Arizona: Encontrar restos y devolverles el nombre: la labor de Armadillos…

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Encontrar restos y devolverles el nombre: Así es la labor de Armadillos, el grupo de búsqueda de migrantes desaparecidos en el desierto de Arizona.

Esta organización funciona a través de donaciones y recibe decenas de mensajes al mes de personas que buscan a familiares que emprendieron su camino hacia EE.UU.
Encontrar restos y devolverles el nombre: Así es la labor de Armadillos, el grupo de búsqueda de migrantes desaparecidos en el desierto de Arizona

«¿Por qué tienen que pasar años para encontrarlos?», escribe una madre desesperada que busca a su hijo desaparecido.

«A mi hermano lo dejaron abandonado en el desierto, no sabemos nada de él», comenta una mujer que pide ayuda al grupo.

«Yo le pido a Dios que mi cuñado esté vivo y que regrese pronto con su familia», lanza otra un deseo, que es más bien un ruego.

Estos son los mensajes en redes sociales que casi a diario recibe Armadillos, un grupo de voluntarios que dedican sus tiempos libres para buscar a esos miles de migrantes que cada año salen de pueblos y ciudades de México, El Salvador, Guatemala y Honduras para ir a EE.UU. en busca de una mejor vida.

En el camino, los migrantes se enfrentan con grupos delcrimen organizado, con extorsionadores que les roban todas sus pertenencias o con ‘coyotes’ que les venden un pase libre a la tierra prometida y que los terminan abandonando a su suerte en el desierto de Arizona, en donde la temperatura rebasa los 45 grados centígrados durante el día.

Por alcanzar el ‘sueño americano’, estos migrantes se juegan la vida mientras sus familias esperan impacientes esa llamada, ese mensaje que diga que están vivos, que llegaron a su destino a salvo.

«La gente que ve partir a sus familiares no espera recibir noticias de que fallecieron. Siempre se vive con la esperanza de que van a volver, nunca esperan recibir una noticia de que murió en el desierto», dice el constructor Alex Ortigoza, uno de los fundadores de Armadillos.

Desde 2017, Alex Ortigoza y su gemelo César formaron Armadillos para buscar a sus «hermanos migrantes» —como ellos les llaman— en San Diego (California) y en la inmensidad del desierto de Arizona. Junto con un grupo de voluntarios —Karina, Jenn, Nichole, Brian, Axel, Lalo, Beto, Eloy y Andy—, el grupo realiza labores de búsqueda en vida y muerte de personas reportadas como desaparecidas.

«Pensamos que hay gente esperando a sus seres queridos de vuelta, por eso nos ponemos en los zapatos de la gente que está esperando a sus familiares. No me hubiera gustado que mi hermana, la que se vino primero [a EE.UU.], hubiera fallecido y que mi mamá la hubiera estado esperando siempre», dice Alex Ortigoza por teléfono desde San Diego.

Búsqueda en México y EE.UU.

Recientemente, Armadillos se volvió un grupo binacional con la búsqueda de cuerpos en los terrenos baldíos y fosas clandestinas de la ciudad fronteriza de Tijuana (Baja California) y en los estados de Veracruz y Sonora. En México, el país de los 61.637 desaparecidos —según cifras oficiales—, muchas de estas personas sin localizar podrían ser migrantes, considera César Ortigoza, quien se gana la vida reparando departamentos en California.

Este grupo de voluntarios, que funciona a través de donaciones y con el dinero recaudado de la venta de comida en eventos sociales, recibe decenas de mensajes al mes de personas que buscan a familiares que emprendieron su camino hacia EE.UU.

«Mi papá, mi hermano, supe que iba a entrar por la ciudad de Sonoyta (frontera con Lukeville, Arizona). Entró [a EE.UU.] y me dijo que caminó tres días y escuchó que estaba frente al Cerro de la Aguja», reza uno de los mensajes que reciben en el grupo. Solo cuando tienen estos detalles sobre una persona desaparecida es que pueden comenzar a hacer una búsqueda en el desierto.

Armadillos comparte esa información con otros grupos que hacen una labor similar para saber si saben algo de ese migrante, después preguntan a contactos dentro de la Patrulla Fronteriza si tienen en custodia a esa persona —lo que les brinda esperanza a los familiares—  y, cuando creen que el desaparecido podría estar en algún lugar del desierto, salen a hacer la búsqueda en campo.

