Fuente: https://periodicogatonegro.wordpress.com/2020/04/30/1-de-mayo-sindicalismo-ayer-un-arma-contra-la-explotacion-hoy-un-obstaculo-hacia-la-emancipacion/ abril 30, 2020
1° de Mayo: sindicalismo, ayer un arma contra la explotación, hoy un obstáculo hacia la emancipación
La F.O.R.A. no ve en el sindicalismo en sí, otra cosa de lo que en verdad puede ser: “un medio”, un medio que por estar en manos de lxs desheredadxs, está colocado de frente al régimen de inequidad, pero un medio que al fin, bien mirado, no deja de ser hijo de ese mismo régimen. Formado en las entrañas de la sociedad burguesa, entre las corrientes autoritarias del medio ambiente, el sindicalismo es un arma que, por serlo precisamente, puede presentarse tanto para la causa del bien como para la del mal, (y adviértase que es más fácil que las armas se presten para el mal que para el bien). (…) se reconoce en el sindicalismo el medio único de que disponen lxs trabajadorxs para hacer frente a la explotación desmedida del patronaje y para defenderse de la tiranía estatal; pero no espera del sindicalismo más de lo que puede dar: “un arma defensiva”.
Frente al sindicalismo, los partidos y otras tendencias del movimiento obrero. Memoria presentada por la F.O.R.A. al congreso de Berlín de la AIT en 1923.
Que pase el que sigue: de la policía nac & pop a la burocracia sindical pro gobierno
Hace tiempo se ve asomar el siniestro discurso nacionalista instalado para volver a legitimar a las FFSS y las FFAA, esta vez amparado bajo el ala popular. Un lavado de cara alevoso al cual la militancia, otrora joven, inclusiva y progresista, pareciera ignorar completamente, o, pensándolo mejor, tal vez ya conoce y prefiere mirar para otro lado para disimular (ocultar/negar) que el origen del movimiento justicialista es, precisamente, nacionalista, vertical y militarista. Es realmente espantoso tener que darle la razón a los herederos de “El Caudillo de la tercera posición” (órgano de difusión de la Triple A) conocidos como “La Batalla Cultural”, pero lamentablemente están en lo cierto: “no hay posibilidad que alguien sea peronista y antimilico a la vez. Eso es una contradicción a gritos, es ser peronista y antiperonista a la vez”[1].
Ahora el sujeto hacia el cual el presidente de la nación se desenvuelve en elogios y alabanzas es Hugo Moyano [2], líder millonario e indiscutido del movimiento obrero en territorio argentino, presidente del Club Atlético Independiente, y ex miembro de la organización de extrema derecha Juventud Sindical Peronista, que mantenía lazos operativos y actuaba como fuente de información de la Concertación Universitaria Nacional y la Triple A en Mar del Plata en los 70’s [3]. La defensa y reverencias por parte del máximo representante del Estado hacia este “sindicalista” en estos tiempos de “cierre de grietas” y con olor a estallido social no es casualidad. ¿Por qué Moyano, la CGT y la burocracia sindical son admirados y avalados por la cúpula estatal? ¿Simple afinidad ideológica? Posiblemente algo de eso haya, pero es importante profundizar sobre este modelo de sindicalismo, sus origines y tácticas, representados tan bien por Hugo como por quienes le precedieron, particularmente el arco más conservador con otros personajes igual de anti obreros y entregadores como Augusto Vandor o José Ignacio Rucci (que tiene un salón con su nombre en la sede de Azopardo), o incluso los dirigentes anteriores a lo que luego fue la CGT, como Sebastián Marotta, que tuvo el tupé de escribir varios libros tras las no pocas barbaridades cometidas por la organización que dirigió y los puestos que ocupó.
Sindicalismo en Argentina a comienzos del siglo XX: protagonistas y antagonistas
La escisión en el movimiento obrero de la región argentina se da tras una serie de choques entre posturas ideológicas: por un lado, quienes entendían el sindicalismo meramente como un medio y mecanismo de defensa nacido en las entrañas de la sociedad burguesa mientras perseguían la emancipación del proletariado, la abolición del trabajo asalariado y la desaparición del Estado, transformando así radicalmente la sociedad, y por otro, quienes veían la actividad sindical como un fin en sí mismo para mediar en los conflictos entre trabajadorxs y patronal reproduciendo lógicas capitalistas, conciliadoras de clase, apelando a la intervención estatal y policial para mitigar los conflictos, y controlar (o mejor dicho, frenar) la ira del pueblo en caso de que la fuerza de la misma pudiese afectar sus vínculos con la dirigencia política del momento o sobrepasar su control.
