Fuente: https://www.telesurtv.net/opinion/Ultraderechas-20211013-0005.html?utm_source=planisys&utm_medium=NewsletterEspa%C3%B1ol&utm_campaign=NewsletterEspa%C3%B1ol&utm_content=37
En nombre del combate al comunismo se cometieron brutales crímenes que no solo costaron cientos de miles de vidas, sino que intentaron quedarse con el pensamiento de las grandes mayorías, que en un vano propósito de liberar a los países de América Latina, encontraron siempre las garras voraces y depredadoras del imperio.
«Desgraciadamente hay una tradición en la izquierda de Perú, de querer ser la izquierda que la derecha acepta». Héctor Béjar (Ex ministro del Interior del Perú).
Si en las décadas de mediados de siglo pasado hasta los años 80’s fueron los violentos golpes de Estado o invasiones de marines yankis, a partir de los 90’s estos golpes fueron reemplazados por la concepción neoliberal, una mutación antropológica que perseguía destruir el tejido social para finalmente borrar la experiencia existencial, el pasado histórico y todo tipo de militancia o compromiso político.
El actual neoliberalismo es la reedición del fascista «Viva la muerte», aquél grito franquista que irrumpió en la guerra civil española con trágicas consecuencias. Es la persecución del otro, del enemigo comunista, aunque poco y nada tenga que ver con esa ideología. En nombre de ello se traslada con singular vacuidad y antojo el odio como última versión de un enemigo generalizado, que intenta «destruir nuestros valores occidentales y cristianos».
Aprovechan la coyuntura y el miedo de la gente para impulsar, siempre apoyados por los medios hegemónicos y sus mercenarios del micrófono, un constante miedo prefabricado, en una coyuntura que les resulta favorable por la inercia y anomia de gobiernos nacionales y populares que arriaron muchas de sus banderas durante la controvertida pandemia.
La derecha travestida en «liberales o libertarios» se insinúa en extrañas alianzas con personajes nefastos, de mucho dinero, pero de poca inclinación al debate o a los regímenes democráticos, a través de declaraciones confusas, genéricas, que poco y nada tiene que ver con la historia o la problemática cotidiana de nuestros pueblos. Avanzan más por errores ajenos que por virtudes propias. La anomia social más la extremada tibieza de nuestros gobiernos permite el avance de sectores retrógrados y oprimidos también, que pasan a engrosar las filas de una derecha que se hace cada vez más fuerte y representativa, como por ejemplo en Perú dónde el recientemente elegido Pedro Castillo tuvo que permitir la renuncia de su ex ministro del interior por presiones de la derecha fujimorista.
Algo similar sucede en Argentina, dónde un ex presidente acusado de espionaje ilegal, lavado de dinero, contrabando, extorsión, entre otros tantos delitos, no ha sido sentado en el banquillo de los acusados después de un año y medio del nuevo gobierno.
Esta falta de coraje civil y de actitud de parte de los mandatarios elegidos por las grandes mayorías, producen un sentido inversamente proporcional de sus opositores, mejor llamado enemigos del pueblo, ya que estos se envalentonan a través de canales de TV o mensajes que tienen el aval de un pequeño núcleo de empresarios a los que no les interesa en absoluto la política, sólo su apetito voraz y peligrosamente globalizador que intenta despojar tierras a pueblos originarios, derechos laborales a los trabajadores y el aumento de sus riquezas en base a la expoliación de los recursos naturales de nuestros pueblos. Lejos, muy lejos están de ofrecer un debate coherente y de respetar instancias democráticas que ven como un enemigo de turno o una serie de «atropellos o logros típicos de los comunistas».
La guerra de baja intensidad ha comenzado y el sentido neofascista de aquellos conservadores o liberales de derecha estará siempre escondido como el huevo en la serpiente, que caló hondamente en la Alemania de 1933. Agotados sus mecanismos y legitimaciones pseudo democráticas, la ultra derecha prepara en América Latina la reedición de los fascismos europeos, hoy alentados por Marine Le Pen en Francia, Mateo Salvini en Italia o el tristemente célebre Vox en España (estos últimos, reciente aliados del PAN – Partido de Acción Nacional – en México, en asociación con el gobierno cipayo de Chile y el 30% de fascistas que viven en Argentina, Brasil, Paraguay y otras regiones de Sur América).
Alarma el ascenso de estos sectores ultras y fundamentalistas. Corresponde a nuestros gobiernos evitar la displicencia ante el embate de estas sectas, así como también no confundir las libertades públicas de expresión con el libertinaje que ostentan los dirigentes racistas, xenófobos y homofóbicos de los partidos ultraderechistas.
Mientras tanto, las clases políticas que están más preocupadas por su escalada electoral, siguen desmovilizando a los pueblos y lejos de conocer el pasado histórico, se retroalimentan en chicanas de bajo nivel y discusiones bizantinas.
Como decía el desaparecido periodista argentino Rodolfo Walsh: «Si no conocemos el pasado, estamos condenados a repetir los errores».
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