Cuando la epidemia es la mentira

Fuente: Umoya nº 96 3er trimestre 2019                                               Patricia Luceño. Comité de Valladolid.

Resultado de imagen de Cuando la epidemia es la mentira

Desde que la Comisión Creel demostrara la efectividad de la colaboración entre medios de comunicación y gobiernos para  asegurar la efectividad de la propaganda de Estado, esta alianza  tácita ha continuado construyendo una realidad que responde a los intereses de las élites. Esta cobertura también se produce en el tratamiento de las epidemias, cuya gravedad parece ser proporcional a la audiencia que puedan generar.

No es un fenómeno nuevo, pero continúa siendo efectivo. Fue la década de los setenta del siglo XX la que vio nacer la teoría de la Agenda Setting, que ratifica la relación existente entre la importancia que daba el público a las noticias y el vigor con el que estas se trataban en los medios de comunicación. Este hecho, por sabido que sea o simple que parezca, adquiere una importancia capital al analizar las dinámicas políticas que dibujan el mundo de hoy.

La creación periodística genera realidades -que no tienen por qué coincidir con el verdadero desarrollo histórico- en la medida en que son aceptadas por las sociedades sin una mínima sospecha de duda. Cabe recordar que, para manipular los hechos, no es necesario contar mentiras, basta con ocultar las verdades que no convienen.
Puede que la Comisión Creel sea el primer ejemplo de manipulación mediática de la era moderna. El presidente estadounidense Woodrow Wilson, a pesar de su discurso preelectoral antibelicista,  era partidario de que su país se involucrara en la I Guerra Mundial. Para convencer a una sociedad reticente, pergeñó una estrategia informativa que perseguía tres metas: convencer de la imbatibilidad de los Estados Unidos, de su caracterización como tierra de la libertad y la democracia y de la época depaz que se inferiría de la victoria aliada, posible únicamente con su apoyo. La participación no
solo de las diferentes instancias gubernamentales, sino también de personalidades de la esfera cultural, mediática y social, la divulgación de libros y discursos y los más de setenta mil «hombres de cuatro minutos» (que articulaban alegatos de esta duración, tiempo en el que el ser humano mantiene su atención plena, en encuentros sociales) concluyó en un cambio de opinión radical de los y las estadounidenses, constituyéndose como el primer gran ejemplo de propaganda de Estado.
Este trabajo en red es una clave elemental para entender la construcción de la opinión pública contemporánea, asentada,
como defiende Noam Chomsky, en la «alianza tácita» entre el Estado y los medios, que consiguen consolidar una historia única verosímil que responde a unos intereses muy concretos (los de las élites)  empleando un mecanismo de manipulación tan discreto y cognitivamente efectivo como es la prioridad informativa, en el que la extensión, la frecuencia y la ubicación dada a las noticias son la clave de su éxito. Este engranaje se depura con herramientas casi
imperceptibles como el empleo de frames o marcos, que no son sino palabras o expresiones clave que juegan con las emociones y representaciones mentales del público. ¡Cuántas veces hemos oído hablar de esos viles «piratas somalíes» que atracan y secuestran los pesqueros europeos! Seguramente, muchas. Ahora bien, ¿qué capacidad tiene una barcaza de asaltar un ingente buque de  arrastre? ¿Por qué las empresas pesqueras de Europa, una tierra con una amplia zona costera, tienen la necesidad de atracar en litorales extranjeros? ¿Qué consecuencias tiene para las comunidades de Somalia, Senegal o Mauritania la esquilmación de sus mares? ¿Qué
efectos conlleva en materia de salud privarles de su única fuente de proteína animal? Un mínimo acercamiento honesto a estas realidades puede llevarnos a sospechar que, quizás, los corsarios sean otros.
Este ejercicio de intoxicación informativa es aplicable a todas las noticias trasladadas por los grandes conglomerados mediáticos.
También a aquellas a priori libres de sospecha por el carácter buenista de su presentación; sin ir más lejos, las epidemias.
De acuerdo con las últimas informaciones recibidas durante la redacción de este artículo, a finales de agosto más de dos mil personas habían perdido la vida en la RD Congo por la epidemia de ébola. Este brote, que llegaba a su primer aniversario sin un mínimo presagio de resolución, es el décimo que se produce desde mediados de los setenta, además del segundo más virulento, superado únicamente por el sobrevenido en África occidental occidental en el periodo 2014-2016, según apuntaba María Rodríguez, corresponsal de la Agencia EFE en Senegal.
De este panorama, se pueden resolver varios puntos. El primero, la regularidad y cronificación del fenómeno, un matiz difícilmente deducible de una cobertura mediática asentada en el bombardeo, la disociación y la falta de contextualización de las noticias. Así, la aleatoriedad y la ausencia de responsables u otros aspectos esclarecedores parecen impregnar el sentido informativo de estos relatos. El segundo aspecto clave es el estado de alarma que se genera, que tiene diferentes ramificaciones igualmente relevantes. Por un lado, la audiencia y los likes aumentan como la pólvora, lo que también provoca un incremento de los ingresos por anunciantes.
La espectacularización y viralización de las tragedias, además de cuestionable desde el plano ético, conlleva un evidente riesgo de desinformación y polarización de las sociedades, algo únicamente combatible con un ejercicio periodístico honesto y veraz. Por otro, sirve de colchón de plumas para los discursos xenófobos y racistas que abogan por el cierre de fronteras. Y es innegable que la circulación de las personas puede conllevar el contagio vírico, pero, teniendo en cuenta que el 80 % de las migraciones africanas se producen dentro del continente, ese razonamiento parece estar
más articulado por los intereses de unos empresarios de la información cuya cartera de acciones también se asienta en
territorio africano. Antes de formarnos una opinión sobre estos fenómenos, lo más sensato es plantearnos cuándo una epidemia se convierte en tal; si para su catalogación se siguen criterios científicos o económicos. No en vano, las epidemias se teclean, se escuchan y reciben likes.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *