Terminator existe, pero no tiene forma humana ni está programado para tomar decisiones autónomas y causar daño por su cuenta. Es un sistema militar, con personas detrás de las máquinas, que refinan las huellas digitales de cientos de miles de individuos, esperan fríamente que algunos de ellos lleguen a su casa y disparan bombas tontas
que matan a familias, vecinos y, en ocasiones, a barrios enteros.
Mucho se ha escrito por estos días de las tres máquinas de matar del Ejército israelí, frutos de un notable desarrollo de la inteligencia artificial y de la filosofía del escuadrón de la muerte. Lavender localiza a los individuos condenados a morir a partir del cruzamiento de millones de datos digitales; The Gospel identifica edificios e instalaciones supuestamente utilizados por supuestos militantes antisionistas, y Where’s Daddy ( ¿Dónde está papá?) es el nombre obsceno de la tercera plataforma, desde la cual se ordena lanzar los cohetes cuando el objetivo llega a su casa y lo delata el pin de su teléfono o una cámara de vigilancia. Los daños colaterales
son atroces. Mueren los hijos, la madre, la abuela, los vecinos y, a veces, el barrio entero queda reducido a escombros.
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