Las primeras sociedades obreras en la región que nos ocupa datan de fines del siglo XIX, en pleno surgimiento industrial y fabril, acompañado por la extensión de la frontera agraria y división de tierras en manos privadas tras el crecimiento exponencial de la oligarquía terrateniente (consecuencia de la conquista del desierto que masacró a los pueblos originarios, y el sometimiento del gaucho “salvaje” para transformarlo en símbolo de patria y tradición por un lado, y peón rural o trabajador golondrina por el otro), y las políticas liberales de los gobiernos de la época, los cuales requerían vasta mano de obra precarizada; dicho problema fue solventado con la masiva inmigración europea, donde llegaban no solo las manos marcadas por el acero, el carbón y el arado, sino también las ideas “avanzadas” o “maximalistas”, como les llamaba la prensa en esos días a las ideas anarquistas y socialistas.
Esta situación generó que los dueños de fábricas, campos y talleres entendieran pronto y no sin temor que estaban ante un arma de doble filo, y no vacilaron en pedir ayuda oficial para mantener a raya a los trabajadores. De esta manera, los obreros enfrentaban la opresión por varios frentes: por un lado la explotación del patrón a través de salarios miserables, largas jornadas laborales y condiciones de trabajo insalubres, y por otro, la doctrina del palo y el fusil ejecutada por las fuerzas del orden público o armadas (policía y ejército), o paraestatales (Liga Patriótica), con el visto bueno del Estado.
La imperante necesidad de unidad entre trabajadorxs y sociedades para cohesionar y potenciar las luchas ante la siniestra e inhumana explotación patronal, terrateniente y estatal llevó a la creación de la Federación Obrera Argentina, surgida en 1901, de la cual emergieron otras dos organizaciones: la Unión General de los Trabajadores, o UGT, creada por socialistas y sindicalistas revolucionarios al ver que la FOA tenía predominancia anarquista (lo cual hacía imposible lograr su apoyo al Partido Socialista que necesitaba la centralización y burocratización del movimiento obrero para contar con su apoyo y llegar al gobierno), y la Federación Obrera Regional Argentina, o FORA, que básicamente era la continuación de la FOA con la palabra “regional” agregada al final desconociendo límites nacionales y reafirmando su internacionalismo.
En 1905 se celebra el conocido V Congreso de la Federación, donde se determina por 52 votos a favor y 2 en contra, aprobar y recomendar la propaganda para inculcar a los obreros los principios filosóficos económicos del comunismo anárquico (o anarco comunismo), de manera tal que no vieran el límite en las conquistas económicas parciales de la lucha sino en fomentar su emancipación y evolución social. Esta determinación fue la que frustró todos los intentos de fusión entre la FORA y la otra central sindical importante de su época con los distintos nombres que tuvo: UGT (1907 y 1909), CORA (1912), FORA IX Congreso (1915, donde finalmente se unificaron las organizaciones obreras pero 21 sociedades desconocieron el congreso por anular la adhesión al comunismo anárquico, creándose así la FORA del V Congreso, heredera clásica en ideología de la FORA original).
La FORA del IX (Luego llamada Unión Sindical Argentina tras la fusión con otros sindicatos autónomos, y finalmente Confederación General del Trabajo tras fusionarse la USA con la Confederación Obrera Argentina) es recordada en el ambiente libertario por sus polémicas actuaciones de abandonar todos los principios de acción directa y lucha incluidas en el pacto de solidaridad original de la FORA, recorriendo las antesalas de los ministerios y autoridades policiales, obstruyendo las luchas, abandonando a su suerte a sus gremios adheridos y gozando de todo tipo de consideraciones oficiales y oficiosas; sus locales y prensa no eran clausuradas así como sus dirigentes y militantes no eran encarcelados ni perseguidos [4].
El sindicato fue favorable a la política yrigoyenista de permitir al gobierno mediar en los conflictos laborales, permitiendo así que algunos de sus dirigentes como Francisco García, secretario general de la Federación Obrera Marítima (FOM, adherida a la FORA del IX), tuviera el despacho presidencial abierto para salir y entrar cuando quisiera. Yrigoyen, en ese sentido, se manejaba mucho mejor conversando y favoreciendo a gremialistas que eran capaces de mantener el sindicalismo hasta cierta altura, es decir, no pasarse de la discusión de tal o cual porcentaje de aumento o tal o cual mejora de tipo social. Fue un método muy práctico, imitado luego por todos los gobiernos que siguieron a la revolución de 1943 y que llevó a la desaparición del clásico gremialismo combativo y agresivo de los primeros tiempos de la FORA anarquista.
La complacencia y connivencia de este sindicato con el gobierno radical de aquella época queda como una mancha oscura que tanto los herederos de ese modelo sindical como el radicalismo niegan o han tratado de ocultar, tras la responsabilidad política del “primer presidente popular y democrático” del asesinato organizado, dirigido y premeditado de más de dos mil obreros. Este detalle sirve para disputar el uso de las palabras al momento de relatar un suceso: la Semana de Enero es conocida históricamente, como la “Semana Trágica” (como fue caracterizada por la prensa de su época). No existió tragedia alguna; tragedia es un suceso inevitable y repentino como la caída de un avión por una falla en el motor, algo muy distinto es sacar a la policía y al ejército a la calle con fusiles de largo alcance y ametralladoras.
Infames y vergonzosas fueron sus actitudes para con las pequeñas y grandes huelgas obreras acontecidas en territorio argentino. Entre las incontables barbaridades de esta “organización obrera” encontramos: la huelga de barrenderos de Buenos Aires en 1917, que duró un mes y que de haber sido apoyada por una huelga solidaria del resto de los trabajadores adheridos a la FORA del IX congreso, como correspondía en vista de las bestialidades cometidas por las autoridades contra los huelguistas, simulacros de fusilamiento, despidos en masa, etc., hubiera triunfado. Fracasó por la no solidaridad erigida en sistema. La huelga marítima del mismo año tuvo el mismo resultado; los gremios adheridos votaron la huelga general para apoyar a los marítimos, pero los dirigentes de la Federación del IX lo pusieron todo a merced del laudo arbitral del jefe de policía. Los mismos arreglos a espaldas de la acción directa, componendas, intervenciones oficiales, etc., vemos en las huelgas ferroviarias de 1917, en la de los frigoríficos, en el conflicto de los maestros de Mendoza, y, por supuesto, en las terribles matanzas de trabajadores acontecidas entre 1919 y 1922 [5].
Durante la Semana de Enero de 1919, ya iniciados los asesinatos por la policía con el tiroteo en el barrio de San Cristobal desde las azoteas del colegio “La Banderita”, los gremios adheridos a la futura (ya en gestación) burocracia sindical, esto es, a la FORA del IX, indignados por la brutalidad de los acontecimientos y las muertes, iban tomando decisiones propias sin consentimiento de los dirigentes y se sumaban al paro para asistir al funeral de los caídos el día 7. Mientras tanto, el Consejo Federal, mostrando una actitud indiferente, apenas prestó solamente su “apoyo moral” a los trabajadores de los talleres Vassena sin decretar la huelga.
Viendo que los propios afiliados se les insubordinaban, se decidió en votación del Consejo Federal enviar una comisión (quien entre sus filas tenía a Sebastián Marotta) para hablar con el jefe de policía y que este actuara de intérprete ante el gobierno, indicándole que “asumían la dirección del movimiento” y pedían la aceptación del pliego de condiciones de los obreros de la Sociedad de Resistencia de Metalúrgicos Unidos (adherida a la FORA del V y creada tras el fracaso de una huelga de otra Sociedad del IX también en el taller de Vassena) y la libertad de los presos a cambio de sofocar la huelga. El dueño del taller Vassena, con la bendición del gobierno, firmó el pliego en Casa Rosada, a puertas cerradas y sin un solo metalúrgico presente, y Marotta y los suyos, dando cátedra para futuros modelos sindicales (sin consultar con los trabajadores ni teniéndolos en cuenta), intentaron dictar la vuelta al trabajo. La organización fue totalmente desconocida e ignorada, la represión continuó, y los obreros de la misma federación mantuvieron el paro hasta el final [6].
Su actuación previa y durante el fusilamiento de mil quinientos obreros rurales en el sur del territorio nacional no fue muy diferente; se enemistaron con la Sociedad de Resistencia de Río Gallegos, afiliada a su organización, y criticaron la huelga y el boicot como medidas de fuerza (algo que, recordemos, estaba incluido en el pacto de solidaridad; ¿qué sentido tiene sindicalizarse con otres si no se lucha?) tras la negativa de la comisión de aceptar el pliego de condiciones de la patronal donde la misma solicitaba, entre otras cosas, que los delegados de estancia fueran elegidos de común acuerdo entre trabajadores y patrón, por ende negándose a levantar el paro. De la misma manera, la FOM hizo arreglos en Buenos Aires para que los buques llevaran a Santa Cruz “obreros libres” (carneros, esquiroles, crumiros) que reemplazaran a los huelguistas, y envió a varios dirigentes a emprender la lucha difamatoria contra el dirigente anarcosindicalista Antonio “gallego” Soto, a quien nunca le perdonaron ir a un congreso de la propia federación en la capital porteña para denunciar el abandono que hizo la misma de los trabajadores en paro del sur argentino, atacándolo en asambleas, panfletos y prensa.
Cuando en diciembre de 1921 empezaron a llegar las noticias de los fusilamientos perpetrados por el teniente coronel Héctor Benigno Varela y autorizados por el presidente Hipólito Yrigoyen, la FORA del IX se desentendía del conflicto aprovechando lo lejano de los sucesos y la difícil comunicación de la época, mientras que la FORA del V ponía el grito en el cielo ante la masacre de los peones rurales, siendo calificadxs sus afiliadxs de “exageradxs” que intentaban torcer la situación a su favor. Al poco tiempo la magnitud de los hechos ya no se pudo ocultar, negar o relativizar, y todos los actores involucrados, por acción u omisión, se complotaron para culpar simplemente al coronel Varela, la salida más fácil y menos engorrosa, quedando impune hasta el fin de sus días el primer presidente democrático y su responsabilidad política (el sindicato dirigido por Marotta tuvo que manifestarse viendo que lxs trabajadorxs se le echaban encima, pero para proteger su buena relación con el presidente, apuntaron también a Varela). Pocas personas realmente actuaron para reivindicar la pila de cadáveres generada por la complicidad del gobierno, la Sociedad Rural Argentina, la prensa conservadora y la FORA del IX: las trabajadoras sexuales del prostíbulo “La Catalana”, que echaron a palazos y patadas al grito de “asesinos y cobardes” a los soldados que intentaron acostarse con ellas para festejar el triunfo del plomo, el latifundio y la patria sobre los explotados, y el anarquista tolstoiano de origen alemán Kurt Wilckens, el ajusticiador de Varela [7].
El historiador Osvaldo Bayer, perseguido político y exiliado a Alemania con su familia al aparecer en las listas de la Triple A en 1975, desafió a historiadores del ejército y de la Unión Cívica Radical para armar una mesa de debate sobre los hechos; nunca se presentaron. También intentó frenar el ascenso del teniente coronel Gorleri a general bajo recomendación del entonces presidente Raúl Alfonsín al Senado, demostrando que había sido responsable de quemas de libros en la última dictadura militar (los primeros tres tomos de “La Patagonia Rebelde” incluidos [8]), pero no tuvo éxito: Gorleri fue ascendido, con su pliego firmado por senadores radicales y peronistas. Sin dar el brazo a torcer, como gesto reivindicatorio de los muertos de la Patagonia trágica, promovió un proyecto de ley en Santa Cruz para que su libro fuera usado en los colegios secundarios; una vez votado positivamente, el gobernador peronista de dicha provincia y posterior ministro de defensa y seguridad, Arturo Puricelli, la vetó argumentando que “todavía no había llegado el momento para tal debate”.
Auge del nacionalismo mundial, combate y cooptación de la clase trabajadora
Para entender mejor el surgimiento y apogeo de este modelo sindical con intervención estatal, es preciso observar los regímenes y movimientos los cuales el “primer trabajador” (encargado del almacén de municiones del ejército sobre la calle Cochabamba durante el conflicto de enero del ’19) simpatizaba ideológicamente por la subordinación militar del movimiento obrero que los caracterizaba: la Italia fascista de Mussolini, donde Perón se formó militarmente y aprendió de la política social y económica del Duce, que sanciona la “Carta del Lavoro” en 1927 [9], y la España todavía en plena guerra civil donde en la zona sublevada (franquista) se aprueba el “Fuero del trabajo” en 1938 [10] del cual el general imitó varios de sus principios tales como “la justicia social como principio rector del Estado”, “protección del Estado al trabajo”, “sentido social de la empresa” y “subordinación de la economía al interés nacional”, reflejados en Argentina con la reforma constitucional de 1949 y el Decálogo del Trabajador [11]. Esto en parte explica los posteriores elogios de Evita a les trabajadorxs en España, los acuerdos económicos entre Argentina y el país ibérico, y el exilio de Perón a dicho país donde vivió en el barrio residencial de Puerta de Hierro en Madrid a pocos kilómetros del palacio del “generalísimo”.
Durante la convención por la discusión de la reforma constitucional, el peronismo se opuso rotundamente a incluir el derecho a huelga aduciendo que “es un derecho natural” y “trae la anarquía y pone en duda de que, en adelante, nuestro país será socialmente justo” [12]. La traducción de ambas frases seguidas la una de la otra sería: “son libres de hacer lo que gusten pero enfrenten las consecuencias”. Irónicamente, el derecho a huelga fue posteriormente incluido en la reforma constitucional de 1957 (Promulgado por Crisólogo Larralde mientras el ala conservadora y liberal de la UCR se dedicaba a integrar comisiones investigadoras del ejército para perseguir peronistas), cuando los sindicatos y asociaciones gremiales estaban prohibidos e intervenidos y sus dirigentes perseguidos o encarcelados por la dictadura conocida como Revolución Libertadora.
El nacionalismo y el capitalismo, como queda demostrado, hacían también su trabajo internacionalista. Para llegar a la legitimación de este nuevo vínculo Estado-patrón-trabajadorxs, y debilitar el avance y poder de los sindicatos revolucionarios, en la distintas regiones se procedió de distintas maneras: en Italia, a pesar del fracaso del bienio rosso (revuelta popular de 1919-1920), la burguesía italiana quedó aterrada por la fuerza del movimiento obrero y prestó todo su apoyo a Mussolini (partidos demócratas y liberales incluidos), quien ilegalizó los sindicatos tras la Marcha sobre Roma reemplazadolos por órganos corporativistas manejados por el gobierno, y en España el franquismo tuvo que asesinar, durante y después de la guerra civil, a la mitad del proletariado español , el cual estaba lo suficientemente organizado como para llevar adelante una revolución y organizar sus propias milicias lideradas por la Confederación Nacional del Trabajo y la Federación Anarquista Ibérica (CNT-FAI). En Argentina no hizo falta ensuciarse las manos, Uriburu y sus esbirros se habían ocupado ya de eso; se aprovechó el debilitamiento sindical combativo consecuencia de la Década Infame, la clandestinidad de los movimientos libertarios y el desarrollo de la CGT a partir de 1936, para dar el tiro de gracia con la Ley de Asociaciones Profesionales de 1945 [13]. A partir de ese momento el Estado poseía el derecho a supervisar toda la actividad sindical, reglamentar las huelgas e imponer la conciliación obligatoria, controlar las retribuciones y gastos de la organización y la atribución de otorgar o retirar personerías gremiales al sindicato mayoritario por rama de actividad, por lo que los sindicatos de resistencia u oficios varios autónomos no sometidos a la regulación gubernamental (anarquistas y socialistas varios) quedaban borrados del mapa. De ahí en adelante, el control que no pudiera ejercer el gobierno a través de la CGT sobre la clase trabajadora (salvo cuando esta fuera sobrepasada por las bases), fue tomado, no precisamente para emanciparla, por las sucesivas dictaduras militares que azotaron al país.
La ley de asociaciones profesionales, vale la pena mencionarlo, fue ostentada décadas antes por el Partido Socialista en enero de 1919 en un intento de aplastar la huelga general; el radicalismo, predominante en la política de aquel entonces, no dio quórum para la votación ante la falta de legisladores, que se habían retirado aburridos del Congreso mientras algunos radicales y socialistas se enredaban en discusiones sobre los vericuetos legales y responsabilidades varias de los sucesos recientes, liquidando así las pretensiones de la izquierda socialdemócrata de controlar a los sindicatos. El socialismo parlamentarista había visto la oportunidad de cooptar a la masa proletaria para su proyecto político en consonancia con la idea marxista clásica de la dirección del partido único, posiblemente alentados por el triunfo reciente de los bolcheviques en ese sentido en la naciente Unión Soviética; allí los soviets, sindicatos y comités de fábrica se transformaron en apéndices del Estado en pocos meses, y las protestas obreras y campesinas o los intentos autónomos para reactivar la producción tras la devastación causada por la guerra civil eran señalados por el gobierno de “desorganizadores”, culminando en la militarización de las fábricas o torturas y desapariciones en los sótanos de la Cheka [14].
Este ejemplo, y otros más que no vienen al caso, ha sido fruto de chicanas interminables por parte del peronismo a la izquierda, básicamente porque pudieron lograr lo que ellxs no, aunque lo entiendan como “reivindicar a les trabajadorxs argentinxs” y no como la destrucción de su autonomía y combatividad para poder controlarlos. Por otra parte, en esta región los sindicatos no fueron prohibidos como en los países europeos ya mencionados, pero la CGT actuó con patotas armadas echando a anarquistas y socialistas de sus locales obreros para transformarlos en unidades básicas.
La Confederación General del Trabajo, si bien anterior al justicialismo, adopta la configuración del movimiento que supo aprovecharla al máximo una década y media después de su fundación: nacionalismo, militarismo y verticalismo. “El mejor sindicato, el mejor gremio organizado somos nosotros, los soldados, y les aconsejo en este sentido para que puedan conseguir la cohesión y la fuerza que hemos obtenido nosotros”, discurso de Juan Domingo cuando estaba en la Secretaria de Trabajo y Previsión en 1944. El modelo de sindicato legitimado por y desde el Estado, el cual en su momento fue considerado la “columna vertebral del movimiento” cuando toma el poder a mediados de la década del ’40 y posteriormente se deshace de los elementos comunistas en 1950, repite el mismo patrón de obediencia y sometimiento al líder y a sus órdenes. Discurso pro patriótico, corporativista y de lealtad.
Este organismo sindical fue el caballo de batalla de aquel nuevo movimiento emergente en Argentina, básicamente porque desde su origen y con sus nombres anteriores, como hemos desarrollado antes, hizo todo tipo de concesiones al poder patronal boicoteando las luchas de sus gremios, y al mismo tiempo tuvo innumerables concesiones por parte de los gobiernos a la hora de evadir o complacer a las autoridades políticas, patronales y policiales (cualquier similitud con el presente… no es casualidad). Era la oportunidad perfecta para integrar al sindicalismo en el Estado; las bases ya estaban sentadas con la negociación colectiva y las relaciones creadas entre políticos y “gremialistas”, solo faltaba dar el paso adelante. En los otros países de ideología nacionalista que inspiraron las reformas sociales, económicas y políticas de Perón, el control del Estado sobre los trabajadores también se realizó a través de los sindicatos: en España fue la Central Obrera Nacional Sindicalista fundada en 1934 por Falange Española y la Organización Sindical Española de 1940 (conocida como “Sindicato vertical”), mientras que en Italia lo fueron la Confederazione Nazionale delle Corporazioni Sindacali en 1922 (Confederación Nacional de la Corporación Sindical) y otros distintos organismos corporativistas que nucleaban a trabajadorxs y patrones desde 1927 en adelante.
