avanzada de nuestros días. En esto coincidimos con los textos de introducción a la sociología. Nuestras dudas se inician inmediatamente después:

1. Uno de los postulados del funcionalismo ortodoxo en antropología cultural consiste en la identificación de lo existente con lo necesario: si existe, es necesario. El criterio de validación es aquí notoriamente tautológico: es necesario porque existe; luego, todo lo que existe es necesario. El fatalismo retroactivo, esa tendencia tan arraigada en las ciencias sociales de Occidente (I. c), descansa sobre el mismo juego verbal: si existió, fue necesario.

2. Necesario es, en una sociedad determinada, no todo aquello que está allí presente, ni lo que la mantiene de hecho en marcha, sino todo aquello que asegure su continuidad en una escala ascendente de aprovechamiento de los recursos humanos y materiales. No necesario es todo aquello que no satisfaga esa condición. Los intérpretes de lo divino y ordenadores del ritual pueden ser, en algunas sociedades, agentes eficaces de formulación simbólica de una problemática humana, promotores de la cohesión del grupo y censores inspirados en un principio de justicia entre los hombres; en otras, una casta sustentadora de privilegios y enemiga activa de cualquier actitud que rompa el statu quo. Los coordinadores del esfuerzo productivo de bienes con finalidades de lucro privado pueden ser, en algunas sociedades, agentes del progreso tecnológico y organizativo; en otras, el obstáculo mayor que se le oponga.

3. En la historia, lo necesario y lo no necesario no se dosifican, sin embargo, tan nítidamente como nosotros lo hacemos en el párrafo anterior. La verdad histórica, como lo saben los dialécticos de todos los tiempos, también transcurre en negación. Los sacerdotes y los empresarios privados, mientras cumplían funciones necesarias, pueden haber estado sembrando las simientes de lo no necesario. Esto, no autoriza a nadie a sostener que se necesaria una guerra porque acelera el progreso tecnológico; o una epidemia, porque resuelve el problema del exceso de población. Los problemas que crean una guerra o una epidemia –comenzando por las muertes y las mutilaciones– son siempre mucho más graves que los que ayudan a resolver.

Comprendemos que el criterio de lo no necesario no puede ser absoluto y, como ocurre tan a menudo, nuestro léxico se resiste a traducir con fidelidad nuestra idea eminentemente temporal y relacional. Pero suponemos que los enunciados que acabamos de hacer son, cuando menos, suficientes para justificar la idea de que en todas las sociedades humanas –o en casi todas– ha habido una dosis de distribución necesaria de funciones y otra de innecesaria. Lo importante es determinar los límites y ¡a magnitud de cada una y, además, sus interrelaciones dentro de un sistema global donde lo que h ya de innecesario se pueda explicar por la naturaleza de lo que haya de necesario y a la inversa.

b] EL PARA QUÉ, DE LA ESTRATIFICACIÓN

La estratificación es un tipo de distribución de funciones que tiene las siguientes características:

1. Aparece en la historia cuando surge la posibilidad de crear el excedente y está destinada a regular su aprovechamiento en beneficio de un grupo social y en perjuicio de otro.

2. A fin de asegurar la continuidad de ese privilegio, se establecen diferencias de orden permanente tanto en la distribución de funciones como en la de recompensas sociales. Así se gestan los estratos, que son creación de la iniciativa humana y que están originalmente formados por conjuntos a cada uno de los cuales se atribuye funciones de valoración social desigual.

3. La estratificación no se constituye en sistema permanente mediante la persuasión, sino mediante la obligación acompañada de sanciones físicas y sociales. Aparece así un tipo de sanciones destinadas específicamente a asegurar o ampliar el sistema estratigráfico, además de las otras sanciones, de diversos órdenes, que la comunidad ha ido creando con finalidades diferentes (castigo de las violaciones de la norma religiosa, de las violaciones que lesionan el vínculo familiar, de las violaciones que atentan contra la integridad física de los individuos, de las violaciones que lesionan ciertos principios de justicia admitidos y que no se relacionan con la estratificación).

En algunas formas históricas hay un germen de estratificación cuando el hombre impone a la mujer obligaciones de trabajo distintas y se reserva privilegios (le mando sobre el conjunto familiar. Para que así sea, es imprescindible que el trabajo más prolongado de la mujer pueda crear el mínimo de excedente para cubrir el déficit producido por el menos prolongado del hombre. Las formas más conocidas y evidentes de estratificación originaria en la historia se manifiestan cuando un conjunto tribal vence en la guerra a otro y esclaviza a alguno de sus miembros, o bien impone un tributo al conjunto de los vencidos, al cual incorpora dentro de algún sistema único de producción y dominio físico.

En la prehistoria, cuando no existe la posibilidad técnica de extraer excedente, no hay estratificación: una tribu ataca y derrota a otra, la saquea y regresa a su lugar de origen; o bien, la obliga a retirarse de las tierras más fértiles que utiliza. En algunos casos, una esclavitud se ha extinguido por la imposibilidad técnica de extraer un excedente, a causa del empobrecimiento del suelo y del uso de un instrumental muy precario: por más que trabajara, a un esclavo le era imposible alimentarse él y, además, contribuir a la subsistencia de su señor.

