Fuente: https://periodicogatonegro.wordpress.com/2021/09/01/prologo-de-una-demolicion-anunciada-pintadas-antes-de-la-tormenta/ Prólogo de una demolición anunciada: pintadas antes de la tormenta
La respuesta no se hizo esperar. A menos de 24 hs. de la 7ma Marcha Nacional Contra el Gatillo Fácil, algunos medios masivos de la patronal salieron a denunciar y fomentar la persecución de anarquistas que fueron a rayar las paredes blancas del Cabildo. “¿Cuántos son como para identificarlos? ¿No hay policías en la zona para ir a buscar a estos energúmenos que escriben con pintadas la catedral metropolitana?”, dirá la periodista. “¿Estamos en contra de la violencia pero ponemos fuego a las iglesias? No se entiende el mensaje, muchachos”, afirmará, evidenciando que para ser vocero de la democracia no hace falta demasiada inteligencia. El intento de equiparar unas pintadas con la violencia diaria ejercida por el Estado argentino es un recurso fácil y miserable típico de la chusma periodística. Sabemos que así se ganan su salario, llamando a la pasividad y la sumisión cotidiana.
La Marcha Nacional Contra el Gatillo Fácil ha ido tomando cada vez más relevancia, tanto por su magnitud lograda por el esfuerzo de las familias afectadas, como por el hecho de que las muertes a manos de las fuerzas de inseguridad, a pesar de los cambios de gobierno, no cesan. Es por ello que los medios masivos se ven obligados a cubrirla aunque sea tímidamente. Por un lado porque evitarla sería un acto demasiado obvio de su complicidad con la impunidad estatal. Se ven en la necesidad de alimentar la mentira de un “periodismo independiente” o “del pueblo”. Pero fundamentalmente, su objetivo principal es la recuperación del “exceso”, la democratización del conflicto social, el señalamiento de aquellxs rebeldes que se atrevan a abandonar su rol de meros espectadores respetuosos de la ley y el orden.
“¿Qué culpa tienen los monumentos históricos de nuestro país?”, repite escandalizada. La prensa, corta de vista y de luces, no alcanza a ver más allá de la superficie de las cosas. En las pintadas no han visto más que “vandalismo” y “daños económicos”. Es lógico que así sea, ya que en la democracia de lo que se trata es de mantener las apariencias, de seguir los protocolos y fundamentalmente de no ofender a nadie porque estamos todes en el mismo bote.
Lamentamos informarle a ese noble mundo del periodismo que si personas racionales y responsables como ellas no logran entender la relación existente entre las masacres perpetradas por el Estado Argentino —“Conquista del Desierto”, la Patagonia Rebelde, la Semana de Enero, la Masacre de Pilagá, los fusilamientos de José León Suarez y Trelew, los grupos parapoliciales de la Liga Patriótica Argentina o la Triple A, el Navarrazo, la Operación Independencia, las seis dictaduras militares que atraviesan su historia, las más de 7.500 personas asesinadas desde el regreso a la democracia—, con los monumentos históricos, poco podemos hacer por ellxs. ¿En qué mundo vivirán aquellas personas?, nos preguntamos. Todos esos “símbolos nacionales” que nos inducen a respetar y defender se encuentran manchados por la sangre de nuestrxs hermanxs y no tendremos miramientos en profanarlos siempre que tengamos la oportunidad. Como se ha podido observar recientemente en Chile, Bolivia, Colombia, Ecuador, Estados Unidos, y en todas las revueltas proletarias del pasado, la demolición de los monumentos patrios y símbolos de dominación es una tarea fundamental e inseparable del ataque al viejo mundo. Estos no son más que la condensación material de la violencia histórica que nos han impuesto y que hemos internalizado. Como ya se dijo anteriormente, la destrucción de la Bastilla fue un acto de psicología social aplicada necesaria para la liberación.
Sin embargo, estos ataques mediáticos no sorprenden ya que son la reacción esperable del sistema. Eternos propagadores de la miseria existencial, el periodismo profesional que evalúa el mundo desde las cimas como especialistas separados de la cotidianeidad de las comunidades, no puede sino responder desde y hacia la “opinión pública” o el “sentido común”. Contribuyen así a confundir y que no se logre comprender que las pintadas sobre los altares de la opresión son la crítica en acto de la negación sistemática de la vida inauténtica. Negación que se expande por todo el espectro social y que en las cárceles y los barrios más empobrecidos toma la forma literal del asesinato, la tortura y la muerte.
Pasando de la simple enunciación hacia los actos, el graffiti sobre los muros de las instituciones que exigen el sacrificio diario de millones de personas busca “hacer la vergüenza más vergonzosa publicándola”. Llevar el conflicto a la superficie de las cosas. Denunciar en actos concretos, y no meras opiniones, la falsa paz social que nos venden. Las pintadas, más allá de todo cálculo político, afirman la guerra social en curso. Que el Estado mata a un pibe cada 20 horas no es un eslogan, sino una realidad concreta. El lenguaje del espectáculo al que nos tienen acostumbrades, separado de los cuerpos que lo expresan exige moderación, pulcritud y tolerancia. Les anarquistas, sabemos, rechazamos ese lenguaje porque no separamos entre fines y medios, forma y contenido, cuerpo y mente, Estado y Capital. Donde el Estado ve masas, nosotrxs vemos sensibilidades. Donde el Estado ve ciudadanos, nosotrxs vemos comunes. Donde el Capital ve consumidores, nosotrxs vemos creadores.
Les anarquistas, sabemos, no escribimos para la masa sino para que esta no se forme. Quien quiera ver, que vea, y quien quiera mirar para otro lado, que mire. Quien quiera hablar, que hable, y quien quiera, callar que calle, si es que puede tolerar el ensordecedor silencio que dejan tantas vidas arrebatadas por la maldita policía. Mientras tanto las paredes seguirán preguntando “¿y las balas cuándo van a volver?”.
Raekwon
Cobertura colectiva: Periódico Gatx Negrx + La Chispa Prensa + La Obrera Colectivo Fotográfico + Aislamiento Represivo
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