Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2022/02/23/sumision-otan-y-guerra/ FEBRERO 23, 2022
SUMISIÓN, OTAN Y GUERRA por Iñaki Gil de San Vicente
CONVERSANDO CON EL SINDICATO UNITARIO Y NACION ANDALUZA [1]
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«Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros […] Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas».
Marx y Engels: Manifiesto del Partido Comunista. Obras Escogidas. Progreso. Moscú 1978. T. I. p. 116.
En el capítulo XXIII de El Capital sobre La ley general de la acumulación del capital, Marx enfatiza en cursivas «el estado de sumisión» en el que malvive el proletariado. La ley, que es el fusil hecho papel, es otra de las fuerzas de terror material y simbólico que refuerza la definición de sumiso que ofrece el Diccionario: «obediente, subordinado, rendido, subyugado». El servilismo es la sumisión auto-humillante. Recuperemos la antigua acepción republicana de servil: quien pasiva o activamente se somete al rey o a la reina, como el caso del Sinn Fèin que ha felicitado a la reina británica por su cumpleaños.
Desnudemos a la monarquía y al imperialismo, y descubramos su esencia, el capital como relación social de explotación, y veremos que la «democracia» es la zanahoria para sumisos y serviles, siendo el fusil, la OTAN, el palo que golpea al proletariado, a los pueblos insumisos, no serviles.
Del mismo modo en que el Estado es la forma política del capital, la OTAN es la forma militar del imperialismo, lo que le confiere un poder político y científico-cultural enorme. La OTAN ocupa Andalucía, nudo geoestratégico de los ejes oeste-este y norte-sur comerciales y militares en el Atlántico de África y Eurasia, junto a Canarias, Marruecos y Portugal. Dentro de jerarquía imperialista, el Estado español conserva oficialmente la dominación de Andalucía, pero como parte subsidiaria del imperialismo y la OTAN. Esta jerarquía de dominaciones es importante para comprender en su pleno alcance el potencial liberador de la independencia de Andalucía, porque, visto lo visto, solamente puede ser socialista o no lo será precisamente por su valor geoestratégico para el imperialismo.
Para el Estado español la pérdida de Andalucía es insoportable porque además del agujero económico está el hundimiento de una parte sustantiva, junto a la castellana, de la identidad españolista construida sobre la explotación negadora de esos pueblos. Pero en el nivel jerárquico superior, el imperialista, esa independencia destruiría una de sus bases y vías logísticas con una importancia próxima a las de Ormuz, Adén, Suez, Panamá, Malaca, etc. El que por ahora se crea lejana o imposible esa situación, a buen seguro que la OTAN, Londres por ejemplo, además de Washington y Madrid, no la olvidan porque entre otras cosas fundamentales para el imperialismo es el control de África.
Andalucía es importante para aislar al pueblo amazigh que resiste al corrupto Marruecos, y sobre todo para, destruida Libia, «reconquistar» la rica y céntrica Argelia, llave de la región, condenando a muerte al heroico pueblo saharaui y a los tuareg. La inaceptable alianza de Mali con Rusia amenaza el eje sur-norte destinado a facilitar el saqueo de los infinitos recursos del Sahara, del Sahel, de la cuenca del caudaloso y vital río Níger, de Centro África, etc. El imperialismo observa con creciente inquietud cómo los pueblos de África van perdiendo el miedo inoculado por el salvaje terror colonialista y por el terror más astuto de la descolonización de la década de 1960. La OTAN sabe que Rusia, China y en menor medida Irán y hasta Cuba con su nunca suficientemente valorada ayuda médica, van ganando prestigio en la martirizada África, y eso es mortal para el dios-dólar.
Por todo esto, la presión permanente del imperialismo contra la identidad andaluza tiene también la función de desarraigar cualquier brote independentista que ponga en peligro el poder de la OTAN sobre Andalucía como paso obligado del eje sur-norte. Cuando decíamos que la OTAN como forma militar del imperialismo tiene por ello mismo poder científico-cultural e ideológico nos referíamos también a que la OTAN necesita aplicar al menos tres estrategias en Andalucía: una, borrar su larga historia afro-andalusí es decisivo para que el pueblo asuma ser una pieza clave en las atrocidades imperialistas en África. Dos, imponer el españolismo nacional-católico, monárquico y a la vez progre que vea normal la andaluzofobia incluso dentro de mismo pueblo avergonzado de su lengua. Y tres, reforzar el centralismo español, como se logró desde finales de los ’70 cuando la creciente marea andalucista fue adormecida y dividida en el laberinto parlamentario español con el inestimable apoyo de los serviles de su Majestad.
