Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2021/09/04/socialismo-democratico-ecologista-nacionalista-e-internacionalista-por-jorge-veraza-urtuzuastegui/ Jorge Veraza Urtuzuástegui
SOCIALISMO DEMOCRÁTICO, ECOLOGISTA, NACIONALISTA E INTERNACIONALISTA por Jorge Veraza Urtuzuástegui
Soberanías, pp. 213-226. Abya Yala. Enero 2010.
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El siglo XXI inicia con un nuevo horizonte político y social para toda la humanidad: socialismo, democracia y ecología son conceptos y prácticas humanas que guardan una conexión de esencia entre sí. Esto es, que sólo involucrándose virtuosa y positivamente entre ellos logran ser lo que pretenden: la democracia, democracia; la ecología, ecología y el socialismo, socialismo.
El socialismo no lo sería si no fuera democrático y ecológico, ni la democracia pasaría de mera formalidad –y en muchos casos sólo promesa vacía– si no es socialista y ecologista; mientras que la ecología promovida por los seres humanos sería impotente de no asumir que debe existir en beneficio de todos, esto es ser democrática, para que los interesados mismos participen en su promoción, en la crítica y en el freno a las destrucciones ecológicas ocasionadas por diversos actores, en especial políticos y económicos.
El ecologismo sería impotente si no se asume socialista o, en otros términos, como gestión ecológica en beneficio de toda la humanidad sin distinción; y para ello no deberá detenerse ante privilegios de clase o de individuos y grupos de poder, y consecuentemente beneficiará a los seres humanos actualmente sometidos a las peores condiciones de vida y a la explotación capitalista de su trabajo.
De hecho, la explotación antiecológica de la naturaleza es el correlato constante de la explotación del trabajo; y si el ambientalismo se mantiene ciego ante este hecho, sólo será ambientalismo de palabra y no podrá sino preservar y fomentar no sólo la explotación del trabajo a la que es insensible por prejuicio y que no ve, sino también promoverá la destrucción de los ecosistemas naturales, proceso que pretende combatir.
La lucha por el socialismo deja de ser utopía –al tiempo en que intensifica su carácter esperanzado y esperanzador– conforme concreta los medios para realizarse y los sujetos humanos que la llevan adelante hasta el final. Y es que mientras ni el sujeto histórico ni los medios adecuados han sido establecidos, la lucha por el socialismo no pasa de ser una abstracción y un buen deseo; de cualquier manera impotente.
Una vez que la lucha por el socialismo se vincula fundamental y prácticamente con la lucha ecologista, deja de ser utopía porque ubica con toda claridad el lugar de su realización. Algo análogo puede decirse de la democracia en tanto mediación o instrumento constante de la lucha por el socialismo: sólo siendo democrático, el socialismo deja de ser utópico, pues se concreta al defender el único ámbito social adecuado para realizar la libertad de todos los individuos sociales con base en satisfacer sus necesidades. Cada avance hacia el socialismo se mide por el desarrollo democrático auténtico que se logra. La democracia es el ámbito para mejor desplegar la lucha por el socialismo y el instrumento para hacerlo así como el resultado constante de dicha contienda.
Decir: “¡Vamos avanzando en forma muy autoritaria y segura hacia el socialismo!” constituye una falacia que pudo haber pensado para sí mismo Stalin en algún momento. “¡Vamos avanzando hacia el socialismo porque hacemos crecer las formas democráticas de convivencia aunque sin mejorar las condiciones económicas y sociales de vida de la gente!” es otra falacia. Por paradójico que parezca, las diversas combinaciones de ambas falacias pueden resultar en avances a favor del pueblo, tanto en un sentido económico como político. La hipocresía de que brilla en el país la democracia aunque el pueblo sea miserable y se lo asesine cada vez que protesta o se insubordina es incluso mejor que el descarnado y cínico militarismo y fascismo.
