La correspondencia entre Víctor Serge y León Trotsky

Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2020/05/06/la-correspondencia-entre-victor-serge-y-leon-trotsky-por-richar  Richard Greeman                                                                                                      MAYO 6, 2020

LA CORRESPONDENCIA ENTRE VÍCTOR SERGE Y LEÓN TROTSKY por Richard Greeman

Richard Greeman

“La búsqueda de la verdad es un combate por la vida; la verdad, que nunca está hecha, pues está siempre haciéndose, es una conquista incesante recomenzada con una aproximación más útil, más estimulante, más viva de una verdad ideal tal vez inaccesible.”

Victor Serge, Carnets         

La historia de las relaciones epistolares entro Victor Serge y León Trotsky desde 1936 (cuando Serge salió de Rusia) hasta 1940 (cuando asesinaron a Trotsky) es compleja y fascinante como debate político y drama humano. Los dos tenían mucho en común. Serge, que defendió a Trotsky y su Programa desde 1923 y colaboró directamente en la lucha de la Oposición Obrera en Rusia desde 1925, fue una de las últimas personas que vio a Trotsky en Rusia antes de su forzado exilio en 1927. Encontrarse otra vez, vivos y libres, después de una década de persecuciones sin precedentes, resultaba casi un milagro.

Como sobrevivientes de una causa perseguida había diferencias entre ellos. El drama de sus relaciones de 1936 a 1940 se desarrolla en tres actos: un primer período de estrecha colaboración y cálida amistad personal que termina con el confinamiento de Trotsky por las autoridades noruegas en agosto de 1936; un segundo periodo de aguda discusión política pública durante 1937-38; y la ruptura final en 1939. Que dos hombres, a quienes tanto acercaron las ideas, experiencias y sufrimientos comunes, acabaran enemistados, nos da la medida de los efectos de la derrota, la persecución y el exilio aun sobre los espíritus más nobles, y lleva a un triste comentario sobre las costumbres de la izquierda.

Acto primero: reunión

Trotsky saludó a Serge, al llegar éste a Bruselas, con calidez y entusiasmo excepcionales:

“Cuánta alegría nos causó su carta y qué dichosos estamos Natalia y yo porque al fin haya salido, con la moral intacta y preservando sus sentimientos amistosos hacia nosotros.”1

Trotsky MEX Color

Trotsky, que ansiaba el contacto con aquellos que había dejado en Rusia, apremió a Sergc para que le informara acerca de su ex mujer Alejandra Bronstein, su hijo Serge y los camaradas perseguidos. Le sorprendieron los relatos de Serge sobre el terror stalinista, muy agravado desde que Trotsky había abandonado Rusia, así como la información de las discrepancias internas de la Oposición.2 Al mismo tiempo, Trotsky abrumó a Serge y su familia con expresiones de simpatía, noticias acerca de la enfermedad de su hija Liuba y ofrecimientos de ayuda literaria y económica. Las cartas entre Bruselas y Oslo iban y venían tan pronto lo permitió el correo, e incluso se cruzaban cuando Trotsky se impacientaba demasiado para aguardar la respuesta. Entre otras cosas, Trotsky estaba encantado de contar con un confiable traductor de sus libros, que tanto habían sufrido en manos de anteriores traductores, y de dar la oportunidad a Serge de ganar el dinero que necesitaba. Serge se puso en seguida a trabajar en la medio terminada La Revolución traicionada y Trotsky quedó enteramente satisfecho con el resultado. Incluso estaba dispuesto a aceptar el consejo político de Serge. Por sugerencia de éste, modificó el Programa de la Oposición Obrera para incluir una declaración de libertad para todos los partidos políticos que aceptaran el sistema soviético 3 y acogió bien las sugerencias sobre el tema de la situación en Francia. Una comparación entre La Revolución traicionada de Trotsky y Destino de una revolución de Serge, obras de la misma época, revela concordancias esenciales en casi todos los puntos. Desde el principio fue notorio que a Trotsky le apremiaba que Serge se definiera políticamente, en particular respecto a la IV Internacional. El Diario de Trotsky indica que para él la creación de este nuevo partido internacional de la revolución era el “más “importante trabajo” de toda su carrera 4 más importante incluso que su papel en la revolución rusa con respecto a Lenin. Ahora, ante el desastre de la III Internacional, estaba solo. Sin embargo, sus cartas revelan delicadeza y sensibilidad extraordinarias respecto a la independencia de Serge:

“Comprendo perfectamente que. al llegar al extranjero después de años de increíbles y dolorosos juicios, no podría apresurarse usted a definir su posición ni permitir a cualquiera “encasillarlo” por sus pasadas conexiones u otros considerandos”.5

Se esmeró en asegurar a Serge que no tenía el deseo de arrastrarlo al trabajo partidario cotidiano:

“Dado su talento literario y sus dotes artísticas que sólo pude apreciar después de llegar al extranjero, me parecería absurdo que usted desperdiciara sus energías en la vida política cotidiana. En última instancia, sus libros aportarán más a la IV Internacional que su participación en el trabajo diario… Esto, por supuesto, no excluye su participación en esta o aquella reunión importante, o asociación, como antiguo dirigente y como un camarada con toda la autoridad.” 6

Esta actitud cortés de Trotsky contrasta con su posterior severidad hacia Serge como miembro y luego ex miembro de su partido. ¡Así es el noviazgo en comparación con el matrimonio y el divorcio! Trotsky, como un amante celoso, estaba aparentemente molesto de que Serge hubiera dirigido su primer mensaje escrito después de su liberación a los Paz y a La Revolution Proletarienne antes que a él y a los “bolcheviques-leninistas”, aunque comprendió que Serge se dirigiera al grupo que había luchado por liberarlo.7 A éste por su parte, le sorprendió enterarse de las amargas divisiones que separaban a Trotsky de viejos amigos como Boris Souvarine, Maurice y Madeleine Paz. Andreu Nin, Marcel Martinet y Alfred Rosmer, gente a la que había conocido como firmes defensores de Trotsky en los años veinte y que trabajó tenazmente en la causa de su propia liberación. Aun entre reconocidos seguidores de Trotsky encontró divergencias.

Los trotskistas franceses se escindieron en dos partidos hostiles y los grupos dentro de la IV Internacional que más simpatizaban a Serge estaban al borde de una división. A Marcel Martinet le confió:

“Me entristeció encontrar tal división entre hombres a quienes había conocido unidos en la misma tarea al principio de la revolución, y todos los cuales, o casi todos, permanecieron fieles a la revolución y a ellos mismos. Me gustaría tomar la menor parte posible en sus divisiones o incluso trabajar para unirlos otra vez, o al menos intentar deshacer antipatías.” 8

Este acercamiento le ganó a Serge más tarde la acusación de “estar en contra”, pero al principio Trotsky no se opuso a sus esfuerzos de conciliación. Sin embargo, le previno, carta tras carta, que no esperara mucho de aquellos viejos simpatizantes en quienes, según Trotsky, la chispa revolucionaria había desaparecido. Una cosa era, escribía Trotsky, hablar en favor de los derechos de los disidentes de la revolución como “liberales” y otra muy distinta unírseles considerándolos luchadores revolucionarios. Una y otra vez los denunciaba como “filisteos”, “pequeños burgueses” y “ex revolucionarios” mientras entonaba los elogios de sus fieles seguidores, los belgas Dauge y Lesoil. Como explica Deutscher:

“[Trotsky] no estaba empeñado en juntar a su alrededor a un séquito de admiradores líricos; se esforzaba en reunir luchadores para la más imposible de las causas… El mismo, que nunca cedía pulgada en sus principios, no toleraría que otros lo hicieran… En una palabra, esperaba que estuvieran hechos de la materia de la cual estaba hecho él mismo… Resistieron, y su exaltada reverencia por él dio paso, primero, a la inquietud y a la duda, o a un fastidio que estaba todavía mezclado con el temor, luego a la oposición y finalmente a una velada o franca hostilidad”. 9

Hacia fines de julio de 1936, Trotsky envió al pacifista norteamericano, ministro vuelto trotskista, A. J. Muste, para sondear a Serge acerca de si se convertiría en miembro del buró para la IV Internacional. Serge aceptó, pero hizo saber a Trotsky sus críticas y sugerencias para mejorar el trabajo de la organización: fin de las disputas personales y sectarias, instituir la dirección colectiva, incluir a viejos militantes con autoridad moral como Rosmer, atraer gran número de simpatizantes cambiando el tono de la jerga usada en las publicaciones trotskistas y en cambio prohibiendo los insultos, escribiendo un francés decente y abriendo tribunas a los independientes. Serge esperaba que se unieran las dispersas fuerzas de la izquierda antistalinista en un partido amplio,

“firme en la ideología y en la disciplina, pero ni sectario ni personalista en su dirección, un partido realmente fraternal y democrático en sus procedimientos, en el cual la gente pudiera equivocarse, pensar y hablar libremente.” 10

La fórmula era buena y podrían aplicarla con éxito muchas organizaciones radicales de hoy. Trotsky replicó que Serge estaba viendo el problema “como artista o psicólogo y no como político”. 11 Señaló que Serge, con su “doble” autoridad de revolucionario y hombre recientemente escapado de las cárceles de Stalin, había sido incapaz de lograr amplio apoyo para su campaña contra las matanzas de Stalin. La falla radicaba, no en el supuesto “sectarismo” de Trotsky, sino en la pasividad de los intelectuales. Serge contestó que no había acusado personalmente a Trotsky de sectarismo, sino a todo el movimiento trotskista europeo, infestado de esa enfermedad:

“¡Qué penoso, qué repugnante es ver tanto papel entintado sobre los embrollos personales de Molinier, cuando no se ha encontrado la manera de publicar un simple panfleto sobre nuestros camaradas en las cárceles de Stalin!”12

Serge tenía también serias dudas acerca de la idea de fundar una nueva Internacional desde arriba y hacia abajo, como se estaba haciendo, y sin secciones nacionales preexistentes, implantadas en los diferentes países.

Cabe la duda sobre si Serge, con su muy desarrollado sentido de las realidades, podría haber influido en Trotsky para modificar la orientación de su partido. Probablemente no. Sea como fuere, la correspondencia entre ellos fue bruscamente interrumpida en este punto por el forzado confinamiento de Trotsky en Noruega.