La estratificación es un sistema y por ello, fuera de sus formas más elementales, debe también absorber un costo de funcionamiento, que puede ser elevado cuando sólo se mueve mediante un régimen altamente represivo. En algunas regiones y épocas durante el período colonial en el continente americano, los esclavos huían hacia las tierras inhabitadas, lo que imponía a los plantadores un sobrecosto adicional importante, tanto por la necesidad de reponer con frecuencia a los fugitivos como por la financiación de expediciones punitivas contra ellos.

Hay genotipos muy diferentes de estratificación y, como es lógico, pueden ser clasificados en grandes conjuntos. Aquí nos interesa subrayar que una sociedad no deja de estar estratificada por más que mantenga canales abiertos para nuevas funciones y un grado de movilidad vertical mayor que otras. Pensemos en algunos ejemplos muy diferentes de sociedades estratificadas:

1. El feudo, en aquellas regiones de Europa occidental donde hubo, durante varios siglos de la Edad Media, lo que con el mayor rigor histórico podemos denominar feudalismo. Las funciones están predeterminadas en su gran mayoría, todo el territorio está ocupado, la tecnología tiene tendencia al estancamiento (aunque en algunas regiones y épocas, hubo ocupación de tierras nuevas y progreso tecnológico bajo el feudalismo), la movilidad vertical es casi inexistente.

2. Inglaterra y Gales desde fines del siglo XVIII. Ha finalizado una etapa de redistribución masiva de la propiedad de la tierra y ha sido desalojada de ella una gran multitud que pasa a poblar las ciudades y los distritos mineros. En las minas, las ciudades y el campo, casi no hay más mano de obra que la asalariada. La tecnología avanza muy rápidamente.

3. Estados Unidos durante el período de la expansión de la frontera, hasta fines del siglo XIX. Gran fluidez en la distribución de funciones. La frontera económica y social se mueve sin cesar hacia el Oeste y la propiedad de la tierra está librada, en alta proporción, al primer ocupante. La tecnología progresa con un ritmo de permanente aceleración.

En todos los casos, hay un para qué constante en la estratificación: se trata siempre de distribuir el excedente de modo desigual, no por necesidades sociales –como puede ocurrir en un proceso de intensa capitalización que beneficie al conjunto de la comunidad–, sino para consolidar el privilegio de grupos minoritarios. A pesar de todas sus variantes, la estratificación es un genotipo que se genera a sí mismo.

Lenski, cuyo estudio es probablemente el más importante intento en lengua inglesa de elaborar una teoría general de la estratificación, la reconoce como: “el proceso de distribución en las sociedades humanas; el proceso por el cual se distribuyen valores escasos” (Lenski 1966, x).

Ni la estratificación es el proceso de distribución, sino un tipo muy específico; ni lo que distribuye son siempre valores escasos; ni, cuando lo son, la estratificación funciona como consecuencia de la escasez.

Valores escasos han sido distribuidos en la historia de la humanidad desde que ésta existe; es decir, desde hace un millón de años y probablemente más. De la presencia de sociedades estratificadas sólo tenemos constancia desde hace pocos millares de años. Es verdad que la prueba de la estratificación es difícil en prehistoria y arqueología, particularmente cuando se trata de culturas muy remotas, lo cual obligaría a dejar abierta una hipótesis favorable a la existencia de sociedades estratificadas previas al siglo X a.C.; pero hay otros argumentos que actúan en sentido diferente. Si se descubriera, por ejemplo, la presencia incuestionable de un grupo estratificado mucho antes de ese límite, quedaría en pie una sospecha, pero no una hipótesis válida, de la generalidad del fenómeno. Además, al lado de las sociedades estratificadas de los últimos cuarenta siglos –todas ellas con excedente– han subsistido hasta hoy otras no estratificadas, sin excedente. Como es aceptable la hipótesis de que el excedente aparece en época relativamente próxima, lo es igualmente la de que la estratificación es una solución también relativamente moderna en la historia total de la sociedad de la especie humana.

La estratificación aparece, como el mismo Lenski lo deja establecido en varios pasajes de su obra, cuando surge el excedente, es decir, la abundancia. Lo que históricamente se propone regular la estratificación no es la escasez, sino la abundancia.

Sin embargo, es rigurosamente cierto que en toda sociedad estratificada –sin una sola excepción conocida– hay escasez de algo: bienes materiales, servicios libertades. En algunos casos, se trata de escasez no imputable a la estratificación: ciertas materias primas, por ejemplo. Pero queda un amplio margen dentro del cual la escasez se produce y se explica de modo radicalmente diferente.