Desde hace un tiempo, sin embargo, resurgen brotes de un soberanismo andaluz que más temprano que tarde se planteará el salto al independentismo. Esta tendencia al alza debe superar los nuevos cantos de sirena sobre las oportunidades abiertas por el Gobierno «progresista»: «¡No os preocupéis, Madrid siempre nos ha engañado, pero todo va a cambiar para bien con el nuevo Gobierno ‘progresista’, basta con votarnos!».
El anzuelo centralista está oculto con palabrería sobre el contexto, la crisis, el fascismo, el supuesto «imperialismo ruso» contra Ucrania que induce a Andalucía a apoyar aún más a la OTAN. Frente a las posibles próximas elecciones autonómicas, el reformismo multiplica su españolidad, la izquierda suave vuelve a sentir el vértigo de tener que hacer honor a su soberanismo oficial o volver a su tradicional estatalismo «crítico», y el soberanismo independentista se vuelca en su nación. Así, en Andalucía surge el eterno debate pre-electoral entre el mal menor reformista y el mal menor revolucionario[2] que recorre Nuestramérica, que ya suena en el Estado español ante 2023 y que se recrudecerá tras el espectacular ascenso de la extrema derecha en Castilla-León en 2022.
Para no tragarnos el anzuelo ni obnubilarnos por los cantos de sirena debemos recurrir a la experiencia histórica sintetizada en la teoría. El debate entre reformismo o revolución, aunque sea simplificado a su límite electoralista y parlamentarista, nos remite siempre al momento crítico en el que la ideología reformista adquiere cuerpo a finales del siglo XIX, sin enriquecerse nunca más después, mientras que la teoría marxista estará en permanente enriquecimiento. Esta diferencia abismal se debe al carácter ideológico –que no teórico– del reformismo, y al carácter teórico –que no ideológico– del marxismo, lo que le dota de una calidad intelectual y potencial cognoscitivo imposible para la ideología burguesa.
La teoría nos explica que para finales del siglo XIX ya se habían constituido las cuatro grandes contradicciones inconciliables entre la praxis revolucionaria y el reformismo: Una: la crítica de la economía política burguesa partía y parte de la ley del valor, del trabajo abstracto, de la plusvalía, etc., demostrando que el capitalismo sólo puede sobrevivir explotando al ser humano y a la naturaleza. El reformismo rechaza esta crítica, o en todo caso sostiene que puede anularse lo «malo» del capitalismo quedándose con lo «bueno», o sea, arrancar dientes y garras al león para usarlo como mulo.
Dos: la crítica del Estado como forma política del capital, como centralizador estratégico de sus instrumentos de explotación, opresión y dominación, como la pieza interna que garantiza que la democracia burguesa sea en realidad la dictadura del capital. El reformismo rechaza esta crítica sosteniendo que el Estado o bien es neutral e interclasista, o aun siendo burgués, sí puede impulsar el socialismo.
Tres: la crítica del idealismo y mecanicismo histórico burgués que niega o minusvalora que la lucha de clases sea el motor de la historia, que interpreta la historia desde el individualismo metodológico que tiende tarde o temprano al consenso y los acuerdos entre los «líderes» negando el papel central de las clases explotadas, de las mujeres trabajadoras y de los pueblos oprimidos.
Cuatro: la crítica del dogmatismo, de lo estático y aislado, de la trascendencia y del rechazo de la inmanencia y del ateísmo, de toda interpretación de lo real que niegue que su movimiento está determinado por la unidad y lucha de sus contrarios, sus oposiciones y sus diferencias internas, siendo influenciada por las presiones externas a ese proceso que, a su vez, es parte de una totalidad superior que lo envuelve y que nunca está quieta. El reformismo odia la dialéctica del pensamiento, de la sociedad y de la naturaleza porque muestra que es la lucha de los contrarios inconciliables la que decide el futuro.
El desarrollo posterior de la teoría marxista ha sido enriquecido por las nuevas formas y contenidos de las contradicciones esenciales del capitalismo, evolución en la que no podemos entrar ahora a pesar de que es el único método que explica lo que ocurre, viendo la bazofia ideológica fabricada por la casta intelectual asalariada. Tenemos el ejemplo presente de la supuesta invasión rusa de Ucrania, que incluso sin producirse ya determina por lo bajo parte del futuro de Andalucía porque es un gigantesco cuartel de la OTAN.