“Es mejor que” no significa que la situación histórica no sea complicada y desesperante, ni que una y otra vez el luchador social crea sucumbir y viva profundas frustraciones, sino que cada avance y cada obstáculo y cada situación deben ser evaluados en su justo valor para el conjunto del pueblo. Es decir, para el conjunto de las luchas sociales que se despliegan en un momento dado y que son posibles dentro de esta situación social, pues si medimos la coyuntura sólo en referencia a uno de los grupos que luchan, lo haremos abstractamente y nos equivocaremos perdiendo concreción al volvernos sectarios.
La lucha por la democracia y la ecología inició a fines del siglo XVII en Europa y la lucha por el socialismo, a principios del siglo XIX. Cada una de estas luchas prosigue hasta la fecha y desde que la lucha a favor de la ecología irrumpió en la escena histórica con urgencia –propiamente a mediados de los sesenta del siglo XX– tanto la democracia como el socialismo se vieron obligados a asumirse más temprano que tarde ecologistas, si en verdad querían desarrollarse arraigando en el sentir de la gente.
La caída del muro de Berlín en 1989 y el desmembramiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1991 obligaron a recordar la esencia democrática del socialismo y del comunismo desfigurada por el stalinismo y el burocratismo autoritario del Estado en la URSS. Si por poco más de cien años, la lucha por el socialismo pudo ser eficiente sin ser ecologista, desde la década de los sesenta del siglo XX no asumir la ecología les costó cada vez más caro a los movimientos y partidos socialistas y comunistas que se vieron obligados a reconocer, primero a regañadientes y sin convicción, la mutua pertenencia de la lucha ecologista con la socialista.
El materialismo histórico –entre mediados y finales del siglo XIX– logró la hazaña de concretar la lucha por el socialismo en el sentido referido. Pero las condiciones en que se desplegó dicha lucha durante el siglo XX opacaron el carácter democrático del socialismo durante poco más de la mitad de ese siglo, si bien, la revuelta internacional de 1968 de la juventud estudiantil y obrera recordó y prácticamente recuperó este rasgo.
Conforme se profundizaba el caótico desarrollo industrial capitalista posterior a la Segunda Guerra Mundial bajo la hegemonía mundial de Estados Unidos, se puso a la orden del día la necesidad de proteger el medio ambiente si la vida humana quería ser sustentable; por ende, el ecologismo devino en contenido obligado de las luchas socialistas e incluso de aquellas luchas sólo democrático-burguesas que no apuntan a trascender al capitalismo.
Proteger el medio ambiente es un contenido fundamental de la lucha por el socialismo establecido en diversos escritos por Marx (véase “Maquinaria y Gran Industria”, capítulo XIII de El Capital) y por Engels (Véase Del socialismo utópico al socialismo científico) pero no subrayado por ellos dadas las condiciones menos nocivas del avance industrial capitalista en el orbe. Esto sí pasó a ser subrayado por la nueva realidad y asumido crecientemente por los movimientos sociales.
Asumido consecuentemente, el socialismo democrático ecologista es nacionalista revolucionario y es antiimperialista, de manera que el internacionalismo revolucionario que caracteriza a la lucha por el socialismo se concreta con el nacionalismo revolucionario de cada pueblo, en tanto se miran unos y otros como copartícipes en la lucha por la ecología, la democracia y el socialismo.
Lo complejo de esta idea obliga a que vayamos por partes. En primer lugar, hablaremos acerca de la nación proletaria, esto es todos los trabajadores de la ciudad y del campo, tanto manuales como intelectuales.1 En tanto sujeto vivo, el proletario habita un espacio y un tiempo determinados en condiciones materiales precisas, tanto de paisaje como de instrumentalidad y, por ende, de usos, costumbres, lenguaje, moralidad y cultura. Es un congénere de otros seres humanos, proletarios y no proletarios, con quienes interactúa. Es coetáneo y coterráneo que nace, crece, se reproduce y muere interactuando socialmente. Es parte de una generación en medio de otras, en fin, es parte de un conjunto de nacidos, nativos y nacionales. Todos ellos son una nación, esto es, un conglomerado humano organizado para nacer, reproducirse y perdurar arraigados concretamente en un territorio, en un tiempo y con formas de vida determinadas. Esto es lo que constituye básicamente una nación.
La lucha por la ecología es simultáneamente local, nacional e internacional, incluso planetaria. Es una lucha por las condiciones de reproducción de la vida y por ende de la fuerza de trabajo. Es una lucha cualitativa en torno a la jornada de trabajo y el salario, porque atiende a las condiciones reales de vida y complementa las luchas por un mejor salario. Además, es una lucha por los valores de uso naturales, que están en la base del sistema de valores de uso que constituyen la columna vertebral del contenido de la nación. Es, pues, una lucha política democratizadora y nacional que está en conexión inmediata con las relaciones entre las condiciones de la vida urbana y rural y con la contradicción ciudad-campo, que se resuelve sólo a través de la alianza obrero-campesina y étnica. Y si bien las luchas por la ecología, por el valor de uso para el consumo, así como por la soberanía sexual y aquella relacionada con la procreación constituyen los contenidos fundamentales del nacionalismo revolucionario proletario auténtico, la lucha por la ecología es su motor específico, así como su bastión estratégico.
La soberanía del pueblo sólo puede ocurrir en forma democrática y aplicándose sobre un espacio geográfico determinado, desde el municipio al territorio nacional y hasta el planeta entero, dependiendo de los casos y de la fuerza con la que el pueblo pueda hacer valer su soberanía. La soberanía del pueblo es un contenido inherente al socialismo tanto como la democracia lo es a dicha soberanía.
El ejercicio de la soberanía nacional continúa el ejercicio de la soberanía local y étnica del pueblo; lleva la soberanía popular a su forma desarrollada y, hasta una medida territorial, de recursos y poblacional (esto es, geopolítica) que ya puede ser relativamente autónoma y autosuficiente en el ámbito mundial contemporáneo. En otros términos, hasta una medida que permite la conexión producción-consumo de la sociedad en un sentido reproductivo concreto no sólo para el logro de la sobrevivencia sino del desarrollo pleno de los individuos sociales.
El ejercicio de la soberanía nacional concreta la soberanía del pueblo; de modo que es parte insoslayable de la lucha por la democracia y por el socialismo. Por eso la defensa de la soberanía nacional no sólo llena de contenido la lucha contra el imperialismo, pues si el pueblo y el proletariado en particular no afirman a la nación vacían de contenido –o sería sólo de palabra– su lucha contra el imperialismo, impuesta por las circunstancias de la “globalización”, es decir, de la mundialización del capitalismo y del ejercicio de la hegemonía mundial de Estados Unidos.
Pero el ejercicio efectivo de la soberanía nacional por cuenta del pueblo como manifestación de su soberanía política en general así como la defensa de la soberanía nacional por parte del pueblo, no sólo dan vida a la lucha contra el imperialismo, sino también, a la lucha contra el capitalismo en general y contra el capital nacional en particular. Esto ocurre en primer lugar, en la medida en que ese capitalismo nacional haya perdido vocación antiimperialista y nacionalista, como les ha sucedido a grandes sectores de las diversas burguesías latinoamericanas. En segundo lugar, en todo aquello en que el capital y la burguesía nacionales -incluso en lo que les queda de nacionalistas y antiimperialistas- no sean democráticos. Pues, como digo, a través del ejercicio popular y proletario de la soberanía nacional se realiza la soberanía del pueblo, en especial de sus clases oprimidas, las más numerosas de toda nación actual.
Finalmente, el ejercicio de la soberanía nacional por cuenta directa del pueblo –y no meramente del Estado– y la defensa de la soberanía nacional en este mismo tenor, es anticapitalista y no sólo antiimperialista. Esto se dará en la medida en que el pueblo tenga la suficiente fuerza y consciencia política e histórica como para expropiarle el territorio nacional al Estado burgués, y la nación en cuanto tal al capital, cuya reproducción ampliada somete todas las relaciones entre los seres humanos que integran la nación.
