Fuente: Umoya num. 100 – 3er trimestre 2020 Eva de la Torre. Comité de Logroño
CÉLINE MAGNÉCHÉ NDE SIKA: La mujer mentora
Céline Magnéché Nde Sika es emprendedora social, consultora hostelera, profesora de español y escritora. Tiene un Doctorado en Filología española (Universidad de Zaragoza), un Máster en Estudios de Mujeres (Universidad de Valladolid), un Diploma de profesora de lengua y literatura españolas, (Escuela Normal Superior, Yaoundé, Camerún) y un Diploma en Gestión de Hoteles (Selkirk College, Canadá). Tras un paréntesis de dos años en la universidad de Dschang (Camerún) donde trabajó como profesora de lengua y literatura españolas, creó AFFAMIR (www.affamir.com), una ONG de desarrollo que, desde 2002, crea oportunidades de desarrollo en Bansoa, una de las comunas rurales de Camerún. Ha publicado una antología de cuentos, co-publicado una antología de poemas, así como artículos y libros sobre el desarrollo personal, y dos novelas. Vive entre Nairobi (Kenia), Bansoa (Camerún) y Kelowna (Canadá).
Cuando se conoce a Céline en persona lo primero que impresiona es su fuerza, coraje y determinación, que contagian enseguida. Es una persona comprometida con su comunidad y un ejemplo de mujer africana luchadora y valiente.
¿Cómo te ves tú en relación con la mujer africana y en relación con el estereotipo que tenemos de ella en occidente?
Gracias por darme la oportunidad de hablar en esta tribuna. Mi deseo más profundo es que pueda leerme el mayor número de gente posible, lo cual posibilitará el que mi mensaje llegue lejos y contribuya a deconstruir varias mentiras o estereotipos, no solamente sobre las mujeres africanas, sino también sobre nuestros países africanos y mi continente en general. Prefiero hablar de mujeres africanas porque no hay una mujer africana sino varias, incluso en el mismo país. Las mujeres africanas son tan diferentes como las etnias y los países a los que pertenecen. Yo, Bamileke del Oeste de Camerún, no tengo nada que ver con mi paisana Beti de la región del centro o la Bulu de la región del Sur del país, y, sin embargo, todas somos africanas. Las generalizaciones nunca son buenas, pues cuando generalizamos perdemos la rica historia, cultura y complejidad de África y de los africanos.
Cuando le dices «África» a la gente de Occidente que nunca ha estado en nuestro continente, enseguida te hablan de guerras, hambre, de niños que comen moscas o de moscas que comen niños, de enfermedades, de mutilaciones genitales femeninas, de casamientos de niñas y de niños soldados y de otras barbaridades. Y es cierto, África, como cualquier otro continente, tiene sus diablos, pero reducir un continente entero a esta oscuridad, como dijeron Joseph Conrad y Rudyard Kipling, es hacer alarde de una ignorancia tremenda porque África es muchas realidades. En África pasan cosas bonitas también, realizadas por personas, muchas de las cuales nunca han pasado hambre o sufrido guerras, y que viven vidas normales, crean y contribuyen a desarrollar el mundo. Estas success stories no venden. Por ello las callan.
