Fuente: Iniciativa Debate/Jaime Richart 1
Como quien pasa bruscamente de la oscuridad a la luz del sol o de la luminosidad a la oscuridad, ha de ir adaptando la pupila al grado de luz o de penumbra, así pasó mi generación de un régimen a otro; con los ojos entornados, observándolo todo con curiosidad y expectación al mismo tiempo, pero también con cierto aturdimiento y temor a lo que podría seguir. Los militares transmitían con su silencio una atmósfera de tensión que recorría el sistema nervioso de todo el país. Se hablaba de estar redactándose una Constitución. Pero al final, lo que supimos es que ninguno de sus siete redactores procedía del pueblo llano. Por lo que no podríamos abrigar mucha esperanza de que la concepción general de lo que luego llamaron pomposamente Carta Magna (como si estuviésemos en los albores de la rendición de la realeza a la aristocracia en 1215 en Inglaterra), incluyese la oferta de una reconciliación simbólica que de algún modo reparase el daño de postguerra causado por la dictadura a los perdedores de la guerra. Pero en España, del curso de la historia nunca puede esperarse esa clase de grandezas…