De no contar con la fuerza suficiente o con la suficiente conciencia histórica para tal empresa, el contenido socialista, democrático y ecologista –y por ende antiimperialista y anticapitalista– juega un papel fundamental en las luchas sociales, dando contenido concreto y combativo al ejercicio de la soberanía nacional por parte del pueblo. En efecto, le permite a éste de entrada ni más ni menos que establecer las condiciones más favorables para llevar a cabo alianzas con los sectores antiimperialistas y democráticos de la burguesía nacional o para la conformación de frentes anticapitalistas o antiimperialistas sea con los connacionales o con pueblos hermanos, vecinos o no, que hayan desarrollado ya en pequeña o gran medida su vocación antiimperialista y anticapitalista, como sucede felizmente en la actual coyuntura latinoamericana.
Así llegamos a la consideración de la siguiente paradoja. La necesidad histórica de que la soberanía del pueblo utilice al Estado capitalista nacional para combatir al imperialismo y las empresas capitalistas trasnacionales que son su punta de lanza. Condición paradójica que sin la soberanía del pueblo nunca llegaría a su plenitud, sería imposible, porque el capitalismo transnacional avasallaría al pueblo y a la nación al tiempo que destruiría la ecología de la nación, a fin de lucrar; es decir destruiría las condiciones básicas de vida del pueblo. Por eso el pueblo y el proletariado en particular, antes de poder dirigir la fuerza del Estado en contra del capital, de la burguesía y del mismo Estado hasta destruirlos, hace un uso relativo de esta fuerza encaminándola sólo contra el capital imperialista y las alianzas que éste ha logrado con la burguesía nacional. En ambos usos históricos se trata de preservar y fortalecer la soberanía del pueblo y del proletariado en la exacta medida en que ésta ha podido pararse sobre sus propios pies y ha echado a andar.
Para concluir podemos arribar a la clave de todo lo dicho. El dominio del dinero, del mercado y del capital y su Estado se afianza en el dominio del valor económico apropiado privadamente y contrapuesto al trabajo y a las necesidades individuales y sociales, pues todo lo que es útil y valioso por su uso concreto, el valor capital lo explota lucrativamente a su favor mientras crea miseria de todo tipo entre la población. El dominio del valor económico sobre el valor de uso es la clave del dominio capitalista.
El valor de uso global de la nación –su territorio incluido– ha pasado a ser dominado por el capital y su Estado para ponerlo al servicio de la acumulación de valor y más valor, de plusvalor. Por donde caemos en la cuenta de que la lucha ecologista y la lucha por la nación son luchas por el valor de uso en sus diversas dimensiones; luchas por la vida, pues con esos valores de uso se sostiene y reproduce la sociedad.
Análogamente la lucha por la democracia es la lucha porque prevalezca la libertad, ese alto valor de uso que nos distingue del resto de seres vivos y caracteriza la convivencia propiamente humana precisamente como suma de individuos libres. ¿Por qué digo que la libertad es valor de uso? Porqué nos es altamente útil a todos ¿No es verdad?
Y ahora podemos pasar a hablar de la lucha por el socialismo en tanto valor de uso, es decir en tanto que nos es valioso por su utilidad para la vida. La lucha por el socialismo rescata la comunidad para los seres humanos, la solidaridad de todos, haciendo ver que cada uno suelto y libre es flor marchita. Por lo que abandonar a los más pobres y desentenderse de su sometimiento y miseria deja a la libertad –lo que quede de ella– como cascara vacía. El florecimiento de la libertad que es la democracia, y el florecimiento de la comunidad entre todos los seres humanos que es el socialismo, aluden a un solo valor de uso integral con dos momentos: el de la suma de individuos y el de su organización recíproca y convivencia efectiva. El florecimiento de cada uno y de todos, de todos y de cada uno.
Por su parte, el internacionalismo socialista encuentra concreción en las interrelaciones ecológicas planetarias tanto físicas, químicas y biológicas como energéticas en las que la Tierra se revela como madre de toda la biota o conjunto total de seres vivos, la humanidad incluida, en tanto ente comunitario y libre que para mantener una interacción vital y recíproca, de respeto y fomento con toda la naturaleza, ha debido abolir sus contradicciones clasistas y de poder internas. Pues hay que decir que los explotadores de la naturaleza son los mismos explotadores salvajes de la humanidad.
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NOTA: