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Por qué la riqueza genera pobreza en el mundo — Michael Parenti
Escrito hace 14 años, este artículo de Michael Parenti sigue estando plenamente vigente, habiendo incluso empeorado muchas de las cuestiones que en él se exponen.
COUNTERCURRENTS.ORG – 07/11/2007
Traducción del inglés: Arrezafe
Hay un «misterio» que debemos explicar: ¿Cómo es posible que si las corporaciones han realizado inversiones, y la ayuda extranjera y los préstamos internacionales a los países pobres se han incrementado de manera extraordinaria por todo el mundo en la última mitad del siglo, también lo haya hecho la pobreza? El número de personas que viven en la pobreza crece, proporcionalmente, más rápidamente que la población mundial. ¿Qué conclusión podemos sacar de todo esto?
En la última mitad del siglo, las industrias y los bancos de Estados Unidos (y otras corporaciones occidentales) han invertido grandes cantidades en las regiones pobres de Asia, África y América Latina, conocidas como «el tercer mundo». Las transnacionales están implicadas en los ricos recursos naturales, las altas ganancias propiciadas por salarios bajos y la casi total ausencia de impuestos, regulaciones medioambientales y gastos en seguridad laboral.
El gobierno de Estados Unidos ha subvencionado la fuga de capitales, otorgando a las corporaciones exenciones de impuestos a sus inversiones en el extranjero e incluso pagando algunos de sus gastos de reubicación, para indignación de los sindicatos que, aquí en casa, ven como se evaporan sus puestos trabajos.
Las transnacionales han arruinado los negocios locales del tercer mundo y controlan sus mercados. El cartel estadounidense del comercio agrario, subsidiado de manera extraordinaria por los contribuyentes, envía sus productos excedentes a otros países a bajo precio y hunde a los agricultores locales. Como Christopher Cook describe en su Dieta para un planeta muerto, expropian las mejores tierras en esos países para su cultivo comercial (cash-crop) y para la exportación, normalmente de monocultivos que requieren gran cantidad de pesticidas, dejando cada vez menos terreno para el cultivo de los centenares de variedades de producción orgánica que alimenta a la población local.
Desplazando a la población local de sus tierras y robándoles su autosuficiencia, las corporaciones crean unos mercados laborales de multitudes desesperadas forzadas a vivir en barrios de chabolas y a trabajar por un salario miserable (cuando pueden conseguir trabajo), a menudo violando el salario mínimo establecido por las propias leyes del país.
En Haití, por ejemplo, corporaciones gigantes como Disney, Wal-Mart y J.C. Penny pagan a sus trabajadores 11 centavos por hora. Estados Unidos es uno de los pocos países que se ha negado a firmar una convención internacional para la abolición del trabajo infantil forzado, actitud que se deriva de las prácticas de las grandes corporaciones estadounidenses respecto del trabajo infantil a lo largo y ancho del Tercer Mundo e incluso en Estados Unidos.
El ahorro que las grandes corporaciones obtienen de una mano de obra barata en el extranjero no se traduce en precios más bajos para los consumidores de otros lugares. Las corporaciones no contratan mano de obra en regiones lejanas para que los consumidores en Estados Unidos puedan obtener un producto más barato, los contratan para incrementar su margen de beneficios. En 1990, los zapatos fabricados en Indonesia por niños que trabajaban doce horas al día por 13 centavos a la hora, costaban dos dólares sesenta centavos pero se vendían en Estados Unidos por cien dólares o más.
La «ayuda» exterior de Estados Unidos va unida a la inversión transnacional. Subvenciona la construcción de las infraestructuras que necesitan las corporaciones en el Tercer Mundo: puertos, autopistas y refinerías.
La ayuda que se entrega a los gobiernos del Tercer Mundo va acompañada de múltiples y condicionantes ataduras. A menudo, esa «ayuda» se debe destinar a la adquisición de productos estadounidenses y al país que la recibe se le exige dar preferencia a las inversiones de compañías estadounidenses, substituyendo el consumo de mercancías y alimentos locales en favor de los importados, creando más dependencia, paro, hambruna y deuda.
Una buena porción de la ayuda monetaria nunca ve la luz pública, yendo directamente a las arcas personales de los funcionarios corruptos de los países que la reciben.
La ayuda (o algo parecido) llega también de otras fuentes. En 1944, las Naciones Unidad crearon el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI). En ambas organizaciones el poder de voto está determinado por las contribuciones financieras de cada país. Estados Unidos, en tanto que mayor «donante», tiene la voz cantante, seguido de Alemania, Japón, Francia y Gran Bretaña. El FMI opera en secreto con un selecto grupo de banqueros y funcionarios de los ministerios de economía seleccionados, en su mayoría, por las naciones más ricas.
Supuestamente, el Banco Mundial y el FMI ayudan al desarrollo de las naciones. Pero lo que realmente ocurre es muy distinto. Un país pobre que solicite un préstamo al Banco Mundial con el fin de mejorar algunos aspectos de su economía, si no fuera capaz de pagar los grandes intereses, debido a un descenso de las ventas de exportación o por cualquier otro motivo, se verá obligado a pedir un nuevo préstamo, pero esta vez del Fondo Monetario Internacional.
Pero el FMI impone un «Programa de ajuste estructural» (SAP, por sus siglas en inglés) que requiere que los países deudores otorguen beneficios fiscales a las corporaciones transnacionales, reduzcan salarios y no establezcan medidas para proteger a las compañías locales de los importaciones y adquisiciones extranjeras. Presiona a las naciones deudoras para que privaticen sus economías, vendiendo a compañías privadas y a precios escandalosamente bajos sus minas, ferrocarriles y servicios públicos pertenecientes al estado.
Estos países se ven así forzados a abrir sus bosques a la tala y sus tierras a las minas a cielo abierto, sin consideración alguna por el daño ecológico causado. También deben recortar sus presupuestos destinados a la salud, la educación, el transporte y los alimentos básicos, gastando menos en su propia población para disponer de dinero y poder hacer frente a los pagos de la deuda. Como se les exige desarrollar una agricultura orientada a la exportación, se ven cada vez menos capacitados para alimentar a su propia población.
Ésta es la razón por la que en los países más pobres los salarios reales hayan disminuido y la deuda nacional haya crecido hasta un punto en que los pagos de la deuda absorben casi todas las ganancias de las exportaciones, lo que origina un mayor empobrecimiento, incapacitando al país deudor para proveer a la población de sus necesidades.
Así hemos explicado el «misterio» de por qué la riqueza genera pobreza. Por supuesto, ese misterio no existe a no ser que te adhieras a la mistificadora teoría del «goteo», teoría liberal en función de la cual la acumulación de riqueza en las capas altas de la pirámide social acaba provocando el «goteo» de riqueza hacia las capas inferiores. La imagen típica de la pirámide de copas en la que, tras llenarse la superior, rebosa y va llenando las inferiores. ¿Por qué ha aumentado la pobreza mientras que las ayudas extranjeras, prestamos e inversiones han crecido? Respuesta: los préstamos, inversiones y la mayoría de las ayudas están diseñadas no para luchar contra la pobreza, sino para aumentar la riqueza de los inversores transnacionales a expensas de la población local.
No existe tal goteo, sino un sifón que asciende desde la mayoría de la clase trabajadora hacia la rica minoría.
En su perpetua confusión, algunos críticos liberales concluyen que la ayuda exterior y los ajustes estructurales del FMI y del Banco Mundial «no funcionan», señalando que el resultado final es menos autosuficiencia y más pobreza para las naciones que las reciben. ¿Por qué entonces los estados miembros ricos siguen financiando al FMI y al Banco Mundial? ¿Son sus líderes menos inteligentes que los críticos que continúan señalando que su política está produciendo el efecto contrario?
No, los estúpidos son los críticos, no los líderes e inversores occidentales, los cuales poseen y disfrutan de tan inmensa riqueza global porque sus programas de préstamos y ayudas funcionan. La pregunta es ¿funcionan para quién? ¿Cui bono? [¿A quién benefician?]
La intención detrás de sus programas de inversiones, préstamos y «ayudas» no es la de mejorar la vida de las poblaciones de otros países, este no es su verdadero negocio. El propósito es servir los intereses de la acumulación global de capital, apropiarse de las tierras y las economías locales de las gentes del Tercer Mundo, monopolizar sus mercados, reducir sus salarios, esclavizar su trabajo mediante deudas enormes, privatizar su sector público e impedir que estas naciones emerjan como competidores comerciales impidiendo que se desarrollen con normalidad. En este sentido, las inversiones, la ayuda externa y los ajustes estructurales funcionan realmente bien.
El verdadero misterio es: ¿Por qué algunas personas aún consideran que este análisis es producto de una conspiración imaginaria? ¿Por qué son tan reacias a admitir que los gobernantes de Estados Unidos, consciente y deliberadamente, ejercen esta política despiadada (suprimir salarios, derogar la protección medioambiental, eliminar el sector público, recortar la ayuda humanitaria) en el Tercer Mundo, cuando estos mismos gobernantes ¡están haciendo exactamente lo mismo aquí, en nuestro propio país!?
¿No creen que ha llegado la hora de que estos críticos liberales dejen de pensar que quienes poseen gran parte del mundo (y querrían poseerlo todo) son «incompetentes» o «desacertados» o que «no ven las consecuencias «involuntarias» de su política»? No estaremos siendo muy inteligentes si pensamos que nuestros enemigos no son tan listos como nosotros. Ellos saben muy bien cuales son y dónde están sus intereses y nosotros también deberíamos saberlo.