Almagro, el secretario

Fuente:https://prensarural.org/spip/spip.php?article25798       René Ayala                                                                             Sábado 22 de agosto de 2020

Ahí están personajillos perversos que son personeros del amo de todos los tiempos, seres pequeños, sin dignidad, que no escuchan, ni ven, solo a donde les indique el jefe de turno.

Luis Almagro, secretario general de la OEA. Foto: Juan Manuel Herrera – OEA

La emergencia de la OEA está articulada indisolublemente al papel agresivo, intimidante y hegemonista de los EEUU en el continente. El panamericanismo, movimiento que alentó la concreción de una convergencia de los países del hemisferio, basado en el respeto a las soberanías de las novísimas repúblicas, derivó en una pervertida concepción, para consolidar al país norteamericano como eje de sujeción de las Américas.

Lo que en un primer momento se proyectaba como un modelo de ruptura con el colonialismo europeo y se planteaba como referente de cooperación e integración regional en clave de soberanía, como lo planteó el Libertador cuando concibió el congreso anfictiónico de Panamá en 1826, se empezó a desdibujar cuando desde entonces se desenmascaró el apetito voraz e intervencionista de la nueva potencia imperialista que se alzaba en el Norte.

En Panamá, en contraposición a la fogosa y apasionada pero cándida idea de la unidad americana, y en medio de la alevosía que ya irrumpía, se expresó la doctrina Monroe, que fue desplegándose hasta concretar la tesis arrogante del Destino Manifiesto. Para los gringos, era necesaria una organización de repúblicas americanas, pero a imagen y semejanza de la “Unión”, no una convergencia horizontal de reconocimiento de las aspiraciones de los pueblos del continente. Sería para ellos más bien un foro de bolsillo, acrítico, obediente. Desde entonces somos el patio trasero de su política exterior y su predio, su propiedad, en tanto la negación de los proyectos de unidad que encarnaron los principios bolivarianos, que serían desechados, atacados y traicionados.

Con el advenimiento del siglo XX se desató la agresividad norteamericana, promoviendo la política de la diplomacia del cañonero encarnada en el Cuerpo de Marines de los EEUU, fogueado en múltiples intervenciones en el continente para imponer a sangre y fuego su proyecto y descabezar el espíritu autónomo que heredaba las mejores tradiciones independentistas, o poner bajo su férula a las nuevas repúblicas. Así desmembraron el sueño independiente cubano, arrebataron su destino a Puerto Rico y robaron Panamá a los colombianos, entre otras operaciones, donde además impusieron dictadorzuelos en lo que se empezaría a conocer como las repúblicas bananeras, enclaves para el enriquecimiento morboso de la United Fruit Company a costa del sudor y la vida de millones.

De esta forma, desde su narrativa, fueron instalando la idea de progreso anglosajón a los bárbaros, la supremacía como ese bien que adoraría la raza inferior indiana que se atrevía a caminar su propio rumbo. Así convencieron a las nuevas elites, a la fuerza o con la ilusión de aspirar a ser blancos, traicionando su color y su sangre.

Para la historia de Colombia el modelo del panamericanismo pervertido dejó hondas heridas que aún no cicatrizan. Después de múltiples fórmulas, eventos, tratados, y el primer congreso panamericano en los estertores del siglo XIX, que definió la rimbombante Oficina Internacional de Repúblicas Americanas, un órgano frívolo y desprovisto de cualquier incidencia en el horizonte mundial, se concretaba el entramado que condenaba a los pueblos del sur a la deshonrosa posición de vagón de cola de los EEUU, donde Colombia seria protagonista.

Los yanquis eran ahora los grandes vencedores de la guerra mundial. Habían lanzado la bomba atómica contra el derrotado Japón, asesinando a miles de civiles en Hiroshima y Nagasaki, abriendo así un nuevo capítulo de terror para la humanidad, donde, sin medir consecuencias de las pérdidas de vidas y los efectos ulteriores, la demostración mortífera les abrogaba un poder desconocido hasta ahora. Además la catástrofe de la guerra no los había afectado, y sus bancos empezaron a financiar la reconstrucción del continente que aún lloraba sus millones de muertos en medio de las humeantes cenizas de sus destruidas ciudades.

Emergía el nuevo poder, el modelo de vida norteamericano acompasado con el plan Marshall se alzaba como el hegemón, pero un pueblo dirigido por sus trabajadores compartía la victoria, es más: su descomunal esfuerzo había derrotado al fascismo. El nuevo orden mundial tenía contraste, no sería unipolar, aunque para el ego estadounidense era impensable un mundo que no fuera a su imagen y semejanza, su nueva cruzada sería el anticomunismo, una guerra nueva, de correlaciones, desarrollo técnico-científico, disputa en lo social y cultural, donde iba también a haber muchos muertos. Esos nunca bastarán en la historia de la humanidad. Apenas sacudiéndose de los estragos de la gran guerra, el mundo veía germinar la “guerra fría”.

