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Por desconcertante que parezca — Antonio Orihuela
Por desconcertante que parezca, un estudio de J. S. Hacker y P. Pierson que lleva por nombre Winner Take all Politics: Public Policy, Political Organization, and the Precipitous Rise of Top Incomes in the Unites States, ha demostrado que el aumento de la desigualdad social y la concentración cada vez más abusiva de la riqueza en pocas manos en las democracias capitalistas, lejos de concentrar al electorado sobre las opciones de voto que defienden la redistribución de la renta y una mayor justicia social lo hace justamente sobre los partidos que están llevando a cabo este programa político antisocial que reclama del ciudadano medio grandes sacrificios personales, altas cotas de sufrimiento social y la desviación de fondos públicos hacia el sector privado. Una de las patas de este misterio hay que buscarla, sin duda, en el sentido que adquiere la propiedad individual pues, en tanto es enemiga de la igualdad y la justicia, hace que los que tengan algo, por poco sea, se sientan inmediatamente solidarios con los que tienen mucho o casi todo, en vez de con los que no tienen nada.
El planteamiento no deja de ser absurdo, porque el que tiene poco bien podría pensar que renunciando a defender la propiedad ésta no se sostendría porque los que tienen mucho o casi todo son demasiado pocos como para defenderla, con lo cual todos podrían tenerlo todo. Decía Fermín Salvochea hace más de un siglo que el comunismo libertario y la anarquía ya habrían llegado si no fuera por la “fuerza bruta que los mismos desheredados ponen imbécilmente en manos de aquellos que les aprietan las cadenas y les oprimen el corazón”. ¿Y que reciben a cambio? Fermín Salvochea lo tenía claro, reciben la gracia de ser devorados, de que sea su sangre, sus músculos, sus huesos y, en fi n, su vida, lo que veamos si miramos con atención las mansiones, los trajes, las joyas, las catedrales, las cárceles, los cuarteles y los parlamentos de los capitalistas. Esta es otra de las patas del enigma. ¿Por qué los que tienen poco, ante una situación de crisis que puede hacer empeorar aún más su situación, no responden con una práctica solidaria, común, concertada y revolucionaria contra los que lo tienen todo y en cambio responden solicitando líderes y manifestando aún más fervorosamente su ansia de sumisión? Como niños que buscan a un padre para que cuide de ellos, los dominados, lejos de cualquier práctica emancipadora, se echaron en los años treinta en brazos del fascismo igual que hoy lo hacen en brazos de los partidos al servicio del oligopolio transnacional. Encontramos aquí la tercera pata de este misterio sobre el que se asienta el poder de unos y la sumisión de otros, pues como niños, las masas se manifiestan como irresponsables y por tanto incapaces de decidir colectivamente sobre su futuro. El resultado es un mundo enfermo y asustado, ganado por la desconfianza mutua y la corrupción material y espiritual; con sociedades que ya no son, que se han fracturado, desintegrado, y en las que la vida ha sido alienada, transferida hacia lo virtual, enloquecida por el espectáculo y sus mercaderías hasta alcanzar un estado de insensibilidad moral absoluto que ha rehabilitado un egoísmo extremo, capaz de hacer que los problemas personales individuales borren todos los demás. Un estado en el que todo es justificable mientras las justificaciones vengan elaboradas desde el poder y sus aparatos de propaganda, mientras el sacrificio, invariablemente de los que tienen menos, se plantee como inevitable y conveniente. Un estado donde la inteligencia, la razón común, se halla en tal grado de descomposición que es incapaz de distinguir la apatía de la resignación.
Extraído de: El lenguaje secuestrado, Antonio Orihuela (2013)