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Los «mendigos» a los que Franco persiguió para ‘limpiar’ España «a cualquier precio»
‘Limpiar’ España. A cualquier precio. La violencia extrema contra el rival ideológico desencadenó el genocidio fundacional del franquismo. Una fórmula del terror que sembró el país de fosas comunes –la mayoría todavía por abrir–, de cárceles y campos de concentración para disidentes de toda clase. Pero el franquismo sacó tiempo para meter en el saco también a los eternos derrotados: los buscavidas, desde los niños traperos, estraperlistas y recogecolillas, a los excluidos por «mendigos».
«Pronto, muy pronto, mis tropas habrán pacificado el país», dijo Franco al periodista Jay Allen. Corría el 27 de julio de 1936, el golpe de Estado sumaba una decena de días. «¿Significa eso que tendrá que fusilar a media España?», cuestionó el reportero. «He dicho a cualquier precio», subrayó el luego dictador. La tarea de limpieza había comenzado en el país de la desmemoria.
Y pronto el franquismo modificó, para un uso más crudo, la ley de vagos y maleantes aprobada durante la Segunda República, en 1933. La norma, conocida como la Gandula, no incluía castigo penal y corregía «comportamientos antisociales», con tipos que iban desde «mendigos profesionales» a «vagos habituales» o «rufianes y proxenetas».
En plena Guerra Civil, los golpistas ya prohibieron dar limosna. Luego la dictadura usó la ley para reprimir a personas sin recursos, incluyendo en este perfil a los homosexuales, y creando incluso campos de internamiento: los Reformatorios de Vagos y Maleantes. «Entre 1974 y 1975 se abrieron un total de 58.000 expedientes de peligrosidad social con 21.000 sentencias condenatorias», explica el profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Castilla-La Mancha, Damián González, en Violencia política y dictadura franquista.
Como profesión, «mendiga»: el expediente de una mujer de 90 años en Córdoba es un claro ejemplo de esa represión contra la precariedad. Y uno de sus máximos exponentes está en un campo de exterminio: Las Arenas en La Algaba (Sevilla), con 144 pobres muertos de hambre y enfermedad.
El campo de exterminio para «mendigos»
En los años 40, justo después de la Guerra Civil, la escasez «mató de hambre a unos 200.000 españoles», calcula Damián González. La «terrible autarquía» significó «una estrategia represiva más» que favorecía a la «base social que había dado su apoyo al dictador», según el historiador. Todo «a costa de la miseria de los vencidos».
Y, en la «penuria», destacaba «ese medio millón de familias que por motivos diversos carecían de su cabeza de familia». Ahí estaban los buscavidas. «Existen casos documentados en los que por robar un poco de pan y tocino un jornalero fue condenado a seis meses de arresto mayor, y por unas gallinas la pena podía llegar hasta los dos años de prisión», precisa.
El Ayuntamiento de Sevilla creó, a inicios de los años 40, el centro de reclusión de Las Arenas en la vecina localidad de La Algaba. La idea era limpiar la ciudad de «mendigos». El lugar quedó pronto convertido en «un verdadero campo de exterminio», como relataba María Victoria Fernández Luceño, autora del libro Miseria y represión en Sevilla.
Hasta 144 personas murieron entre sus muros de hambre y enfermedad. Siguen enterrados en una fosa común. Otro ejemplo, unos años antes, sucedía en Málaga, cuando el 6 de julio de 1938 quedaba inaugurado un «campo de concentración de mendigos». En casos, el franquismo usaba a los presos, de toda condición, como parte del trabajo esclavo.
Porque la represión política fue una clave de bóveda de la dictadura franquista. «A diferencia de la republicana, en la España rebelde la represión tuvo un carácter absolutamente premeditado, sistemático, institucionalizado, hasta transformarse en un objetivo en sí mismo para la construcción del nuevo Estado», dice Damián González.
El castigo a la precariedad
«Sí, hay varios casos de mendigos represaliados de Córdoba capital que me llamaron la atención», arranca Julio Guijarro. El investigador considera en esta categoría «no sólo los mendigos declarados como tales en su profesión tal como consta en su declaración o en sus expedientes penitenciarios, sino también aquellos de los que se intuye su situación de precariedad económica y social».
El archivero suma «hasta la fecha» un total de 11 «mendigos», con cinco mujeres, «de entre 48 a 90 años». Uno recibe «condena de muerte en consejo de guerra, conmutada por perpetua». Y cuatro «ejecutados sin juicio durante el terror caliente», «dos hombres y dos mujeres de entre 71 y 80 años», entre agosto de 1936 y enero del 37. O la mujer vecina de Córdoba de 90 años, «mendiga» de profesión, detenida en la Prisión Provincial.
«Serían los casos que detectaba de aquellos abuelos de entre 70 y 90 años que tienen su domicilio en el Asilo Madre de Dios, para mayores sin recursos y en situación de total precariedad, recogidos por la beneficencia municipal», continúa. Algunos sufrían «represión económica» con multas de «hasta 1.000 pesetas».
O más, como demuestra la fosa común excavada en el cementerio de La Salud: «Interpreto algunos hallazgos de Córdoba como un perfil muy raro de personas represaliadas, con lesiones terribles no curadas y con las que vivieron», explica el antropólogo Juan Manuel Guijo. Casos que no tienen «la menor coincidencia con lo que la información previa nos decía de sus perfiles».
Los niños de la calle
Y el castigo a la precariedad continúa. Los años 40 viven los inicios de la dictadura franquista desde la hambruna, el racionamiento y el estraperlo. Nace un país pobre, y empobrecido por la guerra, que trasiegan en las calles figuras casi fantasmagóricas. Invisibles salvo para el desprecio o la caridad.
La propaganda de la caridad motivó el Auxilio Social, una institución tutelada por Falange. En octubre del 37 «contaba con 711 comedores y 158 cocinas», refiere Laura Sánchez en ‘Auxilio Social y la educación de los pobres: del franquismo a la democracia’. Este «socorro» ciudadano estaba «inspirado en las pautas sociales del nazismo alemán y del fascismo italiano», en palabras del catedrático de la Universidad Valladolid Pedro Carasa.
Y en Madrid bullían estos nuevos servicios sociales. Las calles recogían también a los perdedores de la guerra. En 1941, el régimen de Franco hizo una limpieza masiva de «mendigos» que repartió por el resto del país, contaba el escritor Rafael Abella en La vida cotidiana en la España de Franco. Los niños de la calle acabaron viviendo en los hogares infantiles del Auxilio Social.
Esta realidad retrata el libro Tipismo franquista. Recuerdos de una sociedad perdida (Arzalia ediciones) de David Pallol. Ahí están las figuras que visten España de crudeza. Desde los niños traperos que expurgan la basura para sacar… algo, a los trileros, estraperlistas de toda índole e incluso los recogecolillas. «Tipos sociales y oficios desaparecidos» que evocan «el retrato de una sociedad perdida», como queda descrita la obra del historiador del arte y escritor, también responsable de Madrid Art Decó y autor de Construyendo Imperio. Guía de la arquitectura franquista en el Madrid de la posguerra. La fotografía, pobre, que define toda una época que condenó a los eternos derrotados.