Producido y ya en funcionamiento un sistema estratigráfico –es decir, un modo de institucionalizar privilegios de una minoría–, genera sus propias defensas y, entre ellas, los déficit que considera indispensables para asegurar su continuidad. La vivienda y las vestimentas mínimas para muchos; sólo la educación que el sistema considera útil; el derecho a pensar que resulte inevitable y no excesivo. Y nada más; estrictamente nada más. Cuando algún rubro se desborda (la producción de bienes de consumo en un capitalismo clásico, que crece con mayor velocidad que la capacidad global de consumo, según la curva de Keynes; el derecho a pensar en voz alta), se desborda por imprevisión y no porque el genio inspirador del sistema estratigráfico lo haya permitido.

No es que haya estratificación porque hay escasez. Hay estratificación para que haya escasez y hay escasez porque es una de las condiciones indispensables para que siga habiendo estratificación.

La posibilidad de regular el déficit de modo integral en la historia más reciente sobreviene cuando el mercado capitalista y su Estado correspondiente llegan a ejercer un dominio completo sobre una población nacional (Inglaterra y Gales, siglo XVIII; Estados Unidos, segunda mitad del siglo XIX; Francia, comienzos del siglo XIX; Alemania, segunda mitad del siglo XIX). En esas sociedades –como en la soviética cuando los planes quinquenales logran un alto grado de integración de la economía nacional– los bienes, los servicios y las libertades individuales se gradúan estrictamente en función del sistema de estratificación, lo cual implica que pueden oscilar dentro de ciertos márgenes, más allá de los cuales engendran el delito de sedición, que quiere decir, en lenguaje sociológico no jurídico, la posibilidad real inmediata de alterar el sistema social existente.

Partiendo de la definición de un tipo de analfabeto que da Paulo Freire –“el hombre a quien fue negado el derecho de leer” (Freire 1968)–, es difícil encontrar en el mundo contemporáneo un caso más patético de déficit regulado para defender un sistema estratigráfico que el de India. A un cuarto de siglo de su independencia, esta república gobernada por una élite que es, muy probablemente, la más culta de todas las élites gobernantes del continente asiático, conserva, apenas alterado en las zonas industriales y en las grandes concentraciones urbanas, su sistema estratigráfico tradicional de castas y reduce a no menos del 75 % del total de la población a un estado de analfabetismo completo, acompañado de una situación permanente o periódica de hambre. La capacidad organizativa y financiera del régimen, sin embargo, es considerable, como lo deja suponer su expansión industrial más reciente y lo atestigua de modo terminante su actual campaña para esterilizar hombres y mujeres, en la que el Estado iba a invertir 2.300.000.000 de rupias (460.000.000 de dólares) en 1969 (Tomiche 1969). La amenaza potencial de la gran masa popular contra el sistema estratigráfico tiene aquí tres remedios –que, en el fondo, son uno sólo–: el hambre, el analfabetismo y la esterilización.

Genéticamente, hemos dicho, la estratificación nace y se consolida con el excedente, pero aquí debemos formular una importante salvedad para historiadores y sociólogos: si bien las estratificaciones que conocemos repiten esa tendencia, nada autoriza a desechar la posibilidad de que ha ya habido casos de considerable excedente sin estratificación.

c] LA ESTRATIFICACIÓN Y EL PODER-VIOLENCIA

En la teoría de Parsons y en toda la corriente funcionalista contemporánea, lo característico de los sistemas de estratificación es la distribución de funciones. La preocupación de Barber, uno de los teóricos funcionalistas de la estratificación más importantes, consiste en descubrir el: “grado bastante grande de congruencia entre los papeles funcionalmente importantes de una sociedad y su sistema de valores”(Barber 1957, 15). Un modelo basado en equilibrios automáticos.

Los representantes más ilustrados de la sociología apologética del neocapitalismo europeo (Dahrendorf 1957; Aron 1964) trasladan las técnicas administrativas para la solución de los conflictos de trabajo en las grandes industrias de los países de Occidente al primer plano de los mecanismos de estratificación, con lo cual conciben todo el sistema de clases como una suerte de distribución de premios no permanentes en virtud de la mayor o menor habilidad en la mesa de discusión. Sociología de la prosperidad que no se propone llegar a ser la sociología del precio de esa prosperidad.

Lenski, partiendo de la posición funcionalista pero abandonándola en el curso de su investigación –ejemplo de honestidad profesional–, aproxima el problema a su verdadero núcleo dinámico y por eso titula su obra Poder y privilegio (1966); pero, después del planteamiento general, su concepto de poder se diluye en varias fases críticas de su importante trabajo. El poder- violencia aparece en su argumentación cuando se genera el sistema estratigráfico, pero se transforma después en poder-administración del privilegio. Siguiendo la mutación señalada por Pareto –“de los leones a los zorros”–, Lenski descubre en todo sistema estratigráfico una “combinación de persuasión y de amenazas” (ibídem, 53), lo cual es exacto, pero opina, finalmente, que el nuevo orden de clases nunca se puede lograr hasta que la mayor parte de los miembros de la sociedad lo acepte libremente (ibídem, 52). Renace el argumento funcionalista del equilibrio automático.

Es verdad que el grado de aceptación del sistema estratigráfico global varía entre las clases mayoritarias, según las sociedades y las etapas históricas; pero esa libertad en el acto de la aceptación que menciona el autor no existe. El no-conflicto no es libertad. La libertad es un modo vital extremadamente importante para el ser humano y es inadmisible que se la confunda con una simple aceptación por omisión.

Lo común a todas estas concepciones diferentes del fenómeno de la estratificación es que no perciben dónde reside y cómo se manifiesta el poder-violencia. Limitarlo a la aplicación cotidiana de la fuerza física sobre la persona del oprimido es buscar una condición que en ningún caso histórico se cumplirá: ni en la plantación esclavista, ni en la neo-esclavitud del nazismo, el trabajador oprimido recibía castigo físico todos los días.

Hay violencia cuando hay violencia; pero, además, cuando la posibilidad de la represión física se presenta como cierta e inmediata, sin que se pueda justificar por el concepto de justicia que tenga el reprimido. La violencia se expresa también mediante la seguridad económica que se retira, mediante la maldición social que se amenaza.

Llamémosla, si se quiere, represión invisible. Pero, más allá del nombre, lo fundamental es su realidad histórica: existe cuando el amenazado tiene razones muy poderosas para estar convencido de que alguien puede aniquilarlo, física o espiritualmente, en cualquier instante y con entera arbitrariedad.

No hay sistema estratigráfico que pueda funcionar si abandona ese instrumento.

d] LA ESTRATIFICACIÓN Y LOS EJES DE LA DISTRIBUCIÓN DE FUNCIONES

En las sociedades humanas, poder es organización. La organización se vertebra a través de una tecnología y defiende su intimidad verdadera con un mito de eficacia y solidez. Pero, con ser organización, poder no es conjunto único, ni podría serlo. Es una constelación de conjuntos en incesante reestructuración. Cada conjunto con sus contradicciones y su dinámica; la constelación como suma de conflictos internos. Todo poder es poderoso, dicho esto en desafío a la gramática; pero puede ser débil a la hora siguiente.

Una élite gobernante es un tipo de poder. Es una articulación; por lo tanto, es desarticulable. El curso de la historia, la objetiva acción de las estructuras van alterándola y socavándola. Pero una embestida puede producir resultados perturbadores. En efecto, si abandonamos el a priori de que todo poder caído estaba a punto de caer cuando cayó e investigamos, no para ratificar una ley ya enunciada sino para descubrir otra nueva, nos sorprenderá enormemente comprobar que ha habido en la historia muchos poderes que cayeron cuando estaban tan fuertes, o casi, como nunca antes. La conclusión es que desarticular una élite gobernante puede ser sorprendentemente fácil. Organizar el nuevo poder es, por lo común, mucho más difícil.

Lo que un sistema de estratificación jerarquiza son grandes segmentos de la población. Si la estratificación es, como dijimos, una no necesaria distribución de funciones, con una correspondiente y artificiosa distribución de recompensas sociales, administrada mediante la violencia organizada, cada uno de los grandes segmentos de población, además de conjunto funcional, actúa como matriz de diferenciación y continuidad. Tiene en sí todos los gérmenes necesarios para diferenciarse cualitativamente de otros segmentos y asegurar, para su bien o para su mal, su propia continuidad como conjunto social.

Los sistemas de estratificación giran en torno de varios ejes de distribución compulsiva de funciones, pero uno de esos ejes es siempre más determinante que otros. El eje de distribución de grandes funciones económicas es el que más reiteradamente aparece en la historia como el central. También actúan, con mucha frecuencia, ejes menos determinantes: étnicos, lingüísticos, religiosos, culturales, de edad y de sexo. La presencia de ejes múltiples encubre la condición más determinante de uno de ellos: es entonces cuando el conflicto étnico, religioso o cultural estalla con furia sin que casi nadie advierta que el eje más visible del conflicto actúa como subordinado respecto del más determinante que, tantas veces, es el económico.

Aún cuando la estratificación sea primariamente de origen económico, nunca sus estratos son excluyentemente económicos. El sociograma resultante muestra siempre un entrecruzamiento de funciones diferentes bastante complejo. Pero la interpretación del sociograma requiere, a la vez, un ordenamiento por familias de funciones. Así, en su segunda versión, el sociograma traduce mejor la realidad histórica y es entonces cuando han de aparecer ciertas funciones económicas como determinantes.