Habiendo dicho esto, me gustaría añadir que no me considero una persona especial o con dotes o talentos extraordinarios. Hay millones de mujeres africanas capaces de realizar cosas increíbles para sacar adelante a sus familias cada día, a veces con muy pocos recursos a causa de todos los obstáculos tendidos en su camino por el género, discriminaciones, violencia estructural, etc. En tiempo de guerra y en tiempo de paz, estas heroinas sin capa están al pie del cañón, día y noche, para asegurarse de que sus hijos han comido, han ido al colegio, pueden recibir tratamientos en hospitales, cuando los hay, si enferman. Y repito, con muy pocos recursos o a veces nada. La diferencia entre esas mujeres y yo es que yo tuve oportunidades y, la verdad es que, sin ellas, nadie puede brillar, nadie puede realizar todo su potencial. Mi oportunidad fue mi padre, que reconoció que las mujeres también tienen derechos como el de recibir una educación y el de casarse cuando se quiere y con quien se quiere. También creía en el poder de la educación para romper el círculo de la pobreza. Era un pequeño funcionario del estado y no ganaba mucho, pero invirtió su tiempo, energía y dinero para que yo pudiera recibir educación, para que yo pudiera ir lo más lejos posible. Luego, con mis esfuerzos personales, mis excelentes resultados académicos me abrieron las puertas de la universidad y de los institutos de formación,y con el acompañamiento constante de mi esposo, pude llegar donde estoy hoy y realizar el trabajo de desarrollo desde 1997 en mi comunidad rural camerunesa. Si todas las mujeres tuvieran estas oportunidades, las posibilidades serían infinitas. Basta con ver el número cada vez más elevado de mujeres africanas que triunfan y demuestran un liderazgo eficaz tanto en sus comunidades, a través de redes de organizaciones y asociaciones que ellas crean para aportar soluciones a los problemas exitenciales que tienen, como en sus países en general e incluso fuera de los mismos. En Ruanda, más de la mitad de los parlamentarios son mujeres. Liberia fue dirigido por una mujer durante varios años, y Etiopía tiene el honor de estar dirigido por una mujer. Malaui y la República Centroafricana también lo fueron. Gabón acaba de nombrar a una mujer como Primer Ministro. Varios ministerios en muchos paises africanos están dirigidos por mujeres, así como empresas estatales y del sector privado y de los organismos de la sociedad civil, sin hablar de las universidades e instituciones internacionales. La Unión Africana fue dirigida hasta hace poco por una africana; el Secretariado General de la FIFA está dirigido por una mujer africana, y la Comisión Económica de las Naciones Unidas para África está dirigida por una camerunesa. Esas mujeres, que están donde están porque valen, cumplen.
¿Podrías hablarnos de tus proyectos solidarios en Camerún y de lo que te mueve para continuar con ellos a lo largo de los años?
En 1996 obtengo de la AECI una beca para doctorarme en España. En aquel momento había un brote de xenofobia con la llegada cada día más importante de inmigrantes subsaharianos huyendo de la miseria, de la opresión en sus países y a la búsqueda de una vida mejor. ¿Qué hacer para apagar este fenómeno peligroso? Mi director de tesis me aconsejó que redactara mi tesis sobre la literatura oral de mi país. Estábamos convencidos de que si los españoles reaccionan de esa manera frente al fenómeno de la inmigración, es por el miedo a lo desconocido. Lo desconocido da miedo. Si te conozco, mis miedos, mis sospechas, mi indiferencia, mi intolerancia se esfuman y la vida se torna más llevadera.
Para redactar mi tesis tengo que viajar a Camerún cada verano para realizar el trabajo de investigación en el terreno. O sea, recoger cuentos, proverbios, etc., al anochecer, cuando las mujeres, que tienen el repertorio más amplio de los cuentos, están dispuestas a contar cuentos. Durante este ejercicio, les pregunto acerca de su día de trabajo. Entonces, contaban y se contaban. Hablaban de las dificultades que afrontan para mantener a sus familias numerosas, porque la familia es su responsabilidad en esta parte del mundo donde los hombres pueden tener hasta cincuenta esposas; contaban sus difíciles condiciones de vida, la sobrecarga del trabajo que tienen, la irresponsabilidad de sus esposos, cuya inmensa mayoría se conforma únicamente con dejarlas embarazadas. Me hablaban de la miseria en la que vivían, y que veía en sus casas de adobe sin agua potable ni electricidad, en sus hijas que no iban al colegio porque una mujer que gana menos de doscientos euros al año no puede pagar los gastos de educación de sus ocho hijos, por ejemplo, aunque lo quisiera. Veía la miseria en sus hijas que se habían quedado embarazadas porque se acostaron con tíos a cambio de un paquete de compresas, compresas que sus madres no pudieron ofrecerles.