Serge había ingresado a la IVa Internacional a pesar de sus dudas, principalmente las que le causaba la veneración al líder. En ausencia de éste, tuvo que tratar con sus epígonos. En enero de 1937 asistió a la Conferencia Internacional Trotskista en Amsterdam, donde su moción de solidaridad con el POUM fue rechazada. Concluyó que la política de la Internacional hacia el asediado partido español de Nin era avanzar o retroceder y. “desesperanzado”, abandonó la Conferencia. Su impresión del trotskismo era la de:

“un movimiento sectario manipulado desde arriba, con todas las depravaciones mentales que habíamos combatido en Rusia: autoritarismo, fraccionalismo, intrigas, maniobras. estrechez de miras, intolerancia.” 13

Unos días después escribió a León Sedov, el hijo de Trotsky, en París:

“En su forma actual, el Secretariado Internacional no sirve para nada y realmente perjudica a la causa. Todo esto aleja mi deseo de tomar parte en tales problemas. Es mucho mejor para cada uno de nosotros seguir adelante de acuerdo a sus propias posibilidades, con menos dogmatismo pero de una manera viva y con otra gente.”14

Este fue el programa que Serge siguió después de su breve membresía en la IVa Internacional. Continuó apoyando al movimiento trotskista, pero desde afuera, como simpatizante, consejero, traductor de Trotsky ai francés, publicista y (para el público en general) como “el principal escritor trotskista en Francia”.15 A pesar de esta actitud positiva, pronto iba a ser el blanco de los más ácidos ataques.

Acto dos: La controversia sobre Kronstadt

Victor-Serge

Dos concepciones sobre lo que se necesitaba hacer para resucitar al movimiento revolucionario tras la traición de Stalin subyacían bajo las tensiones entre Serge y Trotsky. Este se consideraba el heredero, en verdad el único heredero, de la tradición “bolchevique-leninista”, a pesar y gracias al hecho de que no se había unido a los bolcheviques sino hasta 1917. Para él, esta herencia representaba la única vía revolucionaria correcta y la había defendido con inflexible rigidez contra los stalinistas y los que intentaban reexaminarla críticamente. La concepción de Serge era la de una “doble tarea” por la revolución. Creía que era necesario defenderla no sólo contra sus enemigos exteriores, sino también contra sus propias tendencias perniciosas, para que a la larga no sucumbiera a ellas. Lo que el movimiento de los trabajadores necesitaba –argüía– no era el mito de la “infalibilidad” bolchevique, sino un serio examen de la lista de logros y errores de los bolcheviques, con el fin de sacar lecciones para el futuro. La tensión entre estas dos concepciones salió a la luz con la histórica disputa sobre la rebelión de Kronstadt en 1921. Hacia el fin de la guerra civil, las masas rusas, hambrientas y fatigadas, se agitaban descontentas bajo la draconiana disciplina bolchevique. En particular, el sistema de aprovisionamiento/requisición de alimentos del campo y de racionamiento estricto por categorías sociales en las ciudades irritaba por igual a los campesinos y a la población urbana.

Sólo el mercado negro y el trueque directo de alimentos por artículos manufacturados evitaron el hambre total, pero los bolcheviques reprimían estas actividades individuales como crímenes. El resultado fueron las revueltas campesinas en el campo y las huelgas obreras en las ciudades, incluso en San Petersburgo. El 28 de febrero de 1921 la base naval de Kronstadt (una isla cerca de San Petersburgo) se rebeló en solidaridad con los huelguistas y exigió el fin de las restricciones en el aprovisionamiento individual de alimentos y el retorno a la democracia soviética. Dos semanas después los rebeldes fueron sofocados en una horrible y fratricida batalla a través del hielo que rodeaba a la fortaleza. El cañoneo estaba todavía machacando cuando el décimo Congreso del Partido tácitamente reconocía la necesidad de una reforma mediante el establecimiento de la NEP (Nueva Política Económica).

Serge vivió la crisis de Kronstadt como militante comunista de San Petersburgo y el conflicto entre los marineros rebeldes y el gobierno bolchevique lo inquietó profundamente. Estaba muy bien informado sobre el problema. Trabajando en el Instituto Smolny y viviendo en el Hotel Astoria (la “primera casa de los soviets”), tuvo diario contacto con los dirigentes del Partido y los jefes de la Cheka. Al mismo tiempo, mantenía estrecha ligazón con los anarquistas, quienes intentaron mediar en la disputa.

Para Serge, el incidente mostraba con especial relieve la crisis del bolchevismo y revelaba problemas básicos, cuya gravedad aumentó con la subsecuente degeneración de la revolución. Isaac Deutscher escribe:

“Durante el invierno de 1937-1938… Serge… y otros plantearon la cuestión de la responsabilidad de Trotsky en la supresión de la rebelión de Kronstadt en 1921”.16

El hecho es que Trotsky mismo, en el curso de su defensa contra los procesos de Moscú ante la Comisión Dewey, tomó la iniciativa al hacer de Kronstadt un problema público.17 Por otra parte, la cuestión de su responsabilidad personal fue tangencial y se presentó un año más tarde. La declaración original de Trotsky sobre la rebelión de los marineros era política. El movimiento, declaró, había tenido carácter “contrarrevolucionario”. Los marinos ya no eran la élite revolucionaria de 1917, sino más bien una desmoralizada masa pequeño burguesa que exigía “privilegios”. Su victoria sólo hubiera introducido la contrarrevolución, cualesquiera fuesen las “ideas” de los rebeldes, y éstas, por lo demás, eran reaccionarias. Se habían apoderado de una fortaleza armada. Los blancos los apoyaban. No había nada que hacer, sino “aplastarlos por la fuerza de las armas”.18

Tal vez Trotsky creía haber dicho la última palabra sobre Kronstadt al presentar su versión ante la Comisión Dewey. Sin embargo, para Serge estaba únicamente abriendo la discusión. Serge no difería de Trotsky sobre el peligro de la rebelión,19 pero disentía respecto al carácter de la rebelión y a la manera en que fue manejada. Los marineros no demandaban privilegios económicos, declaró, sino poner fin al obstáculo gubernamental que impedía a la hambrienta población urbana conseguir provisiones del campo. Lejos de ser antiproletaria, la rebelión había simpatizado con las huelgas de San Petersburgo. que planteaban la misma demanda. Trotsky mismo lo habría reconocido ante el Comité Central un año antes cuando advirtió que el sistema de racionamiento y requisiciones, más tarde conocido como “comunismo de guerra”, parecía conducir al país hacia el desastre económico. Una acción oportuna podría haber evitado la rebelión de Kronstadt y estallidos similares en otras partes. Pero Lenin y el CC se habían mostrado reacios. Más tarde, admitieron implícitamente su error al adoptar la NEP –que habría satisfecho las demandas económicas de los marineros– en el mismo momento en que los últimos rebeldes erar ametrallados. La matanza pudo evitarse. Pero el Partido nunca negoció seriamente con los rebeldes y rechazó la oportunidad de mediación ofrecida por los anarquistas norteamericanos, Emma Goldman y Alexander Berkman, con quienes Serge estaba en contacto.

Además, las autoridades (Zinoviev en particular) mintieron al decir que Kronstadt había sido tomado por un general blanco llamado Kozlovski. El espectáculo de los periódicos comunistas mintiendo al Partido y a las masas fue profundamente desmoralizador.

Finalmente, la masacre de los rebeldes prisioneros, que continuó meses después de la caída de la fortaleza, era el resultado de un odio inútil. En general, el Partido había hecho mal uso de métodos militares y administrativos al tratar con los revolucionarios disidentes y el justificable descontento de las masas hambrientas. Estos métodos autoritarios pronto dieron paso a la dictadura burocrática. Sin embargo, en ese entonces, y “a pesar de sus abusos y fallas”, el Partido Bolchevique era la gran fuerza, la “armadura” de la revolución, en la cual debía depositarse la confianza, “a pesar de todo” (subrayado en el original). La demanda hecha por los rebeldes de “soviets libremente electos”, aunque “sinceramente revolucionarios”, era “extremadamente peligrosa” porque la revolución estaba agotada, incapaz de renovarse a sí misma. La esperanza de una “tercera revolución” podría abrir las puertas a la contrarrevolución campesina y eventualmente a la de los blancos. Esto, declaró Serge. era lo que él y los militantes comunistas pensaban entonces.

La declaración original de Trotsky sobre Kronstadt provocó muchas reacciones hostiles. Serge tuvo el cuidado de distinguir su posición, básicamente leal a la posición de Trotsky, del “sé los advertí” de los anarquistas, mencheviques y enemigos liberales de la dictadura del proletariado. En su respuesta, Trotsky no hizo distinciones.20 Todas estas críticas, declaró, formaban una especie de “frente popular” de acusadores cuya meta común era desacreditar al bolchevismo, al marxismo revolucionario y a la IVa Internacional con el fin de esconder sus propias deficiencias. Así cerró la puerta a cualquier posterior discusión seria de la cuestión dentro de las filas del movimiento.21

Al comentar el argumento de Serge acerca de la NEP, Trotsky admitió que su introducción a tiempo pudo evitar la revuelta, pero arguyó que esto no tenía relación con el problema. Los rebeldes tenían un “programa no conciente” y por eso no podía ser satisfecho. Dedicó varias páginas a “probar” que los objetivos establecidos de los rebeldes (publicados en el Pravda de Kronstadt) eran irrelevantes también, ya que su origen de clase pequeñoburguesa determinaba el carácter contrarrevolucionario de sus acciones. En un texto posterior, rechazó la información de Serge acerca de innecesarias masacres de marinos después de la supresión de la rebelión como información de “tercera mano 22 Él, personalmente, no tenía conocimiento directo del asunto, admitió, pero confiaba en la palabra de Djerjinski, el jefe de la Cheka, quien no mencionó ninguna masacre.23 En cualquier caso, “los excesos brotan de la misma naturaleza de la revolución”. Si Serge quería rechazar la revolución por ese motivo, él, –Trotsky–, no. En ese mismo artículo, Trotsky clarificaba su papel personal en la represión: había permanecido en Moscú, sin tomar parte en ella, declaró, pero aceptaba toda la responsabilidad política como miembro del C.C. 24 Avrich, en su libro sobre Kronstadt sitúa a Trotsky en Petrogrado el 5 de marzo y le atribuye la autoría del ultimátum dirigido a los rebeldes. No he podido confirmar su ubicación.