Cada estrato en un sistema estratigráfico sólo existe en función de otros y, a partir de esa realidad, es lógico suponer que en todos los sistemas estratigráficos producidos hasta ahora hay un número reducido de posibilidades de distribuir los porcentajes de población correspondientes a los grandes estratos. Uno de los factores más importantes que originan esta distribución porcentual es la relación entre el nivel tecnológico de la producción y la organización de la sociedad global, por una parte, y la disponibilidad de recursos naturales, por otra. Así planteada, hay cierta simetría porcentual en la distribución de los segmentos de las pirámides estratigráficas correspondientes a sociedades con niveles similares de tecnología y disponibilidad similar de recursos naturales. Conviene advertirlo: estas regularidades reiteradas pueden ser interpretadas por sociólogos de campo como evidencia de la espontaneidad de los grandes sistemas de estratificación, sobre todo si el sociólogo descubre, para su sorpresa, que la pirámide resultante para un país ranciamente capitalista es la misma que la correspondiente a otro que se considera arquetipo de socialismo (igual porcentaje para el sector a cargo de las decisiones básicas; igual para las decisiones intermedias; igual para los destinados a obedecer). Pero no hay tal: todo sistema estratigráfico es la consecuencia de un invento de los menos impuestos a los más, aplicado sobre un trasfondo de recursos naturales y de nivel tecnológico.

e] LA NATURALEZA RELACIONAL DE LAS ETNIAS

Observando las clases o las castas dentro de un sistema de estratificación, muchos historiadores, sociólogos y antropólogos no han tenido dificultad para comprender la naturaleza relacional de cada una: si hay una clase es porque, cuando menos, hay otra más; si hay una casta, lo mismo. Pero no ocurre así con los grupos étnicos y otros tipos de conjuntos culturales.

Para no pocos antropólogos, cada uno de esos grupos es una realidad en sí misma, no relacional. El grupo étnico existiría aunque no existieran otros grupos étnicos. Las luchas entre grupos étnicos localizadas en la historia están siempre tan cruzadas de conflictos económicos, culturales, religiosos, políticos, que no es fácil delimitar el monto de lo étnico que las ha determinado. Un grupo de cazadores de piel amarilla puede existir como tal aunque nunca se ponga en contacto con otros grupos de distinto color, y nunca llegue a establecerse entre aquél y otros conjuntos cromáticos una distribución de funciones o conflictos abiertos. Esto es verdad, pero lo más probable es que la percepción de su etnia como elemento de identificación grupal haya sobrevenido en la historia al establecerse la relación conflictual con otra etnia diferente y, más aún, cuando se haya creado, por la vía de la violencia, un sistema estratigráfico donde el privilegio haya coincidido con las líneas de separación étnica.

Es posible algo más aún: que el conjunto de características físicas que configuran una etnia haya sido el fruto de una compulsa empírica de diferencias notorias entre un grupo dominante y otro grupo dominado, como procedimiento, en parte, de codificar el privilegio y, en parte, de justificarlo. Es secular la tendencia en el grupo dominante a identificar el rasgo formal o físico como exteriorización, o comprobación, de superioridad innata: el color de la piel, la estatura, las facies.

Si nuestra hipótesis fuera cierta, quedaría aún por explicar cómo y por qué apareció el concepto de raza en la filosofía de la historia y la antropología física. Una cosa es la percepción de algunas diferencias somáticas por parte de los miembros de grupos estratificados o en vías de estratificación y otra la clasificación por los investigadores de grandes conjuntos de la población de la tierra también por diferencias hereditarias: somáticas exclusivamente según unos, somáticas y psicológicas según otros.

La utilización del concepto de raza por el nazismo y el fascismo condujo, sobre todo al finalizar la guerra en 1945, a una amplia revisión del planteamiento científico del tema. El análisis retrospectivo que se hizo de todo lo investigado hasta entonces sobre razas comprobó su completa inconsistencia metodológica y teórica. Lo único que quedó en pie del debate fueron algunas observaciones empíricas que debían ser explicadas dentro de un marco teórico completamente diferente.

La definición de raza –o grupo étnico, como propusieron los firmantes de la primera de las dos declaraciones sobre el tema propiciadas por la UNESCO (1950)–, depurada de todos los elementos científicamente dudosos y reducida al mínimo realmente aceptable por los especialistas, reprodujo muy de cerca la primera parte de la enunciada por Haldane en 1938 (“Un grupo que comparte en común cierto conjunto de caracteres físicos innatos y un origen geográfico dentro de cierta zona”). En efecto, las ‘razas’ se definen en ese documento como grupos de la humanidad que poseen diferencias físicas bien desarrolladas y trasmisibles por herencia, en contraste con otros grupos. Las diferencias físicas que en ese momento utilizaban los antropólogos como elementos de clasificación eran las siguientes: color de la piel, estatura, forma de la cabeza y de la cara, pelo, ojos, nariz y forma del cuerpo. Esta corriente de pensamiento negó la validez de toda prueba relativa a posibles diferencias psicológicas.

Aún después del intenso proceso de depuración surgido como respuesta a la prostitución científica introducida por el nazismo y el fascismo, la compulsa de rasgos diferenciales a que se llega no sobrepasa un nivel empírico arbitrario. También podrían clasificarse las razas por cualesquiera de las muchas otras características físicas que tiene el cuerpo humano y, en este caso, en vez de las tres grandes “razas” –caucasoide, negroide y mongoloide– tendríamos otras totalmente inesperadas.

Estas modalidades de la antropología física nos hacen pensar que su concepto de raza, aunque superado con criterio crítico en una etapa última, sólo logra expresar en términos más analíticos la percepción crudamente empírica de algunos de los elementos somáticos más notorios que, a través de siglos, se utilizaron para establecer diferencias estratigráficas entre grupos. No sería la primera vez –ni será la última– que la ciencia occidental de lo social se reduzca a codificar el privilegio y el prejuicio.