«Es como ser otra persona»

La artista estadounidense Karina Frost, una de las voluntarias de Armadillos, cuenta en entrevista con RT lo que se siente estar en el desierto, buscando los restos de los migrantes que perdieron la vida por alcanzar el ‘sueño americano’: «es como si fueras otra persona, estás lejos de la vida cotidiana, en medio de la nada y miras a tu alrededor e intentas imaginar por lo que han pasado nuestros hermanos migrantes, pero no puedes», dice la guitarrista.

Cuando tienen los recursos suficientes para salir a una expedición al desierto, el grupo de voluntarios maneja en la madrugada desde San Diego hasta Arizona. Una vez ahí, caminan por varios kilómetros con el objetivo de hallar cráneos, huesos, prendas e identificaciones personales que ofrezcan pistas sobre quién es ese migrante que se quedó en el camino.

«Hay miedo y esperanza de encontrar restos. Es triste, pero también es la misión, restaurar la dignidad», dice Karina Frost.

Dar nombre a las víctimas

En los años que llevan haciendo estas labores de búsqueda —antes y después de crear Armadillos—, los hermanos Ortigoza han participado —junto con otros voluntarios— en el rescate de restos humanos de unas 40 personas en EE.UU., según cuenta César.

A finales de 2018, Armadillos recibió el reporte de cuatro primos que salieron del norte de México rumbo a EE.UU. y cuyo paradero era desconocido. Meses después, la Patrulla Fronteriza encontró los primeros dos cuerpos de esa familia. El 16 de febrero de 2019, el grupo de voluntarios de Armadillos realizó una búsqueda por el desierto, cerca del Cerro de la Aguja, y hallaron otros restos. Después de que las autoridades estadounidenses realizaran pruebas de ADN, comprobaron que se trataba de David Crisanto Rojoel tercero del grupo.

Parte de la labor de Armadillos es rescatar la dignidad de una persona y eso comienza por dar un nombre a esas víctimas de la migración, recuperando sus restos del desierto y ofreciendo el homenaje que merecen mediante la colocación de una cruz en el lugar en donde fallecieron.

«Estamos dejando esta cruz en memoria de nuestro querido hermano. Queremos que sus familiares miren todo el sacrificio que hizo su querido hijo para poder salir adelante […] Lastimosamente, no logró llegar a su destino», dijo César Ortigoza en febrero de este año mientras colocaban ese símbolo en el lugar en donde falleció David Crisanto, en las faldas del Cerro de la Aguja.

Después de dejar la cruz con la fotografía de David Crisanto, el grupo de 10 voluntarios decidió caminar seis kilómetros hacia el este y encontraron los restos de Gilberto Garcíael último de los primos que faltaban por identificar.

César Ortigoza le había prometido a Don Gilberto, papá de Gilberto García, que dejarían «todo el corazón» en la búsqueda de su hijo y finalmente lo encontraron. Aunque el fundador de Armadillos reconoce haber estado triste por hallar sus restos, una parte de él se sintió bien por saber que el joven «va a poder llegar a casa», que sus padres podrán llevarle flores y platicar con su hijo.

Política estadounidense

Entre 1998 y 2018, la Patrulla Fronteriza de EE.UU. reportó la muerte de 7.505 migrantes en la frontera sur. Sin embargo, el número de fallecidos intentando alcanzar el ‘sueño americano’ es mucho mayor, porque muchos fallecimientos ocurren en zonas remotas y prácticamente inaccesibles y la Patrulla Fronteriza podría subestimar las cifras actuales, de acuerdo con un análisis del Centro de Política de Inmigración.

Para entender la crisis de desaparecidos en la frontera sur de EE.UU. hay que remontarse a 1994, cuando la Patrulla Fronteriza implementó el programa ‘Prevention Through Deterrence’ [Prevención a través de la disuasión, en español], mediante el cual el Gobierno estadounidense aumentó la tecnología y recursos en las ciudades fronterizas para dirigir los flujos migratorios «hacia terrenos remotos y hostiles«, como el infernal desierto de Arizona, y transformar la posibilidad de entrar al país en un «peligro mortal», de acuerdo con un reporte de la organización No More Deaths [No más muertes, en español].

El antropólogo Jason de León explica en su libro ‘La tierra de las tumbas abiertas: viviendo y muriendo en el sendero del migrante’ que esta estrategia no solo volvió menos visible el fenómeno migratorio, sino que convirtió a la naturaleza en un importante elemento ejecutor de la política migratoria estadounidense y le dio a la Patrulla Fronteriza una «negación plausible» sobre las víctimas que fallecen en el desierto, esas identidades que permanecerían en el olvido si no fuera por grupos de búsqueda como Armadillos.

José Beltrán

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