La respuesta de Serge fue moderada, pero firme:

“Guardémonos de amalgamas y argumentos mecánicos. Se abusó mucho de ellos en la revolución rusa y ya vemos a donde conduce esto… Liberales burgueses, mencheviques, anarquistas y marxistas revolucionarios consideran el drama de Kronstadt desde diferentes puntos de vista y con diferentes razones, lo cual es bueno y necesario tomar en cuenta, en vez de agrupar todas las opiniones críticas bajo un simple título e imputarles la misma hostilidad hacia el bolchevismo”.25

Por su parte, Serge creía que la política del Comité Central de Lenin y Trotsky, entonces, era “correcta” en la gran balanza histórica, pero

“trágica y peligrosamente falsa, errónea, en variadas circunstancias específicas. Esto es lo que sería valiente y útil reconocer hoy, en lugar de afirmar la infalibilidad de la línea general de 1917-1923.”

La cuestión esencial para Serge era “¿cuándo y cómo empezó a degenerar el bolchevismo?” Los primeros síntomas, respondió, tuvieron su origen en la proscripción de los mencheviques y la destrucción del tratado con Makhno y los anarquistas en 1920. Todavía más:

“¿No ha llegado el momento de declarar que el día del glorioso año de 1918 en que el comité central del Partido decidió permitir a las Comisiones Extraordinarias (la Cheka) aplicar la pena de muerte sobre la base del procedimiento secreto, sin escuchar al acusado, que no podía defenderse a sí mismo, es un día negro? Ese día, el Comité Central estuvo en la posición de restaurar o no restaurar un procedimiento inquisitorial y olvidado por la civilización europea. No necesitaba un victorioso partido socialista cometer tal error. La revolución podía haberse defendido mejor a sí misma sin eso.”26

Fiel a su concepción de doble deber, unas semanas después, Serge se ocupó de la defensa de Trotsky sobre la cuestión de su responsabilidad personal en la represión de Krontstadt.27

Esto no impidió a los editores del Boletín de la Oposición, en una nota publicada dos meses después, declarar a Serge “adversario” de la IV Internacional y acusarlo de “intrigar” junto a los “peores enemigos” de ésta.28

Acto tres: la ruptura

En el verano de 1938, Serge publicó un ensayo titulado “El marxismo en nuestro tiempo”.29 Bien podría haberlo llamado “En defensa del marxismo”, ya que es aún ahora una de las más razonadas y sucintas respuestas a los críticos del marxismo. Después de subrayar los enormes logros del pensamiento marxista, coronados por los “prodigiosos éxitos del partido bolchevique en 1917 (Lenin-Trotsky)”. Serge señala que, incluso ante la derrota, el marxismo se enriquece. Y se explica:

“El marxismo se mostró impotente en Alemania ante la contrarrevolución nazi, pero es la única teoría que explica esta victoria de un partido desclasado, pagado y apoyado durante una crisis económica insoluble por los jefes de la gran burguesía… Sucede lo mismo con la terrible degeneración de la dictadura del proletariado en Rusia. Allí también el castigo de los viejos bolcheviques, exterminados por el régimen que crearon, sólo es un fenómeno más de la lucha de clases. El proletariado, depuesto del poder por una casta de arribistas atrincherados en el nuevo Estado, podrá tomar en cuenta las razones básicas de su derrota, y prepararse para las luchas de mañana, únicamente por medio del análisis marxista.”

Hasta aquí, Serge y Trotsky pisaban un terreno común. Donde aquel difería era con respecto al momento en que la degeneración de la revolución empezó a ser una amenaza visible. Citando un trabajo temprano de Rosa Luxemburgo en el cual se critica el autoritarismo bolchevique. Serge mostraba cómo, después de un breve período de libertad, los bolcheviques construyeron sistemáticamente una fuerte máquina estatal, empezando en 1918. Esta política, que podía justificarse por el peligro mortal de la guerra civil, más tarde condujo a la derrota de los trabajadores en manos de la burocracia.

“Después de que la victoria fue obtenida en la guerra civil, la solución socialista de los problemas de la nueva sociedad deberían haber sido buscados en la democracia de los trabajadores. La estimulación de la iniciativa, la libertad de pensamiento. la libertad para los grupos obreros, y no, como sucedía, en la centralización del poder, la represión de las herejías, el sistema monolítico de partido único y la estrecha ortodoxia de una escuela oficial de pensamiento. En su tiempo Lenin y Trotsky se dieron cuenta del peligro y desearon volver sobre sus pasos. Bastante tímidamente. al principio: el mayor alcance de valentía de la oposición de izquierda en el partido bolchevique fue exigir la restauración de la democracia interna partidaria, pero nunca se atrevió a discutir la teoría de un partido único de gobierno. Para estas fechas, era demasiado tarde.”

Serge veía el descenso del prestigio del pensamiento marxista como un resultado directo de la degeneración del mismo en Rusia. Naturalmente, el “confuso y sangriento marxismo de los pistoleros de Moscú no es marxismo”, pero Stalin había tenido éxito al usurpar sus banderas y pasaría algún tiempo antes de que los trabajadores pudieran recobrar una genuina conciencia marxista. La lección que de esto resultaba era que el socialismo es esencialmente para él como “el oxígeno a los seres vivos”. Después de completar su ojeada panorámica sobre casi cien años de las vicisitudes intelectuales y políticas del marxismo. Serge concluía:

“El pensamiento marxista no puede volver atrás por debajo del nivel marxista ni la clase obrera puede prescindir de esta arma intelectual… La clase obrera europea todavía está recuperando su fuerza, socavada por la sangre perdida en la guerra mundial. Un nuevo proletariado está emergiendo en Rusia, cuya base industrial se ha extendido enormemente. La lucha de clases continúa. En todas las agobiantes repeticiones del dictador escuchamos crujir la estructura del viejo edificio social. El marxismo pasará por muchas vicisitudes del destino, tal vez incluso se eclipse. Sin embargo su poder, condicionado por el curso de la historia. parece ser inextinguible, ya que en su base el conocimiento está integrado con la necesidad de la revolución.”

El ensayo de Serge, un clásico replanteamiento de la perspectiva esencial del marxismo, se proponía reafirmar la fuerza de éste frente a la derrota, la deformación. la duda y el prestigio en picada. Sólo podemos imaginamos la sorpresa y el sobresalto de su autor cuando, pocos meses después de su publicación. Trotsky lo escogió para insultarlo en su explosivo artículo “Intelectuales ex revolucionarios y la reacción mundial”, con el subtítulo “La crisis del bolchevismo de los decepcionados compañeros de viaje no es la crisis del marxismo”.30 En él, Trotsky aseveraba que Serge estaba proclamando “la crisis del marxismo” y se había unido a las filas de los desencantados que. al abandonar el stalinismo, estaban abandonando también un marxismo que “nunca habían conocido”. Y explicaba:

“Un artillero puede errar el blanco: esto no invalida la balística, que es la ciencia de la artillería. Si el ejército del proletariado sufre una derrota, esto no invalida el marxismo, que es la ciencia de la revolución.”

Esto, sin la inoportuna metáfora militar, era exactamente la opinión de Serge, pero a continuación Trotsky añadía:

“Que Víctor Serge esté pasando por “una crisis”, que sus ideas estén terriblemente confusas, es claro. Pero la crisis de Víctor Serge no es la crisis del marxismo.”

Serge escribió inmediatamente una respuesta para la revista trotskista belga que había impreso el ataque de Trotsky, pero los editores no publicaron su carta.

Mientras, otras publicaciones trotskistas empezaron los ataques. En su respuesta31 Serge señalaba que Trotsky evidentemente no se había molestado en leer su ensayo de Partisan Review antes de atacarlo:

“Esto es lamentable. Tal y como se hacía con él en Rusia en los días en que yo lo defendía cuanto podía. Trotsky me imputa ideas que no he expresado y no mantengo, mientras ignora, al mismo tiempo, las que expreso. Un torpe método de discusión que pertenece al bolchevismo decadente y a lodos los sectarismos, pues la acción del sectarismo es cegar. Y es más fácil excomulgar sin tratar de entender que discutir en una forma fraternal.”

Comparando pasajes del texto de Trotsky con los suyos. Serge mostraba que estaban en completo acuerdo en verdad eran casi iguales sus formulaciones sobre el problema del marxismo. Donde diferían, anotaba Serge, era sobre el histórico problema de cuándo y cómo había empezado a degenerar el bolchevismo: el problema de la libertad en la revolución. Repetía su anterior argumento sobre el error de instituir a la Cheka, a lo cual Trotsky no había logrado responder y añadía:

“Sólo quiero subrayar un punto: un punto que un gran número de los últimos luchadores de la Oposición de izquierda del Partido Comunista la URSS (últimamente conocidos como trotskistas) –si aún sobreviven en las cárceles de Stalin– está de acuerdo conmigo en estas cuestiones esenciales, y que tengo la íntima seguridad de permanecer en completa unidad de ideas con ellos, fiel a los objetivos liberadores de la oposición de 1923, la cual seguramente no estaba luchando por reemplazar el cerco estrangulador de la burocracia, con un sofocante sectarismo.”32

A pesar del ataque de Trotsky, Serge conservó su profundo respeto por el hombre y trató de evitar una desavenencia. Unos días después de haber escrito su respuesta al estallido de Trotsky, Serge redactó una afectuosa carta personal a su viejo camarada en un intento de clarificar sus revelaciones políticas. Empezaba: “Querido y muy estimado León Davidovitch” y terminaba:

“Te envío a ti y a Natalia Ivanova mi más cordial saludo y te ruego recordar que siempre me hará feliz –a pesar de nuestra discusión– el serte útil”.

En la carta, Serge explicaba que se había abstenido de contestar la ofensiva nota sobre él que había aparecido en el Boletín de la Oposición y que no deseaba entablar una polémica (“Tu actividad es mucho más valiosa para mí que estas divergencias”). Lejos de “intrigar” contra la IV Internacional, Serge explicaba que había hecho todo lo posible para reparar las muchas divisiones y disputas que dividían el movimiento.

“No sé cómo y por quién está usted, informado, pero ¡ay! por doquiera hay focos de intrigas aquí (las cuales jugaron su papel en la muerte de León Lvovitch [se refiere al hijo de Trotsky]  y antes de eso en el asesinato de Reiss y en el fracaso de la sección francesa de la IV Internacional), y mi salida de la “IV” se explica en parte por mi incapacidad para vivir entre intrigas.”

Sin embargo, sus diferencias eran grandes. ¿Por qué no reconocerlas simplemente antes de rebajarse al insulto? Serge revisó sus críticas previas sobre la concepción de la organización de Trotsky y la propia sobre un partido amplio y una democrática agrupación en cuyo seno, estaba seguro, los “bolcheviques-leninistas” de Trotsky ejercerían una mayor influencia que a través de su “Internacional”. En una larga postdata. Serge explicaba las circunstancias de su ruptura con la organización trotskista de París. Era un complicado asunto referente a la sospecha sobre la lealtad de cierto camarada. Serge había tratado de arrojar luz sobre la cuestión y terminó siendo objeto de sospechas él mismo.

Significativemente el camarada “Etienne”, el agente provocador de la GPU. había servido de intermediario entre Serge y el grupo en este asunto. Es más que posible que Etienne, al realizar su misión de desorganización en el movimiento de Trotsky, haya maniobrado para perjudicar las relaciones entre Trotsky y Serge quien, pese a sus desacuerdos ideológicos, continuaba siendo uno de los más leales y efectivos partidarios de Trotsky. Su ruptura se consumó sólo unas semanas más tarde.33 En todo este período, Serge había traducido Su Moral y la Nuestra de Trotsky, el controvertido panfleto en el cual el líder de la revolución de octubre defendía los principios históricos de la acción revolucionaria contra los que la condenarían en nombre de una apropiada moralidad abstracta. En él, Trotsky propugnaba la idea de que el fin justifica los medios, pero sostenía que ciertos medios eran incompatibles con la meta socialista de liberación humana. La traducción de Serge fue publicada en París en marzo de 1939 por Les Editions du Sagittaire y acompañada por una “reseña” o gacetilla que Trotsky encontró sumamente ofensiva.34

Esta no era sino un vulgar y sensacionalista resumen de los sutiles y complejos argumentos de Trotsky y contenía joyas tales como la siguiente:

“Matar rehenes adquiere diferentes significados, según que la orden sea dada por Stalin o por Trotsky o por la burguesía.”

Sin molestarse en verificar con el editor, Trotsky saltó hasta la conclusión de que la gacetilla había sido escrita por Serge o inspirada por él y asumió que Serge estaba empeñado en “sabotear el libro” 35 Concentrando todo su mordaz ingenio y su agudeza vituperadora como polemista Trotsky escribió una furiosa protesta bajo el título “Moralistas y sicofantes contra el marxismo”.36 Recurriendo una vez más a la técnica de la amalgama, Trotsky agrupó a Serge con los filisteos hipócritas (incluyendo a los apologistas católicos de Franco) que habían atacado su libro en la prensa. Luego adelantó su suposición de que Serge, su “crítico severo”, había asumido la engañosa vestimenta de un “amigo del autor” y ocultado su ataque en una reseña del libro, como el cuco deposita sus huevos en los nidos de otros. Esto era, decía, porque Serge no tenía “ningún punto de vista respetado” y era incapaz de discutir abiertamente. Ignorando las tres décadas de actividad revolucionaria y los muchos libros y artículos con los cuales Serge había defendido a Lenin, a Trotsky y a los bolcheviques, éste caricaturizaba a Serge, como un diletante:

“un desilusionado intelectual pequeñoburgués”, –que– “juega con el concepto de revolución, escribe poemas acerca de ella, pero es incapaz de comprenderla tal y como es”.

Y siguió hasta crear un hombre de paja y luego pasó a deshacer este monigote en media docena de páginas de corrosiva polémica. Es propio del insulto y de la falsa argumentación desprestigiar las reputaciones mejor ganadas, como Trotsky debe haber sabido por su amarga experiencia personal. Serge escribió una indignada refutación y luego, no deseando meterse en un mayor enlodamiento con el hombre que él todavía respetaba profundamente, decidió abstenerse de la protesta pública.37 Sin embargo, escribió una carta privada a Trotsky (el 8 de agosto de 1939), negando cualquier conexión con la gacetilla ofensiva y protestando por aquellas calumniosas e injustas imputaciones. La única reacción de Trotsky fue publicar una breve nota al respecto: había expresado solamente la “suposición”, no la “afirmación”, de que Serge era responsable por “el huevo del cuco”.38 “De buena gana” aceptó la declaración de inocencia, pero en el mismo instante rechazó la protesta de que:

“la entera argumentación que me atribuye difiere completamente de todo lo que he escrito sobre la guerra civil y sobre ética socialista en toda una serie de libros y artículos.” 39

La aceptación de Trotsky no ha evitado a toda una generación de comentaristas atribuir a Serge la paternidad de la reseña tanto como las ideas que aquél pusiera en la boca de éste durante la polémica.40

Este método de análisis es muy similar al de basar la reconstrucción de las opiniones de los epicúreos en las denuncias de los padres de la iglesia: crea una imagen totalmente falsa de Serge pintándolo como un solapado bribón y un moralista hipócrita, lo cual es más que injusto si se considera la gallarda decisión de Serge de suprimir su propia refutación al adversario Sin embargo, la reputación de Serge, particularmente en los círculos influidos por el trotskismo, nunca se rehízo.

El meollo del argumento de Trotsky contra la supuesta hipocresía moral de Serge era éste:

“Víctor Serge se convirtió públicamente en un miembro del POUM, un partido catalán que tenía su propia milicia en el frente durante la guerra civil. Como bien se sabe, en el frente la gente dispara y mata. En consecuencia, se puede decir, que para Víctor Serge matar asume un significado completamente diferente según la orden sea dada por el General Franco o por los líderes de su propio partido.”

Dejando a un lado la abusiva atribución a Serge de un punto de vista que no era suyo, la lógica de Trotsky era perfecta. La lucha de clases y su expresión suprema, la guerra civil, es por necesidad brutal y destructiva. La única cuestión moral que importa es “de qué lado estás”: ¿en el de los reaccionarios y explotadores que luchan por preservar sus privilegios, o en el de los trabajadores revolucionarios que luchan por dar a luz una nueva sociedad? Tratar de adoptar una posición intermedia y criticar las acciones de los revolucionarios desde un punto de vista de la moralidad abstracta (“matar es erróneo”), era absurdo. Cada bando usará todos los medios a su disposición para ganar. Los que oscilan entre los dos campos pregonando la moralidad sólo tendrán éxito imponiendo la moralidad diseñada para mantenerlos pasivos y pacientes en sus sufrimientos. Tal moralismo, argüía Trotsky. de parte de los “centristas”, “ex revolucionarios” e “intelectuales pequeño burgueses”; es un “puente a la reacción”.

Seguramente Serge habría estado de acuerdo, La verdadera disputa entre Serge y Trotsky no era sobre la trillada cuestión moral o si en la revolución “el fin justifica los medios”, sino sobre qué medios son conducentes a los fines de la revolución y cuáles la destruyen. Serge argüía que las decisiones represivas y autoritarias de los bolcheviques, como la institución de la Cheka en 1918, eran antisocialistas e iban contra la clase obrera. Habían preparado el marco institucional sobre el cual Stalin podía establecer su dictadura contrarrevolucionaria. Este era un problema histórico y político y no, estrictamente hablando, moral, pero Trotsky evitaba sus implicaciones reduciéndola sólo a eso:

“Los juicios públicos son posibles sólo en las condiciones de un régimen estable. La guerra civil es una condición de extrema inestabilidad de la sociedad y del Estado. Así como es imposible publicar en los periódicos los planes del Estado Mayor, también es imposible revelar en juicios públicos las condiciones y circunstancias de las conspiraciones. ya que éstas se hallan íntimamente ligadas con el curso de la guerra civil. Los juicios secretos, no hay duda, aumentan enormemente las posibilidades de error. Esto significa solamente, lo concedemos rápidamente, que las circunstancias de la guerra civil no son muy favorables para el ejercicio de justicia imparcial. Y ¿qué más que eso?”41

Llegó a proponer sarcásticamente que Serge lucra nombrado Presidente de una Comisión que bosquejara un Código moral de la guerra civil en el cual el uso de las armas fuera prohibido por ser perjudicial a la democracia.

Para Serge, los errores de la Cheka de ningún modo eran excesos inevitables que podían ser atribuidos a las condiciones de la guerra civil (cit. supra). Sólo un pequeño número de casos enjuiciados tenían que ver con conspiraciones, e incluso éstos podían haber sido manejados por cortes regulares, celebrándose ¡n camera donde fuera necesario. La mayoría de los casos que inundaron a la Cheka fueron fallas de especulación e indisciplina entre la población y aquí la Cheka había abusado enormemente de la pena de muerte, aplicándola en una escala de masas, a acusados que no tenían derecho a defenderse, o incluso a ser vistos o escuchados. Estas condiciones eran favorables a la fabricación de conspiraciones imaginarias y a la persecución de “críticos molestos” considerados como “conspiradores reaccionarios y espías” – las mismas técnicas usadas más tarde para destruir la Oposición. Las consecuencias de los métodos policíacos secretos de la Cheka dañaron a la revolución y a la democracia de los trabajadores más que la contrarrevolución. ¿No habría aumentado su propia popularidad la revolución desenmascarando a los verdaderos enemigos para que todos los viesen?, preguntaba Serge.

“Y en consecuencia, los abusos que emergieron inevitablemente desde la oscuridad podrían haber sido evitados.”

El error, aquí y dondequiera, según Serge, radica en el autoritarismo bolchevique y la desconfianza en las masas. Trotsky. por otro lado, aseveraba que tal democratismo es peligroso ya que el estado de ánimo de las masas es cambiante:

“Si la dictadura del proletariado significa algo, entonces significa que la vanguardia de la clase está armada, con los recursos del estado para rechazar los peligros, incluyendo los que emanen de los estratos atrasados del proletariado mismo”.42

Serge tuvo una rápida respuesta: si las masas son cambiantes, también lo es su vanguardia. El partido de 1921 ya no era el de 1917. Pero Trotsky había tocado el corazón del problema: la relación del partido (la vanguardia) con las masas en el proceso de la revolución.

Desgraciadamente, se negó a desarrollar el razonamiento y se refugió en el dogma: “todo esto es elemental”) y en argumentos ad hominem: “las masas nada tienen que ver con ello” –todo lo que Serge realmente quiere “es libertad para él mismo… libre de todo control, de toda disciplina e incluso, si es posible, de toda crítica”.

Sin embargo, el problema de la vanguardia persiste y es central para toda la concepción bolchevique de la revolución. Vamos a examinarla brevemente.

La definición de “dictadura del proletariado” de Trotsky está lejos de ser clara. Para Marx (y para Lenin en El Estado y la Revolución) había significado el uso de la coerción del Estado en contra de la clase enemiga burguesa bajo una amplia democracia de la mayoría de la clase obrera que rápidamente conduciría a la “desaparición del Estado”. Una vez desarmada la clase enemiga, ya no sería necesario un aparato estatal represivo. En ningún lado Marx habla de un Estado dirigido por una minoría (la vanguardia, el partido), mucho menos de la represión de los trabajadores, aun cuando éstos se hallaran “atrasados”.

La concepción elitista del “atraso” de los trabajadores, por otra parte, ha permitido justificar diversas formas de dictadura sobre ellos, incluyendo la de Stalin. Es cierto que Lenin lo previó (en su ¿Qué hacer? de 1903) en respuesta a aquellos socialistas que deseaban restringir su actividad solamente al grado tradeunionista de la lucha que los trabajadores habrían alcanzado por ellos mismos. Lenin quería ir más allá y construir una fuerza combatiente de revolucionarios profesionales. Trotsky, por su parte, había atacado fuertemente la concepción de la vanguardia de Lenin antes de 1917. Proféticamente, vio en esa vanguardia un instrumento para alcanzar el poder que probaría ser extremadamente peligroso desde el poder ya conquistado. Por desgracia, después de 1917 olvidó sus propias precauciones. Y más tarde la creación de la IVa Internacional elevó el concepto de la vanguardia hegemónica a un dogma rígido y redujo todo problema político a una cuestión de “dirección revolucionaria”.

Si Lenin vio a las masas tan atrasadas y al partido como vanguardia en 1903, seguramente cambió de opinión en 1917 cuando al retornar a Rusia encontró a las inquietas masas refrenadas y a los bolcheviques aconsejando precaución y quedándose atrás. Llegó incluso hasta amenazar con golpear al partido y unirse a los marinos de Kronstadt si el C.C. se negaba a incluir la insurrección en su agenda. El Lenin de 1917 reconoció que los soviets, la forma espontánea de organización de los obreros y los soldados, y no el partido, eran la forma del poder revolucionario, “las masas cuestionadoras” de Marx. Sin embargo, tan pronto como empezó el año de 1918 volvió a su primera concepción de los hechos, mientras se llamaba a una mayor participación de la masa y se atacaba verbalmente la burocratización. Entretanto, los soviets, no el Estado, desaparecían. De hecho, la posición de Lenin era profundamente ambivalente. Y lo era también, en este asunto, la de Serge. Si éste criticaba la brutalidad de la represión de Kronstadt. también la justificaba, arguyendo que los soviets libremente electos habrían conducido a la reacción y que “a pesar de todo”, la dictadura de la vanguardia bolchevique era necesaria. Si se quita el “a pesar de todo”, ¿no es ése el argumento de Trotsky? Serge censuraba a Lenin y a Trotsky por haber esperado hasta 1923 para plantear la demanda de más democracia porque “para entonces era demasiado tarde”.43 Pero si era “demasiado tarde” en 1923, y muy pronto o demasiado “peligroso” en 1921, para Serge 44 ¿cuándo era la hora de “arriesgarse” confiando en las masas? Si la dictadura preservaba a Rusia de los peligros de la contrarrevolución burguesa, también sentaba las bases para la contrarrevolución burocrática de Stalin. Pero si estamos de acuerdo con Serge en que los soviets libremente electos estaban fuera de cuestión en 1921. entonces llegaremos forzosamente a la conclusión fatalista de que la revolución rusa estaba de una u otra forma, condenada desde el principio, y sólo habría de producir alguna forma de tiranía reaccionaria.

Esta no era la enseñanza de los luchadores revolucionarios de 1917-1923, en Rusia o en cualquier otro lado. Para ellos, la revolución rusa era solamente el primer paso de la revolución mundial, que pronto alcanzaría a los países industrializados avanzados y aliviaría a la asediada Rusia de su triple carga: atraso, aislamiento y subdesarrollo industrial. Desde esta perspectiva, la vanguardia de los bolcheviques estaba solamente procurando defender la fortaleza en una situación temporal, en la cual el problema de la sobrevivencia predominaba sobre todos los otros: de aquí el carácter “militar” del régimen. El fracaso de la revolución mundial había atrapado a la Rusia roja en un dilema histórico y agrandado todos los errores y contradicciones en su interior. El rechazo del internacionalismo marxista por Stalin (“socialismo en un solo país”) era, entre otras cosas, un acomodamiento a esta anómala situación.

Es sorprendente que ni Serge ni Trotsky mencionaran este hecho básico en su discusión sobre las causas de la degeneración de la revolución. Y si en el bolchevismo estaba en germen el stalinismo, también tenía otras semillas que tal vez hubieran florecido en suelos más propicios. Este sentido del potencial histórico es lo que falta en el debate Serge-Trotsky. Por eso los argumentos de ambos tienden hacia una rigidez abstracta e inconsistente. No sorprende pues que Serge el artista triunfara allí donde falló Serge el polemista. En su novela épica. Ciudad Conquistada (1933). Serge recogió la atmósfera de Rusia durante el período de “fortaleza asediada” de la guerra civil, cuando la revolución mundial parecía vislumbrarse en el horizonte. La novela desarrolla el tema de la defensa de la revolución en un doble ritmo: relata el descubrimiento por la Cheka de una conspiración contrarrevolucionaria durante “el sitio de Petrogrado” en 1919, y la heroica defensa de la última trinchera (dirigida por Trotsky). El punto de vista de la novela es internacionalista: las noticias de las huelgas de los trabajadores de Berlín y en Budapest son recogidas en la misma forma que los reportes de batalla de los otros frentes de la guerra civil. La expectativa de la revolución mundial es tan grande que Serge muestra a Lenin dispuesto a sacrificar la capital de la revolución perdiendo territorio para ganar tiempo. La novela de Serge exalta el heroísmo bolchevique a la vez que describe con cabal honradez las duras realidades del hambre, los trabajadores rebeldes, la desenfrenada especulación, el robo, las brutalidades del terror –“rojo” y “blanco”– . La novela revela el conocimiento íntimo de Serge acerca de los acontecimientos y personalidades de 1919: chekistas, dirigentes del partido, disidentes, trabajadores, soldados y ciudadanos de todas las clases. El incidente central gira alrededor del caso trágico de un honrado y leal chekista inadvertidamente envuelto en una conspiración blanca y luego ejecutado por sus colegas aun cuando éstos conocen la “inocencia” subjetiva del acusado.

Serge desarrolla, en forma imaginaria, todos los temas que más tarde se plantearían en la polémica con Trotsky: libertad y represión, la necesidad de la violencia, el conflicto entre la vanguardia armada y las masas exhaustas, el problema de la responsabilidad histórica. La novela recrea las condiciones concretas sin cuyo conocimiento esos temas no dejarían de ser meras abstracciones. Al dar vida a los hombres y mujeres de la época en su atmósfera física y política, al dramatizar los conflictos que influyeron en gente de diferentes clases y posiciones políticas. Serge daba a tales problemas su total y trágica significación. Serge bien podría haber subtitulado su novela Su Moral y la Nuestra, ya que trataba en ella los problemas esenciales de los fines y los medios. Estas abstracciones encarnaban en los conflictos interiores de seres humanos tridimensionales, atrapados en las circunstancias implacables de la guerra civil; y no fue una casualidad que Serge escogiera a miembros de la Cheka como sus protagonistas. Sus monólogos y meditaciones, sus palabras, acciones y aspiraciones iluminan los conflictos inherentes a la revolución, tanto objetivos como subjetivos.

No sé si Trotsky leyó esta novela, a pesar de sus elogios para el talento literario de Serge. Seguramente le habría dedicado un artículo, como hizo con La Condición Humana de Malraux y otras novelas significativas del periodo. Pero ninguna otra novela describe mejor el heroísmo de los bolcheviques en el apogeo de su lucha; nadie delinea más las trágicas ironías de su posición; en ninguna otra parte se muestra más amplia y claramente por qué luchaban los comunistas en 1919 y cómo se veían a si mismos y veían al mundo. La novela triunfa –donde las simples argumentaciones no pueden– porque permiten a las futuras generaciones comprender, y finalmente perdonar los trágicos errores de la época.

Nada desilusiona tanto como el fracaso. Los impetuosos sueños de 1919 se disolvieron en la pesadilla de 1939. Si el capitalismo entraba en su período de decadencia con la primera guerra mundial imperialista y la “gran depresión”, aún no estaba maduro para el derrocamiento. El poderoso crecimiento de la industria de los Estados Unidos mantuvo padeciendo al capitalismo europeo por toda una época que presenció tan bárbaras formas de crecimiento capitalista degenerado como fue el nazismo y condicionó la transformación de Rusia en un monstruo estatal-capitalista. Enfrentado a estas fuerzas objetivas, el movimiento de los trabajadores se vio empujado a la derrota y a la confusión, e incluso sus más grandes representantes intelectuales, como Trotsky, fueron alcanzados por este eclipse. Pero allí donde otros intelectuales revolucionarios se desmoralizaron y abandonaron la causa, Trotsky se mantuvo leal a ella con rigidez creciente.

Aquí reside tanto su grandeza como su último fracaso. Calumniado, perseguido, cazado por asesinos, impotente testigo del asesinato de sus hijos y cercanos camaradas, Trotsky se aferró a la imagen del bolchevismo de 1917-1923 con una voluntad inflexible. En su esfuerzo hercúleo por construir un nuevo movimiento “bolchevique-leninista” sobre las ruinas del stalinismo y la socialdemocracia, no podía detenerse a revaluar la herencia bolchevique del varguardismo.

Su IVa Internacional fue, en consecuencia un parto muerto, sectario, fragmentado por las riñas desde su mismo comienzo e incapaz de atraer una masa de seguidores. De la esterilidad de la IVa Internacional da idea el hecho de que en sus filas no podría haber lugar para un viejo y bien reconocido opositor cómo Serge, cuya devoción a Trotsky y contribuciones a la causa fueron inconmensurables (a pesar de sus “desviaciones”).

Otro problema que Trotsky nunca llegó a explicar fue el fracaso de la extensión de la revolución rusa a Europa durante los años cruciales de la postguerra (1919-1923). El fracaso de la revolución mundial en este periodo era la esencia de sus históricas diferencias con Stalin y una aparente refutación a su propia teoría de la revolución permanente. En lugar de revisar su teoría o revaluar el desarrollo del mundo capitalista, para ver si no había entrado en un nuevo momentque permitiera una mayor expansión, Trotsky se aferró a la noción del inminente colapso del capitalismo al cual seguiría una nueva ola revolucionaria. Esta era la perspectiva del bolchevismo de 1919 y Trotsky nunca la abandonó.

Convencido de que el capitalismo estaba objetivamente “moribundo”, Trotsky atribuía el fracaso de revolución mundial a un factor subjetivo, a la traición de los dirigentes socialistas (y después de los comunistas). Concluyó que “la crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria”45 y, consecuentemente, concentró sus energías en el frenético esfuerzo de construir una nueva dirección revolucionaria –la IV Internacional– como preparación parala inminente lucha revolucionaria. Esta perspectiva sólo podía reforzar su rigidez ideológica y su vanguardismo de organización.46

Además, la brillante e impetuosa personalidad de Trotsky no encajaba con el papel de constructor de una organización. Le faltaba la paciencia de un Lenin. De 1917 a 1923 había gozado de un amplio campo para ejercitar sus formidables talentos como orador, comandante militar y administrador. Ahora, en su más desesperada lucha, estaba confinado en los cuatro muros de su fortaleza mexicana de refugio, y las únicas “tropas” bajo su mando eran sus secretarios y unos cuantos cientos de radicals en Nueva York y París. Impaciente por los resultados se volvió cada vez más intolerante. Como un león herido arremetía en todas las direcciones, incluso contra gente que estaba más cerca de él. Exigió demasiado a su perseguido y sobrecargado hijo León Sedov. Con “criminal descuido”,47 una vez hizo llorar a su amada esposa, Natalia, al acusarla de unirse a sus “enemigos”.48

Sus sórdidos ataques a Serge eran una parte de estas explosiones. Serge, que quería y respetaba al Viejo, debe haber entendido esto instintivamente cuando decidió no contraatacar. Esto no evitó que expresara privadamente sus juicios en una crítica no publicada de 19 páginas sobre “La moral de Trotsky y la nuestra”. Y empezaba:

“Ciertamente no hay otro documento contemporáneo que exprese mejor el alma del bolchevismo. Quiero decir, por supuesto, el bolchevismo de los grandes años y también, como veremos, el bolchevismo del período decadente que, aunque opuesto al stalinismo… con desesperada bravura, sufrió sin embargo su influencia.”49

Lo que más impresionó a Serge fue el tono del escrito de Trotsky. tono que caracterizó como de “intolerancia”. Para Serge, el imperioso e incisivo estilo de Trotsky implicaba una pretensión de monopolio de la verdad y una falta de respeto/para todo aquel que pensara diferente. Pero, pensaba Serge, la dialéctica elemental enseña que la verdad nunca es completamente conocida y ninguna línea absoluta la distingue del error. Una cierta arrogancia es quizá útil en el combate, pero el uso del insulto y la acusación en discusiones entre tendencias socialistas es por completo destructivo: “Una completa mentalidad totalitaria tiene su sede en la intolerancia”.

El estilo es revelador. Leyendo la correspondencia Serge-Trotsky, me llamó la atención otro aspecto: el uso de la primera persona. Invariablemente, Trotsky escribe “nosotros”, Serge “yo”. En las primeras cartas privadas, donde los asuntos familiares eran muy comunes, presumo que Trotsky hablaba por Natalia y él mismo, como frecuentemente hacen las personas casadas. Pero en las cartas más políticas y eventualmente en la polémica, presumo que Trotsky pensaba estar hablando por su partido. ¿O es el “nosotros editorial”? En cualquier caso, el “yo” de Trotsky, el hombre de carne y hueso, camarada de Serge, desaparece de la personalidad pública detrás de la primera persona del plural, la cual por sí misma se vuelve más y más una abstracción de una idea histórica. Este “nosotros” es finalmente impenetrable e inalcanzable.

Serge, por otra parte, habla a través de su propia voz. Aunque igualmente apasionado en la defensa de lo que ve como la verdad, deja lugar para el “otro” que puede ver las cosas de modo diferente. Cuando afirma que está moralmente seguro de que habla por la mayoría de la oposición perseguida en las cárceles de Stalin, lo hace a sabiendas y con franqueza. El lenguaje de Trotsky implica que habla por lodo el movimiento revolucionario, sino por la Historia misma.

Para Serge, el estilo de Trotsky no venía de su idiosincrasia personal, sino que tipificaba el tono de la mayoría de los bolcheviques e incluso de los escritores marxistas. Un sentimiento de posesión monopolista de la verdad, pensaba Serge, no era una cuestión de “fines contra medios”, sino de medios que por su misma naturaleza resultaban perjudiciales al socialismo: las mentiras, la calumnia, la supresión de la discusión libre y la crítica, la policía secreta y el Estado fuerte. Los bolcheviques habían sido grandes luchadores, pero en su afán de ganar la revolución habían recogido del lodo de la historia muchas de las viejas armas de la reacción, incompatibles con el socialismo. Como todo movimiento social formado en un lugar y una época específicos, la revolución rusa era compleja y contradictoria. Serge la compara con un rio que contiene muchas corrientes. Donde Trotsky fallaba, sentía Serge, era su obstinación por defender esa revolución como un bloque. Y así descuidaba la doble tarea esencial de los revolucionarios, que es defender su movimiento en el interior contra sus propios males, errores y debilidades, así como contra los peligros exteriores.

Un año después de su ruptura con Serge, el 20 de agosto de 1940, Trotsky sucumbió a los asesinos de Stalin. Las noticias sorprendieron a Serge en Marsella a donde había llegado después de dos meses de errar sin un centavo, a pie principalmente, a través de la Francia derrotada. El 23 de agosto escribía a Britz Brupbacher:

“No tiene sentido explayarse sobre estas dificultades. Algo más pesado me oprime, el conocimiento del trágico suceso en la ciudad de México y de esa gran mente que se acaba de extinguir de modo tan horrible… Cuando pienso en ese hombre de gran inteligencia y de elevadas miras, en la extraordinaria rectitud de su alma, en su rica vitalidad, todos nuestros desacuerdos se desvanecen, nada subsiste de las disputas sobre las ideas que nos dividieron. Estoy aturdido, devastado, como si ponderase por primera vez esa incomprensible e inicua cosa llamada muerte. Y, sin embargo, ya tengo a muchos muertos detrás de mí, ¡y grandes, valientes! La desaparición de Trotsky me deja en una posición singularmente peligrosa ya que estoy solo; soy el último testigo libre –más o menos– de toda una era de la revolución rusa, y el último representante de los hombres que, empezando en 1923-1926, defendieron su esencia contra Stalin (abrigo la esperanza, incluso contra toda razón, de que otros sobrevivan a las prisiones rusas, pero están reducidos a la incapacidad. en manos de la compasión).”51

El sentido de la pérdida y de la soledad de Serge lo acercaron a Trotsky ahora que éste había muerto. Un año después las vicisitudes de la guerra y el exilio condujeron a Serge a México y al escenario del asesinato de Trotsky. Aunque la desavenencia entre Serge y el movimiento trotskista puso una tensión en su relación con Natalia Sedova, la viuda de Trotsky, los encuentros con ésta, aunque poco frecuentes, estuvieron cargados de emoción. El 21 de julio de 1945. Serge éscribió:

“Dos: visitas a Natalia, a quien no había visto por mucho tiempo. De nuevo recibí la impresión de abrumadora tristeza que había en mis primeras visitas y que me hicieron visitar la casa de Trotsky: “la tumba de Coyoacán”. Natalia es el guardián de la tumba, la infatigable y firme doliente para al menos cien mil gentes admirables… Es tan extraño ser uno de los dos sobrevivientes únicos de tan grande catástrofe histórica; es tan exasperante, conmovedor y devastador que, yo creo, ambos tenemos la misma sensación de luchar contra una destrucción intensa.”52

En el último año de su vida, Serge colaboró con Natalia en el libro Vida y muerte de León Trotsky.53 El libro reúne las memorias de Natalia contadas a Serge (que aparecen entre comillas) y la narrativa documentada de éste, que se limita a una presentación objetiva de:

“los principales elementos de la actividad de León Trotsky y las grandes líneas de su pensamiento”.

En su Prólogo Serge dice:

“No quise interpretar sus ideas y su vida ni juzgar acontecimientos históricos. Simplemente digo: “Aquí está el hombre. Así era. Pensó, dijo y escribió esto. Hizo esto. Esto es lo que le pasó”. Mi única preocupación fue la exactitud del relato.”

Serge, según su hijo Vladimir, deseaba que el libro fuera firmado por Natalia misma como “coautora”, pero ella insistió en que el nombre de Serge apareciera solo, “ya que lo que he dicho está claramente indicado en el texto”.54 Serge pensó que la obra se beneficiaría del renombre de Natalia y ésta no quería disminuir el crédito literario de Serge. El manuscrito final fue revisado y anotado por Natalia después de la muerte de Serge. Si Serge lo hubiera concebido como su propia obra, “habría expresado opiniones no necesariamente coincidentes con las de Natalia Ivanova”, dijo a su hijo Vladimir, sin embargo, el trabajo lleva la estampa del estilo de Serge, con su alcance histórico, su lucidez intelectual y su rapidez nerviosa.

Es su tributo final al último representante de esa gran generación de la inteligencia revolucionaria rusa, en la cual Serge vió:

“la más alta capacidad del hombre moderno… Los hombres como Trotsky sugieren que las posibilidades humanas del futuro pueden, aunque muy penosamente, sobrevivir en épocas de reacción”.55

Las disputas de Serge y Trotsky en 1937-1939 fueron condicionadas y exacerbadas por las terribles tensiones del exilio, el aislamiento y la derrota, y por la atmósfera de persecución en la que ambos vivían. Los agentes provocadores pueden también haber jugado su papel en ellas. Sin embargo, su origen radica en el significado profundamente ambiguo de la oposición antistalinista de 1923-1938 que la historia identificó después como “trotskismo”. En sus Memorias Serge lo resumió así:

“Llegué a la conclusión de que nuestra oposición había tenido simultánemente dos líneas de significado opuesto. Para la gran mayoría de sus miembros había significado la resistencia al totalitarismo en nombre de los ideales democráticos del principio de la revolución. Para algunos de nuestros viejos líderes bolcheviques significó, por el contrario, la defensa de la ortodoxia doctrinal que, sin excluir una cierta tendencia hacia la democracia, era autoritaria de principio a fin. Estas dos tensiones mezcladas, entre 1923 y 1928 rodearon con una gran aureola la vigorosa personalidad de Trotsky. Si en su exilio se hubiera convenido en el ideólogo de un socialismo renovado, crítico en las perspectivas y menos temeroso de la diversidad menos que del dogmatismo, quizás habría alcanzado una nueva grandeza. Pero fue prisionero de su propia ortodoxia, tanto más cuanto sus caídas en la no ortodoxia eran denunciadas como traición. Vio su papel como el de alguien que continuaba por todo el mundo un movimiento que no sólo era ruso, sino que estaba extinguido en Rusia misma, dos veces muerto por las balas de sus ejecutores y por cambios de mentalidad.56

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CORRESPONDENCIA ENTRE SERGE Y TROTSKY

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Carta de Trotsky a Serge

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15 de abril de 1938

Querido Víctor Lvovitch,

N.I. [Natalia Ivanova] y yo le agradecemos la carta que nos ha enviado a propósito de la muerte de nuestro hijo [León Sedov] y estamos reconocidos por el caluroso artículo que usted le ha consagrado.

Usted hace alusión en su carta a nuestras divergencias y las califica de “secundarias”. Lamentablemente, yo no estoy en absoluto de acuerdo. Si las divergencias entre bolcheviques y mencheviques son secundarias, ¿qué es entonces lo fundamentan? La Revolution Prolétarianne [donde Serge colabora como editor] es el órgano del sindicalismo proudhoniano pequeñoburgués. Si se dejan a un lado las protestas humanitarias y liberales contra las masacres, las imposturas, etc., la RP es una revista completamente reaccionaria que desvía a un grupo importante de individuos del movimiento obrero. Si nuestras divergencias son secundarias, ¿por qué trabaja usted, no para nuestros periódicos, sino para aquellos que son los enemigos mortales, por su esencia misma, de nuestro programa? En decenas de artículos y de cartas, yo he demostrado que la política del POUM no era otra, en el mejor de los casos, que la de Martov. Usted jamás ha respondido a mis argumentos. En cambio, usted se ha solidarizado públicamente con el POUM en un momento crítico, y se ha endosado la responsabilidad de su política. No se puede actuar así sino cuando se busca concientemente una ruptura total y, una lucha encarnizada.

En estas condiciones, ¿cómo, es posible hablar de divergencias secundarios.

Los quebrados del anarquismo, que están aliados a los burgueses y a los stalinistas en contra de los obreros, no encuentran nada mejor, para cubrir sus fallas, que entablar una campaña sobre… Kronstadt. En lugar de condenar a los falsificadores de la revolución, a los falsificadores de la historia, usted ha tomado inmediatamente su defensa. Las restricciones y los atenuantes que usted hace a su posición no hacen sino agravarla. Ellas dan a nuestros enemigos ocasión de decir: “Víctor Serge mismo, que no tiene sino divergencias secundarias con Trotsky, reconoce…”. En otros términos, usted no está en el flanco derecho de la IVa Internacional, sino en el flanco izquierdo de sus enemigos inconciliables. Todos los POUM no son más que burbujas en la superficie del torrente de la historia. El único factor revolucionario del próximo período será la IVa Internacional. Siento mucho que usted no haya puesto su excepcional talento al servicio de este movimiento progresista. Por mi parte, estoy dispuesto a hacer todo lo necesario para crear las condiciones de una colaboración. Las divergencias realmente secundarias son inevitables y no podrían impedir el trabajo conjunto. Pero con una condición: que usted se decida a pertenecer al campo de la IV Internacional y no al de sus enemigos.

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Carta de Serge a Trotsky

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París, 18 de marzo de 1939

¡Querido y muy estimado León Davidovitch! Por muchas razones no he respondido aún a su carta recibida hace ya largo tiempo: he diferido continuamente mi respuesta (vivo en condiciones extremadamente difíciles), pues he pensado que no había que confiar en una carta la descripción del movimiento de la IV que yo debía hacerle a usted. Una carta siempre puede caer en manos extrañas. No me he decidido del todo a responder a la nota aparecida en el Boletín [de la oposición]. Esta es demasiado inexacta, demasiado injusta y demasiado ofensiva. Yo no sé por quién ni cómo está usted informado, pero –¡ay!– en todas partes hay focos de intrigas (que han jugado su rol en la muerte de León Lvovitch [León Sedov, hijo de Trotsky], antes en la de [Ignace] Reiss, y también en el descalabro de todo el movimiento francés de la IV Internacional), y mi salida de la “Cuarta” se explica en parte por mi incapacidad de vivir en medio de las intrigas. Puedo afirmarle personalmente a usted que no he tomado parte en ningún grupo de “oposición a la IV”. Es verdad que los camaradas heréticos me son cercanos porque, a mi modo de ver, ellos tienen razón: hay que elegir una vía nueva y no los senderos derrotados del difunto Komintem (y esto vale igualmente para la vida de la organización). No obstante, no sólo no he dirigido con ellos el trabajo “fracciona!”, sino que yo mismo he ensayado, cuando esto me era posible, atenuar la inevitable ruptura. En ¡vano buscaría usted en los grupos existentes un hombre más extraño que yo a toda “intriga”. Pero ya es suficiente sobre este tema. Es una nueva repetición del pasado: es imposible decirlo con dignidad, calma y franqueza: “Sí, nosotros tenemos serias divergencias”, pero no es necesario en absoluto ponerse a desacreditar y calumniar.

Las divergencias entre nosotros son grandes. Desde mi arribo a Bélgica yo se lo vengo diciendo. En aquel momento yo lo he “acusado de sectarismo”, como lo ha dicho usted mismo una vez. Desde aquel entonces, mis argumentos en contra de vuestra línea, tal como se lo indiqué en su momento, han sido reforzados. Yo estoy convencido de que es imposible construir una Internacional en tanto que no haya partidos… no se puede jugar con las palabras “partido” e “Internacional”. Y aquí, de los partidos no hay nada. Estamos en un impasse. En este impasse se mantienen, bien que mal, pequeños grupos desprovistos de todo dinamismo, de toda influencia, y asimismo, de un lenguaje común con el movimiento obrero. Es imposible construir sobre la base de la intransigencia y la doctrina del bolchevismo; en el mundo entero no hay más de doscientos hombres (con la posible excepción de los sobrevivientes de las prisiones stalinistas) que comprendan, que sean capaces de comprender lo que es el bolchevismo-leninismo. Es imposible construir una agrupación internacional con una sola cabeza y dirigida desde lejos. Ni por un instante, en los grupos de la IV Internacional, ninguna persona piensa sino a través de vuestra cabeza. En estas condiciones, ¿qué hacer? La salida se encuentra, a mi modo de ver, en el reagrupamiento con todas las corrientes obreras de izquierda (plataforma: la lucha de clases y el internacionalismo); en una discusión libre y sobre todo amigable, sin injurias y sin insultos ni de una parte ni de otra; en la creación de un Buró Internacional, de comités, etc., teniendo metas concretas y acordadas con los representantes de los movimientos locales; en el reconocimiento a la hegemonía del bochevismo-leninismo en el movimiento obrero de izquierda con vistas a la creación de una asociación internacional que refleje el contenido ideológico efectivo de las capas progresistas de la clase obrera (estoy seguro de que en una asociación como esta, los bolcheviques-leninistas tendrían mayor influencia que en su orgullosa Internacional). Fuera de esto, usted y yo tenemos divergencias que nos remiten a la historia de la revolución. Es posible que en un futuro próximo publique un largo artículo al respecto. A decir verdad, yo no quiero en modo alguno polemizar con usted. Sin embargo, luego de vuestros ataques publicados en la pequeña revista belga (Lutte Ouvriére), me es necesario responderle de la manera más convincente posible.

Algunas palabras más alrededor de dos problemas.

Creo que hay que establecer una lista exacta y completa de nuestros camaradas de la Oposición de los años 1923-1929 que están o que estaban en las prisiones stalinistas y plantearnos a propósito de modo claro esta cuestión: ¿qué ha sido de ellos? Pienso que, al mismo tiempo, habría que obrar en favor de los socialistas y de los anarquistas torturados en las mismas prisiones. He levantado muchas veces este problema aquí, en el Comité de investigación sobre los procesos de Moscú, pero sin resultado.

Manteniendo relaciones amistosas con todas las corrientes del movimiento obrero, me he visto obligado a romper con el grupo parisino bolchevique-leninista, aunque puede ser más justo decir que ellos rompieron conmigo, luego de haber hecho prueba de una ausencia total de la más elemental camaradería. Al respecto, ver mi P. D.

Le envío a usted y a N. I. [Natalia Ivanova] mi más cordial saludo y le ruego recordar que me mantengo fiel en mi puesto y que siempre –a pesar de nuestras discusiones– estaré dichoso de serle útil.

Víctor Serge

* * *

NOTAS:


Trotsky a Serge. 24 de abril de 1936.
2 I. Deutscher. The Prophet Outcast. Londres. 1963. p. 327. Trad.: El profeta desterrado, México. ERA.
3 Cf. Memorias, p. 348
4 Véase su Journal d’exil (Cuadernos Mexicanos)
5 Trotsky a Serge. 19 de mayo de 1936
6 Trotsky a Serge, 9 de junio de 1936
7 Cfr. Trotsky a Serge. 19 de mayo de 1936
8 Serge a Marcel Martinet. 15 de mayo de 1938
9 Op. Cit.. p. 435
10 Serge a Trotsky, 27 de julio de 1938
11 Trotsky a Serge, 30 de julio de 1936
12 Serge a Trotsky. 10 de agosto de 1936
13 Víctor Serge, Carnets, p. 45
14 Serge a Sedov. 21 de enero de 1937
15 Víctor Serge, Carnets, p. 47
16 Op. cit., p. 436
17  Boletín de la Oposición Obrera (ruso). n.° 55-56, julio de 1937. También La Lutte Ouvriére, n° 55, sept. 10 de 1937.
18 Op. cit.
19 Serge escribió: “su victoria habría acarreado inevitablemente la contrarrevolución” V. Serge, “Kronstadt”, en La Révolution Proletarienne, n.° 254. Sept. 10 de 1937.
20 León Trotsky, “El griterío sobre Kronstadt”. 15 de enero de 1938. B.O. n.° 66-67
21 Ha permanecido cerrada. Deutscher eludió el problema declarando que “no era necesario aceptar la versión de Trotsky para ver que sus críticos inflaban enormemente la importancia de la insurrección de Kronstadt” (loc. cit). En su celo por condenar los motivos de aquellos que plantearon la cuestión “diecisiete años vieja”. Deutscher olvidó que Trotsky fue el primero en tocarla. Yo observé una similar actitud defensiva en relación con Kronstadt en el movimiento marxista estadounidense en los años sesenta. En dos ocasiones y en diferentes organizaciones (ninguna “trotskista”), cuando dos jóvenes camaradas preguntaron a sus líderes acerca de Kronstadt (con toda inocencia. hasta donde puedo recordar), hallaron hostilidad. Era como si hubieran violado un misterioso tabú.
22 “De nuevo sobre la represión de Kronstadt”, 6 de julio de 1938. B.O., n.° 70, octubre de 1938
23 La información de Serge provenía de chekistas locales y de anarquistas prisioneros en cuarteles cercanos a los de los rebeldes. La información de Djerjinski, aseguraba Serge. llegó a través de un cadena de mando altamente dudosa. Según Serge, era bien conocido que los chekistas locales estaban fuera de control y actuaban por su propia cuenta, secretamente. Trotsky y el C.C. debieron tomar cartas en el asunto para averiguar los hechos.
24 P. Avrich: Kronstadt 1921, pp. 144-145. Princeton, 1970. Trad.: Buenos Aires, Ed. Proyección
25 V. Serge: “Kronstadt. una vez, más”, New International, julio de 1938
26 Ibíd.
27 V. Serge. “Defensa de Trotsky”, La Révolution Proletarienne. n.° 281. 25 de octubre de 1938
28 “Víctor Serge et la IV Internationale”. B.O. N° 73. enero de 1939. Serge decidió no responder públicamente a esta nota que sintió era “demasiado inexacta, demasiado injusta y demasiado ofensiva” (Serge a Trotsky. 18 de marzo de 1939). Sin embargo. escribió una protesta privada a Gérard Rosenthal, abogado de Trotsky, y a Pierre Naville, dos influyentes líderes del movimiento. (Serge había conocido a ambos desde 1927). Aparentemente no obtuvo respuesta de ninguno.
29 V. Serge: Partisan Review. Vol. 5. n.° 3. agost.-sept. de 1938. pp. 26-32
30 La lutte Ouvriere, 11 de marzo de 1939, en B.O.. n.° 74 y en Quatriême International, n° 16, abril de 1939
31 “Carta de Víctor Serge a la Revista Masses”, junio de 1939
32 Nótese que aquí, como en cualquier otra parte en sus disputas con Trotsky. la orientación de Serge brota de su identificación con corrientes de la Oposición de izquierda rusa. Michel Drcyfus (op. cit., pp 42-45) traía de explicar sus diferencias aludiendo al aislamiento de Serge respecto de la Oposición de Izquierda durante sus años de deportación. Aparentemente. M. Dreyfus confunde las riñas internas de las diferentes sectas europeas formadas por Trotsky en los años treinta con la histórica Oposición de Izquierda, que era rusa. De hecho, era Trotsky quien sin culpa suya estaba “aislado” de esta última M. Dreyfus intenta también asimilar la visión de Serge a los distintas comentes de izquierda europea conocidas burlonamente como “La Internacional Dos y Media”. Esto era también inexacto. Serge siempre fue hostil a esta tendencia (ver su carta a Angélica Balabanova fechada el 23 de octubre de 1941. Archivo de Serge. México), aunque colaboró con algunos de sus representantes durante la Guerra Civil Española. Las divergencias entre Serge y Trotsky se entienden mucho mejor como una expresión de tendencias antagónicas dentro de la Oposición de Izquierda rusa que en relación con las corrientes de la izquierda europea.
33 En francés, en Dreyfus, op. cit., pp. 240-241
34 En esta carta no hay evidencia de que Serge sospechara de Etienne como de un agente implicado en el asesinato de Sedov y en el asunto Reiss. o de que Etienne fuera la fuente de la mala información de Trotsky. Sin embargo. Gérard Rosenthal anota que Serge y Sneevliet escribieron una vez a Trotsky expresándole sospechas sobre Etienne (Cf. Rosenthal: Abogado de Trotsky. París, p. 263) y Deutscher, quien tuvo la oportunidad de estudiar la sección cerrada del Archivo de Trotsky, confirma que hablan hecho su acusación “abiertamente”. Si Etienne era concierne de las sospechas de Serge, por su propio interés habría sido urgente aislarlo y desacreditarlo, especialmente respecto a Trotsky. A falta de información precisa, sólo podemos especular acerca del papel de Etienne en el drama del alejamiento entre Serge y Trotsky.
35 Más tarde anotó que “la suposición de que la reseña fuera escrita por Víctor Serge se le ocurrió a varios camaradas, independientemente unos de otros”. Sólo podemos preguntar si Etienne, el agente provocador, estaba detrás de estas “suposiciones”. Ver “Otra refutación por Víctor Serge” en B.O.. nún. 79-80. reimpresa como “Apéndice B” en la edición de Merit de Su moral… pero omitida por Dreyfus.
36 Con un subtítulo que dice: “Mercachifles de indulgencias y sus aliados socialistas. o el cuco en un nido extraño”. Incl. en Dreyfus, Op. cit.
37 La refutación de Serge, censurada por él mismo, fue descubierta por Peter Sedwick entre sus papeles póstumos y publicada en traducción inglesa de Sedwick bajo el título “Secreto y Revolución. Una respuesta a Trotsky” en Peace News el 27 de diciembre de 1963. El texto existe en galeras de prueba cuyo formato es idéntico al de la tipografía de La Révolution Proletarienne. En una carta a Angélica Balabanova fechada el 23 de octubre de 1941, Serge explica: “A lo largo de la dolorosa discusión con el Viejo a tal grado he mantenido mi alta estima y afecto por él que cuando, en una larga polémica, me achacó un articulo que no era mío e ideas que nunca fueron mías, envié una dura respuesta a la imprenta de La Révolution Proletarienne (París) y luego la retiré, prefiriendo guardar silencio y ser injustamente atacado. Sostengo que hice lo correcto: La verdad hará su senda por otros medios, distintos a las polémicas ofensivas”. La verdad tomó cuarenta años en abrir su senda.
38 “Otra refutación…”, Op. cit.
39 Serge a Trotsky. 9 de agosto de 1939. Arch. Serge. México
40 Así, Deutscher (The Prophet Outcast. cit.. p. 437) restituye al Serge de paja de Trotsky por el Serge real. Lo describe “reprochando” a Trotsky el asesinato de rehenes por los bolcheviques durante la guerra civil y se pregunta por qué Serge no “veía la diferencia moral y política entre el uso de la violencia de Trotsky en la guerra civil y el presente terror de Stalin”. En su libro León Trotsky (Nueva York. 1978). Irving Howe sigue con el asunto (el señor Howe ha expresado su deseo de cambiar esta sección en ediciones posteriores). El trotskista francés Pierre Frank, en su introducción a la segunda edición (1966) en la edición francesa de Su moral y la Nuestra, afirma que la reseña fue “probablemente bosquejada por Víctor Serge” a quien acusa de “convertir en hermanos siameses a Trotsky y Stalin en la época en que éste cazaba a aquél”. (Para mérito suyo, los trotskistas de los Estados Unidos incluyeron un fragmento de la “Negación y Protesta” de Serge como apéndice a su edición de Su moral… por Merit Puhlishers en 1969). Finalmente. Michel Dreyfus. en su colección de correspondencia entre Serge y Trotsky. La lutte contre le Stalinisme de 1977, incluye a Serge como autor de la reseña en su “Indice” y como su probable autor en una nota al pie de página. No hace referencia ni a la refutación de Serge ni al reconocimiento de Trotsky, Esta colección, con 46 páginas de erudita introducción e interminables notas al pie. se presenta como “científica” y exhaustiva. Sin embargo, deja al lector con una impresión totalmente errónea. Los errores y omisiones de Dreyfus son aún más criticables porque rechazó el ofrecimiento del representante francés de los bienes de Serge, Jean Riere, de verificar su edición y suministrar, de ser necesario, textos adicionales.
41 Editado como apéndice de Su moral y la Nuestra, Op. cit.
42 Op. cit. p. 45
43 “El marxismo en nuestro tiempo”, op. cit., p. 30
44 La vieja revolucionaria Ida Mett no lo veía así. “Contrariamente a la afirmación de Serge”, escribe, “creemos que las demandas políticas de los marineros estaban llenas de profunda sabiduría política. No procedían de ninguna teoría abstracta, sino de una profunda conciencia de las condiciones de vida rusas. En ninguna forma eran contrarrevolucionarias. “La Comuna de Kronstadt”. Solidarity Pamphlet, n.° 27, Londres 1967. p. 48.
45 L. Trotsky: The Revolution Betrayed, p. 231 (La Revolución Traicionada) Pioneer. N.Y. 1957.
46 Para una completa discusión sobre la teoría del “capitalismo moribundo” de Trotsky. ver Femando Claudín. La crisis del movimiento comunista. Del Komintern al Kominform. París. Ruedo Ibérico (hay reed. de Siglo XXI de Madrid). La obra de Claudín es el mayor intento de repensar la historia completa del comunismo escrita por un ex miembro del Comité Central del Partido Comunista Español.
47  I. Deutscher. Op. cit.. p. 394
48 Según Van Heijenoort, Trotsky’s Secretary. 1977. Trad.: México. Ed. Nueva Imagen
49 Manuscrito sin título ni fecha (¿1939?), Arch. Serge, México
50 Estas observaciones pretenden aplicarse sólo a la correspondencia 1936-1939. aquí en discusión. En otras partes, Trotsky revela, además de un talento extraordinario, tener sensibilidad literaria y modestia estilística y personal. Mi Vida es siempre viva y fresca y la Historia de la Revolución Rusa un modelo de objetividad narrativa histórica en un nivel como el de la Guerra del Peloponeso de Tucídides. Coincidentemente, Trotsky y Tucídides fueron generales exiliados, políticos, teóricos originales, materialistas e historiadores que resolvieron el problema estilístico de narrar la historia en que sobresalen refiriéndose a sí mismos en tercera persona.
51 Serge a Brupbacher, Arch. Brupbacher, Zurich
52 “Páginas del diario de Víctor Serge”, IV, The New International, sept-oct. 1950, p. 309
53 *(No conocemos edición en castellano)
54 V. Kibalchich. “Advertissement” a Vie et Mort de León Trotsky, ed. Maspero, 1973
55 “In Memory: L. D. Trotsky”. escrito en agosto de 1942. Partisan Review. Vol. 9. n.° 75, pp. 388-91
56 V. Serge: Memoirs. p. 350. En castellanoMemorias de un Revolucionario.
57 Trad. de L. Trotsky, Oeuvres. mars-juin 1938, Vol. 17. París. ILT, 1984. pp. 142-143. Trad. de Víctor Serge & León Trotsky. La lutte contre le stalinisme. Textes 1936-1939 presentes par Michel Deryfus, París. Maspero, 1977. pp. 235-239. Se omitió el pasaje referido a los conflictos puntuales relativos a la crisis del grupo francés.

 

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