El importante esfuerzo de muchos investigadores y de la UNESCO para enfrentar la prostitución científica mencionada fue seguido por la iniciativa de algunos genetistas que, abandonando toda diferenciación somática, propusieron la utilización de los grupos sanguíneos para diferenciar conjuntos étnicos. Es probable que la tentativa más lograda sea la de Boyd (1952). Descansa sobre el principio de la especificidad genética como consecuencia del aislamiento geográfico. Será necesario someter a la teoría de Boyd a una crítica histórica antes de pronunciarse sobre su aceptabilidad.

Revisando los trabajos más recientes de los genetistas, nos ratificamos en nuestra opinión. A la tesis, divulgada entre los antropólogos según la cual el grupo étnico, así como también otros grupos culturales, es un valor por sí, oponemos la hipótesis histórica de que el grupo étnico y algunos grupos culturales no elaboran su percepción de lo étnico ni de lo cultural diferencial hasta el momento en que se establece una relación conflictiva con otros grupos y que esta modalidad de localizar líneas notorias de contraste se trueca rápidamente en mecanismo lógico de justificación del conflicto o del privilegio.

La etnia es una realidad de insignificante valor intrínseco para el ser humano y sólo lo adquiere muy grande cuando éste necesita asegurarse una pertenencia grupal después de estallado el conflicto. En nuestra opinión, la etnia es una realidad tan relacional como la casta y la clase.

f] ÓRDENES, ESTAMENTOS, CASTAS, CLASES

Los conjuntos diferenciados y relacionados entre sí jerárquicamente dentro de una estratificación (que podemos llamar, en forma genérica, estratos) pueden tener, según sea el tipo de sociedad global al que pertenezcan, un origen y una interrelación diferentes. Las denominaciones que aparecen con mayor frecuencia en la historia son las de castas, órdenes, estamentos y clases.

Se admite comúnmente que los tres primeros grupos tienden a ser cerrados y el último abierto. Las castas suelen estar muy directamente conectadas con la diferenciación étnica, y regidas por una costumbre imperiosa. Las órdenes y los estamentos son grupos funcionales que casi siempre están encuadrados en normas legales estrictas. Las clases, según asegura la tradición occidental, son grupos funcionales abiertos sin protección legal. Las castas, las órdenes y los estamentos son endogámicos; las clases, exogámicas.

Estos conceptos encierran una parte de verdad histórica, pero no toda. Podemos, al respecto, formular las siguientes observaciones:

1. La movilidad vertical es más fácil entre clases que entre los otros grupos entre sí. Pero en todos los tipos es muy difícil. A la vez, aún en los sistemas de castas que han sido estudiados existe movilidad vertical, aunque muy limitada. La conclusión general, aplicable a los órdenes, las castas, los estamentos y las clases es que la movilidad vertical nunca está ausente, pero nunca excede ciertos porcentajes limitados. Hay excepciones: en las etapas formativas de un sistema y cuando se produce una ruptura en uno ya en funciones puede ser mucho más fácil acceder a una casta o a una clase. Pero todo sistema estratigráfico consolidado se ha defendido mediante los dos procedimientos:

i) estimulando un mínimo de movilidad vertical;
ii) impidiendo un máximo.

2. Sin embargo, no debe desorientarnos el hallazgo en el pasado o la creación en el futuro de sistemas de estratificación basados en la desaparición del carácter hereditario del status (el hijo del obrero tendría las mismas posibilidades que el del no-obrero) y el ingreso a la élite gobernante exclusivamente, o casi, por vías no hereditaria. Aún así, la matriz estratigráfica seguiría funcionando. La sociedad también estaría estratificada.

3. La diferenciación étnica y la cultural son casi universales. Aparecen muy evidentes en muchos sistemas de castas, pero existen asimismo en los sistemas de clases, como en Estados Unidos o Argentina.

4. El status legal se encuentra, en algunos de ellos, expresamente establecido (órdenes, estamentos, castas). Pero no está ausente en ninguno. En los países con estratificación de clases, hay multitud de normas legales discriminatorias de la más diversa índole: protección de la gran propiedad territorial en perjuicio de la pequeña y del no propietario, prohibición a los analfabetos de elegir a sus gobernantes, impuesto al voto, requisitos educacionales para el ejercicio de ciertos cargos, limitación numérica estricta para el ingreso a las carreras universitarias, educación pagada, procedimientos judiciales engorrosos y caros, impuestos indirectos sobre el consumo e igualdad en las tarifas de transportes y otros servicios públicos (con lo cual la ley obliga al muy pobre a pagar exactamente la misma cantidad de dinero que al muy rico por un alimento, por el pasaje de un autobús o por una unidad de consumo de corriente eléctrica), condiciones onerosas impuestas para el ejercicio de una profesión o para iniciar cierta actividad lucrativa, etc., etc.