A partir de aquel momento, decidí hacer algo para contribuir a erradicar estas desigualdades sociales que son la principal causa de la pobreza. En 2001 leí mi tesis y decidí regresar a mi país y crear una ONG para contribuir a eliminar las desigualdades sociales que crean y perpetúan la pobreza, y empoderar a mis compatriotas para que pudieran tomar las riendas de su destino. Mi motivación para continuar a pesar de todas las resistencias y las dificultades que encontramos dentro del marco de este trabajo fue la convicción de que otra realidad es posible. También fue ver el impacto tremendo que hemos podido tener en la vida de los beneficiarios de nuestros proyectos de desarrollo: dos colegios de primaria con guardería que reciben cada año a más de 600 alumnos, capacitación de más de 1.000 profesores de infantil y primaria, becas para más de 200 niños y niñas procedentes de familias muy pobres, desayuno para más de 600 alumnos, educación sexual y reproductiva y compresas para más de 3.000
jóvenes de la comunidad, servicios financieros y no financieros a más de 4.000 mujeres de la comunidad, guardería para los bebés de las profesoras, etc.
También tienes tiempo para escribir literatura, poesía, cuentos
infantiles, dos novelas. ¿De qué tratan estas obras y cómo se relaciona con tus proyectos con el pueblo camerunés y sus mujeres?
Ya hace tiempo que escribo porque me siento violentamente interpelada por el giro que nuestro mundo está tomando, sobre todo en lo referente a los derechos humanos, y afectada en mi
identidad de ciudadana, mujer y artista para sentir la necesidad
ardiente de escribir como autora, pero también como portavoz.
Mi aventura literaria empezó en 2004 con la publicación de mi antología de cuentos ¿Verdad que esto ocurrió…? Cuentos orales
africanos. Siguió Equinoccio, la antología de poesía hispano – camerunesa que co-publiqué con colegas cameruneses.
Acabo de publicar mi dos novelas: Me llamo Kanebe y Cicatrices
(esta última en francés). Los míos son escritos problemáticos porque no pueden despegarse del vivir cotidiano, de la historia y de sus determinismos.
Escribo para reproducir canciones cantadas durante los eventos que acompañan la vida en mi comunidad. Pero también creo obras que parten de la vida. Historias que hablan de la vida,
de la realidad de una sociedad. De la realidad de mujeres y niñas.
Niñas de apenas 15 años casadas a la fuerza por sus familias con
hombres que podrían ser sus padres. Niñas a quienes se niega el derecho a la educación porque algunos siguen pensando que no
es cosa de mujeres; que invertir en la educación de mujeres es tirar el dinero por la borda. Mi literatura habla de mujeres que, hoy en día, no pueden hacer cosas tan sencillas como viajar, tomarse un café en una cafetería, participar en una reunión del vecindario o ir a un partido de fútbol, ir al cine, vestirse con la ropa que les encanta, pertenecer a un partido político de su elección, tener ambiciones y proyectos personales. Mujeres que no pueden ser más que madres y esposas, no porque no estén capacitadas para ejercer otros papeles, sino porque la sociedad no las ve de otra manera. Viudas que pierden su libertad porque se convierten en la posesión de sus cuñados. Y eso, a pesar de los cambios formidables e irreversibles que nuestras sociedades vienen experimentando desde hace algunas décadas y que redistribuyen los roles, sacando a las mujeres de las cocinas para colocarlas en las fábricas y obras de construcción, pero también en las juntas, los frentes donde trabajan como reporteras de guerra o combatientes, los gabinetes ministeriales, los palacios presidenciales y el mismísimo sillón presidencial.