El movimiento obrero subordinado al Estado, de corte católico, pro patronal, militarista y vertical, fue la respuesta nacionalista hacia el aquel entonces movimiento obrero revolucionario, horizontal, asambleario, combativo e internacionalista conformado principalmente por el anarquismo, y sectores del socialismo, que entendían al sindicato como un medio de lucha contra la explotación durante la búsqueda de la emancipación de les trabajadores, y no solamente como un órgano para mejorar la vida económica y social mediante conquistas progresivas, sino con una finalidad superadora, al revés del sindicalismo actual, entendido como un fin en sí mismo, donde les trabajadorxs no deciden ni tienen injerencia alguna en las acciones del sindicato; ser secretario es calentar una silla ad eternum hasta morir y ser reemplazado por un descendiente que repita el proceso, y reproducir la lógica capitalista de pagar una afiliación para tener empleades que hagan la “lucha” por nosotres.
Este modelo sindical es uno de los grandes triunfos del Capital: su razón de ser era (es) alejar a les trabajadorxs de ideas revolucionarias “apátridas”, aplastar al sindicalismo independiente y por fuera de la negociación colectiva para conquistar derechos y libertades expropiados a la clase dirigente, y aplacar la necesidad de luchar contra el Capital y el Estado mediante concesiones laborales y sociales (lo que en el imaginario social romantizado se conoce como “dar derechos”); básicamente, el trabajador solamente tiene que limitarse a trabajar (de casa al trabajo, del trabajo a casa) generando así el desarme en todo sentido, figurado y literal, de la clase trabajadora apelando a la conciliación entre explotadores y explotadxs. Todo para seguir siendo pobres pero teniendo acceso al consumo y endeudarnos hasta la muerte: producir-consumir-morir.
¿De qué sirve el sindicato si no promueve la politización del pueblo, la toma de conciencia y de responsabilidad de llevar adelante la lucha y el mejoramiento de su propia vida? ¿Para ser el títere de un gobernante que detesta las huelgas y en sus perpetradores no ve más que traidores a la patria? Un discurso de Evita del 1 de mayo de 1949, como una adalid de patriotismo y oda al “primer trabajador”, marca claramente la apropiación histórica del movimiento internacionalista de trabajadorxs: “En nuestra Patria ya no se entonan himnos extranjeros, sino que se canta el nuestro y no se enarbolan trapos foráneos sino que se lleva la inmaculada bandera azul y blanca” [15], un claro ataque retórico, calcado a Ramón Falcón y el coronel Varela (que pasaron de la retórica al fusil), a las banderas gremialistas y canciones populares revolucionarias como “La internacional” o “Hijos del pueblo”.
La historia de la CGT, su connivencia patronal, el aval gubernamental para controlar a la masa y sus cambios de camiseta durante la segunda mitad del siglo XX y entrado ya el siglo XXI no es de interés para desarrollar en profundidad en esta nota, ya que su modus operandi actual tiene su nacimiento y explicación en el momento histórico que desarrollamos; sin embargo es válido nombrar las varias excepciones y momentos donde las bases superaron a la conducción cegetista obsecuente con el gobierno, como las huelgas de bancarios, municipales, frigoríficos, gráficos y ferroviarios entre 1946 y 1951, todas declaradas ilegales y demonizadas como ataques a la patria y a Perón, resultando en miles de despidos, detenidos y represión (y diverso nivel de éxito respecto la una de la otra), el Rodrigazo, o el Cordobazo con la figura de Agustín Tosco, último sindicalista combativo perteneciente a la CGT de los Argentinos, hostigado por el oficialismo a través de la burocracia sindical afín al gobierno, representada por Rucci y sus esbirros, y las fuerzas paramilitares de derecha dirigidas por López Rega y bendecidas por Perón cuando volvió en 1973 y encontró que la izquierda revolucionaria marxista y peronista le disputaba la Plaza.
Fuera de estos casos, y algunas anecdóticas escisiones en las décadas posteriores, la dirigencia y sus burócratas han operado de la misma manera desde que se fundó la CGT en 1930 (y antes también, siendo USA o FORA XI Congreso) hasta hoy, excepto claro, durante los periodos de ilegalización durante las dictaduras por mera disputa de quién controlaba a les trabajadores. Pero para completar este fragmento y hablar un poco del presente, podemos mencionar la reunificación del organismo bajo la bendición de Menem en los 90’s y el único paro ridículo que le hicieron a finales de esa década cuando ya había millones de desempleades revolviendo la basura, los 5 paros a Cristina por impuesto a las ganancias, y la apatía e indiferencia total de la central sindical durante la gestión de Mauricio Macri que tuvo un miserable paro sin sentido un día feriado (amén de las declaraciones a fines de año pasado donde en una suerte de “sinceridad” reconocían haberle garantizado la gobernabilidad al ex presidente de Boca Juniors [16]).
Como si no fueran prueba suficiente las incontables y bochornosas noticias que tenemos todos los días en un contexto de pandemia sobre el actuar de los dirigentes sindicales, se nos han reído en la cara haciendo misas para pedir pan, paz y trabajo con otra estructura patriarcal, explotadora y saqueadora que es la Iglesia; porque el destino de les trabajadorxs no está en sus propias manos, ni siquiera en los burócratas que se lo apropian, no; dependen también de algún tipo de milagro o solución divina. Hoy, estos movimientos que de trabajadores nada tienen, que colaboran con los gobiernos, sentándose en la misma mesa con la patronal organizada, permitiendo rebajas salariales y suspensiones, cambiando la actitud según si el gobierno otorga bono o no para ayudar a empresas (porque ellos representan tan bien a lxs trabajadorxs que les hacen pagar los costos de la deuda y la recesión), y cambiándose de camiseta según la conveniencia del momento y sus propios intereses de burócratas mafiosos, extorsionadores y aleccionadores de trabajadores “rebeldes”, no solamente perpetúan los métodos miserables de quienes han traicionado a nuestra clase históricamente, si no que tienen el atrevimiento y la impunidad de ultrajar el 1 de mayo, una fecha de conmemoración y lucha internacionalista, para saludar a “todos los trabajadores argentinos” (ojo que quizá sueltan un “todes” para incluir a mujeres y disidencias que sufren la doble explotación patriarcal-laboral y aplaudimos), dignificando el trabajo asalariado en el marco de explotación capitalista y levantando una suerte de “orgullo patriótico” de ser trabajador/a en el territorio controlado por el Estado-nación argentino.
Por otra parte, como “recompensa” por producir y ser esclavxs asalariadxs, el Estado nos regala este día como un feriado, habitando en la lógica ciudadana la idea de que el “día del trabajador” es una oportunidad para hacerse una escapada a la costa, vaciando de contenido su historia y significado. ¿Será el intento de redención por haber asesinado el Estado mismo a los mártires de Chicago tras la revuelta de Haymarket en 1886? La idea, cuanto menos, es perversa y cínica, ¿pero qué no lo es bajo la lógica del Capital? Como muy bien reza la placa vandalizada (ajusticiada) por compañeres en el monumento que hizo el gobierno de Chicago: “primero tomaron sus vidas, ahora explotan su memoria”.
El enemigo se encuentra constantemente falseando y mistificando la historia de nuestra clase en su beneficio, adoctrinándonos en sus escuelas con la “historia oficial” que enseña el sacrificio por la patria, reproduciendo el mesianismo esperanzador de que alguna nueva deidad vendrá a salvarnos en la forma de un embajador de la burguesía con discurso popular (o como decía Bakunin: “los representantes de Dios en la Tierra”), endulzándonos lo suficiente como para contentarnos con las migajas, pero no dejándonos tomar la hogaza entera de pan.
Consideraciones finales para la reflexión
Cuando veamos a los políticos, sindicalistas y empresarios darse las manos, tomarse fotos, compartir un café, sentarse en la misma tarima durante la conferencia de prensa, llenándose de elogios mutuos, y comprometiéndose a colaborar estrechamente para el “interés de la clase trabajadora” con les trabajadores puertas afuera (como en Francia antes de la revolución de 1789, que solo debatían la mesa chica de nobles, rey e iglesia), ya sabemos que existe una potencial alianza para seguir manteniendo a les trabajadorxs bajo el yugo y sometimiento de burócratas y explotadores, para contener el descontento social y la conflictividad en épocas de recesión, para desmovilizar y desarticular la lucha del pueblo, y, en fin, para que cada trabajadorx siga siendo un engranaje más aceitado con sangre y sudor en la maquinaria capitalista. Eso sí, los problemas que desatan la furia de la clase media, la que produce y vive en la ignominia de la explotación laboral (o prefieren no verla), son que lxs pobrxs puedan cobrar el IFE y ellxs no, o lxs medicxs cubanxs, o que se caiga Internet y Netflix, o que lxs presxs pidan mejores condiciones de salud en una situación de cárceles desbordadas y hacinamiento, donde nuevamente se cae la careta progre y aparece el burgués asustado y reaccionario pidiendo plomo y mano dura, que no sufre a la yuta en carne propia ni la impunidad de la misma como en los territorios más marginales.
El gran triunfo del Estado-Capital es la desmovilización de la clase trabajadora, la marginación histórica de pueblos originarios, inmigrantes, mujeres y disidencias, personas privadas de su libertad en cárceles o neuropsiquiátricos, y la manipulación mediática diaria de los medios de comunicación, que ha instalado con éxito la idea liberal meritócrata del “esfuerzo personal” en un conductor de Uber o una empleada doméstica que no tienen ni empresas ni comercios. ¿Cómo dar esa pelea y disputar el “sentido común” y la “conciencia ciudadana”? Una respuesta que da para otros tantos textos.
Lejos han quedado ya los días de las fábricas, los talleres y campesinado, donde ya no habitan grandes masas de explotadxs por necesidad de mano de obra barata sino operarios técnicos con formación y título, y difícilmente los ideales de la revolución social y emancipación vuelvan a hacer ruido en la clase trabajadora sin una fuerte organización y conciencia de clase. Hace falta una profunda autocrítica sobre actitudes mezquinas, sectarias e individuales que abundan en el movimiento, y mencionar también el rechazo y espanto que genera la palabra “organización” al ser mencionada, donde muches compañeres, con potencial, capacidad, convicción y militancia, huyen disparando. Ninguna variante, expropiadora o sindical, ha florecido sin organizarse. La burocracia sindical, el Estado y la patronal han instigado la supresión y persecución de compañeres hace tiempo ya, ¿pero nosotres dónde estamos? Ellos están muy bien organizados, especialmente entre ellos mismos, con muchas más herramientas a su disposición, como fuerzas de seguridad, cárceles, fiscalías, rompehuelgas. ¿Vamos a echarles el fardo eternamente mientras discutimos teoría e historia entre cuatro paredes?
Los barrios y las calles eran otrora bastiones de activismo libertario, así como las cárceles; hoy, si estamos en esos lugares, es de forma precaria o anecdótica, y les marginades, salvo pocos casos, encuentran no concientización y lucha en ideales de libertad y solidaridad, sino en el gigantesco aparato canalizado a través de organizaciones sociales afines a partidos políticos o en las arcaicas instituciones eclesiásticas (quien haya pisado una cárcel, ya sea por condena o visita, habrá visto los rosarios y crucifijos que abundan tras los barrotes de las celdas). Sin presencia, territorialidad, socialización de los espacios públicos y colectivización de los lugares de reunión abiertos a la comunidad, que transformen la vida social y diaria para romper con el miedo y psicosis colectivas que nos arrastran al encierro voluntario, allá donde abundan las iglesias y los partidos, se hace difícil y lejano soñar con el mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones y por el cual tanta sangre han derramado quienes nos precedieron.
Es necesaria la creación de una forma de organizarse superadora que grupúsculos de pocas personas midiéndose entre ellxs y a otres con el anarcómetro, aislándose de la comunidad y del pueblo, del cual somos parte y cuya libertad ansiamos. Es imprescindible crear redes de cuidados y solidaridad, apoyo mutuo, y profundizar la conciencia de la explotación y violencia desde fuera y desde dentro de nosotrxs, donde el fracaso de la lógica jerarquizadora-dominante de los partidos, centrales sindicales y empresas es su victoria, y de esta manera estar con el pueblo y contra la dominación de les humanes por les humanes. Hay un Estado a destruir dentro de nosotros, y modos de vincularnos que nos transforman de explotadxs a explotadorxs. Porque con la cuarentena ahora también muchos compañeros descubren los cuidados hogareños a los que históricamente estuvieron condenadas las compañeras a hacer “por amor”. Y muchos otros descubren, muy a su pesar, con la cantidad de femicidios que hay en cuarentena, que ni el horario ni el lugar ni el largo de la pollera tenían relación alguna con los asesinatos de las que ya no están. Ya no hay excusa para no problematizar estas situaciones.
Potencial sobra, manos y mentes también; por eso aún existimos, aún resistimos, molestando y protestando, esparcidxs, a veces peleadxs, pero con nuestros corazones llenos de fuego, amor y rabia, levantando la memoria de lxs muertxs de ayer, y de hoy, y dando la lucha. Intransigentes, cuestionadores, discutidores (porque si hay algo que nos encanta es discutir), acusades de inmensidad de calumnias, difamades, injuriades, insultades; de pie, con más o menos fuerza, con inifinidad de compañeres que han quedado en el camino víctimas del latifundio, la industrialización, la miseria, las balas y las cárceles, y siempre intentando transformar esa tristeza y dolor en bronca para seguir adelante en la lucha.
Por los Mártires de Chicago y por todes quienes dieron y dan sus vidas para remover los grilletes que nos atan a la lógica de producir-consumir-morir, por la lucha de la humanidad, por las banderas negras y las rojinegras hechas jirones y raídas que aún hondean en el horizonte, por les hijes del pueblo que heredarán la tierra: ¡salud y libertad!
Cliff
[1]https://www.facebook.com/batallakultural/photos/a.613569128733426/2795368893886761/?type=3
[3] http://www.izquierda.info/modules.php?name=News&file=article&sid=4156
[4] “La FORA: ideología y trayectoria del movimiento obrero revolucionario en la Argentina”, Diego Abad de Santillán
[5] Ibid.
[6] “Días rojos, verano negro: enero de 1919, la Semana Trágica de Buenos Aires”, Horacio Ricardo Silva
[7] “La Patagonia Rebelde”, Osvaldo Bayer
[8] Comunicado publicado en “La opinión”, 30/04/76
[9] https://tierrasapiens.foroactivo.com/t103-carta-del-lavoro-1927-por-benito-mussolini
[10] https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE/1938/505/A06178-06181.pdf
[11] https://www.wipo.int/edocs/lexdocs/laws/es/ar/ar146es.pdf
[12] “Historia del peronismo vol. I”, Hugo Gambini
[13] https://laizquierdadiario.com/La-fundacion-de-la-Central-General-de-Trabajadores-en-Argentina
[14] “La revolución desconocida”, Volin
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