Finalmente, debemos agregar que, aún cuando la aparición de los distintos tipos de estratos corresponde a tipos diferentes de organización social, es erróneo suponer que la presencia de las clases excluya definitivamente a los otros tipos. Una clase puede transformarse en casta en una etapa de su evolución. Un sistema de castas puede estar entretejido entre un sistema de clases. El mayor rigor defensivo de una clase que se sienta amenazada –o de un sector de una clase– puede hacer reaparecer, como fruto aparentemente anacrónico, un robusto sistema de estamentos. La solución corporativa para la crisis económica y política del capitalismo que se aplica por vía legal en Alemania, Italia y España en el siglo XX, es un intento de defensa del sistema de clases mediante el injerto de un sistema de estamentos que le sirva de prótesis.

g] LA ESTRATIFICACIÓN: UN MACROSISTEMA DE MICROSISTEMAS

Desde que una sociedad estratificada adquiere cierta complejidad –una organización tribal que derrota a otra y la incorpora a su dominio y que, además, desarrolla diferenciaciones funcionales permanentes– se gesta en su entraña más de un sistema de estratificación. En las sociedades contemporáneas de mayor complejidad –Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Unión Soviética, India, Japón– hay una verdadera red de sistemas de estratificación.

Cada uno de ellos cumple un objetivo de orden funcional y puede operar en escala regional o nacional. Una profesión determinada –la de médico, la de profesor– se encuentra habitualmente estratificada; es decir, sus miembros se agrupan por sectores que no sólo responden a una pauta de eficiencia sino, en alto grado, a otra de privilegio. Se trata de un sistema de estratificación profesional que quizá se extienda a todo el país. Además, en una región opera una matriz de distribución de funciones sociales globales que da lugar a la aparición de clases locales: esas aristocracias, ese artesanado, esa burocracia regionales firmemente arraigados en un subsuelo de pequeños privilegios que pierden sentido más allá de su reducida zona.

Localizar todos los sistemas de estratificación en una sociedad grande y compleja contemporánea puede ser tarea imposible. Debemos suponer que se encuentran por miles. Pero de esta observación no puede inferirse que cada uno de los sistemas tenga su validez y su lógica autónomas. Como todos los conjuntos que integran la realidad social, los sistemas de estratificación dentro de una sociedad global se entrelazan, se condicionan, se compensan y se descompensan, se integran y se desintegran sin cesar. Cuando observamos el sociograma resultante, aparecen las líneas de varios macrosistemas y, además, las de un verdadero super-sistema dentro del cual, y sólo dentro del cual, los otros macrosistemas y la multitud de microsistemas adquieren su sentido definitivo y completo.

El caso del sistema estratigráfico de la India puede tomarse como paradigma. Su estructura, su historia, su filosofía hablan, para el investigador contemporáneo, con sorprendente claridad, debido a que presenta una codificación social muy consolidada que se expresa con símbolos extremadamente notorios. Las poblaciones arias que se radicaron en el norte del territorio de lo que hoy es la India, doce o quince siglos antes de Cristo, ya estaban divididas en cuatro grandes agrupamientos. A partir de entonces, el genotipo de la casta fue ordenando todas las relaciones jerárquicas. La filosofía hindú creó un mecanismo lógico de justificación: el karma es una cadena de reencarnaciones sucesivas que tiene sus propias normas, según las cuales el miembro de una casta que ha acatado su status con humildad en vida reaparece, en otra reencarnación, como miembro de la casta inmediatamente superior. El cielo en la tierra. Las religiones se repiten, con distintas imágenes teológicas y una sola justificación terrenal. La buena conducta del hombre religioso siempre consolida un sistema determinado de clases sociales.

Como fruto de un multiplicador infinito, el número de castas –grandes, medianas y pequeñas; locales, regionales y nacionales– llegó a hacerse incontable. El censo nacional de 1931 registró aproximadamente tres mil, pero se admite que gran número de las subcastas locales no fueron incluidas. Algunos autores contemporáneos calculan el total en varios miles, mientras otros prefieren reconocer que el número es enorme y, de hecho, inverificable (Kosambi, 1945, 15; Srinivas-Damle-Shahani-Beteille, 1959, 138).

Esa selva de agrupamientos tiene un orden. Así como un individuo puede pertenecer simultáneamente a más de una casta, las subcastas pueden actuar dentro del perímetro de una casta. Pero el más coordinador y determinante de todos los ordenamientos es el de las cuatro grandes castas nacionales que, por sus determinaciones económicas y sociales, se aproximan a una constelación de clases. La incontable multitud de microsistemas tiene un nombre: jatis; el macrosistema de las cuatro castas tiene el suyo: varna. Cada uno es miembro de un grupo, o de más de uno, en el jatis; pero simultáneamente tiene una pertenencia y una referencia en el varna.

Si traducimos el simbolismo indio a términos occidentales nos sorprenderá la similitud que vamos a encontrar con los sistemas de clases sociales en las sociedades capitalistas y en la Unión Soviética. La matriz de la estratificación presenta mil rostros, pero parece que tiene un solo espíritu verdadero, como en el misterio de la trinidad.

