En la tragedia griega el hombre (el héroe) se enfrenta con su destino previamente fijado y lo desvía. Lo eclosiona. Podría quedarse quieto y vivir o sobrevivir sin desafiar lo que le ha sido otorgado. Sin embargo, por deseo, por voluntad de justicia, por necesidad, porque es lo que siente que debe hacer, por amor o por odio, por principios, se enfrenta a su destino.
Quizás simplemente sea porque estar vivo implica en algún momento de la vida desafiar al destino. Enfrentarse con lo dado para crear algo nuevo. Todo lo demás es conformismo, obediencia, muerte de la vida. Esclavitud.
Y la historia nos demuestra que los grandes saltos son también modos de detenerse para saltar después al abismo. Todo por crear, nada por guardar. Todo por ganar y nada por perder salvo las cadenas, diría repitiendo nuestra vieja consigna.
Este virus extraño y tan desconocido como previsible podría entenderse como una metáfora –o un avatar- cruel de la quietud, de la pérdida de la capacidad de enfrentarnos con nuestro destino otorgado y aceptado como el único posible. Es el virus de la quietud, es la pasividad lo que nos aterra, la imposibilidad de mantener los vínculos sociales de donde nace toda fuerza y todo pensamiento humano.
Seguir leyendo Y quizás amanezca, pero deberá ser en otro mundo. →