Fuente: Iniciativa Debate/David González Vázquez
Redes sociales y revisionismo histórico: Presentes que ayudan a comprender el pasado
El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla’. Esta famosa cita del filósofo hispano-estadounidense George Santayana ilustra un precepto ampliamente aceptado en el conjunto de la sociedad contemporánea. Se trata del valor del pasado como herramienta de comprensión del presente. Bien a través de la ciencia histórica, o bien a través del desarrollo consciente de la memoria colectiva, el pasado nos ilustra y facilita la comprensión de las complejidades del presente.
Pero hay algo en lo que no se hace suficiente hincapié, y es en la interconexión existente entre pasado y presente a nivel bidireccional. Es decir, que no únicamente el pasado nos ayuda a comprender el presente, sino que a veces, si prestamos un poco de atención a nuestro alrededor, es el propio presente el que nos aporta herramientas de comprensión del pasado. La Historia analiza el pasado desde el presente, y la memoria hace a ese pasado presente, pero en este caso, también, vemos como el presente se convierte en una referencia para el análisis del pasado. Para ilustrar esta reflexión, tomemos el ejemplo de la Guerra Civil española.
De la Guerra Civil, a nivel académico, se ha escrito mucho a estas alturas. Existe una historiografía solvente cuya praxis encaja en los patrones de calidad de la investigación, y cuyas tesis sobre el análisis del conflicto son universalmente admitidas. Huelga mencionar nombres. Cualquier investigador o investigadora que plantee una búsqueda bibliográfica exploratoria, podrá encontrar decenas de autores y autoras cuya obra está homologada dentro de los estándares de la solvencia académica.
En contraposición al conjunto de la historiografía solvente, existe un grupúsculo, insignificante a nivel académico pero muy notorio en lo mediático, al que se tiende a denominar como historiografía revisionista de la Guerra Civil. Capitaneando esta tendencia encontramos a autores como Pío Moa o César Vidal, por mencionar a aquellos con más recorrido y visibilidad. Mención aparte merece el veterano historiador norteamericano Stanley G. Payne, quien, al abrazar las tesis de dicha corriente, ha malbaratado en los últimos tiempos el prestigio como investigador que había atesorado a lo largo de su dilatada carrera. Y lo hace así, ciertamente, al anteponer su cosmovisión ideológica actual, claramente escorada hacia el ultraconservadurismo, al método riguroso del análisis integral de las fuentes.
A propósito de la terminología “historiografía revisionista”, por cierto, vale la pena señalar que aquello que practican los “historietógrafos” –término acuñado por Reig Tapia para referirse a los Moa, Vidal y compañía- no merece ser tildado como tal, ya que ni es historiografía ni es revisionista. Lo primero por la obvia falta de método y rigor científico, y lo segundo porque, de facto, sus tesis nada revisan ni aportan de innovador a la discusión histórica. La mal llamada, pues, historiografía revisionista, únicamente repite los mantras promulgados durante el primer franquismo en el contexto de una memoria oficial cuya objetivo pasaba por justificar sus crímenes. A saber, que la responsabilidad del conflicto recae únicamente en el Frente Popular, y que Franco y los golpistas ejercieron como necesarios salvadores de la ruina ideada por la izquierda en el contexto de la Segunda República. Su referente primigenio a nivel “historiográfico” es Ricardo de la Cierva, quien fuera responsable de una entidad propagandística denominada Gabinete de Estudios sobre Historia, adscrita al Ministerio de Información y Turismo de Manuel Fraga.
En cualquier caso, el público especializado y con respeto al rigor de la ciencia histórica, de ninguna manera otorga validez, siquiera parcialmente, a la gran mayoría de postulados de la mal llamada historiografía revisionista de la Guerra Civil. La problemática, sin embargo, surge en el momento en que muchos de sus libros publicados tienen un considerable volumen de ventas, auspiciados por el gran efecto multiplicador de la publicidad de los medios ultraconservadores españoles. Ante este panorama, ¿Existen herramientas al alcance del lector no especializado para desarrollar su análisis crítico ante estas obras? Tal vez la mejor, sino la única, es la de profundizar y formarse en los entresijos de la ciencia histórica y su metodología, aunque, como puede suponerse, ello queda fuera del alcance de las posibilidades del perfil de lector no especializado.
En este caso es cuando puede ser muy útil el valor que la historia y la memoria tienen como elemento bidireccional: del pasado al presente y del presente al pasado. Cada vez que leamos barbaridades tales como que el Frente Popular provocó la Guerra Civil, o que podemos considerar el inicio de la misma en los sucesos de octubre del 34. Cada vez que leamos que durante el bienio progresista, o bien durante el corto gobierno del Frente Popular, España se estaba convirtiendo en una Sucursal Soviética que perseguía la aniquilación de los estamentos conservadores. Cada vez que el lector se encuentre con semejantes aseveraciones no tiene más que recurrir al púlpito de los voceros del ultraconservadurismo español actual. Ejemplifiquemos.
“Iglesias instaura un régimen comunista”. Esto podía leerse en el diario digital ultraconservador Libertad Digital con fecha de 31 de marzo de 2020, en referencia a las medidas sociales propuestas por el Vicepresidente para afrontar la crisis del COVID-19. Tanto en este medio como en otros de similar ideología y praxis, el tono y el discurso empleados son grotescamente recurrentes.
Aunque es tal vez paseando por las redes sociales, donde los Hermann Tertsch, Federico Jiménez Losantos, o Alfonso Ussía, entre tantos otros, nos darán la clave para invalidar ese pasado tergiversado que publicita de manera perversa la mal llamada historiografía revisionista. Como muestra un botón –y la chaqueta es grande-. Basta con ojear la reciente actividad en el perfil de twitter del señor Ussía para encontramos, peticiones de golpe de estado encubierto aparte, con varias soflamas dignas de ese pasado moldeado a gusto de la mal llamada historiografía revisionista:
- Entiendo que puede parecer duro. Pero mañana no se vota una investidura. Se vota un Golpe de Estado contra la democracia y la unidad de España (06/01/2020). En referencia a la investidura del gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos.
- Si los golpistas volasen, el tercer aeropuerto de Madrid estaría cerca de Galapagar (30/03/2020). En referencia a Iglesias y Montero.
- Si el golpe de Estado comunista no triunfa, veremos a muchos astros y estrellas mediáticos ante los jueces (31/03/2020). En referencia a la gestión social de la crisis del COVID-19.
Tras este breve ejercicio de observación, lo cierto es que a uno le queda la sensación de estar leyendo un libro de Pío Moa en tiempo real. Terminología apocalíptica, retórica del Caos, y una enfermiza caracterización de radical-golpista de todo movimiento político progresista, están presentes tanto en un caso como en otro.
Así pues, pensemos por un momento. La gran mayoría de la ciudadanía con sentido común es capaz de entender que el gobierno Pedro Sánchez es un ejecutivo al que, a lo sumo, puede tildarse de socialdemócrata. La gran mayoría entiende, también, que intentar paliar los efectos de la crisis del COVID-19 mediante la aplicación de algunos preceptos sociales incluidos en la Constitución del 78 es, asimismo, una simple medida socialdemócrata. Se entiende, en definitiva, que este gobierno en ningún caso va a revertir de manera radical el sistema ni va a ejecutar nada que pueda asemejarse a un golpe de estado. Si todo esto está meridianamente claro, en ninguna cabeza coherente, aun sin estar formada en la metodología de la ciencia histórica, debería darse validez a las tesis de la mal llamada historiografía revisionista. De esta manera, el presente arroja luz sobre el pasado de la Segunda República y la Guerra Civil, ya que de igual forma que todas las barbaridades sin sentido aquí mencionadas no se aproximan ni de lejos a la realidad actual, se entiende que esas mismas barbaridades sin sentido, espetadas desde la mal llamada historiografía revisionista con respecto a la Segunda República y la Guerra Civil, son una rotunda falsedad.
Y si a alguien le queda duda de ello, el bueno de Ussía nos facilita la faena compartiendo este otro tuit:
- Nos separa de 1936 que Rusia no es la URSS, que Europa aún no se ha desmoronado, y que todavía queda esa clase media que no existía (01/04/2020)
Cualquiera diría que están deseando el advenimiento de otro golpe de estado como en el 36.