Llegados a este punto debemos releer la cita del Manifiesto Comunista que encabeza este texto porque es la base sobre la que se yergue el enriquecimiento teórico posterior que ahora destroza las mentiras sobre la OTAN. En 1848 aún no estaban desarrollados conceptos centrales del marxismo, pero sí el de que el capital es un brujo destrozado por su irracionalismo, una especie de Uróboros que sobrevive devorándose a sí mismo pero con el agravante que con ello devora la naturaleza.
Sobre todo, la ley general de la acumulación capitalista, la ley tendencial de la caída de la tasa media de ganancia, y la teoría del imperialismo explican por qué la burguesía busca a cualquier precio la máxima ganancia en el mínimo tiempo posible sobreexplotando al proletariado; invadiendo pueblos para saquear sus recursos; devorando a las burguesías débiles; esquilmando la naturaleza; impulsando la tecnociencia para aumentar los beneficios y la industria de la matanza humana para masacrar con el terror la posibilidad de la revolución comunista por improbable o imposible que aparente ser. Sabemos así porqué y para qué EE.UU. tiene más de 750 bases militares en el mundo, en cuatro de cada diez países; y no contamos las bases de otras potencias imperialistas. Ignorar o negar estas leyes tendenciales, es decir, dialécticamente unidas a la lucha de clases, hunde a la humanidad en el abismo irracional que puede llevarle al exterminio.
Desde al menos la revolución industrial Eurasia ha sido codiciada. No tenemos espacio para ver las atrocidades contra India, China, Cochinchina, Japón, etc., intensificadas desde comienzos del siglo XIX. Con respecto a Rusia, recordemos a Napoleón y sobre todo a Gran Bretaña y su Gran Juego con la guerra de Crimea, su pacto de 1904 con Japón contra Rusia, sus intrigas con EEUU en1914-18 para balcanizarla en una docena de Estados-títeres reduciendo Rusia a Siberia; el cerco económico hasta el presente; la entrevista de Hitler con los yanquis en 1922; los planes japoneses de 1923, 1931 y su ataque a la URSS de 1939. Las simpatías filonazis de la burguesía imperialista y sus acuerdos económicos con Hitler en plena guerra. F. Halder, jefe del Alto Estado Mayor, pasó a EEUU el plan contra la URSS medio año antes de la invasión en junio de 1941. En 1943 los aliados idearon dos vías: una para destruir Alemania, y otra para negociar con ella la guerra contra la URSS, llevando a Dinamarca en 1945 las diez mejores divisiones nazis rendidas.
Creada la OTAN en 1948 se idearon planes de guerra nuclear con la URSS. En 1954-55 se pensó en atacar con bombas atómicas Corea, zonas de China y unidades rusas; en 1957 se ideó otro ataque masivo contra la URSS y años más tarde lo mismo contra Vietnam. Todos serían precedidos por la provocación de protestas y actos terroristas para debilitar esos países y justificar su invasión. Fracasaron porque la URSS advirtió que respondería con la estrategia de «destrucción mutua asegurada», los objetivos a invadir eran inmensos, el apoyo popular al proceso de transición al socialismo era enorme, y porque se provocaría una tercera oleada revolucionaria como en sucedió con la I y IIGM.
En 1962, la OTAN instaló misiles nucleares en Turquía, la URSS respondió llevando misiles a Cuba. Tras la negociación, la URSS los retiró de Cuba pero la OTAN los mantuvo en Turquía. En 1973 Israel quiso lanzar bombas atómicas contra países árabes porque estaba perdiendo la guerra del Yon Kippur, pero la URSS lo impidió haciendo volar un MIG 25 sobre Tel Aviv ante la impotencia de los mejores aviones yanquis. En 1977, Brzezinski, consejero áulico, propuso la destrucción de 25.000 centros urbanos e industriales soviéticos aunque murieran 110 millones de personas, así como arrancar Ucrania de la URSS por su importante papel en la Unión. En 1983 la reina Isabel de Inglaterra gravó un discurso televisado anunciando el ataque nuclear a la URSS.
No hizo falta emitirlo porque la burocracia exsoviética aceleró su salto atrás, a la muy rentable para ella barbarie capitalista, que culminaría en 1991 cuando la «nomenklatura» decidió por fin privatizar lo que había robado al pueblo, acelerando su conversión en nueva burguesía. El triunfalismo yanqui propuso en 1992 comprar Siberia a lo que quedaba de Rusia, para explotarla en beneficio del dólar. Pero una minoría imperialista comprendió que no podía amenazar a Rusia porque ello provocaría la recuperación de su orgullo herido, siendo intocables Ucrania y Crimea. A mediados de los ’90 la OTAN prometió varias veces a Rusia que no avanzaría hacia el Este.
Pero era otra mentira porque la OTAN destrozó Yugoslavia y en mayo de 1999 un sofisticado cohete yanqui destruyó la embajada de China en Belgrado: un aviso de lo que se avecinaba. Ese año, el presidente Clinton dijo que tras balcanizar Yugoslavia había que romper Rusia. En 2002 EEUU abandonó el acuerdo de control de armas, y desde 2004-05 intensificó penetración en el Este. Desde Yeltsin hasta Putin, Rusia advirtió al menos cinco veces al imperialismo de que no siguiera provocando, pero en vano porque la irracionalidad del capital hace que toda crisis sólo se resuelva con más explotación y más agresiones, o posponiendo para un futuro estallidos aún más exterminadores.
El secreto no es otro que al imperialismo le urge apropiarse de los inmensos recursos de Eurasia. Un ejemplo sangrante: sólo Ucrania y Rusia exportan el 28% del trigo mundial, cantidad que asciende si le sumamos Bielorrusia. Ocurre que las tierras cultivables del planeta pierden productividad, además la alimentación es una mercancía cada vez más valiosa por las hambrunas crecientes y por ello es un arma de dominación, y apropiarse de las aún fértiles tierras de Eurasia es un negocio redondo para la poderosa agroindustria occidental, además de otros muchos tesoros de una Siberia en deshielo.
Entre 2011 y 2014 el grueso de la burguesía rusa comprende por fin que Occidente es el mismo enemigo de siempre, incluso más engreído, pero el sector reducido, más neoliberal y occidentalizado pretende pactar una rentable «descentralización» de Rusia bajo control de EE.UU. y Europa. La mayoría burguesa, nacionalista, sabe que, sin romper del todo con la UE, su futuro está en Asia por lo que desde 2014 impulsa reformas económicas, militares, culturales e internacionales destinadas a vencer en una guerra defensiva contra el imperialismo que ha aniquilado Libia tras fracasar en Argelia años antes pero a la que volverá a atacar, que intenta destruir Siria, Líbano, Irak, Palestina, Yemen ¿y Etiopía? … como antesala para acabar de un modo u otro con Irán, y tras su derrota en Afganistán y Kazajistán, controlar Pakistán de modo que con la ayuda de India, Turquía y Azerbaiyán amenazar la frontera caucásica de Rusia, ya presionada desde el Este, por Ucrania y la OTAN europea, y también a China, rodeada desde allí hasta el Pacífico Norte.
Ucrania cumple al menos seis objetivos: Uno, instalar misiles nucleares que en 300 segundos desintegren Moscú, Minsk y otras ciudades. Dos, calibrar la resistencia de la burguesía rusa y de China, la verdadera enemiga. Tres, demostrar a la UE quien manda realmente, sobre todo en lo decisivo: energía, finanzas, armas, tecnociencia… Cuatro, fortalecer a reaccionarios y fascistas fieles a Washington porque pueden ser decisivos según se agudice la crisis mundial. Cinco, experimentar las nuevas armas de la industria del terror y la muerte. Y seis, recuperar algo la popularidad del senil Biden en EE.UU.
La burguesía resuelve sus crisis con diversos grados de destrucción, explotación y saqueo, según sea la gravedad e interacción. Las grandes las resuelve con grandes guerras y las mundiales con guerras mundiales. ¿Cómo provoca el imperialismo su estallido militar? La «crisis de Agadir» de 1911 provocada por el Estado francés casi inició la guerra con Alemania que habría sido la chispa de la IGM, conflagración que se retrasó sólo tres años hasta la «crisis de Sarajevo» de 1914. Japón justifico su genocida guerra contra China entre 1937-45 tras provocar el «incidente» del puente Marco Polo. Alemania multiplicó su genocidio en 1939 después de que las SS provocaran el «incidente» de Gleiwitz acusando a Polonia. Y para no extendernos: la destrucción de Irak en 2003 se justificó con mentiras sobre armas de destrucción masiva, nunca encontradas.
