Fuente: La Jornada Ángel Guerra Cabrera 19.08.22
Pese a su carácter fulminante y a su innegable mérito político-militar, la ofensiva del Talibán no se compara con las épicas jornadas vietnamitas que condujeron a la toma de Saigón. Lo que sí se repite en este caso, como en ningún otro desde entonces, es la humillante derrota, por una guerrilla rural, de las fuerzas armadas de EU después de dos décadas de duros embates de éstas a su adversario. Entre el 12 y el 15 de agosto las principales ciudades afganas y la capital Kabul habían sucumbido a la ofensiva rebelde. Aquí, como en otros sitios del país, además de la irrupción desde fuera del Talibán, entraron en acción células insurgentes durmientes que desde dentro de la ciudad facilitaron la victoria de los integristas sin apenas derramamiento de sangre.
Ante preocupaciones y sospechas de opositores externos e internos sobre posibles abusos del ya proclamado Emirato Islámico de Afganistán, el principal vocero de los vencedores Zabihullah Mujahid prometió reconocer a las mujeres todos sus derechos, bajo la ley de la sharia, y aseguró que no buscarán venganza contra sus enemigos ni permitirán que el país sea usado como base para ataques terroristas a otros estados. En efecto, todo indica que el Talibán 2.0 tiene la intención de comportarse con más moderación y pragmatismo y no aspira a exportar su modelo. Lo que está por ver es que sea capaz de garantizar los derechos femeninos y los de quienes no comparten su versión ortodoxa del islam. Pero existe una descarada hipocresía de las potencias de la OTAN, que en dos décadas de ocupación muy poco se ocuparon de los derechos de las mujeres y las libertades en general y ahora se rasgan las vestiduras. Hay amplia evidencia de que aparte de ciertas áreas urbanas, el país no avanzó en cuanto a los derechos femeninos. De no haber sido por el relanzamiento de la industria del opio, muy restringida antes de la invasión, probablemente el panorama social habría empeorado aún más. Afganistán vivió un momento de gran esperanza con el gobierno del Partido Democrático Popular (comunista), que sí hizo grandes esfuerzos por hacer avanzar los derechos democráticos de toda la población, incluyendo los de las mujeres, pero topó con los intereses de los traficantes de opio y con sectores importantes del pueblo que no parecen haber estado aún preparados para disfrutar las ventajas de un Estado democrático y laico radical, lo que junto a la desenfrenada actividad de la CIA, finalmente coadyuvó a la trágica y contraproducente invasión soviética del país.
La guerra más larga de la historia de EU ha costado más de 2 billones de dólares, la mayoría de los cuales han ido a parar a los activos de las grandes industrias productoras de armamento. A pesar del alto costo de la ayuda occidental, la mitad de los afganos vive en la pobreza. La mortalidad infantil es de las más altas del mundo y la esperanza de vida de las más bajas. De haberse casi erradicado el cultivo del opio, hoy el país produce alrededor de 80 por ciento de la heroína del planeta. La guerra generó 5.5 millones de refugiados, que acaso aumenten ahora. El conflicto ha costado la vida a 47 mil civiles y 66 mil soldados y policías afganos, 51 mil talibanes y otros insurgentes. Han muerto casi 4 mil soldados estadunidenses y mil 100 soldados de otros países de la OTAN. Los atentados del 11/S y el alegado castigo contra sus presuntos autores, en su mayoría sauditas y ninguno afgano, fueron un pretexto de Washington para invadir Afganistán, para lo cual existía previamente un plan del Pentágono que buscaba hacer pasar por allí un importante gasoducto.
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