Los hechos que se han sucedido en el pequeño estado germano oriental de Turingia han suscitado un enorme clamor. El conjunto de la escena política de Alemania se encuentra en ebullición. Toda Europa habla de esto. Y así ha de ser, pues lo que está pasando en los márgenes más a la derecha de la política alemana tiene efectos que son más que simbólicos.

La elección de Thomas Kemmerlich como presidente del Parlamento regional en Erfurt fue la grieta reveladora que precede al terremoto. Kemmerlich pertenece al Partido Liberal —renacido de las cenizas, y que ha logrado sobrepasar el umbral electoral del 5%, solo sea por la minima—, y ganó gracias a los votos de los democristianos y los fascistas de la AfD.

Después de una noche de reflexion y tras reunirse con el secretario del FDP, Linder, el presidente recién elegido, cuya elección y permanencia en el cargo habrían estado completamente a merced de un partido cuya sección de Turingia está dirigida por quien se declara abiertamente fascista, Björn Höcke, decidió dimitir del puesto y presionar en favor de volver a las urnas.

No era un fenómeno novedoso que los partidos del centro-derecha en Turingia no se anduvieran con remilgos respecto a la ayuda de la AfD—prestada de la manera más solapada posible— con el objetivo de derribar a la coalición gubernamental compuesta por Die Linke, el SPD y los Verdes, encabezados por Bodo Ramelow. Sin embargo, en el pasado, el veto de la dirección de la CDU/CSU y el FDP en contra de cualquier colaboración con el AfD resultaba todavía eficaz, desalentando toda forma de dolo vergonzoso, algo que Kemmerlich mismo intentó al principio, aceptando alegremente los votos “no pedidos” que generosamente hicieron llover los fascistas sobre su cabeza.

Linder, secretario del FDP, que se encuentra hoy con un mar de problemas, fue también el más discreto al hablar cuando precisó distanciarse de esta “conquista de Erfurt”, y se ve ahora obligado una vez más a pedir el voto de confianza de su partido, que ha quedado claramente sobresaltado. No es ninguna coincidencia que la grieta se produjera en el seno del más cambiante e inestable de todos los partidos alemanes (liberal ocasionalmente, pero estricto halcón conservador cada vez que los vientos de la opinion pública soplan en esa dirección). El tono de Linder resultaba muy diferente de la condena de Angela Merkel, que tachó de “imperdonable” aceptar el resultado de una elección que se hizo posible gracias a los votos de la AfD.

El único partido que puede pretender que ha salido ganando con esto es la Alternative für Deutschland, que viene siendo acusada por quienes se han beneficiado de sus acciones de haberles tendido una trampa. Esta trampa funcionó sobradamente bien, sacando a la luz las contradicciones con las que se debaten los partidos centristas, que se enfrentan a una clara crisis en sus apoyos, especialmente en el este del país. Y aun más importante, resaltaba el hecho de que no es posible erradicar la izquierda de los estados orientales alemanes sin ayuda de la AfD, mientras que resulta absolutamente evidente que esta tentación sigue paseándose por entre la clase política centrist en esas regiones.

No obstante, en un plano federal, ese objetivo no vale los riesgos de perseguirlo. Nadie cree seriamente que Die Linke represente una línea de continuidad con el SED, el partido único de la difunta DDR. Pero mientras se agrupe a Die Linke junto a los fascistas dirigidos por Gauland y Höcke en la misma casilla, bajo la etiqueta de “formas opuestas de extremismo”, hay una serie de circunstancias en las que se ampliará una vez más el espacio de presencia de la AfD, y los partidos centristas tendrán que habérselas con el peor de los impulsos que circulan en su seno.

La inmediata reacción de una gran parte de la opinion pública, la movilización pública en las plazas de muchas ciudades, no sólo en los estados orientales, y la inmediata toma de postura de los politicos y el mundo de la cultura contra el “golpe de Estado” en Turingia cuentan una historia diferente. El compromiso de Alternative für Deutschland con la extrema derecha radical, las tendencias racistas y autoritarias de este partido y su negación del cambio climático las tiene la mayoría por único peligro real para la democracia alemana.

El prejuicio antifascista sigue siendo más fuerte aquí que en otros países europeos. No obstante, el crecimiento electoral de la AfD a lo largo del país sigue siendo un hecho del que hay que hacerse cargo, al igual que la sospecha de que la “trampa” de Turingia no fue un simple accidente, sino una deriva que han permitido los partidos centristas que se desarrolle dentro de ellos mismos, pese a las repetidas seguridades de lo contrario (este es el reproche que están haciendo figuras del SPD a sus aliados de la Gran Coalición).

Al fin y al cabo, hacerse con un gobierno regional con la contribución de la extrema derecha cuenta ya con un precedente en Europa: a saber, la coalición entre el Partido Popular, Ciudadanos y los neofranquistas de Vox que está en el gobierno en Andalucía.