La Women’s March (2017), el Me Too (2017), la Huelga Feminista Mundial (2018), son movilizaciones que han recorrido el mundo cambiando la conciencia de las mujeres. Los 4.500 años de patriarcado pueden empezar a poner sus barbas a remojar. Las mujeres hemos empezado a no aceptar el sometimiento a los hombres, los poderes políticos, la moral y la costumbre.
Esta nueva situación y fuerza de las mujeres se puede observar en los informes de ONU Mujeres, OMS, OIT, UNICEF, UNESCO, pero también en los de la OCDE, por supuesto en los sindicatos, que asumen la denominación de feministas.
Criminalización y misoginia
La pandemia se ha cebado con saña contra las mujeres. No es casual. Las mujeres somos la mitad de la población en la que hay más precariedad y pobreza. Se da la circunstancia que estamos más dedicadas a las labores de los cuidados, así como a las profesiones que hemos visto y calificado de esenciales; es decir, las mujeres somos el grueso de quienes están en primera línea de contacto con el coronavirus (entre el 70% y 80% según la profesión). Somos vitales y esenciales pero, sin embargo, las mujeres somos las que más sufrimos las penurias: enfermedad, precariedad, pobreza y miseria, despidos en las tareas del hogar y de las empresas. Mujeres son las que no cumplen los requisitos, protocolos y formularios, para acogerse a los ERTE o recibir el ingreso mínimo vital (IMV). Las mujeres trabajadoras ganan bastante menos que los hombres, mientras se ven vetadas en los puestos más cualificados y de responsabilidad.
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