Aunque haya una multitud impensable de microsistemas de estratificación, siempre algunos son más dinámicos, tienen mayor capacidad generadora que otros. Aunque haya varios macrosistemas, siempre uno es más determinante que los otros. Si, en definitiva, lo que encontramos es un macrosistema gigantesco, siempre habrá un macrosistema menor que será su columna vertebral.

En síntesis, y a título de simplificación, digamos que, salvo en casos excepcionalmente simples, toda estratificación es un macrosistema de microsistemas.

Así disecado un sistema global de estratificación, se comprenderá mejor la importancia de una modalidad que, con frecuencia, no ha sido percibida o lo ha sido sólo superficialmente y que debemos suponer propia de su naturaleza y, por tanto, existente en todas las sociedades estratificadas: la matriz de la estratificación se multiplica sin solución de continuidad.

En efecto, si la sociedad nacional está dividida en tres grandes clases sociales, cada una de ésta tiene su propia y compleja estratificación interna, a tal extremo que la mayor parte de los conflictos que surgen son entre sectores dentro de una misma clase y no entre clases, aunque los verdaderos conflictos interclases son los que generan consecuencias más hondas y de mayor proyección. Por supuesto, la magnitud y la frecuencia de los conflictos intersectoriales dentro de cada clase dependen del tipo de sociedad global y de la etapa histórica. Como, por otra parte, los conflictos intersectoriales promueven también alianzas intersectoriales, es frecuente el tipo de alianza que desborda los límites de las clases.

La multiplicación del genotipo de la estratificación opera, asimismo, en los más diversos órdenes y niveles. En una sociedad fuertemente estratificada, están también fuertemente estratificados la familia, la asociación voluntaria, la empresa pública y la privada, el establecimiento de enseñanza, la iglesia.

Ya Aristóteles percibió oscuramente que las luchas entre clases sociales generan consecuencias de gran importancia. Veintitrés siglos después, Engels y Marx anunciaron el principio con precisión normativa. Pero lo común en la historia ha sido que los conflictos entre clases se presenten en la forma de un complejo diagrama de choques y alianzas sectoriales inestables, que sólo adquieren el perfil de los grandes encuentros generales entre clases cuando se los ve proyectados sobre un contexto social amplio y, casi siempre, en un período prolongado. Más que los planteamientos generales excesivamente simplificados del Manifiesto Comunista (1848), el aporte conceptual y metodológico más importante en esta materia fue dado por Marx y Engels en el análisis de episodios cercanos a ellos en el tiempo: Alemania: revolución y contrarrevolución (1851-1852); Las luchas de clases en Francia: 1848-1850 (1850); El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852); La guerra civil en Francia (1870-1871), el primero de Engels con la colaboración de Marx y los otros tres de Marx.

El desarrollo de la conciencia de clase y la función histórica de las clases son fenómenos que forman parte de ese sociograma intensamente complejo en acción y cuyas magnitudes reales parece imposible descubrir si no se logra percibirlos dentro de la totalidad del proceso.

h] DISTINCIONES

Aunque las supongamos obvias en lo expuesto, no es ocioso insistir en algunas distinciones para que nuestra posición quede más clara.

Si bien admitimos, como otros autores, que la estratificación nace con el excedente, en ningún momento podemos pensar que la desaparición del excedente sea la condición para que desaparezca la estratificación. La estratificación es un tipo histórico de ordenamiento –que nosotros hemos calificado de no necesario– y no constituye ni la precondición, ni el mecanismo técnico del excedente. Las tentativas de encontrarle una fundamentación antropofilosófica permanente –el hombre es por naturaleza malo y haragán, y sólo se le puede encasillar mediante un sistema de clases– nunca han volado más allá que una antigua conseja.

Toda estratificación lleva consigo un costo social (económico, organizativo, político, cultural, psicológico) que en los países cuya historia conocemos bien sabemos que ha sido y es extraordinariamente elevado. Del quantum del progreso de un sistema –Estados Unidos durante la segunda y tercera revoluciones industriales; la Unión Soviética durante los planes quinquenales y después de la Segunda Guerra Mundial– hay que deducir el costo social de la estratificación para hacer el balance definitivo, en lugar de contabilizarlo como condición indispensable para la producción de ese quantum.

Excedente y estratificación no son sinónimos. Estratificación y sistema social, tampoco. Finalmente, tampoco lo son estratificación y distribución de funciones (aquélla, hemos sostenido, es un modo no necesario de distribuir funciones).

Usamos el vocablo estratificación como lo genérico, al modo que los geólogos cuando escrutan la corteza terrestre. En nuestro caso, el vocablo es neutro: no implica aceptar, ni mucho menos, la teoría del continuum, ni cualquier otra posición que desdibuje las fracturas conflictuales.

No intentamos, en esta página, formular pronósticos. Nos basta con agregar que las ciencias sociales de Occidente no han podido elaborar un argumento científicamente válido acerca de la perdurabilidad de la estratificación.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *