Fuente: Umoya num. 97 4º trimestre 2019 Joaquín Pitu
La cumbre ruso-africana celebrada los pasados días 23 y 24 de octubre en Sochi ha puesto de manifiesto el creciente peso de Rusia en un escenario multipolar a pesar de las sanciones occidentales. La asistencia de 43 jefes de estado o de gobierno africanos así lo refrenda.
Rusia, que ha condonado desde 1991 20.000 millones de dólares de deuda africana, sigue en buena medida los pasos de China en aspectos como la no condicionalidad política de sus inversiones y una estrategia ganador – ganador que beneficia a ambas partes. La demanda africana es clara y creciente en muchos ámbitos que van desde aviones civiles a centrales nucleares, pasando por la industria del diamante o el platino y acabando en Zonas Industriales Rusas (Egipto).
Este panorama colaborativo está atravesado por dos elementos: el actual pragmatismo ruso; y el hecho de que ante los ojos de África y del mundo, Rusia es el gran vencedor en Oriente medio.
Ese binomio hace que la cooperación militar sea un negocio diferenciador para Rusia que ya tiene acumulados 14.000 millones de $ en pedidos africanos de armamento que van destinados a causas tan dispares como la lucha de Níger contra Boko Haram, con helicópteros Mi-35, como a la consolidación del régimen de Teodoro Obiang Nguema. Un negocio distorsionado por el papel de las grandes empresas privadas de seguridad rusas como Wagner o Patrol.
Si el frío pragmatismo se impone, Rusia engrosará la lista de problemas de un continente castigado por los conflictos, donde los recursos naturales son la moneda de cambio de un expolio crónico. Son los países africanos quienes deben exigir ir un paso más allá de lo que ya ofrece China, abriendo nuevas vías también en lo político para bien de África y de quienes habitamos esta casa común.