En medio del paroxismo de la nueva contienda, en abril de 1948 se organizó en Bogotá la IX Conferencia Panamericana. Ya se había concebido el Acta de Chapultepec firmada el 8 de marzo de 1945, que inauguraba el anticomunismo en el continente y se estaba estrenando el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), firmado a finales de 1947 en Río, diseñado para “repeler” la intervención extranjera en el continente, es decir: la amenaza soviética.

Colombia era la meca de la aversión al comunismo, era el apogeo del proyecto conservador que había derrotado la fugaz república liberal, un gobierno de una línea política a la vez falangista y pro norteamericana, que en nombre de Cristo Rey y de los valores de Occidente, es decir los de Norteamérica, ya tenía asolado el campo donde había que extirpar el “basilisco”, animal mitológico de cuerpo liberal y masón y pequeña cabeza comunista, que describió después del Bogotazo el facho criollo Laureano Gómez, para establecer el miedo como eje de la vida nacional que justificó la violencia política.

Era entonces el mejor escenario para que los EEUU estructuraran su figura continental para el control ideológico, político, estratégico y comercial, es decir mantener su orbe imperial obediente a sus designios, así que destacó su más furioso representante, el virulento anticomunista George Marshall, secretario de Estado del presidente Truman, el mismo que sin empacho ordenó el cataclismo nuclear contra los nipones.

A partir del 30 de marzo de 1948 dieron comienzo las sesiones del evento que reunía a jefes de estado del continente. Se urdía allí el modelo neocolonialista, por tanto también estaba presente la resistencia. Llegaron a Bogotá delegaciones de estudiantes que rechazaban el imperialismo, por ello la presencia de la Federación de Estudiantes Cubanos donde se destacaba el joven Fidel Castro. De alguna manera se trasladaba a la fría, gris y aletargada comarca capitalina el debate central contemporáneo.

Era un espaldarazo al régimen político y una descarga contra el ascendente movimiento liberal encabezado por Jorge Eliécer Gaitán. En ese ambiente, a la semana del inicio del convite reaccionario, se da el asesinato del caudillo popular. Fue el colofón perfecto, para que en medio de la ciudad incendiada y sobre los cadáveres tibios y destrozados por la metralla oficial, la conferencia declarara, sin elemento probatorio alguno, a los comunistas como responsables del magnicidio.

El complot rojo urdido desde Moscú era el mejor argumento para definir el eje de la nueva organización que surgía y que requería el proyecto hegemónico. Así nació la Organización de Estados Americanos, a la sombra a de los intereses norteamericanos, bajo su batuta y con el anticomunismo como rasgo distintivo.

La OEA desde entonces desplegó su tarea de mantener a raya los gobiernos del continente y justificar su complicidad con dictaduras atroces, como la de los Somoza en Nicaragua, la del corrupto y mafioso Batista en Cuba o la criminal de Trujillo en República Dominicana; respaldar los golpes contra proyectos democráticos como el de Jacobo Árbenz en Guatemala y proteger las caricaturas de democracia que eran cada vez menos en Latinoamérica. Inesperadamente para los cálculos de la Casa Blanca y el Pentágono, triunfa la Revolución Cubana en el 59.

Al principio pensaron atraerla a su órbita, pero demostró su coraje e independencia. Por eso, frente al intento intervencionista derrotado en Playa Girón en 1961, el foro continental guardó un vergonzoso silencio, pero sí aplicó su furia expulsando a Cuba de su seno en 1962 después de la Declaración de La Habana donde la Isla declara el carácter socialista de su revolución, desafiando al amo del norte. No sin justeza, el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Raúl Roa, calificó a la OEA, en ese entonces, como el ministerio de colonias yanqui, la descripción más precisa de ese engendro que luego respaldaría la invasión a República Dominicana, Granada y Panamá, y dejaría sola a la Argentina en la guerra de las Malvinas.

Solo en la primera década del siglo XXI llegarían nuevos vientos, los gobiernos alternativos que coincidieron en un momento histórico: Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia y Uruguay, le dieron un giro a la ya caduca OEA en la Cumbre de las Américas de 2004 en Mar del Plata. Los pueblos de América revierten la imposición del ALCA, dándole una estocada al proyecto dominante dictado desde Washington. Se elige por vez primera un secretario general no postulado por los EEUU, llegando a ese cargo José Miguel Insulza, se abre la discusión del regreso de Cuba y se condena el infame bloqueo contra la Isla.

