Fuente: https://kaleidoskopiodegabalaui.com/2020/06/28/ya-existen/
Para cambiar un paradigma tiene que suceder un evento crítico que ponga patas arriba lo conocido y lo dado por hecho, por natural, por normal. La pandemia ha mostrado temporalmente que solo en circunstancias extremas somos capaces de dejar un coche en el garaje y no utilizarlo durante meses. El aire que hemos respirado ha sido el más limpio en décadas. Las consecuencias del cambio climático se discuten en occidente porque aún no las sufrimos directamente o lo que sufrimos es llevadero y no amenazante. La conciencia de saber que se está produciendo un cambio climático no es suficiente. Tiene que aparecerse ante nosotras, de forma inopinada, para que reaccionemos. Cuanto más tiempo transcurra, más estéril será nuestra reacción, incapaz de revertir el daño causado. Esta parálisis nos condena a vivir en un planeta al que estamos dañando sin remedio.
Los avisos se están dando desde hace siglos, pero lejos de reaccionar hemos perseverado en la agresión al medio ambiente. Los debates se repiten una y otra vez. Las cumbres climáticas que fracasan o cuyas medidas se proponen en unos plazos imposibles, condicionados por las veleidades políticas de los gobiernos de turno. Con 50 años se escuchan discursos que apenas difieren de los escuchados a los 20. Solo son nuevos para las nuevas generaciones, algunas de las cuales se convierten en activistas, al igual que sus antecesores, gritando las mismas consignas y preocupándose por las mismas cosas. El día de la marmota es una característica propia de los problemas que nos afectan en las sociedades capitalistas. Todas las generaciones han debatido sobre ellos sin que nada cambie.
La parálisis está relacionada con el marco económico de las sociedades capitalistas en el que conceptos como el crecimiento y la acumulación forman parte del paradigma. La lucha contra el cambio climático pone en cuestión estos conceptos que mediatizan nuestra relación con la naturaleza. El capitalismo es esencialmente depredador. El crecimiento continúo está en relación con la explotación de los recursos hasta su agotamiento. Este hecho es el tánatos del capitalismo, pero hasta que lleguemos a esta situación final, la tendencia es continuar la esquilmación. Contra natura. Aunque sea en contra de nuestro bienestar. Esto nos lleva a pensar en la irracionalidad del funcionamiento capitalista, en el que los beneficios materiales se priorizan sobre el bienestar humano.
No sin oposición. No podemos decir que no existen grupos conscientes que alerten y luchen contra el estado de las cosas. Lo que sí podemos decir es que la gran mayoría de las luchas se encuadran dentro del marco teórico predominante, sin el cuestionamiento de las ideas claves que contiene el paradigma capitalista. Somos conscientes de la desaparición de las especies por la actividad humana pero no de su relación con la noción de trabajo capitalista, con la idea de crecimiento desaforado y la acumulación de beneficios. Las campañas publicitarias nos muestran al tigre malayo o al lince ibérico en peligro de extinción pero no nos hablan de las consecuencias de una noción de trabajo que permite la acumulación de dinero, privilegios y poder a costa de arruinar a la naturaleza y a las personas. Nos muestran los efectos pero no nos revelan el mecanismo de funcionamiento.
De esta manera los activistas de ayer y de hoy comparten la idea de que es necesario un cambio pero, al no cuestionar el paradigma capitalista, no tienen capacidad de modificar lo sustancial. Esto provoca que los debates actuales sean muy parecidos a los que se pudieron tener en los años setenta sin que se haya producido cambio alguno. El sistema vive muy cómodamente en esta situación. Puede seguir esquilmando la naturaleza porque nadie le cuestiona el efecto perverso de su idea de trabajo. Es más, en gran medida, es una idea compartida gracias al efecto de la colonización ideológica que sufren las sociedades occidentales desde hace siglos. Nos oponemos a la deforestación del Amazonas mientras no movemos un dedo para modificar la estructura y las bases en las que se sostiene el trabajo en nuestra sociedad.
Somos el engranaje necesario para que la rueda capitalista funcione. La aceptación de las lógicas del sistema permite la explotación de las personas por parte de los grupos privilegiados. Los mejores defensores del sistema no son los privilegiados sino los explotados, los que creen que el actual estado de las cosas es natural y que no hay otra lógica de funcionamiento ni otras formas de organización económica y social. En el fondo sabemos que no es así pero nos sale en forma de indignación, de desahogo y de resignación. Nos enseñaron que las cosas funcionan de una manera y que no hay alternativa. Nos lo hemos creído. Creemos que los estados han estado ahí siempre. Igual que las prisiones, la economía capitalista o el salario. Pero no es cierto. Hacer visible la posibilidad de otras alternativas viables, basadas en ideas como la igualdad, la autonomía y la colaboración, es un reto. No es que nos las tengamos que inventar. Ya existen.