Rusia advierte que la OTAN puede provocar otro «incidente» en Ucrania que de paso a una escalada de guerras contra ella y Bielorrusia. Bajo una implacable campaña de manipulación psicopolítica basada en el miedo para imponer la sumisión a EEUU, surgen diferencias entre las fracciones de la burguesía europea, pero su sumisión a Washington facilita que la OTAN inicie una espiral de choques armados locales que tal vez salten a una guerra regional de tanteo y desgaste que, si se descontrolase, pudiera abrir una letal guerra centroeuropea sin armas de masiva destrucción nuclear, aunque luego… EE.UU. quiere esa espiral de muerte no golpee su territorio, como en las dos guerras anteriores: que sólo se mate Europa entre sí en beneficio de su Estatua de la Libertad.
Si la guerra se extendiera en Europa, su proletariado sería la carne de cañón en el matadero. La OTAN, forma militar del imperialismo, es también su fuerza represiva fundamental contra su proletariado interno. La OTAN no quiere que otra guerra provoque una tercera oleada revolucionaria así que lleva tiempo multiplicando los medios represivos que la impidan y los endurecerá según lo necesite. Utiliza la pandemia para desarrollar sofisticados medios de control, delación, vigilancia masiva y represión selecta, además de masificar el miedo individualista, pero no ha logrado aún el total «estado de sumisión» imprescindible para mantener una guerra de alta letalidad. Toda guerra imperialista lleva un severo recorte de los derechos burgueses en su seno, llegando a la dictadura contra el proletariado si fuera necesario.
En tanto que base de la OTAN, el Estado es parte de sus agresiones y guerras: Yugoslavia, Irak, Afganistán, Libia, Siria…, expansión al Este y al Sahel, sede de su Cumbre en junio de 2022, etc. La lucha contra la guerra es la lucha contra la OTAN y por ello contra la existencia misma del Estado, que no existiría sin ese poder militar. Partiendo de aquí, debemos aprender del pasado. La II Internacional pretendió organizar una huelga general con llamados blandos, descoordinados e imprecisos en caso de estallase el conflicto, pero no hizo nada más; peor aún intentó acallar la crítica del militarismo boicoteando el decisivo libro de Rosa Luxemburg La acumulación capitalista publicado a finales de 1912, marginaba a la corriente crítica, toleraba el ascenso del colonialismo y apoyaba a las burguesías. Desde antes de la I Internacional de 1864, se exigía el desmantelamiento de los ejércitos como reivindicación vital, pero desde el primer segundo de la IGM casi la totalidad de la II Internacional se puso servilmente a las órdenes de sus burguesías.
Con respecto a 1911-14, el reformismo ha retrocedido más allá de la II Internacional como se comprueba en el Manifiesto por la paz y para evitar una nueva guerra en Europa[3], firmado por Podemos, IU, En Comú Podem, Alianza Verde, EH Bildu, BNG, Compromís, Más País, Verdes Equo y CUP: no se lanza la idea de preparar una huelga general en el Estado; no se exige desmantelar la OTAN; no se moviliza contra la Cumbre; no aparecen conceptos imprescindibles como imperialismo, capitalismo, militarismo; se propaga un pacifismo suicida e inmoral… Preferimos que los y las lectoras comparen este texto con el Manifiesto por la paz.
Si bien 2022 es muy diferente a 1933-39 conviene recordar que la III Internacional erró en el análisis del fascismo no pudiendo movilizar una poderosa resistencia trabajadora. Cuando en 1938 Gran Bretaña y el Estado francés claudicaron frente a Hitler en Múnich, que ya tenía un acuerdo con Polonia, la URSS comprendió que esas burguesías anhelaban que los nazis la destruyeran hasta sus cimientos, como era su objetivo. El despliegue de la Werhmacht para invadir la URSS adelantó el de la OTAN para pulverizar la Federación Rusa en poco tiempo. Esta es una de las razones por las que la Federación advierte que declarará la guerra defensiva si la OTAN se instala en Ucrania porque es cuestión de supervivencia viendo la historia y la extrema gravedad de las contradicciones mundiales.
Para las clases y naciones oprimidas, especialmente para Andalucía, romper las cadenas de la OTAN es romper las cadenas españolas y viceversa. Como Estado dependiente del imperialismo su dependencia de la OTAN es absoluta. Se conocen los objetivos que la URSS iba a bombardear nuclearmente en el Estado en caso de guerra, y si estallase otra conflagración ahora serían más que entonces los puntos a destruir porque ha aumentado la otanización española. Es ceguera suicida no combatir radicalmente a la OTAN y al Estado: su desmantelamiento mediante la revolución socialista.
IÑAKI GIL DE SAN VICENTE
EUSKAL HERRIA 18 de febrero de 2022
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