▲ Estudiantes de más de 200 escuelas de Estados Unidos realizaron paros la semana pasada con el fin de denunciar la falta de acción para imponer mayores controles sobre las armas en el país. En la imagen, alumnos de la preparatoria Shea, en Rhode Island. Foto Ap
Lo ocurrido en el país anfitrión de la Cumbre de las Américas en los últimos días debería ser suficiente como para desinvitarlo de su propia fiesta, hasta que logre poner su casa en orden y no represente una amenaza contra los principios de los derechos humanos, las libertades civiles y la misma democracia.
En un periodo de 10 días, 44 personas fueron asesinadas en tiroteos masivos en el país; un carnaval de violencia que confirmó, entre otras cosas, la cobardía política de amplia parte de nuestro liderazgo elegido, la pretensión delgada de nuestra credibilidad moral, y la farsa de expresiones públicas de simpatía que se traducen en nulo cambio real en nuestras leyes, nuestra cultura o nuestras tendencias asesinas
, resume de manera concisa el articulista Jelani Cobb de The New Yorker.
Diecinueve niños –todos de entre 9 y 10 años– y dos de sus maestras fueron asesinados en la primaria Robb, en Uvalde, Texas. Diez días antes, en un supermercado en Buffalo, Nueva York, fueron asesinados 10 personas sólo porque eran afroestadunidenses. En los dos casos, los asesinos eran jóvenes de 18 años que habían comprado sus rifles semiautomáticos de manera legal. Sus casos no son extraordinarios, en los tiroteos masivos más sangrientos durante los últimos años se emplearon armas legalmente adquiridas. La ley protege a las armas, no a los niños, denuncian activistas.
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