«Al final del camino me dirán: -¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres…» Pedro Casaldáliga acaba de llegar al final de ese camino que tantas veces dibujó en sus poemas. A sus 92 años, el obispo catalán, llamado por muchos el ’profeta de la Amazonía’, ha fallecido a las 9,40 horas de Brasil, después de haber sido ingresado en una clínica de los claretianos en Batatais (Sao Paulo).
Como él siempre quiso, su cuerpo será enterrado en Sao Felix do Araguaia, en el Matto Grosso, el lugar que nunca quiso dejar. Así lo anunciaba el provincial de los claretianos en Brasil, padre Marco: “Comunico a todos hermanos de la Congregación el fallecimiento de D. Pedro Casaldaliga».
Una muerte anunciada después de que hace cinco días el religioso, uno de los inspiradores de la Teología de la Liberación, fuese trasladado desde el Amazonas a Sao Paulo para ser tratado de una neumonía asociada a un derrame pulmonar, del que no pudo salir. Hace unos días, incluso, el presidente de la Conferencia Episcopal, Juan José Omella, publicaba un tweet, en el que subrayaba «Mi oración por el descanso eterno de Pere Casaldàliga, obispo de la prelatura territorial de São Félix do Araguaia. Mis condolencias a los familiares y amigos de este religioso catalán, hijo del Corazón de María. Descanse en paz». Ahora, debe rescatarlo.
Casaldáliga, reconocido en Brasil por su intensa labor social y defensa de los más pobres, se le conoce como el «obispo del pueblo» por su defensa de los pueblos indígenas de la Amazonia y la lucha contra la violencia en el campo. El prelado catalán, que vivía en Brasil desde 1968, fue uno de los fundadores del Consejo Nacional Indígena del país. Su defensa de los pueblos originarios le costó en más de una ocasión sufrir amenazas de muerte. Pero Casaldáliga jamás abandonó la Amazonía.
Sólo, en dos ocasiones. Una, cuando fue llamado por Juan Pablo II en 1988, en los momentos más duros para la Teología de la Liberación, y ahora, para morir lejos de su tierra, donde volverá para ser enterrado junto a los indios. En aquella ocasión, en Roma, Casaldáliga dejó al Papa bien claro que «estoy dispuesto a dar mi vida en cualquier instante por Pedro, pero por el Vaticano es otra cosa». Para él, lo importante eran los pobres.
Si Wojtyla no lo entendió, sí lo hicieron otros dos papas, Pablo VI y Francisco. El primero fue claro al recibir las primeras denuncias contra Casaldáliga: «Quien ataca a Pedro, ataca a Pablo». El segundo, utilizando sus enseñanzas para escribir la magnífica encíclica Laudato Sí, de cuya publicación acaban de cumplirse cinco años. Sin Pedro Casaldáliga, afirman en el Vaticano, no podía haberse escrito la primera encíclica ’verde’, en la que se alerta de los peligros de la deforestación y se defiende a los pueblos originarios. Tras Laudato Si, vino el Sínodo de la Amazonía. De hecho, Bergoglio consultó al prelado claretiano durante la redacción de texto.
«Francisco está desmantelando el aparato burocrático eclesiástico», aseguraba en su día Pedro Casaldáliga, quien veía en Francisco una posibilidad para hacer realidad «la Iglesia de los pobres». «Los del Primer Mundo, si no trabajáis la solidaridad, no os vais a salvar, pese lo que os pese», decía el obispo de la Amazonía, que en los próximos días, por fin, descansará «descalzo sobre la tierra roja», junto a los suyos, los pueblos originarios.
El Diario