Escribo para dar cuenta de las difíciles condiciones de vida de las migrantes que piensan que su destino es el mejor de los mundos posibles —y que no siempre lo es—, quiero decir el mundo occidental. Y también en su tránsito por el continente africano donde, en países como Libia, las violan, las venden, las esclavizan o las matan. Y escribo para contar el profundo malestar que experimentan los que lo tienen todo para ser felices en este mundo inteligente e hiperconectado, pero que no lo son porque, como venimos observando a lo largo de siglos, la felicidad tiene poco que ver con la riqueza o el material que no vacilamos en destruir y matar para adquirir.
Viajas por todo el mundo para conseguir apoyos para tus proyectos pero el confinamiento te ha atrapado en Nairobi. ¿Cómo se ve la situación de crisis del coronavirus en los países africanos y qué medidas se están tomando? ¿Crees que son las adecuadas para la sociedad africana?
Siempre he pensado que nadie puede desarrollar a la gente, que la gente es la que se desarrolla ella misma con el apoyo de otros, que nunca deberían convertirse en los actores. Para llevar a cabo nuestras actividades de desarrollo, contamos con la ayuda de contrapartes nacionales e internacionales y, juntos, hemos implementado los proyectos. Antes del coronavirus, viajaba regularmente para sesiones de trabajo y para realizar actividades de recaudación de fondos. Este año había programado varios viajes, pero no ha podido ser y no tengo ninguna idea de cuándo volveré a hacerlo. En cuanto a los proyectos que realizamos en Camerún, hemos tenido que dejar algunos de ellos ―al menos por ahora―, todo ello por culpa del virus.
En Camerún los colegios reabrieron sus puertas en junio, esencialmente para los alumnos que tienen exámenes oficiales ; cierran a final de este mes para volver a abrir el 5 de Octubre. En Kenia, este año escolar está considerado como perdido y la vuelta al colegio tendrá lugar en enero del año que viene. Pero nadie sabe si la vuelta al colegio tendrá efectivamente lugar en ese momento porque el número de infectados en Camerún, Kenia y otros países africanos aumenta cada día, algo que no sorprende dado que para mucha gente es imposibe respetar las medidas de seguridad. Más del 80% de la población realiza actividades en el sector informal y debe salir de su casa cada día para vender o realizar tarea si quiere comer o satisfacer otras necesidades. Y no siempre tienen los recursos necesarios para comprar el gel hidroalcohólico; muchos viven en una promiscuidad terrible en las chabolas, los barrios o en casas donde a menudo no hay agua potable. En estas condiciones, resulta casi imposible esperar o pedir que la gente respete y aplique las medidas, y ni las multas, las palizas, los asesinatos por la policía ―por no respetar el toque de queda o por no llevar la máscara―, ni el mismísimo toque de queda han conseguido que la gente se quede en casa. Prefieren morirse del virus a morirse de hambre.
La realidad en los países africanos es distinta a la de los países occidentales y, por lo tanto, requiere medidas adaptadas a nuestro contexto. Con la excepción de paises como Ruanda, que está gestionando con eficacia y maestría la pandemia, otros países africanos tienen muchas dificultades para hacerlo por : 1) la negación, hasta que murió hace unos meses, el presidente de Burundi, Pierre Nkurunziza, aseguraba que no había virus en su país porque estaban protegidos por Dios; 2) porque falta un liderazgo eficaz; 3) por la corrupción, ha habido casos de material sanitario y comida que los gobiernos iban a repartir a las poblaciones y que han sido robados por funcionarios; 4) porque los servicios básicos como agua, hospitales, etc., no existen. Los países africanos hacen lo que pueden para luchar contra la pandemia pero con resultados limitados. Por lo tanto, deben cambiar de estrategia. La pandemia ha descubierto los fallos y las debilidadades de muchos sistemas como el educativo, sanitario, bancario, etc.
Espero que los gobiernos de nuestros países aprovechen esta oportunidad para corregir las cosas que no funcionan.