Fuente: https://www.bitsrojiverdes.org/wordpress/?p=20576 Juanlu González
Estamos más que acostumbrados en todos los ámbitos de la vida a que nadie acepte públicamente una derrota para que su imagen no resulte dañada. Esta costumbre llega al paroxismo cuando se trata de política. Resulta hasta cómico ver cómo tras unas elecciones, todos, absolutamente todos los partidos afirman que han ganado los comicios, a pesar que eso es técnicamente imposible. Y es que lo común es que los políticos torturen los datos hasta que digan lo que ellos mismos quieren oír o que los demás oigamos, es algo que también hacen a diario con encuestas y proyecciones electorales. Justo por eso, no me sorprendió en absoluto el primer ministro sionista, Benjamín Netanyahu, cuando declaró solemnemente que había ganado la guerra contra Hamás y que había impuesto una nueva ecuación en el conflicto.
Dime de lo qué presumes y te diré de qué careces, dice un castizo refrán. Y es que, de lo que no cabe duda, es de que Hamás (junto con la Yihad y otras facciones) es verdaderamente quien ha dibujado una inesperada ecuación sobre el terreno: la de tener toda la Palestina ocupada a tiro de sus cohetes, dede Haifa a Eilat, desde Tel Aviv al Jordán, pasando por la central nuclear de Dimona. Eso sí que es una novedad que ha puesto patas arriba a todo el ente sionista, hasta el punto de que hay un buen número de colonos que ha manifestado su intención de abandonar la Palestina ocupada tras esta confrontación, por miedo a vivir bajo la amenaza permanente de los modernos cohetes de la resistencia.+
Si analizamos las reacciones de las poblaciones de ambos bandos, podríamos sacar más cosas en claro. Mientras en Israel se tildaba la tregua como «vergonzosa», como rendición o derrota, del lado palestino todo eran felicitaciones, fiestas, celebraciones y fuegos artificiales. Más claro, el agua. Es posible que en el frente interno Netanyahu haya salido favorecido frente a sus rivales políticos, no en vano inició esta guerra deliberadamente, atenazado por sus propias corruptelas y un calendario judicial que le podría apartar definitivamente del poder. Sin embargo, la imagen del estado sionista ha quedado seriamente dañada —aún más— en todo el mundo y el pueblo palestino ha recibido muestras de apoyo generalizadas, incluido Estados Unidos, donde se ha destapado un ala del Partido Demócrata que se ha salido del guión impuesto por los lobbies proisraelíes dede hace décadas. Las manifestaciones han sido especialmente importantes en muchos de los países que acaban de «normalizar» sus relaciones con el régimen sionista, además de en Jordania y Egipto, por lo que esta asimétrica guerra va a suponer algunos pasos atrás en cuanto a la integración regional de Israel se refiere. Es más, cada vez más personas piensan que la creación artificiosa de Israel en suelo palestino fue un error histórico que es necesario solucionar cuanto antes. En el corazón de Europa ya se comienza a hablar abiertamente de ello, de que Israel no tiene derecho a existir.
Para colmo, el sistema antimisiles Cúpula de Hierro, el orgullo de la industria armamentística israelí, que pretendían convertir en un superventas de la industria, se ha demostrado un auténtico fiasco contra las ráfagas de cohetes de la resistencia palestina y, en cualquier caso, y un costosísimo juguete, que gasta cientos de miles de dólares cada vez que pretende interceptar a un cohete construido, las más de las veces, con cañerías y unos alerones soldados en su extremo, cargado con unos cientos de gramos de explosivo, con tuercas y clavos a modo de metralla, valorado en unas decenas de euros. Y es que, si lo comparamos con los 40 o 50.000 dólares que cuesta un interceptor Tamir, que es necesario disparar en grupo para que resulte efectivo, tenemos que la puesta en marcha de este sistema podría acabar arruinando al ente sionista. De hecho, una de las teorías que más se barajan para explicar la rápida tregua aceptada por Israel ha sido la falta de existencias de antimisiles para la Cúpula de Hierro, de la que se dice tendrían repuestos para sólo tres días más de combates, mientras que Hamás dispondría de existencias para mucho más tiempo y se habría reservado sus mejores cohetes para más adelante para conseguir algún golpe de efecto definitivo.
Es Hamás quien ha ganado la guerra y quien ha avanzado en el liderazgo intrapalestino. Analistas israelíes opinan que eso le puede convenir a Netanyahu, ya que pueden volver a implementar la doctrina de que «no hay nadie al otro lado con quien negociar» una paz duradera o una solución diplomática, pero el ridículo que ha hecho la Autoridad Palestina y el colaboracionista de Abbas, mientras Hamas se volcaba en la defensa, a sangre y fuego, de Jerusalén y la mezquita de al Aqsa, no va a ser algo fácil de olvidar para nadie. En la AP se conforman con ser los carceleros del pueblo palestino y los enterradores de su causa, a cambio de recibir dinero para que se dejen pisotear sin protestar y reprimir a su propio pueblo si intentan hacerlo. Triste papel para un supuesto libertador, acabar como cómplice del régimen genocida más execrable de la humanidad. Sea como fuere, la unión de los grupos palestinos en torno a la causa de su liberación no puede ser nada malo, todo lo contrario. Y es precisamente eso lo que ha logrado el despiadado ataque sionista, fortalecer los planteamientos de la resistencia frente a los que lo apuestan todo a una negociación infinito pero inexistente, que permite que avancen sin freno los planes de colonización y limpieza étnica de toda Palestina.
El mundo entero ha podido ver que el régimen sionista es una entidad genocida que se jacta de cometer crímenes de guerra y de violar toda la legislación internacional de derechos humanos sin ruborizarse. A pesar de que la inmensa mayoría de los medios de comunicación públicos y privados en occidente se esforzaban por defender al agresor y criticar a las víctimas o de mantener una equidistancia sospechosa entre ambas partes, a nadie se le escapa que la guerra la inició Israel por un motivo que parece copiado del nazismo más atroz: la limpieza étnica de Jerusalén. A nadie se les escapa que en Gaza se ha disparado indiscriminadamente contra la población civil. Más de la mitad de los asesinados en la franja han sido niños, mujeres y ancianos. Del resto, la mayoría de muertos también son civiles, así que menos del 20% de los asesinados son miembros de la legítima resistencia palestina. Un gran triunfo para Netanyahu, sí señor.
Ya lo hicieron otras veces, de hecho, a considerar terroristas sin derechos a pueblo enteros y pensar en tener el derecho a matarlos, en Israel lo llaman “doctrina Dahiya”. Arrasar zonas civiles y acabar con sus infraestructuras indiscriminadamente fue la consigna dada al ejército judío tanto en Beirut, como en el sur libanés o en la propia Gaza y, ni que decir tiene, que son crímenes de guerra de manual.
Equiparar la violencia deliberada contra un pueblo indefenso con el lanzamiento de cohetes de Hamas, porque carecen de sistema de guiado efectivo y no tienen la precisión que sin duda la resistencia desearía, no aguanta un mínimo análisis serio. Para empezar, porque es un absurdo comparar un cohete casero con una bomba de última generación de milimétrica precisión lanzada por un caza. Hemos visto cohetes palestinos que al explotar en el suelo provocan un agujero de poco menos de una cuarta de profundidad, tal es su poder destructivo. Por otro lado, porque las colonias sionistas en Palestina, a tenor del derecho internacional, son zonas militares, no civiles, la misma consideración que tienen los colonos. Y, finalmente, porque el derecho a la legítima resistencia de un pueblo ocupado está reconocida por la ONU y por la legislación internacional. Eso nunca debemos olvidarlo.