La elección del canciller del presidente José Mujica como nuevo secretario coincide con el cierre de esa primavera y el retorno, gracias a estratagemas non sanctas, asesoradas desde los laboratorios de marketing político made in USA, de los gobiernos de derechas en Latinoamérica. De nuevo el sueño de un modelo de cooperación basado en el derecho a la autodeterminación de los pueblos, por lo menos, se aplazaba.

Pero había una luz de esperanza: Luis Almagro, militante del Movimiento de Participación Popular, la fuerza política fundada por los antiguos guerrilleros tupamaros, expresión protagónica del partido de gobierno uruguayo, el Frente Amplio, era el secretario, una prenda de garantía para la independencia de la OEA, pensaron millones de demócratas y progresistas del continente.

Pero la maldición de Malinche está viva, y en un giro del cielo al infierno, Almagro olvidó su procedencia y abjuró de sus principios, convirtiéndose en el protagonista de la vuelta de la OEA a las épocas más ponzoñosas del anticomunismo cerrero, recibiendo halagos del mismísimo Mike Pompeo, el balurdo jefe de la “diplomacia” de Trump.

“No puedo comprender tus silencios sobre Haití, Guatemala y Asunción, al mismo tiempo que publicas cartas en respuesta a Venezuela… es la misma actitud asumida en el conflicto de EEUU-Cuba o con la paz de Colombia… Venezuela nos necesita como albañiles y no como jueces… Lamento el rumbo por el que enfilaste y lo sé irreversible, por eso ahora formalmente te digo adiós y me despido”. Son apartes de la lapidaria carta que le dirige a Almagro el Pepe Mujica, representante de la última generación de hombres sabios de nuestra América. Nada más contundente que sus palabras para ubicar el rumbo deshonroso del antiguo compañero de luchas y sueños.

Y eso que cuando rompe su vínculo con el macartista y presuntuoso secretario de la OEA, Almagro no había expresado su apoyo al traidor Moreno en el Ecuador, estigmatizando las gigantescas movilizaciones populares en rechazo al paquetazo neoliberal; ni participado abiertamente en el complot (mas bien diseñándolo), comprobado, del montaje del supuesto fraude para promover el golpe contra Evo, donde hubo un silencio canalla frente a la violencia desatada contra la población por la presidenta de facto; y mucho impulsaba con brío una intervención militar contra Venezuela, que traería terribles consecuencias, como toda guerra, contra el continente; ni la agresiva campaña contra Cuba, como si estuviéramos en los años más agrestes de la guerra fría.

Ese es Almagro, el otrora dirigente de izquierda, que utilizó esa condición para llegar a la secretaria general. Como todo renegado en la historia, un personaje que con artimañas y engaños accede a un poder que a la final no le pertenece. El mismo que en la posición influyente de un foro, que a pesar de su carácter podría incidir en aportar a la paz del continente, desechó la posibilidad de instalarse en la memoria como un promotor de los valores democráticos. Posando de ser un demócrata, no es más que una marioneta funcional a los intereses del amo del norte.

Mientras desde su confortable apartamento en el barrio Palisades en Washington, codeándose con el Establecimiento glamuroso a pocas cuadras de la oficina oval, desata su ira santa contra Venezuela y Cuba, parece que desconoce que en Colombia han asesinado más de 600 líderes sociales desde la firma del acuerdo final de paz, y que de esos excombatientes que asumieron darle fin a la guerra más larga del hemisferio han visto caer bajo las balas a más de 200 de sus compañeros, que armas oficiales matan campesinos que piden alternativas de vida y que casi todas las semanas hay masacres que se llevan jóvenes e indígenas, sueños y alegrías.

El abolladito y bonachón señor secretario general no dice, ni exige, ni propone absolutamente nada frente a la tragedia en Colombia… porque, claro, el problema es la dictadura, esa reiterada muletilla que todo lo puede, como llama al modelo de esos países que decidieron otro rumbo, y que son castigados por inmisericordes bloqueos económicos y sanitarios que matan personas, especialmente niños y viejos.

Es hacia donde debe estar el foco, porque son la amenaza, el viejo comunismo, que mutó, que llaman populismo o castrochavismo, no importa el nombre. Es el nuevo “Basilisco”, pero el mismo recurso: el miedo. Y ahí están personajillos perversos que son personeros del amo de todos los tiempos, seres pequeños, sin dignidad, que no escuchan, ni ven, solo a donde les indique el jefe de turno. Secretarios, así como Almagro, que en Colombia no sabemos dónde está, solo cuando se reúnen en el aquelarre donde coincide con otras marionetas de su entorno, como Duque, y usan a Cuba y Venezuela, como desde hace más de cien años, como excusa para ocultar su anhelo de ser blancos, anglosajones y despreciar su origen mestizo, desechando así su dignidad.

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