Semiótica no es (sólo) Peirce

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Semiótica no es (sólo) Peirce

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El signo es social por definición.

Semiótica no es (sólo) Peirce

Charles Sanders Peirce (1839-1914), filósofo, lógico y científico estadounidense, es considerado por algunos como fundador del pragmatismo (en el sentido peirciano) y padre de la semiótica moderna o teoría de los signos, junto a Ferdinand de Saussure (1857-1913) lingüista, semiólogo y filósofo suizo considerado, por algunos, padre de la “lingüística estructural”.

Estos dos “padres”, con visiones diversas, tuvieron una “intuición” común: pensaron en la necesidad de una ciencia de los signos. Ni los primeros ni los únicos. Y cada cual estableció trayectorias distintas. Pero su ciencia no termina en ellos, no puede hacerlo porque mérito de una intuición científica no es agotarse en el autor, con fanatismos o fundamentalismos para el culto a la personalidad… todo lo contrario, el mérito científico es trascender sus propios límites, dialécticamente, y ensanchar los márgenes de lo conocido. Permanentemente.

Esos dos “padres” coexistieron, sabiéndolo o ignorándolo, con otras categorías de análisis indispensables que determinan sustancialmente la producción de sentido. Por una parte, la “teoría de la lucha de clases” y, por otra, la ineludible autocrítica metodológica sobre los marcos teóricos de referencia que la ciencia debe hacerse, si no quiere terminar con esclerosis de dogmas.

Por ejemplo en “Materialismo y Empiriocriticismo” de Lenin publicado en 1909. Si se lo perdieron, por la razón que fuere, o si lo ignoraron intencionalmente, se fue de las manos una oportunidad científica, y lógica, de gran valor consistente en debatir y corregir.

Ocurrió otra cosa que fue, acaso la peor: fabricar ídolos académicos para el pensamiento único en la ciencia. Quizá lo más aberrante.

Jamás ha funcionado bien la táctica de sobre-dimensionar a un “padre” para eclipsar los aportes de otros autores y, especialmente, para ocultar la dinámica de los objetos de estudio en su contexto histórico, tal como es la producción de sentido o semiosis que se ha visto inmersa en una época de guerras y revoluciones, crisis económicas agudísimas y decadencia de un sistema económico que no sólo destruye a los seres humanos sino que destruye todo lo que encuentra a su paso, incluido el planeta mismo.

Así la paternidad de Peirce vio crecer, entre muchas complejidades, una ciencia secuestrada por los intereses más contrarios a su amor filial. No pocos sometieron a su semiótica al imperio de las mercancías que incluye mercantilizar a las personas. Lo mismo podría decírsele a de Saussure. Guardadas las proporciones.

Peirce fue contemporáneo de la Revolución mexicana (1910), muy cerca de donde vivía. Debió escuchar el parto de los signos nuevos en un pueblo que entendió -y repudió- el significado del feudalismo, de la violencia terrateniente, del despojo histórico imperial.

Debió sentir la fuerza organizativa de una Revolución. Debió sentir el fragor de un sentido nuevo para la dirección de toda la vida en sociedad. Debió escuchar el estrépito en la caída de un dictador criminal, como pocos, y debió escuchar el bullicio semántico de un pueblo que se interrogaba, a voz en cuello, sobre su futuro, en todos los sentidos.

Y a de Saussure debió pasarle lo mismo mientras se incubaba la Revolución bolchevique de 1917. ¿O, nada les pasó y ni se enteraron? Problema científico grave no reconocerse en el contexto.

Algunos piensan que la ciencia y los científicos no deben involucrarse con “política”. Sólo que la ciencia que estudia la producción de sentido no puede eludir lo político que es semiosis social por necesidad. No obstante existe un atomismo tóxico que ha cercenado al signo de sus medios, modos y relaciones de producción, social e históricamente.

Vivimos bajo la metralla de una guerra descomunal que tiene al sentido, a su modo de producción y sus relaciones de producción, sometido sin cuartel a los intereses económicos, político-ideológicos y bélicos de la clase dominante.

Todo lo que esté a la mano se usa para desfigurar la realidad, combatir las capacidades organizativas, destruir los liderazgos rebeldes. Se usa hasta lo inimaginable para anestesiar, demorar o aniquilar a la conciencia de la clase trabajadora. Se gastan fortunas en tácticas y estrategias para la domesticación total del “esclavo” que agradece productivamente a su amo. Y para convertir, ese infierno, en cultura hereditaria e inamovible.

Por eso, y por la construcción de un mundo pleno de signos y significados humanistas y revolucionarios, necesitamos otra Semiótica esta vez no atada a Pierce, o a otros filósofos o teóricos científicos, porque la batalla más ardua se presenta contra la ideología de la clase dominante, porque el enemigo es, al mismo tiempo, el escenario y el virus que nos ha infestado durante décadas y décadas.

Porque la complejidad de la emancipación semiótica consiste en saber luchar multimodalmente y multidimensionalmente, en tiempo real, contra la ubicuidad y velocidad del relato dominante. Necesitamos una Semiótica revolucionaria, entendible, que se haga carne de la lucha, que no sea laberinto inhóspito del escolasticismo neoliberal.

Que haga visibles los rostros y los nombres de los enemigos de clase. Que se vuelva fuerza transformadora y no sólo explicativa. Que incluso cuando explique, no explique al modo rígido de los claustros positivistas o neopositivistas. Se disfracen como se disfracen. Contra la manipulación simbólica y la ideología de la clase dominante.

Por suerte otra Semiótica es posible, y necesaria, no para la contemplación o la manipulación simbólica sino para la emancipación revolucionaria y la construcción de un relato histórico concreto y nuevo que nos permita democratizar participativamente el mundo que anhelamos, sin capitalismo y sin imperios, con justicia plena y humanismo revolucionario.

Necesitamos una Semiótica que ayude a resolver la crisis de dirección revolucionaria que somete a la especie humana a la postergación permanente de los mejores anhelos. Para emancipar la producción de sentido y sus relaciones de producción. Otra Semiótica es posible.

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