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Salir del bucle de la domesticación — Lucía Barbudo
Anti Represión Murcia – 09/05/2020
CREO QUE EXISTE UNA TRAMPA EVIDENTE cuando «nos obligan» a tener las conversaciones que no queremos tener. Cuando mucha gente anda repitiendo lo mismo, a mí siempre se me levanta una oreja, como cuando mi Tina ve un movimiento de conejo por el campo y sale disparada detrás. Cuando mucha gente anda repitiendo lo mismo, es que no estamos pensando, estamos recitando. Cuando mucha gente anda repitiendo lo mismo, no son nuestras palabras, es un guión.
Los puntos de vista impuestos por el Poder a través de los medios de comunicación y sus múltiples canales de difusión, incluidas las personas-loro que reproducen dándole una y otra vez al play lo que grabaron del debate de la tele, del debate de la radio, de la rueda de prensa, generan un discurso machacón donde el foco se pierde, el mensaje se manipula y la atención se desvía.
El que estemos teniendo unas conversaciones supone que inevitablemente no estamos teniendo OTRAS.
Que se enfatice una y otra vez el reducido número de contagios que hay en el estado español gracias a la gestión del gobierno y sus medidas, y se estén comparando las cifras con otros países/gobiernos/medidas/decisiones hace que tengamos la conversación de la enhorabuena y que no estemos hablando de lo chuchurría que esta(ba) la sanidad pública o de la deriva autoritaria de este gobierno (¿de izquierdas?) o de la presencia militar (¡en una democracia!) en las calles y en las televisiones o del sinsentido de muchas de las medidas que atentan contra derechos fundamentales o de la violencia e impunidad policiales que hemos visto a través de vídeos por estas redes, violencia predominantemente racista o de la miseria y angustia con la que muchas personas y colectivos vulnerables se están enfrentando a esta situación; solos o con redes de apoyo de la gente.
Lo compruebo una vez más: sólo la gente salva a la gente.
Todas esas conversaciones quedan silenciadas con los aplausos a las ocho y todas las decisiones del gobierno quedan maquilladas con cada estúpida pancarta con eso de «Todo va a salir bien», como si las decisiones del gobierno fueran un fenómeno meteorológico y tuviéramos que andar mirando al cielo para ver lo que nos va a llover cada día.
Todo pensamiento crítico queda anulado cuando cada día, a la hora que nos dejan salir, vemos en las marquesinas de nuestros paseos esos mensajes imbéciles y distópicamente repetitivos que nos pasan la mano así-muy-bien por nuestros lomos de animales domesticados: «Tú casa no se hace pequeña, quedarte en casa te hace grande» o «Tu casa no se hace pequeña, no visitar a tus familiares te hace grande» ¿Nos hemos parado a pensar lo perversas que son estas frases? ¿Lo idiotizante del asunto?
Las conversaciones que no queremos tener, o por lo menos yo desde luego no quiero tener, nos distraen de las conversaciones que, pienso, estaría bien tener.
Las conversaciones que podríamos estar teniendo quizás nos llevarían a salir de la vida representada como un guión, a salir de esta existencia perforada, a salir del bucle de la domesticación y sus premios, a que nuestras hijas e hijos colorearan otras pancartas que colgar en nuestros balcones, a aplaudir otras cosas o a no aplaudir absolutamente nada.
Sí, a lo mejor lo que estaría bien es que dejáramos de pensar que las noticias están en las sesiones de la Moncloa, que dejáramos de creer que hacer política es decir frases de couching cutres, que dejáramos de aplaudir como ratas trastornadas desde nuestras ventanas-termitero y cambiar de verbo.
Lucía Barbudo
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Añadimos a esta reflexión de nuestra compañera las palabras y el análisis de Janita Ripley por parecernos acertadas:
«Acabo de leer a Lucía Barbudo y comparto muchas de sus dudas e inquietudes ante la actitud acrítica que toda la población está demostrando con esta alarma sanitaria. No hace falta haber leído a Foucault, aunque ya sería bien positivo, para darnos cuenta de que el biopoder, esa suerte de control político que se cierne sobre nuestras vidas, nos está ganando una batalla diaria, ideológica y dialéctica, que sólo deja espacio para la sumisión, y que no deja resquicio para la crítica, sin que aliados ideológicos de toda la vida nos intenten llevar de vuelta al redil por medio de ese arma tan poderosa de control que es el miedo, soportando la repetición de mantras sobre la responsabilidad colectiva y solidaria de boca de, lo sé a ciencia cierta, personas que, demasiado a menudo, nunca han sabido lo que éso pudiera ser, que jamás las han puesto en práctica, y que sólo sienten un (legítimo) temor a ser contagiados, aunque no tanto a contagiar –porque, claro, el contagioso siempre es el otro–.
Y aquí no me estoy refiriendo tanto a la necesaria crítica a la gestión gubernamental, que también, sino a esta suerte de lobotomización, de extirpación colectiva del pensamiento crítico, al que este modelo de disciplinamiento de las masas, de sumisa aceptación del poder pastoral, esta suerte de tutelaje policial sobre todos los ámbitos de nuestras vidas, nos está arrastrando, y cuyo mero análisis crítico se castiga con mucha, muchísima, pasión.»